31.3.07

Si amanece nos vamos


Llevo una temporada despertándome con el gallo, por mucho que el reloj digital me alerte de que todavía son las 5:30 aprox. A veces preparo una lavadora, otras simplemente hago la cama, echo las prendas interiores y la camisa de la víspera al cesto de la ropa sucia y guardo algunos chalecos o pantalones amontonados en la silla o en el caballero de noche. A esa ahora dan un programa muy Cool y poco Chic que se llama Si amanece nos vamos, título afortunado y con el que me identifico plenamente: cuando amanece, yo también me voy. A freír espárragos como suele decirse. A trabajar a una oficina de cuyo tufo carcelario no consigo acostumbrarme.
Mientras el sol me acaba dando en los ojos y me obliga a levantarme de la silla de mi estudio para cerrar la persiana no puedo menos que recordar aquel día que escuché a esa monja que le contaba al periodista que los hutus estaban ahí fuera con sus machetes y sus lanzas.
- Están ahí fuera con sus lanzas – repetía la monja.
- En cualquier momento deciden entrar y nos matan a todos, ya lo han hecho con los enfermos del otro pabellón, no ha quedado ni uno vivo.
La monja, un tanto angustiada por la imperiosa amenaza de su extinción física, le decía amablemente al periodista
(¡Cómo son estas monjas!)
que le perdonara un momento, que es que están ahí fuera con las lanzas y pueden entrar en cualquier momento, a lo que el puñetero locutor de Radio España, en un alarde de improvisación, y puede que consciente (aunque tampoco lo aseguraría) del alcance de la entrevista (y, por eso mismo, abrumado) respondió que ya era muy buena señal que aún no hubieran entrado. Comentario tan estúpido que la monja no pudo por menos que atajar con un bondadoso aunque enérgico
- No, si paciencia ya tienen, ya.
Parece un cuento pero lo que acabo de narrar es absolutamente cierto. Todo el mundo recuerda la masacre de Ruanda, pero no esta entrevista que yo pillé de pura casualidad. Masacre por parte de los hutus sobre los tutsis. Facciones de hutus se lanzaron al monte y degollaron a todo tutsi que encontraban, pero también – cuentan - a los hutus moderados. Nada nuevo por sutil que parezca. A Monadas Ghandi le mató un correligionario hindú por contemporizar con los musulmanes. Hoy mismo los chiís y los sunnís se devoran cada día. Es un banquete que no acaba ni en los postres. Porque cuando el universo se hace más pequeño, cuando se reduce a la mínima expresión, la violencia adquiere su carácter más aberrante. Y una vez se ha llegado al odio más tribal, a la frontera más cercana, al enemigo más próximo, el amigo o el hermano, entonces el regreso es imposible.
No se engañen, no me considero mejor que esos vengadores que andan por ahí. Para no ir más lejos (y como dijera un cómico de sobras conocido), cada vez que oigo a Wagner me dan ganas de invadir Polonia.
En el bar donde tomo el último café del día, la jefa le dice al camarero
- ¡Espabila! Atiende las mesas de fuera.
Es viernes por la tarde. La orden de la jefa suena descortés, aunque yo diría más. A esas horas de la tarde, el silbido de la jefa me taladró el oído, convirtiendo en turbio un momento de planeada placidez. Simultáneamente a la bronca, un grupo de mujeres, más bien maduras y bien vestidas, sonrientes y algo excitadas ante la perspectiva de una tarde de compras, entraron en el local y le largaron al camarero patoso:
- ¿El café vale 80 céntimos?
A lo que éste, devolviéndoles una sonrisa ingenua, más propia de un inmigrante sin papeles, respondió sin inmutarse, sin acabar de espabilarse, todo sea dicho, sin conocimiento aparente de la actualidad de la semana:
- El café vale 90 céntimos.
Por el café serán 90 céntimos como dice el camarero patoso, pero por un cortado 95. Me lo tomo en un bar próximo a la plaza de Francesc Macià. Todo eso, mientras llego a la misma conclusión que Vila-Matas cuando dice que “Hay personas que siempre se encuentran bien en otro lugar.” En mi caso no deja de ser un recurso mental, aunque quizás sería mejor llamarlo un truco simplemente. Es decir, casi siempre me encuentro mejor en otro lugar de aquel en el que estoy. Se trata claramente de no perder en ningún momento la perspectiva de la fuga. Es una especie de tara genética, de tic nervioso, de proceso degenerativo del que, sin embargo no puedo hacer ascos, a no ser que pretenda arriesgarme a padecer un ataque de nervios, o algo todavía peor, no sé, alguna idea salvaje. Invadir Polonia, por ejemplo.
Fotografía obtenida en FRONTERIZOS
http://fronterizos.wordpress.com/2007/03/13/genocidio-pero-sin-cobertura-en-directo/

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30.3.07

Juan Manuel García Ferrer: Cuentos de la luna pálida tras la lluvia de agosto

Así entendí en una ocasión que podía traducirse Ugetsu Monogatari, la película de Kenji Mizoguchi.
Lo de "monogatari", que aparece por varios títulos japoneses, pronto pude deducir que debía corresponder a algo así como "cuentos". Como una demostración más de lo sintético y lo sincrético de todo lo oriental, tan enigmático y atractivo, pensaba que el "ugetsu" daba pie a todo lo demás?
Por una TV-2 ("el UHF", que decíamos entonces) que lamentablemente va perdiéndose en el recuerdo, entre ciclos de Nicholas y Satyajit Ray, de Mae West, de John Ford... pasaron una vez un ciclo de Mizoguchi. Poco preparado para recibir de sopetón, sin orientación previa alguna, una aportación tan exótica, imposible de pescar ni por asomo por un cine de entonces, rápidamente elaboré una vergonzosa clasificación de uso interno sobre el cine japonés, que debía obedecer, en realidad, a los dos divergentes estados de ánimo con los que, según el día, me enfrentaba a las películas del ciclo. Por un lado, estaban los japoneses nerviosos (distraído, sin pescar una). Por otro, los sabios orientales proveedores de placidez (concentrado, estando en sintonía). Sin ninguna duda, Ugetsu Monogatari formaba parte de este último grupo.
En realidad, la ubicación de los Cuentos de la luna... dentro del grupo del cine japonés de la placidez, se debía a una escena cuya belleza me dejó boquiabierto, y que es el motivo de estas líneas. Llegado un momento, la cámara, en exteriores, se ponía a girar lenta y majestuosamente. El giro por la vegetación llevaba, tras la vuelta completa, a un prado. En el prado, sobre una manta, o así me lo pareció entonces, dos amantes retozaban. Había pasado el tiempo, pero la felicidad continuaba.
Ahora, con tanto vídeo, D.V.D. y otras hierbas, puede desaparecer, de muerte violenta, todo recuerdo cinematográfico. Las cosas resulta que ya no son lo que eran, y, además, no hay excusa para mantener lo contrario. Aún sin todos estos avances técnicos de las evidencias homicidas, la lectura de uno de los libros de cabecera que se pueden señalar como impulsores de la pasión por el cine, el "Jean-Luc Godard por Jean-Luc Godard" (ese en el que podías leer por primera vez frases que se han asociado de por vida a la escritura cinematográfica: "Si la fotografía es la realidad, el cine es la realidad 24 veces por segundo"; o "Si el cine no existiera, Nicholas Ray, por sí solo, da la impresión de que podría inventarlo"), te avisaba, una vez repuesto de la emoción de ver que nada menos que Jean Luc Godard coincidía con ciertos de tus momentos estelares de cine, de que la escena en cuestión podía ir en realidad, quizás, por otro lado. Una visión posterior de la misma película te llevaba asombrosamente a la conclusión de que la placidez y emoción que trasmitía la cinta se hacía esperar, mientras que te ofrecía una escena distinta de panorámica, bella como la del recuerdo, pero diferente. Quizás es mejor no seguir. ¿Para qué ser estrictamente fiel a lo visto, leído? ¿Por qué salirse del recuerdo elaborado con paciencia a lo largo de los años, si es ese y no otro el que nos ha hecho amar al cine, a los libros...? La escena de los Cuentos de la luna pálida tras la lluvia de agosto será en realidad como cualquiera puede verla en una videoteca, pero la mía era una escena de exteriores, como dicho, que mostraba lo que se distinguía desde una ladera de montaña. La cámara giraba, te hacía seguir el movimiento circular mientras te daba tiempo para apreciar la bondad del día y, por ende, la felicidad del momento, que se eternizaba hasta hacerla imperecedera cuando, tras el giro, aparecía, en medio de la ladera desde donde se había iniciado la visión, pero posiblemente mucho tiempo después, disfrutando de ese maravilloso día que no debería acabar nunca, la pareja de amantes.
¿Qué importa si lo que reflejan las películas, cintas, discos, es otra cosa?
© Juan Manuel García Ferrer
De la revista LITERATUYA escribo porque escribo y porque tú
Construida y dirigida por Ferran Jordá y Arturo Montfort
http://www.literatuya.com/informes-literatura/cuentos_de_la_luna_palida_tras%20_la_lluvia_de_agosto.htm
Presentación de J.M. García Ferrer en Literatuya:
Cree él que un antiguo cronopio (¿pero existieron alguna vez 11.000 vírgenes?), preocupado y malhumorado -esto sí que es rigurosamente cierto- al comprobar un día sí y al otro también que ya está casi completamente convertido en un auténtico fama.
Por lo demás, una víctima imperdonable de ese mal del que adolecían muchos personajes de Chejov, siempre autocompadeciéndose por no haber hecho aquello que, desde siempre, decían que querían hacer.
Escribir, lo que se dice escribir, mayormente ha escrito emilios (en los últimos años), informes (pero de otro tipo: no es esto, no es esto) y cartas más o menos formales (acabadas siempre atentamente), todo ello en el trabajo que le ha permitido dilapidar un dineral en cine, libros, exposiciones y viajes. Escritos suyos que hayan salido por papeles públicos habría que buscarlos por La perspectiva infinita del Full dels Enginyers, por antiguas revistas de cine (Cinema 2002, Cinema 2001, Nueva Lente, Dirigido Por) o de geografía, y por libros editados por la Associació d'Enginyers de Catalunya, casi todo ello en colaboración con el buenazo (e introductor, que si no, nada) de Martí Rom.
También le gustan los pastelillos de Gloria, pero sólo se encuentran en Barcelona del Pilar a Navidades, y, además, engordan.

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24.3.07

El gran queso del aire


Esto no es un informe, es una tortuga
Como todo el mundo sabe, un cronopio es una criatura imaginada e inventada por Julio Cortazar. Lo hizo junto a las famas y esperanzas. Aparecieron por primera vez en su libro de cuentos de 1962, Historias de Cronopios y de Famas.
En sus relatos, Cortázar soslaya una descripción física precisa de los cronopios. Se refiere a ellos como "objetos verdes y húmedos". Los relatos, sin embargo, proporcionan claves acerca de la personalidad, sus hábitos y sus inclinaciones artísticas. Podríamos decir que, en general, los cronopios son presentados como criaturas ingenuas, idealistas, desordenadas, sensibles y poco convencionales, en claro contraste con los famas, que son rígidos, organizados y sentenciosos; y los esperanzas: simples, indolentes, ignorantes y aburridos.
Aclaraciones
Los cronopios cada vez que encuentran una tortuga sacan la caja de tizas de colores y sobre la redonda pizarra de la tortuga dibujan una golondrina.
Porque los cronopios no escriben cartas (ni informes, como las morsas) sino tortugas, por eso mismo el 12 de febrero de 1983 (cuatro meses justos antes de su muerte) Julio Cortazar le escribe a Roberto López, en Suecia, una carta que empieza así: esto no es una carta, es una tortuga.
Con los cronopios nunca se sabe. Cuando Marina y Paco, desde Estocolmo, donde fundaron un
Club de Cronopios, le enviaron a Julio un cronopio verde (antes le habían regalado uno de color rojo a Pablo Neruda), éste contestó que, cuando abrió el paquete, el cronopio se moría de risa mirándome, y yo lo tomé en mis brazos e inmediatamente se hizo pis en mi pulóver de cachemira, cronopio desgraciado.
Los cronopios, en lugar de un tratado de García Márquez o una rubia de costumbres elásticas, eligen casi siempre una banana. Además, detestan los bostezos, los practiquen vigilantes jurados, curas o jefes de negociado.
Y casi siempre buscan las explicaciones donde no las hay. por ejemplo, en los cubos de la basura. Dicen: la mano aprende por su cuenta si se la deja, y, entonces, en una de esas agarra el aparato y cuando te das cuenta ya tienes a las señoritas de Avignon. Es decir, hay que darle su chance al azar y a la paciencia, no te parece.

Los cronopios le tienen pavor a caerse de espaldas, piénsese en los escarabajos, ¿o no? Les encanta, sin embargo, las cartas ventiladas (es decir, con sus buenos espacios en blanco) ya que son más elegantes.
Cuando el cronopio debe hacerse una foto para algún trámite oficial, acude al Fotomatón y se
hace retratar de la forma siguiente: las cinco primeras fotos muy en serio, y la última sacando la lengua. Esta última el cronopio se la guarda para él y está contentísimo con esa foto.
En casa de los cronopios se descuelga, de vez en cuando, alguna mosca volando de espaldas y cuando se lo cuentan a algún amigo se produce uno de esos silencios que parecen agujeros en el gran queso del aire.
Algunos cronopios sólo necesitan un metro cuadrado para vivir lo que se dice en su casa y, entonces, se encuentran con infinitos problemas porque en realidad nadie tiene un metro cuadrado sino muchísimos metros cuadrados, y vender un metro cuadrado en mitad o al extremo de los otros metros cuadrados plantea problemas de catastro, de convivencia, de impuestos y además es ridículo y no se hace.
Julio Cortazar: Manual de cronopios. Madrid, ediciones e la Torre 1992. Introducción de Francisco J.Uriz. Dibujos de José Luis Largo.
Otras explicaciones donde no las hay:
Diversos episodios de Manual de los cronopios
http://www.literatura.org/Cortazar/Cronopios.html
El blog de los cronopios
http://cronopios.net/blog/
El Club de los cronopios
http://www.literatuya.com/cronopios/index.htm
Julio Cortázar habla deHistorias de cronopios y de famas
http://www.geocities.com/juliocortazar_arg/sobrecronopios.htm
La página de los cronopios
http://www.geocities.com/Athens/8559/
Página oficial de Julio Cortazar
http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/cortazar/home.htm
El Club de los cronopios de la revista Literatuya

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20.3.07

Lolita


Cuando los bolcheviques se liaron la manta a la cabeza y tomaron el palacio donde el buen Zar Nicolás pasaba sus inviernos, un jovencito Nabokov, con apenas 18 años, se largó: ¡Pies para qué os quiero! Y paseó su exilio durante unos veinte años por la Europa monárquica para, finalmente, acabar, como todos, en los USA.
Aún tardó casi otros veinte años en escribir un libro que daría mucho que hablar. Lolita es la entrañable historia de Humbert Humbert, un tipo con cierto parecido al gran actor James Mason, pederasta, para más señas. Un escritor, el tal Humbert & Humbert, de tres al cuarto, bastante neurótico, más interesado en las ninfas con faldas volátiles y gafas de fantasía que en ganar el Premio Pulitzer.
Las ninfas eran las hermosas jovencitas que acompañaban a los dioses y diosas en sus correrías. Con frecuencia, el objetivo preferido de los sátiros lujuriosos. No hay nada más atrozmente cruel que una niña adolescente. Eso escribió en su diario Humbert Humbert, el sátiro lujurioso. El encanto nínfulo, dice Humbert el perverso, consiste más o menos en una figura perfecta de púber, ojos de lento mirar y pómulos salientes, pelo suave y delicado rostro lechoso, labios rosados y pestañas casi platinadas. Las ropas serán casi siempre negras o de un rojo oscuro: un pullover negro muy elegante, por ejemplo, zapatos negros con tacones altos y esmalte granate en las uñas.
La historia la vimos todos en el cine: Humbert & Mason se aloja accidentalmente en casa de la señora Haze y se enamora perdidamente de su hija Lolita, una adolescente de doce años. Humbert no duda en casarse con la gorda Haze para estar cerca de Lolita. Humbert es la araña herida, el canturreador, el canalla, el gusano degenerado, el viejito perverso... Charlote Haze es la foca confiada y torpe, la pobre criatura gorda y resbalosa, la gorda puta, la vaca vieja, la mamá abominable envuelta en una áurea nauseabunda.
Lolita es, en definitiva, el espejo a través del cual Humbert pretende, no recuperar la juventud (algo imposible) pero sí el deseo, la ambición de vivir, la hiriente necesidad de recuperar esa mirada perdida con la que mirar nuevos mundos. Deseo y ambición sin los cuales la vejez es mil veces morir. Y esto la gente no lo acaba de entender, tan preocupados andan por la familia, el municipio y el tráfico. Por domar su miopía, su falta de perspicacia. Por disfrazarla, en suma, de indignación, cuando no falsa condescendencia. Thomas Mann lo dejó bien claro en aquella obra que luego Visconti convirtiera en película, Muerte en Venecia, azote de espectadores nerviosos, formados en el toma y daca de la tele: Gustav von Aschenbach, un afamado compositor, hundido en la decadencia física y creativa, se “enamora” de un adolescente llamado Tadzio, de sobrecogedora belleza andrógina.
Todo un clásico en definitiva esto de buscar lo que se ha perdido, aunque, para desgracia de Humbert Humbert, casi nunca se encuentra lo que se busca sino lo que la realidad te da, como si de una limosna se tratara. Y ni los buenos días.
Imagen de Lolita, de Stanley Kubrick obtenida en:

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19.3.07

Quemar a Kafka (haikú)



“Adelgazar

en una calle de Praga”

Leopoldo María Panero: Quemar a Kafka (haikú)
del poemario Teoría, 1973
Dibujo realizado por Franz Kafka, obtenido en
La máquina del tiempo, Revista de Literatura
http://www.lamaquinadeltiempo.com/Kafka/fotosKaf.htm
Leopoldo María Panero, Retratado por Álvaro Delgado (1996)
http://es.wikipedia.org/wiki/Leopoldo_María_Panero

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16.3.07

Los invasores


Aprendiz de cortador, esa fue mi primera colocación. Claro que nunca llegué a usar las tijeras. Para eso estaba Palau, el oficial cortador, ayudado por José, el oficial segundo cortador. Palau era de la gama catalán reconcentrado y José de la de andaluz de pura cepa. Palau y José mantenían esa relación de amor-odio tan característica en las parejas de hecho.
Y de cohecho:
- Este patrón parece un percebe – murmuraba Palau.
- Estas tijeras están demasiado afiladas– respondía José, blandiendo la herramienta como si una navaja toledana se tratara.
Sus puyas más o menos sutiles estaban fundamentalmente orientadas a hacerse la vida imposible. Socialmente, quedaban claramente enmarcadas en el choque de culturas producto del proceso migratorio a la que nos condujo la decadencia de la autarquía económica y el éxito del Plan de Estabilización. Dicho de otra manera, y a la manera de Palau:
- Esos murcianos que vienen a robarnos el pan. – Entendiendo por murcianos la acepción genérica que definía perfectamente el conglomerado polimorfo de andaluces, murcianos y extremeños que aterrizaron en la Estación de Francia huyendo de la miseria en los sesenta. El resto se fue a Alemania.
Opinaba José que los catalanes eran seres soberbios y un tanto retorcidos cuya principal finalidad era amontonar pela y joder a los pobres emigrantes. Palau era, efectivamente, un personaje sibilino, con cierta pinta de amargado y grandes dosis de cinismo. Le faltó tiempo para hacerse eco de una parodia que circulaba en los círculos sociales de baja estofa en relación con la entradilla en off de la popular serie televisiva Los invasores, relativa a una supuesta invasión de la tierra por los marcianos. Dicha entradilla decía así: “Los invasores. Seres extraterrestres de un planeta que se extingue. Su destino: la Tierra. Su propósito: apoderarse de ella. David Vincent lo sabe, él los ha visto. Sabe que los invasores ya están aquí... Su misión, ahora, consiste en convencer a un mundo incrédulo de que la pesadilla ha comenzado.” Mientras se oía esta parrafada, en la pantalla aparecía siempre la imagen en blanco y negro de un David Vincent con el rostro congestionado y un exagerado tic nervioso en el carrillo derecho. Vincent se pasaba la vida perseguido y acosado por unos extraterrestres que habían adoptado forma humana y a los que únicamente podía descubrirse mediante un divertido detalle: su dedo meñique aparecía siempre tieso como el asta de una bandera.
La variante que Palau recitaba con suma complacencia decía así: ”Los murcianos... seres de otra región que se extingue. Su destino: Catalunya. Su propósito: apoderarse de ella. Jordi Altafulla lo sabe, él los ha visto. Sabe que los invasores ya están aquí. Su misión, ahora, consiste en convencer a un mundo incrédulo de que la pesadilla ha comenzado.”
Los dos coincidían, sin embargo, en recomendarme sutilmente que no me apresurara demasiado en mi tarea, que, si nos poníamos a sacar la faena nos quedábamos sin trabajo en dos días. En eso tampoco hemos cambiado demasiado.
Los invasores. The Invaders. Estreno en España: 1968. Duración: 50 minutos. Emitido del 10.1.67 al 26.3.68.
David Vicent (Roy Thines) tiene que luchar , en solitario, con una raza de invasores de otra galaxia y, por si fuera poco, enfrentarse a un enemigo aún más difícil de vencer: el escepticismo del resto de la humanidad que le toma por un cantamañanas. Cualquiera puede ser un invasor: el policía al que pide ayuda, el periodista que se interesa por la historia, la chica con la que cree haber ligado...Vicent no se puede fiar de nadie, la persona menos pensada puede ser uno de los invasores de los que escapa a la vez que persigue.Cazador al mismo tiempo que presa, el protagonista lo tiene mal para reconocer a sus enemigos: el dedo meñique tieso, la falta de pulso (no tienen corazón) y la higiénica costumbre de desintegrarse al morir es lo único que diferencia a los inavasores de los humanos.
Cómo reconocer a un extranjero
· No tienen ningún pulso o latido del corazón
· Necesitan regenerarse cada pocas semanas para tener el aspecto humano
· Cuando mueren, incineran, no dejando virtualmente ningún rastro
· Alguna de ellos tienen un cuarto dedo transformado
· Cuando los hieren, no sangran
· El oxígeno puro es fatal para ellos
· No tienen ninguna emoción

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15.3.07

Arcadio Urpí: Mospito



Mospito. m. (Culex pitidens). Pequeño intrumento díptero de cuerpo espiral que produce un zumbido agudo al soplar y con una picadura ocasiona inflamación acompañada de escozor. Vive en las riberas de los ríos y en zonas húmedas y son especialmente ruidosos en manifestaciones y zonas de acuartelamiento e instrucción.

Arcadio Urpí: Mospito.

del libro de sobremesa Animalabras
Bestiario filológico

"Este trabajo está basado en la destrucción del lenguaje prpuesta por Focault y la re-construcción del lenguaje propuesta por Octavio Paz."
Concepto de Libro de sobremesa: Arcadio Urpí
arcadiourpi@yahoo.es
Diseño y edición: aura guillén
auraguillen@hotmail.com
Bcn, Marzo de 2006

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Jorge Brotons: Tarde de circo


Apresuraros, corred, tomemos asiento;
hoy es tarde de circo, tarde de frontera.
Los acordes suenan, supongamos la cura:
venguémonos de cuando éramos niños,
asesinemos a las piedras,
simplifiquemos las artes escénicas.
Bajemos a la arena del poeta
y quememos los fósiles,
venguémonos de cuando éramos niños,
venguémonos como lo hacen los payasos:
hagamos reír a las fieras.
Saltimbanquis y enanos,
la cabeza parlante,
contorsionistas del olvido,
trapecistas de la vida, la mujer barbuda,
hombres bala hacia la nada.
Vayamos esta tarde con los niños,
continuemos la herencia,
supongamos la cura,
simplifiquemos las artes escénicas,
vayamos al circo, inventemos la alegría.
Apresuraros, corred, tomemos asiento,
brindemos fe al espectáculo,
asesinemos la mueca del pasado,
mañana ya estarán en otro lado:
hoy es día de conquista.
Hagámonos circo, bajemos a la arena cada día:
dejémonos herir por sus cuchillos.
Decir la vida en un vaso,
el cuenco de unas horas,
sentado ante la sentencia
en la laguna de una butaca.
Cuando no se nos pide –ese día–
que demos la vuelta a la historia,
rogamos al mar que no se mueva
hasta que nos de definitivamente su hora.
Decir así la vida,
y lagrimarse de una feliz melodía,
a tientas ante la inminencia.
Beber, así, la alegría clandestina.
Soñar mi sueño de otro, ni que decir tiene,
es hoy mi preciado vaso de agua,
a mí, que no se me ha pedido nunca
que dé la vuelta a la historia.
Jorge Brotons
Los mapas
Del libro Los días de Frontera
Fotografia obtenida en
Las astucias de la disidencia
Contracultura, globalización e identidad cultural

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Popaul: El dobles ganó la eliminatoria


El partido de dobles ganó la eliminatoria... Porque Juan Gisbert había ganado el día antes a Ralston, un tío desagradable, perdonavidas, que se fue con el rabo entre las piernas. Claro que Juan Gisbert también tenía algo de producto de centro de formación americano...
Lo más divertido estuvo a punto de llegar el día final de la eliminatoria cuando, en vez de acabar con el definitivo 4 a 1, se rozó el pleno (5 a 0).
Juan Manuel Couder, un ejemplar de bigotito estilo galán 'ancien regime', que hasta jugaba con pantalón largo, y nunca se habría acostumbrado a las raquetas que ya no son de madera, tumbona de trasatlántico, hizo de sustituto y, con su inconmensurable estilo paparra, desquició al americano. Éste lanzaba una bola picada hacia el extremo derecho de la pista... y hacia allí se dirigía majestuosamente Juan Manuel Couder, que la respondía calmada pero aplicadamente, y así hasta el infinito.
Pese a los tiempos tan fachas, recuerdo esos partidos televisados como contemplables, sin el tufillo ese patriotero que hace ahora casi imposible ver una eliminatoria de la Copa Davis. Es verdad que a Ralston, por mor de la hazaña, se le debió en esa ocasión abuchear y decir de todo (en castellano y catalán, que poca gente sabía inglés, con lo que igual no se enteraba ese filonazi), pero estoy seguro que incluso se le debió aplaudir alguna que otra bola. Ahora, ni los buenos días.
Escrito por Popaul, marzo 2007
Foto de Dennis Ralston obtenida en:
Testimonies
www.tothenextlevel.org

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13.3.07

Aquel partido de dobles


Mientras en la fábrica Manufacturas de Monturas, Paraguas y Similares, el menda colocaba remaches, pintaba paraguas y encolaba puños, en lo que fue mi primer empleo, y cuando se apagaba el día acudía diligente al turno de noche de la morralla del bachillerato nocturno, Manolo Santana y Luis Arilla derrotaban al equipo de los Estados Unidos. Ni más ni menos que a Dennis Ralston y Clark Graebner. Fue el más memorable e interminable (todavía no existía el tae break) partido de dobles de la historia, y fue la Copa Davis la que nos devolvió la dignidad, aunque fuera por unos pocos días y en blanco y negro; precisamente la dignidad que nos arrebató un tal Mister Marshall cuando pasó de largo por Villar del Río, dejando a Pepe Isbert y Manolo Morán con un palmo de narices.
El héroe no era otro que uno que empezó de recogepelotas, Manolo Santana, con una dentadura que daba miedo, fiel reflejo de la estética grounch del franquismo. Presumían de él los pregoneros del régimen, pero también algún periodista entrañable como Juan José Castillo, quien encumbró para siempre aquel entró, entró, que exclamaba cuando la bola, producto de un drive o de un passing shoot, tocaba la línea y entraba.
Eso es lo que deseábamos todos: entrar de una puta vez en la juerga de los sesenta y dejar de perseguir la bola, de izquierda a derecha, y viceversa, con esa cara de tontos que poníamos cuando el espectro del Caudillo aparecía cada noche vieja y nos machacaba con su proclama Rajoy. Lo que demostraba entre otras cosas que Mao Tse Tung y Jesucristo no andaban tan desencaminados, que la fe mueve montañas. Por de pronto, se podía ganar al Nº 1 en USA, con insolación incluida, como hizo el gran Juan Gisbert, otro héroe -éste con sus grandes remontadas- del tenis español y al que ya nadie recuerda. Porque, a fin de cuentas, ya lo dijo Juan Marsé en una de sus estupendas novelas (El embrujo de Shangai): “el olvido es una estrategia para vivir."

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9.3.07

Blocalcirc: Jorge Brotons. Entre circo y poesía


Bloc al circ es el cuaderno de bitácora de un poeta. Conocí a Antonio Las Vegas hace una década. Poeta autoexiliado, autor del renombrado Dias de frontera, días de circo, escrito a modo de diario de su estancia en el circo Fratelli Martoni. Crónica emocional del viaje, su legado vale demasiado como para perderlo. Nadie como él ha explorado y descrito la poesía que nace del duelo entre antagonistas que sólo el circo puede ofrecer: la sordidez que convive con el espectáculo, y su exactitud; la soledad y la comunión con el público, el nomadismo, el desarraigo y la alegría de una nueva toponimia.
Bloc al circ és el quadern de bitàcola d'un poeta al circ. Vaig conèixer l'Antonio Las Vegas ara fa una dècada. Poeta autoexiliat, autor del reixit Días de frontera, días de circo, escrit a mode de dietari de la seua estada al circ Fratelli Martoni. Crònica emocional del viatge, el seu llegat és massa valuós perquè es perga. Ningú com ell ha explorat i donat fe del joc de miralls, de la poesia que neix del duel entre antagonistes que només el circ pot oferir: la sordidesa que conviu amb l’espectacle, i la seva exactitud; la soledat i la comunió amb el públic; el nomadisme, el desarrelament i l’alegria d'una nova toponimia.

V de verso.
¿Qué tienen en común circo y poesía? El verso y el circo nos pueden devolver, en un juego de contrastes, como el payaso Clown y el augusto, a la inteligencia de la infancia, a un espacio de nostalgia: el circo es alegre, potente, virtuoso, capaz. La poesía, dicen, no es más que rememorar (incluso vengar, para algunos) la niñez.
Entran los payasos en escena. Si en el transcurso del número una pieza no encaja, no se convoca a la risa, se acaba el espectáculo; si nos equivocamos o cambiamos una palabra de lugar, aquel verso deja de ser el que era.
A su vez, comparten la simplificación y la exactitud. Ambos se leen desde un código estético, desde una poética.
Los dos, también, comparten el arte del riesgo, de la exploración, de la licencia.

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Bardinovi: Extinción [Nihilismos]

Referencia gráfica

Referencia literaria
"Y también el incorruptible Profesor caminaba, apartando los ojos de la odiosa multitud humana. No tenía futuro. Lo desdeñaba. Él era una fuerza. Sus pensamientos acariciaban imágenes de ruina y destrucción. Caminaba frágil, insignificante, descuidado, miserable...y terrible en el absurdo de su concepción que apelaba, para regenerar el mundo, a la locura y la desesperación. Nadie lo miraba. Pasaba, inadvertido y mortal -como la peste-, por la calle repleta de gente."
The Secret Agent/El agente secreto. Joseph Conrad, 1907.
Referencia personal
Puesto que
1. el hombre es un lobo para el hombre
2. el imperio contraataca sin contemplaciones
3. nos vamos desertizando pasito a pasito
4. la basura es un valor en alza
5. la sobreabundancia compite deslealmente con el hambre
6. hasta que la muerte nos separe es noticia permanente
7. el negocio es el negocio
8. Aznar veranea en Menorca
9. la noche te confunde
10. yang se quedó sin ying
No cabe duda que
la solución es la extinción
Bardinovi: Extinción
Nihilismos 03.1
http://www.literatuya.com/informes-literatura/extinción.htm
Presentación de Bardinovi en www.Literatuya.com
50 años de vorágine mental iniciada en un 11-S cualquiera avalan una psique en tenso equilibrio entre el orden clasificatorio y el kaos primigenio.
Escritor de dulces violencias, platos culinarios a base de carne de olla, innumerables sueños cinéfilos y excesiva literatura gris.
Los garbanzos, ganados resolviendo problemas ajenos a partir de reflexionar sobre los propios.
Póquer de aficiones predilectas: hacer el amor (¡ay! qué tiempos aquellos...), ir al cine (por puro vicio), charlar con las amistades (mejor si son peligrosas) y beber whisky (con los años, de malta a ser posible).
Literariamente ecléctico con arraigadas inclinaciones populistas (ciencia ficción, cómic, novela negra, terror fantástico...) y con una vista muy muy cansada a cuestas.Aviso importante, en caso de adquisición, no se admite devolución
http://www.literatuya.com/cronopios/bardinovi.htm

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6.3.07

Te vi


Viajamos desde Alcalá en tren mirándonos con ojos de sueño. Tú, alta, rubia, bolsa y botas marrones. En Recoletos te paraste a tomar café y te perdí.” 11403470
EP3 Viernes 2 de febrero de 2007
Viernes, 19 de enero, a las 14,00. Nos subimos al metro en Atocha, fuimos a Sol buscándonos la mirada. Te perdí en Sol, pero no olvido esos ojos.” 11403428
EP3 Viernes 9 de febrero de 2007
Misma estación de Metrosur, mismo vagón, misma hora, todos los días. Nos miramos fijamente. Tú bufanda de colores a rayas; yo gorra negra y mochila roja.” 11456433
EP3 Viernes 9 de febrero de 2007
"No puede ser que nos separemos así antes de habernos encontrado." Julio Cortazar: Octaedro. Manuscrito hallado en el bolsillo.
“Algunos hombres y mujeres nacen para estar siempre encontrándose y otros para permanecer diariamente al filo de una despedida, en las esquinas de la ciudad, en los taxis, en los vestíbulos de los aeropuertos.” Antonio Muñoz Molina: Apariencias
Fotografía de Ferran Jordà: The flying man (Damián, is a flying man)
Álbum:
Ferran / Friends, 800 x 569 pixels
09 de agosto de 2006
http://les-plus-simples.com/displayimage.php?pos=-920

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4.3.07

Spinoza: la sustancia divina infinita


- “Y sobre todo el boquete del tiempo
Le digo a mi barbero de la calle Llibreteria, parafraseando a Don Jaime Gil de Biedma.
(Y sobre todo el vértigo del tiempo
el gran boquete abiréndose hacia dentro del alma)
- ¿Libretería?
Me responde el taxista, sin separar las manos del volante, señal inequívoca de que no pretende bajar el volumen de la radio.
- No me suena esa calle, señor
- Sí hombre - le digo yo -. Es una calle muy bonita que va desde Vía Layetana a la Plaza de San Jaime y por donde no pueden circular coches. Tal vez por eso no la conoce usted.
- Pues mire, voy a consultar mi guía, perdóneme pero es que llevo poco con el taxi y aún hay calles que no me suenan – dice, justificándose de la forma más campechana posible, lo que hace que mi irritación inicial ante la charanga de Carrusel Deportivo se apacigüe hasta un punto, digamos, razonable.
Y el hombre consulta su guía urbana mientras conduce y, claro, finalmente descubre esa calle donde conviven pastelerías, panaderías, heladerías, charcuterías, granjas y, sobre todo, turistas, muchos turistas. Y en la que, además de la barbería a donde me dirijo sobrevive el Mesón del Café, del que la leyenda dice que hacen el mejor café de la ciudad, preparado con alguna fórmula secreta. Y alguna librería de saldo a punto de cerrar.
- La leyenda – prosigo, aunque el taxista no me haga el más mínimo caso, mientras continúa con su guía – también dice que la Jaume I es la calle de las prisas y Llibreteria la calle de ir poco a poco. Chino-chano, como quién dice.
- Efectivamente, aquí está, voy a apuntármelo para que no se me olvide: Li-bre-te-rí-a.
Tengo suerte. La barbería está prácticamente vacía. Así lo confirma Spinoza cuando termina con el último (único) cliente y me dice con sorna: ¡Usted es el primero! Spinoza. Así llamo yo a mi barbero. Como al gran filósofo que redujo las tres sustancias de Descartes (el entendimiento, el mundo y Dios) a una sola: la sustancia divina infinita. Con tales argumentos no es nada raro que este artesano de las tijeras y la navaja de afeitar, del corte de pelo y rasurado de barbas, sea amigo de Pi de la Serra y de otros muchos clientes ilustres que merodean por este distrito. Lo pillo hojeando la sección de televisión del periódico y exclamando “¡Vaya! Hoy no hacen nada potable”. La plática la empiezo yo, diciendo corto de delante, pero sin pasarnos, que a mi mujer no le gusta este flequillo (y acompaño y refuerzo mi locución señalándole con mi mano el dichoso flequillo) y ya sabe usted que lo que dice la mujer va a misa. Spinoza me mira de arriba a bajo y me dice
- Está usted muy equivocado, amigo, las decisiones importantes las toman los hombres.
- ¡Ah! ¿Sí? - respondo yo, escéptico.
- Sí - dice él, paciente, lo que ocurre es que quien decide cuáles son las decisiones importantes son ellas. Y nos reímos los dos, abrumados por lo irrisorio de tópico, por rozar casi por los pelos, por no llegar a tocar por muy poco, la sustancia divina infinita.

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3.3.07

Carles Verdú: Constanza




Carles Verdú es un tipo grandote y corpulento que sólo utiliza la sonrisa para los descansos. Como en el básquet. Porque la sonrisa es una palabra demasiado blanda e insuficiente para definir a Verdú. Sería como emplear el símil del violín cuando podemos hacerlo con un instrumento más contundente y expresivo como el trombón de varas.
Mi muy personal apreciación (y quizás me equivoque, aunque lo dudo) es que el Verdú-fotógrafo no es exactamente un cazador de imágenes a lo Cartier-Bresson. Él no espera agazapado a que la imagen surja, cual liebre veloz, para cazarla con su artilugio de retratar. Lo suyo es sentarse a esperar en el portal de su imaginación. A esperar que el tiempo pase por la calle donde él transita. Dicho de otra manera: yo diría que no le gusta sentirse atrapado por la ansiedad y el desasosiego del típico artista fou. Verdú es un individuo tranquilo. Un quiet man.
Porque, diría yo, este individuo eternamente joven tiene ese don que no se aprende ni se adquiere, sino que se acepta, como se aceptan los Dioses y sus designios. A veces se sienta en el portal de su casa y se queda pensativo y, ¡ZAS! De pronto la belleza, a veces descarnada, siempre sorprendente, pero nunca postiza, va en su busca y no para hasta conseguir el “clic” de su cámara. Carles Verdú es así, te transmite el calor de sus convicciones. Y no lo hace a empujones, sino con la afabilidad del que no debe nada a nadie, ni siquiera a sí mismo.
Cualquiera podría pensar que Constanza es una foto estudiada hasta el último detalle, ese bello cuerpo en tensión que atraviesa la imagen en diagonal, como un aspa o un cuchillo. Pero yo estoy seguro que Verdú apenas musitó alguna que otra indicación, que Constanza es así, bella como el encuentro fortuito de un paraguas y una máquina de coser sobre una mesa de disección.
O vete a saber, quizás en ese momento sonaba alguna canción de Pastora. Quizás la misma que escuchaba yo mientras escribía esto. Quizás, Constanza ni siquiera se llame Constanza. Puede que se llame Lola.
No me llames Dolores, llámame Lola, la que siempre va por Barcelona buscando follón.
Ay, ay, ay, Lola.
Me pregunto si es capricho es a ti a quién necesito.
Y no pude menos que preguntar al artista.
- A mí que me registren- me respondió, mientras su risa conmocionaba el mundo.

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