31.10.06

Juan Carlos Elijas: TALKIN' HEADS

TALKIN’ HEADS
de Juan Carlos Elijas
La Vaqueria (C/ Rebolledo, Tarragona) 20,30 h dissabte 4 de novembre de 2006
Liricomedia tragitrágica
(Liricomèdia tragitràgica)
Esperpentáculo en castellano con la colaboración de Juan Carlos Elijas
(-esperpentacle en castellà amb la col·laboració d’ Juan Carlos Elijas)
Talkin'-heads es un esperpentáculo entre el recitado poético, la canción y la acción teatral. Juan Carlos Elijas recita diez poemas propios, intercalados entre fragmentos musicales de la poderosa formación neoyorquina que da título al proyecto. Sin ser un pasatiempo cómico, existe un sutil enfoque humorístico que va trabando los temas. Las cuatro canciones corren a cargo de la voz de Áfrika Guónder y las guitarras de Juan Zarppa.
"Mi corazón es gas mediterráneo,
peregrino en las sendas de los cuerpos
que conducen su rumbo al pulmón de los chopos.
Mastica un presente de incertidumbres.
Se enfila con sus latidos de ortiga
por el ojo de una vaca y su vértigo.
Existe un dolor en esa cigüeña
que ya me pertenece.
Hay un viaje, carreteras umbrías,
una lluvia imprevista contenida en las nubes
de la desolación.
Contra él arrojan los corzos del desencanto
saetas que ni puedo ver ni quiero."

La tribu brama libre
I Invitación al suero
1er Premio de Poesía Crisálida 2000 (Barcelona)
* editados por Xavier Badosa en
www.badosa.com.

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Muñoz Molina: Lo más increíble...


"Lo más increíble no es morir,
sino que a la mañana siguiente ilumine las calles
el mismo sol de invierno de todos los días
y circulen los coches
y la gente desayune en los bares
como si quien lo miraba todo aún existiera,
como si ellos fuesen inmunes a la muerte."

Antonio Muñoz Molina: El Jinete Polaco

Ilustración: WS Montana Relic Original by Mo, Workshops

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29.10.06

Encargado de turno



Se me cae el pelo, y las chicas me llaman de usted”, me decía en su carta Manolo, un amigo pintor y escultor, hijo de un sargento de la guardia civil. Una de sus últimas cartas, mecanografiada y en tamaño DIN A-3, venía toda ella impresa con reproducciones de moscas, lo que me divirtió, aunque de ninguna manera me sorprendió, conociendo como conocía la excentricidad de Manolo.
Manolo era un tipo inteligente, yo diría que incluso lúcido. La lucidez a veces juega malas pasadas. Se vuelve contra ti, si no controlas. Y estaba también su sonoro y potente sentido del humor. En su dormitorio tenía un esqueleto completo, con sombrero chaqueta, corbata y el brazo derecho, es decir, cúbito, radio y falanges, tendidos hacia la puerta. Cuando, enfermo de gripe, llamó al médico, éste, al entrar en la penumbra del dormitorio, le tendió la mano al esqueleto y se dio un susto de muerte. ¡Lo que nos reímos!
Su proceso paranoico empezó cuando nos maldijo a todos los de la oficina donde nos ganábamos las lentejas, como suele decirse. Más tarde, cuando por razones profesionales lo visitaba en la Oficina de Gava, del que era director, me cogía del brazo y me arrastraba, conspirativo, tras los armarios repletos de expedientes, desde donde se podía espiar la calle sin ser vistos, y entonces me decía ¿Ves aquel coche negro? Lleva días ahí. Me están vigilando. No paran de vigilarme. Los motivos mejor no se los cuento. Me dejó turulato.
Pidió traslado a la isla de Gran Canaria, donde se suponía que su hermana había intentado suicidarse. Desde allí me enviaba cartas en las que su corrosiva ironía iba pareja con sus delirios persecutorios. En la oficina le prohibieron terminantemente tratar con el público. Y, consecuentemente con las órdenes recibidas, cuando algún usuario se aproximaba a su mesa y le peguntaba, él permanecía callado, impertérrito, y cuando alguno de ellos se ponía nervioso y le increpaba por su descortesía, él respondía sin pestañear: "Señor, me han prohibido hablar con usted". Y así hasta que un día no se presentó al trabajo. Y al día siguiente tampoco. Y al otro tampoco. Lo encontraron por fin, días más tarde, en el Hospital Militar de Gran Canaria. Se había presentado en las puertas de la Capitanía Militar con un cartel colgado del pecho donde llevaba escrita una sola palabra: “¡Mierda!”.
Repatriado con su familia, en Zaragoza, le colocaron donde menos molestara. Le nombraron Encargado de Turno en un centro de formación. Eso quería decir exactamente que permanecía completamente sólo durante toda la tarde-noche en un inhóspito edificio, en las afueras de la ciudad. Pasó el tiempo, dejaron de llegar las cartas y, definitivamente, me decidí a llamar a Zaragoza. Me dijeron que lo habían “jubilado”. También me contaron que se pasaba la tarde cazando moscas (en el sentido literal, se cuidaron de precisar) y luego las fotocopiaba. Al oír esto me estremecí. Revolví entre mis cajones y encontré la carta tamaño DIN A-3. Ahí estaban las moscas, o parte de ellas al menos. Finalmente lo internaron.

Nunca he sabido más de él.

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26.10.06

Pedro Ugarte: El escritorio

Me aterra mi escritorio. Sólo en un lugar así puedo darme cuenta de tantas cosas inevitables. Mi mesa está llena de papeles, Los cajones, atiborrados, guardan infinidad de carpetas. Por aquí cruzan los manuscritos, las colaboraciones de prensa, los fragmentos que apresuradamente escribo y luego olvido (pero también las facturas, las multas de tráfico, los extractos bancarios, los teléfonos, las direcciones). los papeles nacen y se multiplican. Es verdad que periódicamente afronto, voluntarioso, minuciosas limpiezas: tiro a la basura montañas de papeles. Pero apenas unas semanas de trabajo bastan para verme otra vez rodeado de impresos y de folios, para llenar de nuevo las carpetas y los archivadores. Me siento incapaz de gobernar este océano de objetos. A veces encuentro apuntes con números de teléfono que no sé a quién pertenecen. A veces descubro la nota de citas a las que no he acudido. A veces busco algún papel y compruebo que no está, que debo haberlo destruido en una de mis sumarias limpiezas. Estoy lleno de remordimientos de este tipo. Sé que debería ser más ordenado. Los papeles pasan por mi vida como un vendaval. Pierdo recibos y albaranes, pero también encuentro otros. A veces, en el fondo de un cajón, aparecen unos billetes que semanas antes me hubieran sido absolutamente imprescindibles. A veces descubro cartas de años atrás que merecían la urgente respuesta que no pude o quise dar, postales, inútiles folletos, garantías de aparatos que estropeé hace mucho tiempo, prospectos de pastillas que ingerí imprudentemente, tarjetas de visita de gente que ya no recuerdo, carnés de mis tiempos de estudiante.
Todo esto es una angustiosa sucesión de papeles. No soy capaz de controlar lo que está
ocurriendo. Pero lo más doloroso es que me reconozco una persona insuperablemente olvidadiza y que, aunque lo apunto todo, el desorden disuelve mi memoria en este escritorio hasta que, de forma intempestiva, regresan los recuerdos. "Llámame, por favor", escribe aquella mujer en esta carta que ahora he encontrado. Y pienso en los años que han pasado, pienso que todo esfuerzo resultaría inútil, que un gesto ahora por mi parte sería casi grotesco y que su grito (paralizado para siempre en este trozo de papel, ahora que ella ríe, muy lejos de aquí, y me ha olvidado), su grito seguirá pidiéndome una respuesta ya imposible.

Pedro Ugarte: El escritorio, Materiales para una expedición, Lengua de Trapo, 2002
Carolina Alfaro: Escritorio, Fotografía con tratamiento digital,texturas y saturación de color
Publicado en www.Literatuya.com

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22.10.06

Dispararon contra la noche


Dos individuos entraron en Puerto Hurraco, armados hasta los dientes. Fríos como el hielo, traían a cuestas su piel tiznada por el sol y el alma oscurecida por el odio. Y las entrañas llenas de arrugas de tantas puñaladas que da la vida. Y los vecinos, no digamos.
Portaban sendas Franchine del calibre 12, escopetas repetidoras cargadas con postas. Los dos vengadores cayeron sobre Puerto Hurraco como salidos de esa leyenda de la España Negra que nos legaron la Santa Inquisición, el Renacimiento que no fue, los Austrias, los Borbones, los caciques, la Falange y de las JONS, la miseria y la madre que los parió a todos (o sea, Isabelita la Católica) y rompieron el silencio de la noche con el trueno de sus descargas a mansalva.
Dispararon hasta saciarse, como si lo hicieran contra la noche y no contra los habitantes de Puerto Hurraco. Envolvieron la calle de un humo grisáceo que, sólo al disiparse, dejó que fueran tomando forma los cuerpos tendidos en el suelo. Entre ellos, el de Antonio, de 14 años, y el de Encarnación, de 12. Vaciaron 70 cartuchos en total. A Diego Rodríguez de Silva y Velázquez le hubiera dado un vahído, pero en cambio, Francisco de Goya se hubiera puesto las botas.
Diario de un cronopio, 25 de abril de 1993

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21.10.06

La guitarra eléctrica


Como con Ingmar Bergman y tantos otros no me perdí una película de Luis Buñuel. Era aquella una especie de disciplina inglesa, una militancia a la búsqueda y captura del conocimiento y la emoción que nos era negada por la autoridad competente, militar por supuesto. Renegar es de tontos, y de bien nacido es ser agradecido, como todo el mundo sabe, así que ahí quedan esos maravillosos momentos con cualquier peli de Bergman (actual como pocos) y con un desigual Buñuel, del que recuerdo con especial cariño “El ángel exterminador”. Y “Veridiana”, cuyo primer visionado lo fue con una copia horrenda en un piso clandestino del ensanche barcelonés. ¡Qué tiempos!
Aún así, reconozco que nunca llegué a simpatizar con Buñuel. Alguna razón habrá, me decía yo.
Efectivamente, más tarde lo averigüé. Fue Luis Buñuel quien afirmó que uno de los mayores desastres de la humanidad había sido la guitarra eléctrica. Lo que son las cosas: el primer ruido que me salvó de mi atonía adolescente fue, precisamente, el de la guitarra eléctrica. Especialmente las de los hermanos Davis (Raymond y Dave, componentes de The Kinks). Nuestro querido profesor de ciencias era anarquista y melómano, además de un gran tipo. De él aprendimos un montón de cosas, de esas que no se pagan ni con dinero. Sin embargo, devoto de la música sinfónica, del jazz y de los Beatles, no soportaba el “ruido” de los Kinks, y eso nos divertía enormemente a José Luis y a mí. Cosas del bienaventurado señor Freud, supongo.
Y es lo que yo digo, siempre debe uno fiarse de la primera impresión. Buñuel nunca acabó de caerme simpático y, sin embargo, la quincallería de los Kinks hizo milagros. Por de pronto, ponía de los nervios a mis progenitores y a mi mentor. Hay otras formas de hacerse mayor, y ésta es una de ellas. Porque la emoción y la devoción es un sentimiento que no admite enmiendas. Siempre lo he dicho y lo sostengo: cambiaría todo el mundo mundial por ser guitarrista de rock y ensordecer al mundo con mi manoseada fender y mis inigualables riffs, más majestuosos, por cierto, que cualquier ostinato de Johann Sebastián Bach. Dicho sea con todos los respetos.

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19.10.06

Juan José Millás: LLAMADAS

"El hombre, tras dejar que sonara un par de veces, descolgó el auricular. “Usted no me conoce”, dijo una mujer a través del hilo, “pero este número perteneció hace años a una persona de quien estuve enamorada e imaginé que sería posible telefonear al pasado, perdóneme”. La mujer se disponía a colgar, pero el hombre la animó a seguir hablando. Entonces ella quiso saber dónde estaba su interlocutor y él describió un salón amplio y sombrío, con muebles antiguos. La mujer contó que el teléfono de su novio era de pared y estaba instalado al fondo de un pasillo muy oscuro. “Su madre padecía jaquecas y no soportaba las conversaciones”.
"Al hombre no le resultó difícil imaginar la casa, ni a la anciana enferma en el dormitorio principal. En cierto modo, esa vida se parecía a la suya. “Pero usted no es mi pasado, ¿verdad?”, preguntó ella. “No”, respondió él, “no soy el pasado de nadie”. La mujer añadió por caridad que no todos los pasados tienen porvenir, pero él se dio cuenta de que ella valoraba más el dolor que el vacío. Cuando colgó, el hombre hizo memoria del número de teléfono de su adolescencia y llamó. Salió la voz de un individuo derrotado, quizá bebido, como él. Le dijo que llamaba desde
1997, y que todo había ido a peor. El otro pensó que se trataba de una broma y colgó sin darle tiempo a desahogarse."
"Más tarde, su madre preguntó que con quién había estado hablando y le hizo un resumen. Entonces, la anciana se empeño en marcar el número del primer teléfono que habían tenido ella y su marido, pero no contestó nadie porque faltaban dígitos. “Es muy corto”, explicó el hijo, “ahora tienen más cifras”. Ella habría preferido que el número de su juventud aún existiera, aunque lo disfrutaran otros, así que regresó abatida a la cama y esa noche no vieron la tele.
Juan José Millás, Una de sus columnas de contraportada de EL PAÍS, sin fecha

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16.10.06

El Seat 600: la gran esperanza blanca


En el cine Venus se lo montaban guapo con aquello de Los Jueves Fémina. Los jueves la entrada era más barata para las señoras, y probablemente también para nosotros, sus retoños.
Abandonadas a su suerte por sus maridos a lo largo y ancho del día, padeciendo todavía las consecuencias de una guerra de la que nadie hablaba, las amas de casa del barrio de la Sagrada Familia, difícilmente se perdían Los Jueves Fémina. Eran tiempos de silencio y Planes de Desarrollo, y el boum del turismo estaba aún por llegar. El hombre de la casa, el titular del libro de familia, debía procurarse, antes que nada, un salario fijo y, luego, una serie de chapuzas que completaran su raquítica remuneración. Y todo con la esperanza de salir, de una vez por todas, de la miseria del retrete, la cocina de carbón, la nevera de hielo, el pesado recorrido (cargadas ellas con el cesto de la ropa sucia) hasta la lavandería común. Y las literas de los niños. Y todo para alcanzar, tras ímprobos esfuerzos, la gloria del piso con baño, la nevera eléctrica Westinghouse y, por fin, para el señor de la casa, el currante, el pater familias, el “sisenstot ” a la puerta de casa.
Intraducible al castellano, este diminutivo, a la vez guasón y cariñoso del Seat 600, la gran esperanza blanca de nuestros padres. De tal guisa, madres e hijos nos organizábamos para la sesión continua de los jueves. En la cesta, la gaseosa, los bocadillos y las bolsas de pipas. Echaban dos películas, dos, con su intermedio y el NO-DO, el noticiario franquista “al alcance de todos los españoles”. Entrábamos con los albores de la tarde y salíamos bien entrada la noche. Porque, sencillamente, no bastaban dos horas para olvidar ese otoño gris que nuestras madres llevaban pegado en sus raídos abrigos y en las suelas de sus zapatos, pero, sobre todo en su mirada. Unas miradas de luchadoras que no se rendían ante nada ni ante nadie. Lo resistían todo, la metralla de los críos y la obsesión del marido sacándole una y otra vez el brillo al sisentot todos los domingos por la mañana.

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14.10.06

Gato: Cualquier cosa es posible


Desfile de reflexiones ante una esquina / Solsticio de verano

Los recuerdos aislados de la vida no son más que inexactitud y duda: aparecen y desaparecen como la espuma de las olas.
Desconozco la tendencia y duración de la última moda en corbatas. Quiero pensar que con la seda siempre ser acierta...
Una vez descifrado el universo boca abajo, ¿es posible que todo el énfasis resida entre tus piernas?
Creo que tengo un futuro sugerente: románticas noches de agua mineral y Fortuna Lights, y amaneceres encantados con Nescafé descafeinado y aspirinas.
Las pisadas de la luna sobre el mar deslumbran mis pensamientos sobre ti. Olvido intencionado: anoche dejé puestas mis gafas de sol en tus ojos.
Cada día nace para mí con la misma perspectiva (el dibujo de la persiana en el armario), y es cada vez más difícil encontrar nuevas ideas que adornen los días. Habrá que improvisar. (Creo que en esto soy bastante buena).
Cada vez que juego contigo al póker descubierto, la reina de diamantes acaba enamorándose de mí. ¿Será porque yo siempre pongo mi corazón en el juego...?
Todos los días seguirán funcionando normalmente. (Es esto lo que me da miedo).
Esto de escribir cartas a veces me parece un extraño entretenimiento. Y es que es todo tan raro... yo, la carta, la noche... Y la seguridad de que todo sigue rodando (el universo), y al fin y al cabo, y aunque nunca pasa nada, sabemos perfectamente que cualquier cosa es posible...

Mariajesús García, “Gato”: Carta semanal fechada el 15 de junio de 1987, una de las disciplinas “obligadas” del Grupo Fulano De Tal, formado por Melvidius Urpí (Jordi Gasch), Gato (Mariajesús García), Pino (Leopoldo Vignoli), Susa (María Jesús García), Lluís Bardía (Lluís) y Lorens (Arturo Montfort).

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El tamaño del mundo (el Zeppelin Fujicolor)


Otra vez pasa el Zeppelin Fujicolor delante de mi ventana. Y van...
Diario de un cronopio, sábado 11 de agosto de 1991
“Las tardes de lluvia son siempre así: una melancolía vaga, añoranzas no yo mismo sé de qué, mi vida que parece acabar en la ventana y, más allá de la ventana, en la tristeza de los árboles que de repente se me antojan humanos, Personas que conocí o no existen, una a una frente a mí. Haciendo señas. Ganas de un gato. Ganas de escuchar la Patética en la radio. De un patio con sol, un estanque, patitos.”
António Lobo Antunes: El tamaño del mundo, Babelia, EL PAIS

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13.10.06

SALVADOR: Uno de los nuestros



Comenzaremos diciento que las imágenes que acompañan los títulos de crédito, en su elección y composición (ese juego del colage, mezclando el color y el B/N) resultan más que un adelanto, un resumen impresionante de lo que se va a contar a continuación y de lo que el espectador avisado podrá “leer entre líneas”. Una idea: el icono del Che Guevara aparece en ese colage pero no así a lo largo de toda la película. Un ejemplo: es difícil entender el impacto y frustración que supuso para muchos jóvenes “revolucionarios” (porque ahora, que la revolución no existe, ya no es preciso exorcismo alguno, basta con entrecomillarla) el golpe de Pinochet. El cese fulminante de la llamada vía democrática hacia el socialismo, su trágico y previsible final, personificado en la patética imagen de Salvador Allende, metralleta en mano (anacronismo donde los haya), asomando con su desmadejada chaqueta y su mirada extraviada, por la puerta trasera del Palacio de la Moneda.
A pesar de sentirme absolutamente implicado en la argumentación de la película me atreveré a afirmar que Salvador (Puig Antich) es una espléndida, fascinante, entrañable y dolorosa película en la que Manuel Huerga consigue conciliar como nadie la tradicional dualidad “historia personal con trasfondo histórico” con la que tantas películas han hecho su agosto. Pocas, también hay que decirlo, han conseguido la verosimilitud y efectividad de tal fusión. Se me ocurre ahora mismo la monumental “Hiroshima mon amour, 1959” (ya hablaremos de ella en otra ocasión) del gran Alain Resnais. Cuando eso ocurre, cuando no puedes discernir entre lo de fuera y lo de dentro, sencillamente te quedas atrapado en la butaca para siempre. Quiero decir, que esa película deja de ser una película para convertirse en una noticia más (herida o silencio) de tu personal e intransferible historia sentimental.
Todo parece indicar que Manuel Huerga sabe lo que se hace: asumir el riesgo. Entre la objetividad y el subjetivismo opta por la parcialidad. Así pues, por esta cuestión no discutiremos. Vale, Puig Antich no era un angelito, ¡pero es que nosotros tampoco! Porque éramos bastantes los que estábamos de acuerdo con la lucha armada y sólo algunos lo que dieron el salto y la pusieron en práctica. Por eso mismo afirmo que Salvador era uno de los nuestros. Claro, siempre están los que mean fuera de tiesto y acaban mojando el suelo. Se llenan la boca de palabras porque éstas –las palabras- y la propia historia acaba emboscando su ideología miserable. O peor, su cobardía. Y su miedo.
Asumido este escollo (o remilgo) la película consigue sobradamente el grado de verosimilitud y veracidad personal e histórica que se le exige. Y lo hace con argumentos cinematográficos, como no podía ser de otra manera, ya que estamos hablando de cine. La peli avanza de forma trepidante, ofreciendo ese punto de ebullición que separa la danza de la realidad (eso que nunca controlamos) de nuestra propia historia, esa caja negra que se resiste a ser destruida una vez el viaje acaba hecho trizas, mostrando momentos felices e irrepetibles de unos individuos que se negaron para siempre jamás a repetir el pensamiento único y derrotista de sus mayores, que se enfrentaron, algunos hasta las últimas consecuencias, a los dos pecados capitales de las víctimas del tardofranquismo (y de toda dictadura que se precie): el miedo y la sumisión.
Por supuesto, la película brinda regalos adicionales. Los sueños de dos jóvenes agónicos e irresponsables. Porque hasta nueva orden, y según mis noticias, la juventud es audaz e irresponsable. Basta con que le dejen un pequeño resquicio por donde asomar su rabia infinita. Y la última ofrenda, y no la menor, ese descarnado alegato contra la pena de muerte, quizá la mejor foto finish de la infamia del poder: el garrote vil. Mil veces vil. Quina putada! Exclamó Salvador (Puig Antich) cuando contempló, lívido, esa máquina de matar, tan autárquica y tan cutre.
Manuel Huerga: Salvador (Puig Antich), 2006, Productor: Jaume Roures, Ambientador: Fito Fernández, Diseño Créditos: Jon Bunker, Fotografía: David Omedes, Música: Lluís Llach. Reparto: Daniel Brühl (Salvador Puig Antich), Tristán Ulloa (Oriol Arau), Leonardo Sbaraglia (Jesús),Joel Joan (Oriol), Celso Bugallo (Padre Salvador), Mercedes Sampietro (Madre de Salvador), Olalla Escribano (Imma), Carlota Olcina (Carme), Bea Segura (Montse), Andrea Ros (Mercona), Jacob Torres (Petit), William Miller (Cri-Cri), Ingrid Rubio (Margalida), Leonor Watling (Cuca)

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12.10.06

BOUTADES: Ramon de España vs. Marcel Proust



MARCEL PROUST: A la recherche du temps perdu

"Un sujeto ambiguo, aficionado a las fiestas de ringorrengo, moja una magdalena en una taza de té y acto seguido escribe siete tomos de recuerdos carentes del menor interés."
Diario de un cronopio, 17 de julio de 1991

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9.10.06

Quémate las cejas pensando en lo que te dé la gana



Haruki Murakami: TOKIO BLUES Norwegian Wood
“Te estoy escribiendo esta carta aprovechando que has ido a comprar unas Coca-Colas. Es la primera vez en mi vida que le escribo una carta a alguien que está sentado en un banco a mi lado. Pero es la nunca manera que he encontrado para comunicarme contigo. Porque apenas escuchas lo que digo, ¿no es cierto?
"Hoy me has hecho algo terrible. No te has dato cuenta siquiera de que he cambiado el peinado, ¿verdad? Después de tanto tiempo que he tardado en dejarme crecer el pelo, a finales de la semana pasada por fin logré hacerme un peinado más o menos femenino. Pero tú no te has dado cuenta. Y yo que pensaba que estaba bastante mona y que, después de estar tanto tiempo sin vernos, te sorprenderías..., pero no te has fijado. Esto es el colmo, ¿no crees? Quizá no recuerdes qué ropa llevaba puesta. Yo soy una chica. Por más cosas que tengas en la cabeza, ¡podrías prestarme un poco más de atención! Hubiera bastado con una frase al estilo: “Te sienta bien este peinado”. Te hubiera perdonado que fueras a la tuya, que pensaras en qué sé yo.
“Por esto te he dicho una mentira. No es cierto que hay quedado con mi hermana en Ginza. Hoy pensaba pasar la noche en tu casa. Dentro del bolso llevo el pijama y el cepillo de dientes. ¡Ja, ja, ja! Parezco idiota. Si no me has invitado... En fin, te importo un rábano y, por lo visto, quieres estar solo, así que te dejaré en paz. Quémate las cejas pensando en lo que te dé la gana.
“No creas que estoy enfadada contigo. Sólo estoy triste. Porque tú has sido muy amable conmigo y, a cambio, no he sabido ayudarte. Tú siempre estás encerrado en tu propio mundo y, cuando llamo a la puerta, “toc, toc”, te limitas a levantar la cabeza antes de volver a encerrarte.
“Ahora te acercas con las Coca-Colas. Parece que tengas la cabeza en las nubes. He deseado que tropezaras, pero no te has caído. Ahora acabas de sentarte a mi lado, te estás bebiendo la Coca-Cola a sorbos. Deseaba que al volver hubieras caído en la cuenta y al fin me dijeras: “¡Anda, pero si te has cambiado de peinado!”. Pero no ha habido suerte. Si te hubieras fijado, hubiera roto esta carta y hubiera dicho: “Vámonos a tu casa. Te haré una buena cena. Y luego nos iremos a la cama los dos juntitos”. Pero eres tan insensible como una plancha de hierro.
“Adiós.
“P.D. A partir de ahora, aunque me veas en clase, haz el favor de no dirigirme la palabra.”
Haruki Murakami: TOKIO BLUES Norwegian Wood, (fragmento), Tusquets Editores, Barcelona 2005

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8.10.06

Isadora Duncan: ISADORABLE




“Recuerdo esta película como una especie de sueño. La vi cuando tenía ocho años en un cine de programa doble, comiéndome un bocadillo de mortadela con mis padres. La película empezaba con Isadora de niña quemando el certificado de boda de sus padres (de lo cual deduje que casarse era algo horrible, sentimiento que me ha durado hasta ahora, aunque si fuera gay me casaría inmediatamente sólo para fastidiar). También recuerdo que había un banquete de fresas con nata servido por bailarinas semidesnudas, que ella tenía un montón de novios y que moría estrangulada por un Hispano Suiza. Todo me parecía exótico, excitante y fantástico (menos lo de morir estrangulada).
Isabel Coixet"Nací a la orilla del mar. Mi primera idea del movimiento y de la danza me ha venido seguramente del ritmo de las olas…"
Isadora Duncan: Mi vida
Isadorable la llamaba Picabia. Recuerdo esta película como un momento de éxtasis. La vi cuando todavía era joven, y si bien en aquel momento me pareció extravagante y un tanto histriónica, luego, al leer su autobiografía, comprobé que no estaba ni mucho menos alejada de la realidad, al menos de la realidad tal como la vivió la propia Isadora.
Me enamoré al instante de ella. Como los colegiales de sus profesoras. Bueno, de ella y de Vanessa Redgrave, todo sea dicho. Me impresionó, especialmente, ese instante en el que Isadora Duncan besa los labios de sus hijos Deirdre y Patrick a través del óvalo de cristal de la ventanilla trasera del viejo Bentley negro que acabaría desplomándose en las aguas del Sena. Accidente absurdo, como cualquier accidente, pero mucho más cruel cuando te arranca las entrañas.
Una escena espléndida tanto por la habilidad de su construcción como por la potencia de su emotividad y que enlaza maravillosamente con el viaje relámpago a París de una Duncan ya madura. Cuando atraviesa un túnel, acompañada de su fiel secretaria Mary Desti, su mente, presa de un acceso de pánico, estalla y se rompe en mil pedazos. Y me digo yo que eso debe ser la magia del cine: la oscuridad del túnel provoca la brutal irrupción de la imagen lenta de sus labios en ese último y gélido beso sobre el cristal trasero del viejo Bentley, que petrificó su vida para siempre. Como un cuchillo hundiéndose en el agua.

Isadora Duncan Mi vida. Autobiografía, Editorial Losada, Buenos Aires, 1938
Karel Reisz: Isadora, UK-FRA, 1968, Vanesa Redgrave, James Fox, Jasón Robards, John Fraser, Cynthia Harris
Maurice Lever: isadora, Circe Ediciones, Barcelona, 1996

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7.10.06

Cada tarde es un puerto


Dice Pedro Ugarte: “Los libros mienten y uno acaba por creerlos. Simulan que la existencia de los otros es más interesante que la nuestra; insisten en que la vida se encuentra en otra parte.”
“Creo que una forma de felicidad es la lectura”, escribió Borges. También aquello de que “Cada tarde es un puerto”, que bien pensado viene a ser lo mismo.
Dijo Julio:
“Voy poniéndote en el pelo cenizas de relámpago y cintas que
dormían en la lluvia
Además te quiero, y hace tiempo y frío”
No me digan que no es verdad. Qué hermosa y triste puede ser la tarde cuando anochece, cuando encendemos un cigarrillo y hacemos una pausa en nuestra lectura para comprobar que, sin darnos cuenta, hemos traspasado el umbral de nuestra vida para meternos de lleno en la de otros. Y que no deseamos regresar. No al menos sin que nuestras heridas sean lo suficientemente honrosas como para que se sepa que hemos luchado hasta el límite de nuestras fuerzas.
Julio Cortazar: Poema, en Ultimo round II
Pedro Ugarte: Los cuerpos de las nadadoras, Anagrama 1996, Finalista del Premio Herralde y Premio Euskadi de Literatura

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