30.7.07

¡Mierda al que no sepa plantar una patata!




Manolo era un emigrante de los de capa y espada, de cuerpo enjuto y carnes prietas, moreno y menguado. Un obrero del metal que escribía airados poemas contra la burguesía y la oligarquía monopolista. Lo recuerdo ahora mismo sentado frente a mí, en aquella vieja taberna llamada El Portalón, en pleno Barrio Gótico, su mirada grave e incisiva investigando mis manos y no hallando en ellas ningún rastro de las callosidades que confirmaran mi, por otra parte poco probable, pedigrí proletario.
Eso fue todo un aviso, pero ni caso. No atiné a presentir el desastre, cuando justo se hallaba ante mí. Ocurrió en el altillo de un bar, en la calle Mallorca. Los poemas de Manolo leídos sobre el papel quizás no fueran nada excepcional, pero recitados a viva voz cobraban una potencia inusitada. Eran, contaba yo, la viva representación de la rabia proletaria, el todopoderoso músculo de la indignación obrera. Entusiasmado por la idea, me animé a organizar un encuentro poético para que mis amigos y colegas participaran de mi hallazgo. No faltó nadie. Allí nos reunimos la Flor y Nata de la Facultad de Filosofía y Letras. La mayoría de los presentes, debo confesarlo, con más pinta de progres que de obreros del metal.
Manolo no pareció valorar favorablemente tal compañía. Más bien lo contrario. Quizás por ello, decidió – y consiguió -, desde los inicios de su feroz discurso, crear una atmósfera de inquietud entre tan selecto público. Sus poemas golpearon como un martillo sobre el yunque. Y no tardamos mucho en sentirnos todos como el castigado tajo de ese yunque. Pero eso no era nada comparado con lo que se nos venía encima.
Manolo remató su recital con este poema, cuyo último verso se me hará difícil olvidar:
Un PEON con cien quilos encima
va doblando,
doblándose
que - brán - do - se
A la salida de MISA
la gente mira
mira - le - mira
¡POBRE HOMBRE!!!!
Mierda
Mierda para ellos
los que cuecen los discursos
los que prometen
los que engañan
los que se cuelgan lauros del pecho
MIERDA
para los confidentes
MIERDA AL QUE NO SEPA PLANTAR UNA PATATA
Se hizo un silencio un tanto incómodo. Fue Wenceslao (que escribía poemas al modo de Garcilaso) quien, rompiendo el hielo, lanzó la pregunta del millón: ¿Lo de la patata podemos interpretarlo como una metáfora alusiva a la autenticidad del ser humano? ¿A su origen primigenio?
Jordi, el más cáustico del grupo, con su sonrisa más pérfida, hurgó en la llaga sugiriendo si para el caso valían esas cuatro patatas que había plantado, por gusto, en el terrenito de sus padres, el verano pasado.
Pero Manolo atajó cualquier posible disquisición al respecto. De un martillazo deshizo cualquier malentendido. Respondiendo a Wenceslao y, de paso, al resto de mentecatos que estábamos allí, y como plantando cada palabra, enunció, sílaba a sílaba, golpe a golpe, con su voz de trueno:
- Quiero decir, E-XAC-TA-MEN-TE: ¡Mierda al que no sepa plantar una patata!
Me lo tenía bien merecido.

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29.7.07

El corazón, si pudiese pensar, se pararía


He nacido en un tiempo en que la mayoría de los jóvenes habían perdido la creencia en Dios, por la misma razón que sus mayores la habían tenido: sin saber por qué. Y entonces, porque el espíritu humano tiende naturalmente a criticar porque siente, y no porque piensa, la mayoría de los jóvenes ha escogido a la Humanidad como sucedáneo de Dios.
Pertenezco, sin embargo, a esa especie de hombres que están siempre al margen de aquello a lo que pertenecen. No ven sólo la multitud de la que son, sino también los grandes espacios que hay al lado. Por eso no he abandonado a Dios tan ampliamente como ellos ni he aceptado nunca a la Humanidad. He considerado que Dios, siendo improbable, podría ser; pudiendo, pues, ser adorado; pero que la Humanidad, siendo una mera idea biológica, y no significando más que la especie animal humana, no era más digna de adoración que cualquier otra especie animal. Este culto de la Humanidad, con sus ritos de Libertad e Igualdad, me ha parecido siempre una resurrección de los cultos antiguos, en que los animales eran como dioses, o los dioses tenían cabezas de animales.
“Así, no sabiendo creer en Dios, y no pudiendo creer en una suma de animales, me he quedado, como otros, en la orilla de las gentes, en esa distancia de todo a la que comúnmente se llama la Decadencia. La Decadencia es la pérdida total de la inconsciencia; porque la inconsciencia es el fundamento de la vida. El corazón, si pudiese pensar, se pararía.”
Fernando Pessoa: Libro del desasosiego
“En estas impresiones sin nexo ni deseo de nexo, narro con indiferencia mi autobiografía sin hechos, mi historia sin vida. Son mis confesiones y si en ellas nada digo, es porque en ellas nada tengo que decir."

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27.7.07

Los encargos del Politburó


Así empezaban el universitario nocturno los hijos de los plebeyos, entonces llamados trabajadores especialistas. O productores, según el régimen vigente. Juanito se levantaba a las seis para poder entrar a trabajar a las siete. Una vez en el almacén, extendía en el suelo el rollo de papel de estraza y sobre su superficie redactaba cuidadosamente, con sus rotuladores de colores, el correspondiente texto antifranquista.
Encargo del Politburó. Todos convenían en que era un gran rotulista; sin duda, el mejor. El Politburó era como un equipo de fútbol: estaban los figuras, las estrellas, y luego los que pasaban desapercibidos pero hacían el trabajo sucio, aunque tan necesario como oscuro y eficaz, según dicen los comentaristas deportivos, los seres más imaginativos del planeta, por cierto.
Finalizada la faena extra, conectaba el pequeño transistor y se quedaba adormilado, escuchando las insubstanciales, y quizás por eso mismo agradables, canciones del irlandés Gilbert O'Sullivan (Claire) y Roberto Carlos, sobre todo aquella tan surrealista que hablaba del gato que estaba triste y azul. Y así hasta las ocho, hora de entrada del personal y, por lo tanto, la hora en que Alfonso le despertaba, como ya se ha contado alguna vez, con el estruendo del papel higiénico El Elefante.

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26.7.07

El elefante


¡Lo que hay que hablar para aguantar un miserable cuarto de hora de parloteo! Quince minutos de reloj. Esto lo comprobó Juan mientras ensayaba su discursito sobre Kafka ante al paciente y sacrificado Alfonso.
Alfonso poseía un corpachón monumental y la paciencia del santo Job. Y Juan mucha cara. Mozo y administrativo, respectivamente, del almacén de materias primas de una empresa del ramo de la química. Juan abusaba de la bondad de Alfonso obligándole a que hiciera las veces del supuesto público que debería escuchar extasiado su brillante disertación sobre una novela de Kafka que empezaba así: Un día se despertó Gregorio Samsa convertido en un repelente escarabajo..., etcétera.
A modo de venganza, cuando Alfonso le sorprendía adormilado, recostado sobre uno de los sacos de gelatina del almacén, se acercaba sigilosamente, entre escobas nuevas, mezclas y colorantes, y le atacaba con una ferocidad que rayaba lo hilarante, arrojándole varias toneladas de papel higiénico marca El Elefante. El papel higiénico El Elefante venía envuelto en un papel de celofán de un tono amarillo chillón, aunque de baja calidad, con el simpático y gracioso dibujo del citado proboscidio.
Alfonso se reía de Juan. Lo hacía sin malicia, su risa era ancha como la estepa y sonora como el trueno. Se reía del tal Kafka, de ese Marcuse y, por supuesto, de los hermanos Marx y Engels, pero, sobre todo, se reía de Juan. Y lo hacía mientras sorbía su dosis impuesta de agua mineral, ya que debía beberse dos botellas diarias, prescripción médica por un riñón que le daba la lata. Se reía dentro de su mono azul y su risa se vertebraba a través de su amplia panza para convertirse, así, en un eco sarcástico, aunque benigno. Los pobres seguirán siendo pobres y los ricos, ricos, yo trabajaré toda mi vida para malvivir y nunca tendré un Mercedes. Y tu te casarás, te comprarás un piso y un coche o yo no me llamo como me llamo.
Le decía como jactándose, pero con un característico fondo de ternura en sus palabras. Desde Sócrates, no ha existido filósofo más lúcido que Alfonso.

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El estructuralismo


El bedel hacía su aparición, a las ocho en punto. Primero aparecía su mano y luego su bocamanga, con sus ribetes dorados de mariscal, y luego su calva, y finalmente su sentencia de cada tarde:
¡La hora!
Sólo pronunciaba estas dos palabras y siempre las mismas: ¡la hora!
El Doctor Carratalá,
(que lucía una barba valleinclanesca y un porte de dignidad decimonónica que daba el contrapunto a aquella jauría de mentes calenturientas que sólo pensaban en el amor libre y en socavar e orden establecido)
como asaltado por un ataque de inspiración, requirió de forma imperativa nuestra atención:
- ¿Díganme, señores míos? ¿Es esto una oración?
Y, sin molestarse en esperar aportación alguna que realmente valiera la pena, respondió él mismo a su propia pregunta:
- Por supuesto. Nos encontramos ante una oración impersonal y elíptica que responde perfectamente al siguiente significado:
Doctor Carratalá, es la hora de terminar la clase, de que usted se vaya a descansar y de que esta banda de delincuentes mentales se vayan a dar la tabarra a otra parte.
De esta forma tan inusual y divertida
, me adentré en los apasionantes entresijos del estructuralismo lingüístico en general y del eminente Ferdinand de Saussure en particular.

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25.7.07

El escribiente

Sus primeros textos publicados lo fueron gracias a la “revuelta” estudiantil, cuando los del Politburó descubrieron que aquel estudiante de primero con vocación revolucionaria carecía de los fundamentos marxistas leninistas imprescindibles pero, por otra parte, escribía de puta madre sobre el papel de embalar, con una letra clarita, clarita y sin desviarse un milímetro de la horizontal del texto, lo ficharon como escribiente.
De esta forma tan prosaica entró a formar parte del sector activo y militante de la facultad.
Pasado un tiempo, se encontró con Nuria en los pasillos. La conocía de verla en la asignatura de Lingüística General, aunque nunca habían cruzado ni una palabra. Sin embargo, esta vez se plantó delante de ella y le dijo, sin más:
- ¿Qué haces deambulando por los pasillos, que no estás como todos en el bar?
Y ella le respondió con una seguridad y aplomo que lo descolocaron al momento:
- No me interesa nada de que lo hablan allí.
Es decir, a aquel pedazo de tía – pensó él- lo del apasionante tema del numerus clausus o de la nueva Ley de Educación, o incluso la revolución obrera y campesina, no le interesaba un pimiento.
Fue demasiado para él. Se quedó colgado de ella para siempre.
Y así, aunque siempre en aquellos tiempos fuera tan poco tiempo, no dudó en pasar el abordaje con el súper clásico:
- ¿Quedamos este fin de semana para preparar el examen?
Semanas más tarde, en la cama, él le preguntó si cuando hacía sus pinitos en clase invocando la huelga de los estudiantes ante la represión policial, o les hacía preguntas inquisitivas e incómodas a los profesores fachas, le parecía un bocazas. Y si su hábito de progre, larga melena, macuto andrajoso y amuleto hippie adquirido en Ibiza, le parecía más bien ridículo.
Ella, mientras le lamía el lóbulo de la oreja y le mordisqueaba los labios para que callara de una vez, le respondió que en todo momento lo había encontrado divertido y encantador.
Y como se dio cuenta de que no se quedaba muy convencido, acabó confesándole que cuando la abordó en los pasillos de la facul, lo primero que pensó fue en su sonrisa.
- ¡Lo digo en serio! – Protestó. Pensé exactamente:
- Esa sonrisa no puede salir de la nada.
Pintura:
Arocha-Orestes: Mi retrato preferido
Descripción Óleo/lienzo
http://www.galeriagoya.com/php/index.php
Orestes Arocha Menéndez. Cuba. 13 de diciembre de 1964. Pintor y Dibujante. Profesor de Pintura y Dibujo. Ha realizado estudios superiores de pintura, dibujo y diseño. Durante 20 años ha sido profesor de pintura, dibujo, historia del arte y apreciación de las artes visuales en una Academia de Artes Plásticas en Trinidad. En su currículum cuentan más de 20 exposiciones personales y otras tantas colectivas. Sus obras se encuentran ambientando edificios públicos e instalaciones turísticas en Trinidad, Varadero y Ciudad Habana y forman parte de colecciones privadas en Cuba y el extranjero. Es miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba ( UNEAC ).

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24.7.07

174517 Levi

Hasta que un día no tenga sentido decir mañana. Aquí es así. ¿Sabéis cómo se dice nunca”en la jerga del campo? Morgen früb, mañana por la mañana.”
Escribió Primo Levi en "Si esto es un hombre".
El 1 de febrero de 1945, en Auswitzh, los militares de la wehrmacht tenían previsto iniciar la fabricación de plástico. El ejército soviético se hallaba apenas a ochenta kilómetros y los disciplinados mandos, para su vergüenza eterna, seguían haciendo planes para el Tercer Reich, acabando la faena en sus crematorios, acelerando el programa de exterminio de las razas inferiores: judíos, eslavos, gitanos y otros deshechos del montón (polacos, políticos, rusos, republicanos, etc.) y, en general, cualquier elemento sospecho de ser de los otros. Y todo ello con un orden y regularidad difíciles de encontrar parangón en la historia de la infamia.
Este hecho, la mezcla de frialdad y simplicidad burocrática con que los nazis y sus compañeros de viaje practicaban tamaña crueldad, impresionó de qué manera al número 174517 de Auschwitz, Primo Levi. Eso y el año interminable en el campo de exterminio. Adolf Eichmann explicó, con su competencia habitual (en el juicio al que le condujo su sonado secuestro, lo cuenta Hannah Arendt en "Eichmann en Jerusalén"), que los campos no eran de “exterminio”, que era un aparcamiento gratuito.

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22.7.07

Enriqueta al otro lado del espejo





Andaba divagando este cronopio, meditabundo y cabizbajo, aquejado de un leve ataque de esperanza, cuando, sin darse cuenta, atravesó una de tantas fronteras que lo circundan. Y lo que vio le gustó mucho.
¡Vaya! Que quedó absolutamente fascinado por el mundo siempre tan mágico y sorprendente de Enriqueta Llorca. Y este cronopio corrió dando saltitos, convertido en una torre cronopia a escribir estas líneas para que no se olvidaran enseguida, como le suele pasar con tantas cosas mágicas de este mundo.
Pues sí. Este cronopio se encontró con Enriqueta al otro lado del espejo... Tantas delicadas “miniaturas” componiendo un carnaval repleto de personajes tan maravillosos que parecían extraídos de la antigua comedia italiana: arlequines con trajes de cuadros o rombos, aristocráticas torres saludando cortésmente, simpáticas y divertidas torres yéndose de picos pardos fuera del tablero, volátiles danzarines sobre hermosas peanas, juguetones alienígenas con sus diminutos platillos volantes, nubes suspendidas en el sueño de un tren a toda marcha. Grandes ojos. Sí, en definitiva, ojos encendidos que le miraban desde el otro lado del espejo...
- Veo, veo... dijo entonces el cronopio.
- ¿Qué ves?- le respondió Enriqueta.
- Veo un carnaval dentro de una vitrina imaginaria, una naranja que cambia de mano. Veo a Lewis Carrol diciéndole a Alicia:
-Primero quiero que me digas en qué mano tienes la naranja.
-En la derecha -contestó Alicia.
-Ahora- dijo Carroll- fíjate en el espejo y dime en mano tiene la naranja la niña que ves en él.
-En la izquierda- dijo Alicia.
-¿Y cómo se explica eso?- le preguntó Carroll. La niña se quedó dudando, pero al fin dijo:
-Si yo estuviera al otro lado del espejo, ¿no es cierto que naranja seguiría estando en mi mano derecha?
-¡Bravo, mi pequeña Alicia! -exclamó Carroll- ¡Es la mejor respuesta que he recibido hasta el momento!
Objetivo de zoom
http://llorca-enriqueta.blogspot.com/
sábado, junio 30, 2007
Horror al vacio

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20.7.07

¿Salvador u Honduras? ¿En qué quedamos?

"El futuro ya no es lo que era."
Paul Valery


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19.7.07

Saltando la alambrada


Dice mi informante habitual (wikipedia) que la alambrada de espinos, junto con las ametralladoras, fueron las responsables del gran número de bajas en la guerra de trincheras de la Primera Guerra Mundial.
Algo de alambrada de espinos debería tener aquel Preuniversitario de Ciencias, que tantas bajas produjo entre el personal maltratado por un Bachillerato excesivamente largo, romo y más muermo que un Presidente de la Comunidad de Vecinos cuando le da el ataque de protagonismo y empieza a empapelar vestíbulo y ascensor con comunicados y amenazas de convocatorias de reunión. Pero no es menos cierto que no hay alambrada que se resistiera a un jovenzuelo proletario dispuesto a dejarse la piel por acceder a la ansiada (y mitificada) Universidad, aunque fuera por la puerta de servicio. Algo parecido a lo que ocurrió cuando las hordas bárbaras invadieron las casas de campo de senadores y patricios, en las afueras de Roma.
Cuando ese ejercito de plebeyos -sin oficio ni beneficio- nos favorecimos de la flojera del último franquismo no es que esperásemos encontramos con los siete sabios de Grecia,
- Hola, Mileto, ¿cómo andan las cosas por aquí?
pero tampoco esperábamos aterrizar en ese panorama tan desalentador. Los muros pintarrajeados. Los bedeles en franca decadencia, venidos a menos, exentos por completo de la autoridad que siempre les ha caracterizado. Los miembros de La Secreta descaradamente reconocibles dentro de sus inefables gabardinas. Los profesores, confundidos, huidizos o conspirativos pero, en cualquier caso, impotentes ante la turba famélica que atiborraba sus aulas, resignados la mayoría a que la clase se viera interrumpida una y otra vez por el agitador de turno, que se levantaba de su asiento y exclamaba: ¡Compañeros...! Estudiantes cantores: alumnos que siempre acababan voceando exagerados y airados discursos.
Y además, a falta de Mileto y Cia., allí ocurrían cosas rarísimas: envejecidos catedráticos eran abucheados en sus aulas. Bustos del dictador eran arrojados por la ventana del rectorado. Bellas señoritas con camisetas floreadas y andrajosos blue jeans se sentaban en las escaleras, en el suelo, encima de los pupitres tarareando canciones de Janis Joplin y fumando hachís. Grupitos de barbudos cuchicheaban en los rincones y se pasaban papeles secretos a hurtadillas.
Lo cierto es que, después de mucho buscar y husmear, en las aulas, en el bar... me costó Dios y ayuda encontrar algún que otro pijo, de los del suéter sobre el hombro y gafas de espejo, pero parecían más bien Náufragos que Capitanes.
Yo no salía de mi asombro. Y nada sería tan absurdo como negar que todo aquello me pareció terriblemente interesante.

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17.7.07

Poema del azar favorable


André Breton, Paul Eluard, Tristan Tzara y Valentine Hugo.
"Cadáver Exquisito" 1929.Pastel sobre papel; 40.5 x 24.5 cm.
Museo de Arte Moderno de Estocolmo

La tarde noche del 17 de abril de 1986, de una forma que, sin temor a equivocarnos demasiado, podríamos llamar casual, Gato, Melvidius y Lorens, fundadores tiempo más tarde del grupo lúdico-literario FuLano De TaL, después de una entrevista en Catalunya Radio (que no viene al caso contar aquí) acabaron en un bar del norte del ensanche barcelonés. Para tomarse una coca cola fresquita, como solía decir la Gato, con aquella gracia tan suya y tan seria a la vez. Y casi para matar el rato, uno de ellos, no se sabe a ciencia cierta cual de los tres, propuso que jugasen al Poema del azar favorable. Un juego inventado por Tristan Tzara, el fundador de Dadá.
Se trata –explicó el proponente– de recortar al azar de un periódico cualquiera 63 palabras. Estas palabras serán clasificadas en tres series de 21 palabras cada una. Y cada uno de esos términos o vocablos corresponderá a una de las tres partes “principales” de la frase: sujeto, verbo y predicado. De tal guisa, cada palabra puede convertirse, siguiendo las reglas generales de construcción de la frase, en una proposición del tipo (para el sujeto) la cúspide ovalada del cielo en lugar de sólo la cúspide. Y para el verbo: pretender olvidar en lugar de simplemente olvidar. Y, finalmente, para el predicado: al poeta dormido en lugar de el poeta.
- Todo ello, según las reglas – prosiguió el proponente- que estableció Tristan Tzara en “Uno dos tres cuatro cinco seis siete manifiestos DADA”, para elaborar un Poema Dadaísta. Y que son las siguientes:
Coja un periódico.
Coja unas tijeras.
Escoja en el periódico un artículo de la longitud que quiera darle a su poema.
Recorte el artículo.
Recorte enseguida con cuidado cada una de las palabras que forman el artículo e introdúzcalas en una bolsa.
Agítela suavemente.
Ahora saque cada recorte uno tras otro.
Copie concienzudamente en el orden en que hayan salido de la bolsa.
El poema se parecerá a usted.
Y es usted un escritor infinitamente original y de una sensibilidad hechizante, aunque incomprendido por el vulgo
.
Gato, que no se cortaba un pelo – en honor a su alias, todo sea dicho – pidió al dueño del bar un periódico antiguo y unas tijeras.
Ya con el instrumental a su disposición, cogieron papel y boli.
- Al azar, las primeras que se os ocurran. – insistieron los tres.
Dicho y echo. Recortaron las 63 palabras distribuyéndolas en tres series de 21 (la primera para los sujetos, la segunda para los verbos y la tercera para los predicados). Depositaron cada serie por separado, mezclándolas en el sombrero de Gato. Luego, colocaron cada serie en tres montoncitos en medio de la mesa.
Entonces, no sin cierta expectación, eligieron al azar un recorte de cada montón, en grupos de tres, hasta formar una frase, y así sucesivamente hasta formar las 21 frases.
Copiad concienzudamente – recordó Lorens-, permitiéndoos solamente la licencia de modificar el género, número y tiempo de las palabras o proposiciones, aunque añadiendo los nexos necesarios para la correcta articulación de la frase.
- Y el poema se parecerá a usted – confirmó Melvidius, todo solemne.
- Y es que usted es un escritor marcado por la suerte del azar favorable – rubricó i
Y con todas aquellas palabras construyeron este absurdo poema:
El recuerdo es la sangre del espejo
el odio, el esplendor de la Biblia.
Esgrimo mi corazón a contracorriente
mientras espero pérfidas iguanas,
descorazonadas, perdidas en la penumbra.
Cafeteras acuáticas telefonean,
beben, encienden los muros
del olvido, el contento de sus escamas,
los platos, esas cálidas caricias
de nácar que acuchillan lo maravilloso
.
Amarillo desconocido y silencioso,
cuando miro hacia su húmedo interior
los saltimbanquis reconfortan sus espacios
bostezan cenizas especiales
dibujan cristales llenos
de lunas urdidas en lo otro.
La soledad mata cualquier temporal,
acaramelada sombra de coral,
abierta al amor del amianto.
Todo eso, conspiraciones de pinturas transparentes
espío con mi fría escafandra.

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16.7.07

Hay días y días. Hay días Nijinski

Cartel publicitario del bailarín Vatslav Fomich Nijinski durante la temporada de ballet ruso en París.

Hay días y días, eso es cierto. Nadie en su sano juicio puede negarlo. Hay días pasables y hay días carcoma, días polilla. Son cosas de la vida, dice mi tendero, que tiene repartido su corazón entre el Real Club Deportivo y el Real Madrid y todavía sigue eufórico con lo del doblete.
De tal guisa, un día aparentemente normal puede convertirse, por arte de birlibirloque, en un día carcoma. Ya lo dijo el poeta: La gente se muere y no es feliz. Salen a la calle y les putean. A unos les da el ataque de ansiedad en pleno atasco y a los más desesperados (e irresponsables) les da por engancharse a la pantalla del televisor como un mosquito tigre y regodearse mientras la Barbara Rey y la periodista flacucha se sacan los trapos sucios por un montón de pasta. Literal.
Huelga de gasolineros, eso no me lo esperaba. Siempre hay un todavía más. Lo veo venir. Llegaré tarde al espectáculo.
En la zona del Grec hubo refriegas por un aparcamiento y también algún herido, que, todo sea dicho, fue atendido rápidamente por la municipalidad. Nosotros salimos ilesos. Ya ves para que te sirve tanta INFORMACIÓN. Compras la prensa para distraerte, para saborear las reiteradas y machaconas opiniones sobre el futuro de Oriente Medio y no te enteras de que acabarás loco por un aparcamiento. Nunca has creído en eso de estar informado. Nunca has estado ni remotamente informado. La realidad tiene tantas lecturas que no hay manera de elegir. Como en el programa del Grec 07. Miro desde mi ventana y me siento como James Stewart en La ventana indiscreta, no sé que escena elegir, mientras el ya diminuto círculo chato del sol veraniego se bate en retirada sobre los edificios vecinos y se me hace tarde. Renuncio a toda esperanza de descubrir algún crimen esta noche.
Un día como hoy, en el que el verano duda y te cae un chaparrón por menos de lo que cuesta media hora de un parking por minutos, puede fácilmente acabar en una jugosa reunión de vecinos, quienes, por cierto, se niegan a pagarle la indemnización a la mujer de la limpieza. Lo peor de todo, sin embargo, es que la reunión se celebre en el vestíbulo de la escalera, porque entonces no habrá manera de entrar en casa sin pasar inadvertido, por mucho que se te ocurra entrar como una bala gritando: ¡Correo comercial, correo comercial!
Pero tanta artimaña algún día te traerá fatales consecuencias
. ¡Vete a saber de lo qué son capaces unos vecinos airados! Así que opté por huir y aceptar a regañadientes la aventura del Grec y enfrentarme a un espectáculo de danza en el Mercat de les Flors. Ahí estaban casi todos los de la serie Vent del Pli, que es como mi chica y yo denominamos jocosamente a la famosa serie localizada en un imaginario pueblo de la Catalunya Nord. Ella estaba guapísima: ¡Nadie mayor de ocho años tiene una sonrisa como la suya! En cuanto al espectáculo, una obra inspirada en las fotos que le hicieron a un Vaslav Nijinksi completamente loco. Serge Lifar, estrella de la Ópera de París, que lo visitó en el psiquiátrico de turno, ante la total falta de reacción del genial bailarín, en permanente estado catatónico, optó como último recurso, por efectuar un movimiento de danza. Nijinski, sorpresivamente, se levantó de la silla y dio varios saltos geniales, que la visitante o el reportero que traía consigo (el folleto no da detalles sobre esta cuestión) fotografío para la posteridad.
Imposible apartar la imagen de un decrépito Nijinski arrancando de las turbulencias de una memoria destruida su último respiro en esos cuatro saltos. La presencia de esa imagen mientras contemplaba a los ocho bailarines (¡Asombrosamente ninguno de ellos afectado por el síndrome de la anorexia!) describir uno de los mayores, armoniosos e impactantes descubrimientos del ser humano: La combinación de la música y el lenguaje corporal llevada a su máxima expresión. La belleza del cuerpo es infinita, diría Isadora.
De acuerdo, nunca se puede decir todo, pero yo creo que Nijinsky deseaba expresar lo máximo. Eso pensé, entre otras cosas (todas ellas más banales) esa noche que, sin previo aviso, y como suelen pasar estas cosas, de una noche carcoma o polilla había acontecido, mágica y asombrosamente, en una noche Nijinsky.

El año 1939, cuando ya hacía más de veinte años que no bailaba y estaba en tratamiento psiquiátrico, el bailarín Vaslav Nijinski recibió la visita de Serge Lifar, estrella de la Ópera de París, quien le mostró algunos pasos de ballet para refrescarle la memoria y, en respuesta, Nijinski hizo un magnífico salto, con expresión ausente, que quedó inmortalizado en una serie de fotografías. A partir de esas imágenes, la coreógrafa María Rovira, Premio Nacional de Danza 1998, ha creado un espectáculo que habla del concepto de la memoria, en el que el salto se convierte en una manera de encontrar impulsos primarios, incluso atávicos.Se trata de un espectáculo en el que se apuesta por la investigación y la calidad del movimiento en general, interpretado por Williams Castro, Isabel Tapias, Sol Vázquez, Marta Fernández, María Garriga, Reinaldo Ribeiro y Jaime Roque.El espectáculo comienza con un bailarín en escena que representa a un bailarín de edad avanzada en contraste con ocho bailarines de diferente formación, desde la clásica hasta el hip-hop o el break dance.La coreógrafa ha trabajado el salto que siempre surge por alguna razón, nunca por impulso propio, "saltos de alegría, de miedo por un susto, para sobrepasar un obstáculo o para tomar un impulso que nos lleve a otro lugar".

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13.7.07

¿Qué fue de todo aquello?




Este año Wesley y yo lo organizamos en la ciudad –estaba diciendo Corinne-. No hará falta desplazarse hasta el asqueroso campo. Unas pocas horas y se habrá acabado. En serio, Otto, tú eres un elemento esencial; este año queremos hacer una cosa sencilla.
- ¿”Este año”? Pero Corinne, si no ha habido otros... Tú no celebras el día de Acción de Gracias.
- Te equivocas, Otto. Y antes lo celebrábamos.
- ¿Quiénes?
- Todos nosotros.
- Nunca. ¿Cuándo? ¿Tú te imaginas a mamá dando gracias por algo?
- Siempre celebrábamos ese día en vida de papá.
- Pues yo no me acuerdo.
- Yo sí. Y Martin también se acuerda.
- ¡Martin tenía cuatro años cuando papá murió!
- Bueno, tú también eras pequeño.
- Le doblaba la edad a Martin.
- Vamos, Otto. Es que a veces me siento un poco triste, para serte franca, ¿tú no? ¡Todo va tan deprisa....! Me gustaría ver a todo el mundo reunido aunque sea una vez al siglo. Quiero ver a todo el mundo contento. Mira, Otto, tú, Martin y Sharon erais mis hermanos. ¿Qué fue de todo aquello? ¿Ya no recuerdas que nos pasábamos el día jugando?
- Sólo me acuerdo de que Martin se pasaba el día vomitando.

Deborah Eisenberg
El ocaso de los superhéroes
Del relato “Un Otto diferente, y mejor"
El Lector Universal, Barcelona, 2006
Nota de la editorial: "Desde el realismo, hacia otro lado. Eisenberg indaga en los resquicios narrativos que el realismo concede para, sin llegar a la crónica, bucear en este mundo inseguro a través de historias que son familiares -otra vez la familia- pero que están tocadas por una brusquedad viva, una especie de indagación en todos los gestos con los que el presente se corporeiza en las actitudes de sus personajes.
El libro está compuesto de seis relatos, que oscilan entre una perspectiva más clásica del relato y otros que se adhieren a una búsqueda plena y emocionante. La extensión de los mismos -relatos largos, sobre las 30 páginas, un subgénero dentro del relato que tanto se echa de menos en España, donde los relatos siempre se ajustan a la extensión permitida en los concursos literarios- permite a la escritora bucear en sus personajes, reflejarlos, ahuyentarlos de la estampa, aunque no siempre los resultados sean logrados.

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12.7.07

Un tiempo tan difícil como cualquier otro


Ayer acabé la lectura de un libro de un amigo, escritor bilbaíno, justo con este apóstrofe: en este tiempo, un tiempo tan difícil como cualquier otro. No menciono al autor por negligencia sino por que me consta que le revientan los elogios.
Reflexiones post lecturum: ante el catastrofismo de mis mayores siempre pensé que les vencía el resentimiento porque sus tiempos no regresarían jamás, y eso hay gente que lo lleva francamente mal. Recordaré siempre aquella viñeta de Quino en la que Mafalda se mofa de su padre (el más maltratado de la serie, ya hablaremos de él en otra ocasión) cuando éste suelta el latiguillo de en mis tempos todo era diferente, o algo muy parecido (¡Todo un clásico!).
Porque ya que hablamos de los “como cuando” digámoslo de una vez: nuestro tiempo no es más difícil que cualquier otro. “Como cuando” la guerra de los treinta años, o “como cuando” los romanos arrasaron Cartago con la sana intención de borrarlos de la historia. A mi me flipaban algunos detalles morbosos. Por ejemplo esa secuela –consecuencia lógica, por otra parte- de la tradicional reyerta por la sucesión que obligaba a matar no sólo al competidor (generalmente, padre, hermano o primos) sino a todos sus vástagos. También me chocaba que la historia tratara tan amablemente a personajes como el guaperas de Alejandro Magno o el buenazo de Ulises, por poner sólo dos ejemplos.
Es cierto que a la vejez viruelas y sano pesimismo. Nada más patético que un viejo optimista. Es cierto, no obstante, que a algunos les cogemos un cierto cariño, pero bajo esa capa de admiración se esconde una siempre equívoca compasión hacia el autoengaño. O igual de lamentable, una senilidad irreversible.

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10.7.07

Entrañable Sanabra i Franch


A Oleguer Sanabra, mi nuevo y joven profesor de Matemáticas, Física y Química
(¡Bienvenido ante las momias de aquella vieja academia de la calle Independencia con Mallorca, cuyo solar ocupa ahora mismo una concesionaria de la SEAT!)
le costó todo un curso, sudores y ayuda convencerme de que los rusos no eran exactamente lo que se decía de ellos en las películas del agente 007: Seres de otro mundo obsesionados en destruir nuestro modo de vida.
Sin darnos tregua, ni demostrar desfallecimiento alguno por tan arduo esfuerzo, Olegario Sanabra i Franch decidió, sin mayores dilaciones, adentrarse en el campo de minas de nuestra educación sentimental. Y lo hizo, regalarnos su entrañable humanidad (y su paternal autoridad, más entusiasta que imperativa) mediante un sutil rodeo, introduciéndonos, a mí, y también a José Luis, Eduardo, Indalecio... al mundo mucho menos conflictivo (y tan agradecido) de la música clásica y el jazz. Y eso ya fue otro cantar. Vivaldi atemperaba el espíritu, mientras que Ray Charles engrasaba motores y Johann Sebastián Bach daba caña.
Nuestra reválida, sin embargo, en aquella educación sentimental tan ejemplar como absolutamente necesaria para aquella banda tan poco canalla, consistió inevitablemente en declararnos anarquistas Jusqu’à la mort. Ni Marx ni Engels, sino todo lo contrario, eso venía a querer decir nuestro admirado Sanabra. Su modelo de socialismo utópico era “La Comuna de París” (1870), así que nos vimos empujados, con temeraria celeridad, todo sea dicho, a cambiar nuestros modelos de los héroes de las Hazañas Bélicas. Los yankees enarbolando la bandera en la cumbre del Suribachi fueron sustituidos en un plis plas, gracias al entusiasta poder de convicción del Gran Olegario, en una enfebrecida masa proletaria que se atrincheraba en las barricadas de París, que defendía con uñas y dientes su libertad ante la tiranía del Estado burgués.
Oleguer era anarquista y olé, así que, como aquellos del Club de los Poetas Muertos, nos dejábamos caer por su casa a recibir el aura del nuevo ideario. Recuerdo, sobre todo, su fantástica colección de discos, de música clásica y jazz, pero también de las primas donas de la chançon francesa: Georges Brassens, Jacques Brel (“J'en appelle, Pourquoi faut-il que les hommes s'ennuient?”), el jovencito Georges Moustaki. Incluso la muy estimada Edith Piaf. Y, por supuesto, Bob Dylan y los Beatles. Un equipo de ensueño, por explicarlo de algún modo.
Pero ya dijo Freud que, en un momento u otro, había que matar al “padre”. Bueno, quien lo mató primero, en realidad, fue Edipo Rey, quien, además, se casó con su madre y luego se arrancó los ojos. Aunque no todos serían tan bestias. El mismísimo Luke Skywalker acabó perdonándole la vida al terrible Darth Vader, su padre y no llegó a casarse con su hermana. Luego vino Lacan y dijo que todo era cuestión del destino... ¡Qué sabría él!
En cuanto al anarquismo de Sanabra, me dije, estas aventuras no son para ti, los comunistas son más tranquilos y más formales. Efectivamente, los marxistas eran más serios y más científicos. Ellos no te obligaban a arrancarte los ojos. Entraban más bien por la cosa intelectual. Con leerte a Marta Hanecker ya habías cumplido con la mitad del camino.
Yo no lo maté. Fueron las circunstancias. De haber caído en un Ateneo Libertario otro gallo hubiera cantado, pero tuve la mala o buena suerte, ¿quién sabe?, de caer en la Universidad y allí los que cantaban eran los marxistas leninistas en sus diversas y divertidas variantes maoístas, trotskistas y estalinistas. Cuando regresé a la academia con mis nuevas credenciales del materialismo histórico y la dictadura del proletariado, Oleguer Sanabra, entrañable y querido preceptor, pero, sobre todo, amigo,
(nunca lo olvidare)
herido si duda en su papel de mentor, me acusó benévolamente de desviacionista. Y lo cierto es que en aquel momento no supe muy bien si, como Edipo Rey, ya me había cargado al padre o, al contrario, era éste el que me había liquidado a mí. En todo caso, fueron dos muertes del todo inútiles y muy poco trascendentales, como supimos mucho más tarde. O al menos ese es el sentimiento que espero compartas conmigo, querido Oleguer.

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7.7.07

El espía que surgió del frío


En 1957, cuando en los cines echaban sesión doble y el blanco y negro esperaba pacientemente al cinemascope y technicolor, los espías y agentes secretos surgían del frío. John Le Carré los caracterizó como individuos de rostro pétreo y amargado, más parias que idealistas, verdaderos apátridas (¡vaya paradoja!) en un mundo surgido de una matanza entre innumerables patrias. El cine los forjó, a los espías, más guapos y seductores, que no excesivamente sociables. Pienso, claro está, en el gran Michael Caine. También irresistibles como Sean Connery. La verdad es que hubo de todo, hasta agentes falsos, como un tal Mister Kaplan.
Espléndido – como casi siempre - Richard Burton, encarnó a un espía que surgió del frío. Eso ocurría mientras el segundo Sputnik ruso surcaba el espacio pilotado por una perrita llamada Laika. Para compensar las fuerzas del Bien y del Mal (eterno rollo desde que Aristóteles la cagó hasta el fondo y nos dejó a unos y otros al otro lado de la cerca) los US se inventaron el Plan B y, mira por dónde, un tal George Catlett Marshall se paseó por Europa regalando pasta por doquier. El que escribe esto no se llamaba precisamente Doquier, sólo tenía 6 años y por no saber no sabía que había una España profunda y otra plana, como la cosa esa del encefalograma. Y, además, tardó superdemasiado tiempo en descubrir la diferencia.
Al que más le dolió el “olvido” fue al bueno de Pepe Isbert (junto a Fernando Fernán Gómez, los dos actores españoles más potentes de la época y de siempre) y no digamos a sus folklóricos y confiados convecinos, que se quedaron con un palmo de narices. Eran tiempos lejanos, aunque no tan pretéritos como para no presentir la aparición del Gran Mariano Medina (también llamado “El Precursor”) hablando del tiempo en la pequeña pantalla con la misma naturalidad que, sin lugar a dudas, ejercía cuando se hallaba cómodamente sentado en el tresillo de su comedor.
Fue mucho tiempo después cuando empezaron a ocurrirme cosas la mar de misteriosas o extrañas. Esas que el proletariado urbano suele llamar surrealistas. No sé si conscientemente, referidas a los delirios que muchas veces producen los sueños. Por eso mismo, mi sorpresa no fue total cuando me encontré a Kafka en el ascensor de mi edificio y, sin revelar a qué piso se dirigía, me soltó de sopetón, después de quitarse educadamente el sombrero: Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Esta tarde iré a nadar. Mi estupor inicial se vio aliviado, no obstante, cuando recordé que eso fue precisamente lo que anotó en su diario, allá por 1914. Pensé que quizás Einstein tuviera algo de razón cuando predijo que el tiempo y el espacio eran curvos, y que lo más probable es que ese maravilloso encuentro con el escritor checo no volviera a producirse jamás.

John Le Carré: The Spy Who Came in from the Cold (El espía que surgió del frío), De Bolsillo, 2003. Colección Best séller 99/5, 248 páginas.
Martín Ritt: The Spy Who Came in from the Cold (El espía que surgió del frío). 1965. 105 min. Guión:
John Le Carré, Guy Trosper, Paul Dehn. Musica: Roy Webb. Reparto: Richard Burton, Oskar Werner, Walter Gotell, Rupert Davies, Steve Plytas, Bernard Lee, Claire Bloom, Marianne Deeming, Richard Caldicot, George Mikell, Anne Blake, Warren Mitchell, Michael Ripper, Peter Van Eyck

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3.7.07

Mi mejor amigo

Nombre: François Coste
Alias: “El Sin Amigos”
Ocupación: Anticuario
Edad: Cuarentón madurito
Nacionalidad: Francesa
Antecedentes: Andar por el mundo enteramente a su bola. Fundamentar en la hipocresía y la simulación su modelo de relación con los demás. Aprovechar cualquier situación, para sacar tajada personal, por difíciles y enrevesadas que sean las circunstancias. Por ejemplo el entierro de un colega más enemigo que amigo. Ejercitarse en más absoluto desinterés por lo que no le interesa, además, por supuesto, de su hija, amante, colegas de la profesión y bicho viviente en general. También están incluidos los taxistas, sobre todo si son tan simpáticos y habladores como Bruno Bouley. Huir de cualquier contacto social que le obligue a escuchar a los demás. Obedecer a impulsos imprevisibles (con el dinero de su socia), como adquirir una carísima vasija -guiado por un impulso irrefrenable- en una de las subastas a las que asiste habitualmente.
Móvil: Conseguir que alguien asista a su futuro y más que probable entierro. Para empezar tan ardua tarea debe ganar una apuesta, consistente en demostrar que al menos tiene un amigo. Para lograrlo decide seguir los consejos del taxista simpático. Alcanzar las tres eses mágicas: sonrisa, simpatía y sinceridad. Tiene sólo diez días para ello.
Agravantes: Engañar y manipular a un simpático taxista (Bruno) para hacerlo servir de tapadera de su supuesto e inexistente “mejor amigo”.
Modus operandi: Suele poner cara de póquer y siempre tiene una excusa para dejar de escuchar al pesado y cargante que pretende contarle su vida.
Observaciones: Posible síndrome de Narciso frustrado. A la primera posibilidad de verse en el “espejo” de los demás, huye como perseguido por el diablo.
Imitadores: El mundo está lleno de tipos como éste.
Sentencia: Culpable
Condena: Regenerarse. Para ello deberá hacer penitencia, convirtiéndose en una persona atenta y amistosa, reconciliarse y convencer de su cambio al rosa, y soportar, a una hija inestable, a una amante bondadosa y –lo peor- a unos colegas del gremio de anticuarios y marchantes, del todo insoportables.
Otras fechorías del director: Autor de películas tan maravillosas como Le mari de la coiffeuse (El marido de la peluquera) y L'homme du train (El hombre del tren) entre otras cursiladas.
Recomendación: Ir a verla sin falta
Dónde: cines Aribau Club, Nápoles, Renoir Floridablanca o Verdi (Barcelona)

Patrice Leconte: Mon meilleur ami (Mi mejor amigo). 96 min. Francia. 2004. Guión: Patrice Leconte y Jérôme Tonnerre. Fotografía: Jean-Marie Drejou. Música: Xavier Dermerliac. Reparto: Daniel Auteuil, Dany Boon, Julie Gayet, Julie Durand, Henri Garcin.

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