29.3.09

¿Dónde estás, Walter?


Pensaba en la vejez, la variante de la expulsión del paraíso más cabrona, diría yo, en la que no sé muy bien si eres más consciente de tu soledad, está más poblada de fantasmas o, simplemente, se vacía el disco duro, las conexiones y se endurecen las articulaciones. Ante tal perspectiva, procuras no vivir del pasado porque, al fin y al cabo no es más que una ilusoria extensión llena de cadáveres y su olor no es para tirar cohetes. Mi amigo Pedro, el escritor, aportó su particular visión en su excelente novela “Una ciudad sin norte”: “no creas el torpe infundio de que, cuando uno se hace mayor, esa amenazadora sombra (la del miedo) se disipa”.
En esto andaba yo, es decir, la luna descansaba sobre el agua de un presente incierto, mientras Walter (The Visitor, 2009), un veterano profesor universitario que ha perdido el interés por todo lo que le rodea, pero, sobre todo, por sí mismo, borra con típex la fecha del programa escolar para “actualizarlo” al año en curso. Es el mismo programa que viene repitiendo desde hace años. “La vida es corta, y aún así nos aburrimos”, decía Jules Renard, el rey de las citas, como ustedes ya saben de sobra.
- ¿Dónde estás Walter? – me pregunté a mí mismo, sentado en mi butaca.
Walter es el protagonista de "The Visitor". Lo busqué en la gran pantalla, como a Willy, entre miles de personajes y me costó sudores encontrarlo.
Finalmente lo hallé encerrado dentro de una caja vacía desde donde procuraba pasar desapercibido, mientras intentaba en vano aprender a tocar el piano, de la que su mujer (fallecida) había sido una virtuosa. Esa caja vacía que era Walter se vio alterada por dos personajes de carne y hueso, dos ingenuos ocupas, emigrantes sin papeles, de los que se hizo amigo y “protector” y con los que aprendió a tocar el tambor.
El síndrome binómico impera allí por donde pisamos. Para unos la peli es un sinsentido. Para otros, el final podría es demasiado triste para un domingo por la tarde. Al abandonar la sala, los comentarios, como siempre daban para todo. Yo me quedé con la imagen de Walter de vuelta al puzzle, pero ahora más contento, tocando su "bongo", sentado en un banco en el andén del metro.
Salí del cine como recién salido de un masaje. En el galimatías para abandonar el Floridablanca (te puedes perder buscando los lavabos), lo mejor es hacerlo por la salida de emergencia. En esto, soy un experto. Nunca mejor dicho.
Thomas McCarthy: The visitor, 2007. Guión: Thomas McCarthy. Reparto: Richard Jenkins, Haaz Sleiman, Danai Jekesai Gurira, Hiam Abbass, Marian Seldes

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21.3.09

Fuego en el cuerpo


Me quité los Walkmans y cacé al vuelo el nombre de la chica de fantasía. Se llamaba Irene. Jugueteaba con uno de sus bucles dorados y con la banda de terciopelo azul que adornaba su pelo. Parecía un anuncio de mis sueños eróticos: sus grandes gafas de concha amarilla, sus encarnados labios y esa camiseta de color marfil marcando sus pezones. Su falda corta y plisada, con topos de colores festivos, incluida esa apertura lateral PARA CASTIGAR AL PERSONAL. Su wambas deportivas, sus calcetines de tenis, blancos con listas rojas y azules, sus braguitas de Walt Disney, aparentemente inocentes si no fuera por sus estampados con elefantitos, jirafas y gatitos. Eso cuando no cruzaba sus piernas y yo la miraba con mis ojos de presidiario tras la alambrada. Todo un clásico.
Cuando se levantó de su asiento y se alejó lo hizo a saltitos como la gacela de sus braguitas. Escapó entre las irreales calles de aquella isla comercial, no sin antes devolverme, por fin, una mirada con cola de pavo real que yo interpreté temerariamente como una promesa y, en aquel momento sentí la ineludible necesidad de marchar tras ella, de huir tras el rastro de su perfume liviano y de su sombra desvaneciéndose entre los angulosos reflejos de los escaparates y los requiebros de sus esquinas de cristal, al abrigo siempre de aquellas paredes estucadas de blanco. Pero naturalmente no lo hice porque allí estaba el DON, Don Corleone, claro, es decir, mi padre, “quieto parao chaval, ¿dónde te crees que vas?”. Le odié profundamente, casi hasta la hora del almuerzo.
Aunque por una vez no le hice puñetero caso y partí tras la pista de Irene, desoyendo sus amenazas. Peñíscola aparecía rebosante de bañistas satisfechos pero con una prisa inexplicable para alguien que está de vacaciones pero, sobre todo, para un jovenzuelo como yo que no tenía otra misión, de momento, que la de aburrirse. O de comprar el periódico, los helados para el postre o recoger el encargo del súper. Y la paella, la copia de las llaves del apartamento, las cajas de cervezas. ¡Horrible! Créanme. Hay gente que sólo vive del tengo que hacer o peor todavía, del tenemos que ir a... Mi madre era la número uno. Y el resto no le iba a la zaga. Todos iban con prisa. Prisa para ir al súper y luchar a brazo partido en la cola de la caja, prisas para llegar pronto a la playa y tostarse bajo el sol, prisa para dónde el quiosco, a tomar el aperitivo, a la peluquería, al cajero automático. Luego estaban los oriundos que digo yo, individuos poco proclives a la emoción fácil como no fuera su engañosa indiferencia y su obsesiva clasificación del turismo en se gastan la pasta o no se lo gastan. Turismo con clase o los mataos, los muertos de hambre, los trotamundos con mochila. Grandes sufridores, los oriundos, siempre dispuestos a hacer su agosto y a no cerrar la tienda hasta la hora del telediario de la noche.
Cuando regresé al apartamento cutre, el castillo del Papa Luna parecía una lámpara china colgada de un techo azul marino de papel de regalo. Su brusca aparición ante mis ojos fue tan refrescante como abrir el buzón del día y encontrarme con una postal de Islandia repleta de icebergs y valkirias en TOP Lees. En casa me esperaban cariacontecidos como siempre, como guardando luto por cada día a restar del saldo real de vacaciones y, además, ofendidos por mi súbita desaparición pero, sobre todo, por mi falta de disciplina. Como sospechando el desastre. El desastre era, en realidad, que no hicieran nada potable en la tele y que se vieran obligados a conversar. Sin duda lo peor de las vacaciones.
- Necesitas distraerte-, me dijo el DON, dispuesto a remover la herida de mi supuesta melancolía. Déjalo, le decía mi madre. Es la edad. Qué coño de edad, sugería él sutilmente. - Yo a su edad...
Ensaladilla rusa y croquetas. Otros han muerto por menos que eso, aunque la mirada severa y a la vez, edulcorada de mi madre retardaba, un día más y otro también, mis deseos de pasar al motín, con todas sus consecuencias. Es imposible describir su sonrisa empalagosa cuando recitaba hoy-hay-cro-que-tas. ¿Hasta cuando, pensé? Sí, es verdad, me perdí un día más en alguna parte de mi supuesto y querido atlas formativo, ese que algún día me haría UN HOMBRE DE PROVECHO y allí me quedé quieto como una estatua. Mi padre, con su exquisitez habitual espantó las moscas que revoloteaban frente a mi cara: “¿Se puede saber en qué estás pensando? Este crío siempre está en Babia”.
Aunque por esta vez no era del todo cierto. No, no estaba en Babia, estuviera donde estuviera ese país o lo que demonios fuera, sino tras la pista de Irene. Irene la escurridiza. Irene la hermosa gacela. Me recordé a mí mismo siguiendo a Irene por calles angostas entre el resplandor de los claroscuros de las primeras horas de la tarde, avivando el paso para no perderla, doblando la esquina justo donde el estanco, la señora obesa con el trailer del bebé y el turista anglosajón parpadeando ante las postales. Ejecutando mi lema preferido, ese que estaba reemplazando mi vida por otra, todavía más atormentada y dolorosa, pero excitante a la vez. ¡Hazlo ya!, le dijo Katheleen Turner al guaperas del bigote en aquella peli, Fuego en el cuerpo, que me tumbó de un puñetazo en la nariz. Yo, más modesto que William Hurt, la agarré del brazo y le dije, nos conocemos del Insti, ¿no es verdad?

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20.3.09

El síndrome de Bolonia


Al fin y al cabo era un poli, lo último que podía esperarme al abrir la puerta a las diez de la mañana. ¿Lo normal? Una vecina a por una prenda que se le ha escurrido de las manos mientras recogía la colada, pensando vete a saber qué. ¿La presidenta de la Comunidad intentándome colarme su nueva idea de las placas solares?
Lo dijo Katharine Hepburn (Leonor de Aquitania), en la inolvidable película “El León en invierno”, cuando, después de una bronca descomunal con Peter O’Toole (Enrique II), y mirando exhausta a la cámara exclamó: ¡“En qué familia no hay miserias”!
Al fin y al cabo era un poli y la mayoría no consiguen olvidarlo. Se pasan demasiadas horas de servicio intentando no parecer humanos. La cara les queda así. Llevaba las esposas preparadas en una mano y el manual de autoayuda de los Mossos d’Esquadra en la otra. Además iba sólo, costumbre plagiada, inevitablemente, de las costumbres anglosajonas. ¿Quién no recuerda la pareja de guardias civiles cruzando el monte, con su tricornio y su capa? Aunque, los catalanes somos así de especiales. Miramos hacia Europa pero a veces el estrabismo nos hace mirar a los USA.
Yo estaba tan tranquilo escuchando a los Beach Boys, los chicos de la playa, el mejor grupo vocal de la historia del rock (nunca suficientemente reconocidos). Me detuvieron por escándalo público. Una confusión, por supuesto. Intenté explicárselo al poli pero, como en las teleseries, no me dejó ni abrir la boca. Lo del escándalo lo averigüé más tarde, en comisaría, durante el interrogatorio. Tampoco me explicó mis derechos, lo que todavía agudizó más mi confusión.
Probé a poner cara de un Karl Marden compungido, pero ni así. Empecé a ponerme nervioso de verdad cuando, en el segundo interrogatorio, ya con menos contemplaciones, empezaron a hablarme de "El síndrome de Bolonia” y alguien exclamó, con tono acusatorio:
- Éste es, sin duda, uno de los cabecillas.
Y entonces, y ya en plena fase de descomposición, recordé a K. y también a Catherine. Me miré a mí mismo, tal como nos aconsejaba nuestra profesora de Yoga, y sólo encontré los restos de un naufragio. Y acabé susurrando por lo bajini:
- ¡En qué familia no hay miserias!

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14.3.09

Benvinguts a la infància

Avui ens hem emportat a la Samrawit a l'hotel i dema agfafem l'avio cap a Barcelona.
La nena es molt guapa i riallera pero tambe s'enfada enseguida quan no li dones el que vol.
Us envio una fotode la family.
Per altre part, Addis Abeba es una ciutat de contrastos plena de gent de difents etnias, de caos circulatori.
Los críos siempre quedan a todas horas con sus amigos. Son un caso."
J.D.Salinger: El guardián entre el centeno

No es –no- la añoranza de la infancia, de la que no tengo añoranzas: es la añoranza de la emoción de aquel momento, la tristeza de no poder leer ya por primera vez aquella gran seguridad sinfónica.”
Fernando Pessoa: Libro del desasosiego

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8.3.09

La cabeza de una Barbie pegada a la nevera




Ahí estaba.
Me quedé plantado frente ala nevera, observando durante no sé cuanto tiempo, mirándola como un imbécil.
Pegada a la nevera, el pelo sujeto a la puerta gracias a uno de mis imanes con frutas tropicales, había la cabeza de una Barbie. No recordaba haberla dejado allí. Ni siquiera recodaba que tuviera una. Y diría que se trata de la clase de cosa de la que uno se acuerda.
Llevé la mano hacia la cabecita de plástico, y ésta se balanceó suavemente chocando contra la puerta con un ligero tac. Se giró un poco, lo justo para que Barbie me mirara con un interés tenso, estilo perruno. Le devolví la mirada.
Sin saber a ciencia cierta qué hacía o por qué, abrí la puerta del congelador. Allí, cuidadosamente dispuesto sobre la bandeja del hielo, estaba el cuerpo de la Barbie. Le habían arrancado las piernas y los brazos, y el cuerpo había sido separado a la altura de la cintura. Las piezas estaban pulcramente colocadas, envueltas y atadas con un lazo de color rosa. Y una de las manitas de la Barbie sostenía un pequeño complemento: un espejito de mano Barbie.
Ya no cabía duda sobre quién había estado en mi apartamento. A menos que me tragara la idea de que algún extraño, por razones desconocidas, había elegido al azar mi apartamento como el lugar ideal para enterrar a una Barbie decapitada.
Jeff Lindsay: Dexter, el oscuro pasajero (Darkly Dreaming Dexter), books4pocet, 2008
Televisión, Canal Fox: Dexter, Primera Temporada

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7.3.09

Matar hace que me sienta mejor


Sonreí al tipo que tenía delante, en el espejo del lavabo, durante mi acostumbrada visita a los aseos justo antes de salir a desayunar. Sonreí brindándole mi sonrisa más reconfortante y desafiante a la vez. Una sonrisa que decía tampoco-soy-tan-cruel.
Suelo ir a desayunar a “La Caverna”, el bareto de Carlos, un tipo fan de Liverpool, del Liverpool Footbal Club pero, sobre todo de los Beatles. Su pequeño establecimiento está invadido de postres y fotografías del famoso grupo de Liverpool. Un buen lugar para tomarme el bocata de jamón.
De vez en cuando lo hago, desayunar, con algún colega de la oficina. Pocas veces. Sólo a los que aprecio, aunque ya sé que hago mal en aludir a este sentimiento, ya que hace tantos años que ni me acuerdo cuando lo perdí, si es que alguna vez lo tuve. Renuncio a hurgar en posibles traumas infantiles. Salvo excepciones novelescas, casi siempre acaba todo en meras hipótesis. Por eso mismo, procuro no airear demasiado esa especie de incursión interna que a veces se parece sospechosamente a lo que podría llegar a imaginarme que deben de ser las emociones, no sea que saque el monstruo que llevo dentro y la acabemos de joder.
Hoy no estoy para nadie. Nada raro, por otra parte, porque hay días en los que, sencillamente, se me nota demasiado mi naturaleza psicótica. De acuerdo, soy un monstruo, pero un monstruo muy pulcro. Ayer, sin embargo, fue una jornada feliz. A las cuatro y media de la madrugada ya no quedaba ni rastro del perro, propiedad del odiado vecino de arriba.
Hay costumbres peligrosas, y crueles, todo hay que decirlo. Como dejar a tu "supuesta mascota” toda la noche en el balcón. Lo dicho: a las cuatro de la madrugada ya no quedaba ni rastro del perro. Me sentí aliviado. ¿Qué digo? ¡Me sentí estupendo! Claro, que difícilmente dejo que un problema trastorne mi rutina diaria. Y créanme cuando les digo que los suelo solucionar todos. Además, para qué mentirles. Matar hace que me sienta mejor.

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2.3.09

Pepe Rubianes: Último round



"No somos nada, pibe, pero qué amigos tenemos.”
Julio Cortazar: Ultimo round II

“No: un clavo no se saca con otro clavo. Un clavo se saca con un amigo.”
Tino Pertierra: ¿Acaso no dijiste que me amabas?



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