30.3.06

Charo: Unas gafas modernas y fashion



En la Óptica Universitaria rompen precios y, además, ofrecen un trato personalizado, marcas de prestigio, etc. Se lo contó Lucas, su compañero de Nóminas. "Ideal para llegar al final de mes", le dijo, con una sonrisa no exenta de complicidad. Es decir, ideal para parados, funcionarios, ascensoristas, profesores de secundaria y gente poco productiva en general. Y lo comprendió enseguida.
Charo, la dependienta de la Óptica Universitaria, que lo atendió, trabaja hasta las nueve de la noche.
Y, sin embargo, aquella tarde en la que Juan Fernández se dejó caer en la tienda de la zona de Pedralbes, no encontró ni un rastro de fatiga en el rostro de la dependienta. Deben hacer turnos, se dijo a sí mismo, mientras esperaba. Y cuando escuchó "¿Señor Fernández, por favor?" Percibió en su interior una agradable sensación de cliente preferente. Ni un atisbo de sorna en los ojos de la dependienta cuando a él le dio por contarle que, justo cuatro días antes de iniciar las vacaciones, se le cayeron las gafas de la mesita de noche, quebrándose uno de los cristales, por valor de 143 euros. Y tampoco hubo nada de esa temida y burlona sonrisa cuando acabó confesándole que, quince días después, ya en plenas vacaciones, y después de practicar el sexo en un páramo selvático del Baix Ebre, aplastó con su pie, talla 43, el otro cristal, por un valor de 90 euros (admiren la diferencia). Y Charo no le cambió su nombre por el más adecuado de Señor Gafe. Nada de eso. Dijo exactamente: "Señor Fernández". No digan que no es de agradecer...
Al contrario. Charo no sólo mantuvo su amabilidad inalterable sino que, además, se dejó conversar, mientras manipulaba montura y cristales con sus maravillosos instrumentos de precisión. Tengo para rato, le dijo. Salgo a las nueve de la noche. Pero antes de llegar a eso ya le había sugerido un oportuno cambio de monturas. Tengo unas Ray Ban modernas fashion que están hechas para usted, le dijo.
Un alivio, la verdad. Eso es lo que sintió cuando la última frase de Charo le acarició los oídos. Porque la autoestima a veces también se quiebra. Por nada, una gota que desborda el vaso, un teléfono que no acaba de sonar, un silencio donde no cabe ni su propia presencia, una caída de la bolsa, un contestador que chirría ante una voz cicatera e indecisa, una torpeza en el aparcamiento del coche, por valor de 180 euros. Todo eso que intentamos en vano que conste en acta como fruto de la mala suerte.
Algo ha cambiado en este país, esa fue la conclusión de Juan Fernández, unas semanas después, cuando el operario de la lavadora se presentó, al día siguiente del aviso, previa atenta llamada a su teléfono móvil. Su maleta era digna de un doctorado en prácticas.
El operario se lo quedó mirando y él no dudó en confesarse:
- Son unas gafas Ray Ban. Modernas y fashion- . Todo a la vez.
El hombre aguantó perfectamente el envite y se acercó, sin más, a la lavadora.
- ¿No carga el agua? Ummm...
- Pero el motor funciona, dijo él.
- Ummm... respondió el mecánico, mientras manejaba la lavadora, con la misma pericia con la que Juan solía conducir su mando a distancia.
Comprendió en seguida que el segundo Ummm quería decir, más o menos, déjeme tranquilo, yo a lo mío y usted a lo suyo. Oiga, soy un profesional. Creyó notar también una cierta decepción por no encontrarse con la habitual ama de casa que le acribilla a preguntas y le cuenta lo bien que iba la lavadora hasta que regresó de vacaciones y patatim patatam. Por eso le dejó en paz. De profesional a profesional.
- ¡Señor!, - acabó reclamando su atención, al rato, desde la galería, hurgando en sus instrumentos de disección electrodoméstica, mientras Juan se hallaba regando las plantas, no fuera el caso de que le confundiera con el amante sarnoso de la señora de la casa, y también por aquello de las apariencias, es decir, practicando alguna tarea útil en consonancia con las circunstancias.
- ¡Ya esta listo! Remató con satisfacción. Era... Bueno, para qué contarles. Les pasaría lo mismo que a Juan. ¿A quién no le falla una válvula al regreso de unas vacaciones pasadas por agua?

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Mientras nos contábamos

Jorge Brotons, rojo y conspicuo


llibreria la Mulassa

Mientras sorbíamos café humeado de recuerdos
- mientras nos contábamos -
allá en aquel café de Balmes,
dos inviernos más fríos nuestros cuerposDice, al final de su poema “tan amada calle Balmes”, el amigo y poeta Jorge Brotons.
El poema pertenece a su libro El tiempo raro. Ahora, llega con otro libro de poemas bajo el brazo, éste en catalán. Creo que se estrena, aunque quizás sólo sean rumores.
Lo único cierto es que el primer día de abril, sábado, compareció en la libreria la Mulassa, con el trazo grueso y amable de sus gestos y sus sílabas.
Como diciendo, mientras nos contábamos, y probablemente se sentó en un café y encendió un cigarrillo. Vete a saber. Todo es posible.
La raó de les sèquies
Afers, 2006
Presentado el pasado sábado, 1 de abril de 2006
En la librería La Mulassa
C/. Francesc Macià, 64
Vilanova i la Geltrú
Presentó Francesc Pasqual, poeta i filólogo.

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29.3.06

Almodóvar: La flor de su secreto


Pedro Almodóvar. Volver
2006. Fecha del estreno: 17/03/2006 Actor / Actriz: Penélope Cruz, Lola Dueñas, Blanca Portillo, Carmen Maura, Yohana Cobo, Chus Lampreave, Leandro Rivera y Carmen Machi. Fotografía: José Luis Alcaine. Música: Alberto Iglesias. Producción: Agustín Almodóvar y Esther García.
Tres generaciones de mujeres sobreviven al viento solano, al fuego, a la locura, a la superstición e incluso a la muerte a base de bondad, mentiras y una vitalidad sin límites.Ellas son Raimunda (Penélope Cruz) casada con un obrero en paro y una hija adolescente (Yohana Cobo). Sole (Lola Dueñas), su hermana, se gana la vida como peluquera. Y la madre de ambas, muerta en un incendio, junto a su marido (Carmen Maura). Este personaje se aparece primero a su hermana (Chus Lampreave) y después a Sole, aunque con quien dejó importantes asuntos pendientes fue con Raimunda y con su vecina del pueblo, Agustina (Blanca Portillo).
Amodóvar no decae ni que lo premien, mimen y entrevisten, aunque sea el Millás. Además, se toma su tiempo para cada película, hecho nada baladí que se percibe claramente en su cuenta de resultados.
Bien... Al film le cuesta un poco arrancar. Así uno tiene tiempo para especular sobre si le han puesto un poco más de culo a la Cruz o si se ha hecho los labios, de perfectos que se ven. No descarto, tampoco, que sea un problema del espectador (o mío), acostumbrarse al papel de Penélope, pero sobre todo, al (impactante) de Carmen Maura, envejecida y fantasmal al principio.
Si embargo, la película no tarda en abrirse. ¡Y cómo se abre! Como un abanico de colores. El abanico lo pone, claro está, Almodóvar. Los colores, todas sus mujeres. Y es que el color es inherente al director de Hablé con ella. Vean, sino, el cartel de la película, los títulos de crédito y demás... ¡Espléndidos!
Por lo demás, Pedro Almodóvar – como ustedes ya saben - mejora a los actores pero, sobre todo, hace mejores a las actrices. Qué lo diga, sino, Carmen Maura, que está de un eficaz que espanta. Lola Dueñas, por otra parte, resuelve muy favorablemente su cara a cara con la cámara (primeros planos), mientras que Penélope Cruz va creciendo (y creciéndose) a medida que va avanzando el film, hasta llenar la pantalla de lo suelta y hermosa que está.
Es curioso cómo, utilizando los estereotipos, los masculinos (y éstos los despacha sin compasión), pero mayormente los femeninos, es decir, cómo hurgando en los arquetipos de la variada estirpe femenina, Almodóvar consigue personajes tan auténticos, tan “reales”, si se me permite la expresión. Ya sé que sus detractores le critican precisamente eso, que sus personajes (y situaciones) representan situaciones extremas de la realidad. En este caso, Almodóvar se recrea en el estereotipo de la cofradía de mujeres, antes llamadas "de pueblo", maltratadas aunque fajadoras, generalmente solas ante el peligro, luchadoras y, por eso mismo, vengativas cuando toca. Es decir, humanas. Y en esto Pedro nunca falla. Esta es, en definitiva, la flor de su secreto.

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28.3.06

Esto no es una carta, es una tortuga



Los cronopios, cada vez que nos encontramos con una tortuga, sacamos la caja de tizas de colores y sobre la redonda pizarra de la tortuga dibujamos una golondrina.
Los cronopios no escribimos cartas, sino tortugas, por eso el 12 de febrero de 1983 (cuatro meses justos antes de su muerte) Julio Cortazar le escribe a Roberto López, en Suecia, una carta que empieza así: esto no es una carta, es una tortuga.
Los cronopios, como todo el mundo sabe, somos anarquistoides, iconoclastas e imaginativos. Cuando Marina y Paco, desde Estocolmo, donde fundaron un Club de Cronopios, le enviaron a Julio un cronopio verde (antes le habían regalado uno de color rojo a Pablo Neruda), éste contestó que, cuando abrió el paquete, el cronopio se moría de risa mirándome, y yo lo tomé en mis brazos e inmediatamente se hizo pis en mi pulóver de cachemira, cronopio desgraciado.
Los cronopios, en lugar de un tratado de García Márquez o una rubia de costumbres elásticas, elegimos casi siempre una banana. Además, detestamos los bostezos, los practiquen vigilantes jurados, curas o jefes de negociado.
Los cronopios siempre buscamos las explicaciones en los cubos de la basura. Decimos: la mano aprende por su cuenta si se la deja, y entonces en una de esas agarra a sacar cosas del cubo y cuando te das cuenta ya tienes a las señoritas de Avignon. Es decir, hay que darle su chance al azar y a la paciencia, ¿no les parece? Los cronopios le tenemos pavor a caernos de espaldas, piensen en los escarabajos, ¿o no? Nos encantan, sin embargo, las cartas ventiladas (es decir, con sus buenos espacios en blanco) ya que son más elegantes.
Cuando el cronopio debe hacerse una foto para algún trámite oficial, acude al Fotomatón y se hace retratar de la forma siguiente: las cinco primeras fotos muy en serio, y la última sacando la lengua. Esta última el cronopio se la guarda para él y está contentísimo con esa foto.
En casa de los cronopios se descuelga, de vez en cuando, alguna mosca volando de espaldas y cuando se lo cuentan a algún amigo se produce uno de esos silencios que parecen agujeros en el gran queso del aire.
Algunos cronopios sólo necesitamos un metro cuadrado para vivir lo que se dice en nuestra casa y, entonces, nos encontramos con infinitos problemas, porque en realidad nadie tiene un metro cuadrado sino muchísimos metros cuadrados, y vender un metro cuadrado en mitad o al extremo de los otros metros cuadrados plantea problemas de catastro, de convivencia, de impuestos y además es ridículo y no se hace.

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27.3.06

¡A sangre y fuego! Trueno cumple los cincuenta


En los albores del siglo XII, y al mando de un pequeño grupo de españoles sin fortuna ni nada mejor que hacer, el Capitán Trueno, al que por entonces llamaban el Caballero negro, se supone que por el color de su imponente armadura, se alistaba en las filas de Ricardo Corazón de Leon, rey de Inglaterra. Andaba ya la cosa de capa caída, o sea, por la tercera Cruzada, empeñado todo quisque en conquistarle al Islam su último baluarte. Yo hacía quinto de básica y, como muchos niños del tardofranquismo, llevaba la clandestinidad pegada a la piel. Esas cosas se aprendían al respirar, cuando te ponían una lavatiba o escuchabas el Diario Hablado de Radio Nacional de España. Es decir, unas veces con dolor y otras sin darte cuenta.
Héroes los había, no diré que no. Teníamos, por ejemplo, al Cid Campeador, héroe de la reconquista y coetáneo del Capitán, quizás por eso mismo silenciado de sus aventuras por aquello de evitar engorrosas comparaciones. Estaba Gonzálo de Córdoba, cómo no, El Gran Capitán. O José Antonio Primo de Rivera, cuya estampa aparecía, precariamente estampada mediante plantilla, en la paredes recién encaladas de nuestra renacida patria. O Juana de Arco. Claro que ésta era gabacha y, además, la quemaron viva. Vaya pasada, por cierto...
Todos ellos poco convincentes, esa es la verdad. Y así andaban las cosas. Así andaban de mal las cosas, quiero decir, porque, además, el Barça estaba a punto de perder su primera final europea con el Benfica de Lisboa y eso sí que conseguiría deprimirme. Así estaban las cosas cuando me compré el primer tebeo del Capitán Trueno. Me costó una peseta con cincuenta y era el número doscientos treinta y dos, aunque en la papelería situada justo enfrente del chaflán donde intercambiábamos los cromos, compraba los números atrasados al precio ganga de una peseta. De esta forma completé la colección.
Un héroe de verdad, eso es lo que yo necesitaba, lo que necesitábamos todos. Alguien a quien no le dieran miedo ni los libros, ni la Historia, ni los mutilados de guerra y excombatientes de la división azul convertidos en funcionarios omniscientes. Ni los moros de Franco, ni los serenos, ordenanzas y guardas de parques y jardines. Si, aparte de valiente, era noble y generoso como el Capitán, y bien parecido, amigo de sus amigos y respetuoso con su dama, y la dama, además, era rubia y sueca, ¿qué más podías pedir?

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25.3.06

Somos los del gas (Agente Smith)


Con frecuencia aparentaba ser un tipo cualquiera. Urdía tales estratagemas para que la gente se fijara un poco más en él y descubriera, tras las apariencias, sus profundos sentimientos, concediéndole de esta manera el beneficio favorable de su afecto. ¡Ay!, esa autoestima, le sugería su terapeuta, convirtiendo una palabra buena en un bicho venenoso.
También era frecuente que en sus sueños se paseara por una avenida salpicada de relojes blandos sin minutero, lo que le permitía experimentar el pequeño orgullo de tener visiones con el pedigrí de artistas de la talla de Ingmar Bergman o Salvador Dalí.
Esa tarde, le despertó una sirena parecida a la de una fábrica de tornillos, interrumpiendo bruscamente su reparadora siesta. Se levantó lentamente, imitando lo mejor que pudo los movimientos de un ser animado, dirigiéndose hasta donde, más o menos, intuía que procedía la algarabía acústica, sin saber muy bien, esa es la verdad, lo que estaba haciendo. Abrió la puerta, aunque en el breve trayecto ya se hallaba predispuesto a agradecer que alguien le tuviera en cuenta, incluso la tímida y retraída vecina del piso de arriba, que sin duda había pasado un buen rato antes de decidirse a rescatar la prenda que en su caída había quedado trabada en el tenderero del cascarrabias de abajo. Pero en lugar de la vecina se encontró con dos individuos. Éstos sí parecían saber a lo que estaban. Eran dos operarios de Roca Condal.
Ni tan mayores como él, ni tan jóvenes, sino todo lo contrario. De rigurosa indumentaria y buena planta y, en todo caso, frescos como un bollo de pastelería a las ocho de la mañana, parecían recién salidos de un cursillo de comunicación no verbal y destreza profesional. Le miraron, impertérritos (como si la palabra sorpresa hubiera sido borrada de su diccionario), al encontrarse con su rostro soñoliento de jubilado en posición de descanso y pinta de muñeco desmañado con pijama a rayas, como un vulgar presidiario.
Experimentó la clara sensación de que ni dándose de narices con un jugador de jockey sobre hielo, con el equipo completo (patines con armazón de aluminio, palo con caña de titanio, máscara con celdas de alambre, hombreras y pads) les alteraría de la misión que los había conducido hasta su casa: reparar la caldera de la calefacción. Avería código 06: bolsa de aire. Ellos dirían dónde.
Y él seguiría sin enterarse de la misa la mitad. Somos los del gas, afirmaron, con la misma rotundidad que dos agentes de Matrix.
Cuando firmó el "conforme", el más cercano al tipo Matrix, es decir, Smith, el oficial primera de mantenimiento, se lo quedó mirando y, sorpresivamente, le soltó, ¿Oiga...? Esto... ¿Usted no es escritor... y publicó un libro, y quebró la editorial y tal y tal?
¡Bingo!
Y comprobó, avergonzado, pero con un ataque de ternura
, fruto de la emoción del momento, que todavía podía inspirar en alguien (¡Un desconocido al fin y al cabo!) tan profundos sentimientos. Aunque también fue consciente de que, en la anterior avería, debería estar bastante necesitado de conversación, cariño y reconocimiento mutuo y (según constataba ahora, no sin cierto rubor), le endosó el rollo de su último libro, el mismo cuyos ejemplares no vendidos reposaban, cuidadosamente ordenados, en el cajón inferior de su cama.
Así pues, en ese momento supo con certeza que no era totalmente un fantasma, que en algún recóndito lugar del imaginario compasivo aún quedaba un resto de esperanza para su persona. Y, animado por tal perspectiva, ilusoria es cierto, endeble si se quiere, cogida por los pelos, pero real al fin y al cabo, y una vez los portentos del gas, cual agentes de la condicional, se marcharon con sus maletines a cuestas y su sobrio agradecimiento por la exagerada propina recibida, se abalanzó sobre su vieja máquina de escribir, se desembarazó como buenamente pudo de las telarañas que lo cubrían desde tiempo ha, y se puso a escribir su próxima novela con una inusitada y febril devoción. Golpeando rabiosamente el teclado. Como si en ello le fuera la vida.

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22.3.06

¡Danzad, danzad, malditos!


Fernando Meirelles: The Constant Gardener (El jardinero fiel).
2005. Reino Unido. 129 min. Estreno el 4.11.05. Intérpretes: Ralph Fiennes (Justin Quayle), Rachel Weisz (Tessa Quayle), Danny Huston (Sandy Woodrow), Bill Nighy (Sir Bernard Pellegrin), Pete Postlethwaite (Lorbeer). El guión es del también novelista Jeffrey Caine (Goldeneye) y se basa en la novela del mismo título de John Le Carré.
Dos historias en una. Una de amor al estilo Tal como éramos (Sydney Pollack, 1973), en la que chico convencional y a lo suyo (pero dotado de otras buenas cualidades) se enamora de chica ni guapa ni fea pero, en todo caso, atractiva. Y además, brillante, valiente, apasionada y rebelde. Como tiene que ser. Es decir Barbra Streisand y Robert Redford en Tal como éramos y Rachel Weisz y Ralph Fiennes en la versión que ahora mismo nos ocupa, la friki: o sea, más dura y cruda, más obsesiva, más guai y rompepelotas. La atracción por los contrarios. Y es que el amor no tiene fronteras,
La otra historia dentro de la misma historia es la de denuncia social. El África negra triturada, machacada y, en definitiva, pringada. De manual, oigan. Los malos utilizando a los nativos como cobayas (antes de que se mueran de hambre ellos solitos). ¿Para qué? Para enriquecerse. También para joder, porque, en definitiva, estamos con lo de siempre: el rostro feroz del capitalismo. ¡Bailad, bailad, malditos! Parecen decirles a los negritos antes de darles por culo.
Las dos historias se complementan, por supuesto, pero eso ya lo saben ustedes sin que yo se lo cuente. Es uno de los clásicos del cine: historia romántica con trasfondo social.
La historia de denuncia me mola. Es decir, cuando lo social tira de lo personal la película funciona muchísimo mejor que cuando es al revés. No sé si me explico. Sí, es verdad, los malos me caen fatal, pero también es debido a que Fernando Meirelles (Sao Paulo, 1955), se lo monta muy bien. Está casi tan brillante como en la maravillosa e inquietante Ciudad de Dios
(2003). Es ese estilo trepidante de dirección que tan buenos resultados está dando a tipos como Doug Liman, Paul Greengrass, Paul Hagáis y, supongo, que a otros más. Y a mí ese toma y daca es que me encanta.
¿Los actores? Pues la mar de bien y de convincentes. Hasta donde el guión se lo permite. Ralph Fiennes (Justin Quayle) está espléndido, sobre todo si tenemos en cuenta que su papel no es nada fácil. El de Rachel Weisz (Tessa Quayle) es más agradecido, más de lucirse, y la chica lo aprovecha.

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19.3.06

Saba Sanyo - Xavier Sabater



''No es verdad que todo esté hecho. Todo está por hacer y lo haremos nosotros.''
Firme en la barricadaConocí a Xavier Sabater en los principios de los años setenta, cuando las reminiscencias del mayo del 68 caían como chubascos de estrellas sobre nosotros y (creíamos que) la poesía era un arma cargada de futuro.
Por eso mismo fundamos la revista Muerte de Narciso, donde Sabater publicaba sus poemas infernales (y también Pere Marcilla, Pau Maragall, Francesc Fanés, Enric Casasses, Genís Cano, Emilio Cortavitarte, Paco Gallardo y bastantes más). Sabater tenía, debo decirlo, el mismo aspecto jovial y risueño que hoy, aunque lucía unas “melenas” de AQUÍ TE QUIERO VER. De toda aquella perrería, que yo sepa, y hasta nueva orden, él es el único que se mantiene activo y convulso, entusiasta, innovador, iconoclasta y firme en la barricada.
Biodraminas era un apelativo cariñoso por el que muchos lo conocían. También llamado El superviviente, a mí siempre me ha gustado referirme a él como Saba Sanyo, en honor a uno de sus poemas más representativos, Saba Sanyo Casio. Xavier Sabater, ¿saben? tiene muchas cualidades en su haber, aunque yo prefiera ese carácter entrañable que lo hace tan próximo, tan amigo de sus amigos Sabater es un maestro de la acción poética, del gesto poético tanto en su continente como en su contenido. En suma, un agitador de la polipoesía. Sin él, el mundo (el nuestro, ese microcosmos del que provenimos y en torno al cuál no paramos de dar vueltas y más vueltas) sería, ¿cómo decirlo?, más aburrido e inanimado, más normal, más mojigato y reglamentario, más moco que pañuelo, más papanata que patata. En definitiva, más imbécil.
“La polipoesía (dice Xavier Sabater) pretende desarrollar aspectos poéticos que van más allá de los literarios, es así como la poesía se convierte en fonética, sonora, electrónica, gestualizada, de acción, visual, objetual, musical, danzada o teatralizada. La gran variedad de posibilidades hace que los estilos actuales sean diversos y personales. Cada poeta desarrolla su propio estilo. La norma es: ''No es verdad que todo esté hecho. Todo está por hacer y lo haremos nosotros.''Yo les seguiría hablando del Biodraminas, del Superviviente, de Saba Sanyo, de su larga e interesantísima trayectoria (de la que la anécdota que les he contado sobre la revista Muerte de Narciso es sólo eso, una anécdota). De sus múltiples, geniales y famosas actividades y perfomances poéticas de las que ha sido y es fabulador, promotor y protagonista, pero sé que éste blog ha de ser breve si pretende ser leído, y eso es lo que quiero. Pero no, miento como un bellaco, esta parrafada mía sólo es una excusa para que alguno de vosotros, los más valientes, los menos aburridos, inanimados y mojigatos; aquellos de ustedes que todavía no han sido atrapados por el “moco” de la estulticia imperante y reglamentaria, se atrevan a escuchar alguno de los poemas sonoros de Sabater. Oigan: Vale la pena. Yo les recomendaría, claro está Saba Sanyo Casio [SABA-SANYO-CASIO. 1991. 2:45 min. Texto: Xavier Sabater]. Una crítica de la sociedad de consumo rebosante de humor, espléndida en su cacofonía, brillante en su ejecución, rotunda en su construcción semántica, tierna en su aparente inocencia. Y, sobre todo, ¡caramba!, muy divertida. Pero cualquiera de estos poemas sonoros sirve para salvar su piel (la de ustedes) de tanta roña pipicalzaslargas, tanto sargento del curro y del burro, tanta tontería de lo quiero fácil y sin masticar, tanto rumiante y piloto de pruebas que nos rodea, invade y atonta. Por algo utilizo uno de sus fragmentos para darles mi personal bienvenida en mi contestador telefónico, provocando iras y venidas. Pero ¿qué se creían? ¿Qué yo también me rendiría? Ni hablar.

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17.3.06

Buenas noches, y buena suerte


George Clooney: Buenas noches, y Buena Suerte (Good Night. And Good Luck). Francia, EE.UU., Reino Unido (2005). Estreno: 10/02/2006 Distribuidor: Manga Films Duración: 93'. Canciones: Dianne Reeves. Actores/Actrices: Patricia Clarkson, Matt Ross, Tom McCarthy, Tate Donovan, Reed Diamond, Robert John Burke, Frank Langella, Ray Wise, Jeff Daniels, George Clooney, David Strathairn, Robert Downey Jr...
Sinopsis: Buenas noches, y Buena Suerte acontece durante los primeros tiempos del periodismo televisivo en EE.UU, en la década de los 50. Es la crónica del auténtico enfrentamiento entre Edward R. Murrow, presentador de las noticias, y el senador Joseph McCarthy y el Comité de Actividades Antiamericanas. Con la firme voluntad de informar de los hechos e ilustrar a la audiencia, Murrow y su incondicional equipo -capitaneado por su productor Fred Friendly y Joe Wershba desde la sala de redacción de la CBS- hacen frente a las presiones corporativas y de los patrocinadores para examinar las mentiras y las tácticas alarmistas perpetradas por McCarthy durante su "caza de brujas" comunista. Cuando el Senador reacciona acusando al presentador de ser comunista, se erige una enorme indignación pública. En aquel clima de miedo y represión, el equipo de la CBS siguió adelante sin atender a ruegos. Su tenacidad finalmente valió la pena cuando el mismísimo McCarthy tuvo que presentarse ante el Senado y fue desposeído de poder una vez que sus mentiras y abusos quedaron por fin al descubierto.
Bueno, bueno, bueno... Unos van y se duermen. A otros el tema les parece demasiado recurrente (siempre con lo mismo). Otros, en cambio, encuentran la peli un tanto asfixiante, casi claustrofóbica (pocos exteriores encontraremos, eso es cierto). Monotemática, dicen. Aquellos otros afirman que David Strathairn va de palo (o viga). Es decir, un tanto hierático el hombre; demasiado rígido, no sé, poco expresivo.
Todos tienen razón, por supuesto. Y, sin embargo, Buenas noches, y Buena Suerte es una MUY BUENA película… ¿Acaso no hemos visto la misma peli? Se preguntarán. Por supuesto que sí. Y me explico.
Primero. Después de un día fatigoso y estresante, y si el tema no te motiva especialmente, Buenas noches, y Buena Suerte puede, efectivamente, pillarte a la contra. Incluso puede adormecerte.
Segundo. A cualquier persona con mil y una ocupaciones y actividades, acomodado por lo tanto su discurrir cotidiano al estilo narrativo de las historias cruzadas (o paralelas) que predominan en la televisión y, cada vez más, en el cine, quedarse encerrada en una historia en blanco y negro, con personajes que están a lo que están y que no parecen estar demasiado pendientes del espectador, le puede provocar una sintomatología inversa. Es decir, un ataque de ansiedad.
Tercero. Está el protagonista, David Strathairn. Un hombre serio. Bueno, bueno, bueno... Pues resulta que, aparte de que el actor tiene un registro más bien estático, lo cierto es que Edward R. Murrow, el personaje real al que la da espléndida réplica, dicen que era más o menos así. En todo caso, su pétreo rostro invade la pantalla y se te come hasta las palomitas.
Cuarto y definitivo. Tranquilos señores míos, porque todos ustedes tienen razón, y yo todavía más: Good Night. And Good Luck es una pequeña y brillante pieza de orfebrería cinematográfica y social. Sin aspavientos, es cierto, pero sumamente eficaz. Opino, modestamente, que George Clooney escoge el dial adecuado y mantiene, conscientemente, el volumen del dramatismo en un tono moderado. Esto está bien. Nos permite ver y oír sin interferencias acústicas y apreciar mejor, si cabe, esa atmósfera tan conseguida. Tan certera, premeditada y engañosamente afable. Entre las tinieblas del blanco y negro (que yo agradecí), el planteamiento del film permite acercarnos a una de tantas infamias históricas (no de las peores, pero infamia al fin y al cabo). Una afrenta a la dignidad, fruto de la estulticia, la necedad y la miseria de la que son capaces los que ejercen y detentan el poder cuando ven amenazada la estabilidad de su trasero.

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14.3.06

Vagar siempre lo hace uno por separado...


Dice la dependienta de la ferretería, una mujer de belleza dominical, grande y espléndida, proporcionada en las partes visibles de su cuerpo, es decir, de cintura para arriba, porque allí la tenéis, tras el mostrador, exuberante como Kim Novak. Ella es del tipo rubia teñida sin complejos y brilla con esa sonrisa de haber disfrutado de lo lindo de sus vacaciones en La Escala .
Y, a pesar de de su atractivo, no hay glamour en su vestuario, porque eso está destinado a las pretorianas que gastan tallas inferiores a la 40. Las pretorianas, me parece a mí, tienen algo de falso, de chica de pasarela que se provoca el vómito después de cada comida. Se las detecta preferentemente por su cara de espanto ante un plato de pasta fresca o un delicioso par de donuts. Se pasean a sí mismas con sus andares romanos, con sus cinturas de porcelana, sus largas piernas y su garbo famélico por el centro de la ciudad, Paseo de Gracia y Ensanche, aunque todavía las hay más "temibles" en Sarriá y a lo largo de la Diagonal, hasta Francesc Macià. Territorio comanche, que digo yo.
Volviendo a la dependienta de la ferretería, me asegura que la plancha Mulinex que va a venderme es de lo mejorcito. Bueno y barato (36 euros). Con dispositivo de vapor y todo eso. Me dice que sobre las arrugas de la prenda eche primero el agua vaporizada (normal o destilada) y luego con el otro botón le dé al vapor y plis plas, un poco de destreza, las cuatro palabras mágicas y, ¡Zas!, la camisa como nueva. Y es en ese preciso momento, cuando comprende que yo todavía no he empezado mis vacaciones y por eso mismo tengo el estrés roñoso y las pupilas dilatadas.
Y es al comprobar que me he colgado literalmente de ese triángulo mágico que forman sus labios carnosos y gentiles y su mandíbula de artista de cine, que insiste de forma harto convincente, que persiste y me dice que ahora está en la mejor disposición para venderme una tabla de planchar. De las de agujeros, que son las mejores. Imprescindible, oiga. Ahora mismo no tengo pero vuelva otro día, si quiere. Y también me ofrece sus clases de cocina. En las que cada vez hay más hombres, afirma, mientras sonríe.
Y yo le digo, es usted capaz de venderme una lavadora cuando vengo a comprar una plancha, y ella responde, no tengo lavadoras que si no....
Y no puedo resistirme más. Le pago por adelantado la tabla de planchar y, además, me llevo una cafetera Mulinex, ya que nunca se sabe, con lo difícil que se ha puesto encontrar arandelas de goma para el filtro, no se puede vivir con una sola cafetera. Y me largo, arrastrando mi estrés roñoso, pero también la cafetera, la plancha y la tabla (¡como si la llevara!). Así soy yo. Me gusta vagar cargado con todas mis ilusiones y trastos a cuestas. Porque, como dijera Kim Novak en Vértigo, “Vagar siempre lo hace uno por separado. Cuando van dos juntos siempre van a alguna parte.”
Vertigo. Alfred Hitchcok. Estados Unidos, 1958. Basada en la novela D'entre les morts, de Pierre Boileau y Thomas Narcejac. Fotografía de Robert Burks. Música de Bernhard Herrmann. Reparto: James Stewart, Kim Novak, Barbara Bel Geddes, Tom Helmore, Henry Jones, Raymond Bailey, Ellen Corby, Lee Patrick.

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10.3.06

Una historia de violencia

DAVID CRONENBERG: Una historia de violencia.
La cosa va de una historia de doble personalidad en clave de thriller, con dos cortas aunque insuperables interpretaciones de Ed Harris (que dejó su firma para siempre en la, por otra parte estupenda peli, Las horas) y de William Hurt (el mismo que vistió y calzó El doctor, El beso de la mujer araña, Smoking, etc.).
Conviene preparase para ir de sorpresa en sorpresa. Podríamos decir que es una descarnada reflexión sobre la violencia (aunque le falte, ¡ah!, el . (punto) sobre la i para ser algo más que una buena peli) y del eterno problema de cortar con el pasado sin que te caigan hostias por todas partes.
Por cierto, en esto de las pelis convendréis conmigo que resulta verdaderamente difícil coincidir en el gusto de una película. Conviviremos con la diversidad, pues, que ya dice el refrán que contra gustos no hay...

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8.3.06

Yo soy la morsa

PRESENTACIÓN DEL AUTOR




"Yo soy la morsa", dije, sonriendo al escaparate repleto de discos. De sínguels sobre todo. Había algún elepé, pero lo que más abundaban eran los discos de dos canciones, eso que algún locutor castizo se empeñó en llamar sencillos pero que siempre seguirían siendo sínguels. Yo soy la morsa, es decir, I am the walrus, era la cara B del sínguel Hello Goodbye, de los Beatles. Una canción que gozaba de mis preferencias. Probaba de repetir el estribillo, sólo, ante el improvisado espejo del escaparate. Lo hacía invariablemente en inglés y en castellano: I am the walrus, Yo soy la morsa. Tardé mucho en averiguar que la letra de esta canción era un galimatías total, con palabras inventadas por John Lennon (el autor y el que puso voz a la canción), sin ningún significado aparente. De haberlo sabido, sin embargo, estoy seguro de que nada habría cambiado.
La primera vez que escuché un disco en vivo y en directo fue en casa de Alberto Español, remota aún la llegada del compact disc. Alberto tenía un tocadiscos portátil. Se abría la maleta, se separaban los goznes y ya tenías convertida la tapa en un espléndido altavoz. El otro pedazo de maleta contenía el tocadiscos propiamente dicho, es decir, el plato para el disco, con su esterilla de goma gris, el botón de arranque, útil además para graduar el volumen, un segundo botón para graves y agudos, y el brazo, con la aguja en su extremo... Y para de contar. Es decir, una maravilla sólo al alcance de los privilegiados como Alberto. Nos juntamos en su pequeña habitación y él mismo puso un disco de los Beatles, no recuerdo ahora mismo si fue ¡Help! o Shes love you, pero para el caso da lo mismo. Fue algo parecido a una ducha de impresión. Un temblor inextricable recorrió cada uno de mis miembros y por un momento me falló la respiración.
Sensible como pocos a mi súbita melomanía, el bueno de Alberto me prestó otro tocadiscos. Se trataba de la versión liliputiense de su tocadiscos portátil. Su padre, como muchos de nuestros padres, autodidacta de la electricidad y la fontanería, era también un devoto de la electrónica por correspondencia, fruto de cuyas prácticas surgió un tocadiscos de bolsillo. Una especie de submarino. El aparato en cuestión era del tamaño de una tostadora o de una caja de galletas surtidas. Ese pequeño artefacto, sin embargo, emitía un sonido infernal y, desde luego, su diminuto tamaño sólo admitía sínguels. Por muchos años el purgatorio de mis padres: el mismo disco girando una y otra vez durante días, semanas y meses. Aunque antes de la llegada de la tostadora, ya me había comprado mis dos primeros discos: ¡Help!, de los Beatles y La neurastenia, de los Salvajes.
Los Salvajes eran como las morsas, mamíferos carniceros muy parecidos a la foca, provistos de dos caninos que se prolongaban fuera de la mandíbula superior más de medio metro. Bueno, los caninos no llegaban a verse pero feos lo eran un rato. Para justificarse cantaban aquella canción que decía así:
Soy así. soy así
Con cabellos largos,
estrecho pantalón
y un jersey a rayas
que siempre llama la atención
Soy así, soy así
Efectivamente, Gabi, el líder del grupo, era así y, además, gordito, no sé si se me entiende lo que quiero decir.
Con mis dos sínguels bajo el brazo me presenté en casa de mis tíos, que tenían un tocadiscos fenomenal con radio y mueble bar, uno de esos aparatosos muebles pensados para el saloncito anexo al comedor, junto al jarrón de porcelana china y el tresillo. Allí, sentado en el suelo, en plan fakir, me pasé toda la mañana del sábado escuchando los dos discos. Indemne al desaliento.
Ten cuidado con la neurastenia.La juventud es disoluta por naturaleza, eso es cosa sabida. Las morsas, sin embargo, aunque también fuimos jóvenes (vivíamos entonces en grandes colonias, en el Ártico, hasta que un grupo de balleneros japoneses, al comprobar que no éramos ballenas minke, pero es que ni siquiera ballenas, nos echaron de allí a patadas). A pesar de eso, digo, de nuestra condición migratoria, siempre hemos mantenido la mente clara con respecto a nuestras escasas cualidades y peor suerte. Es debido a eso y no a otra cosa que la constancia es una de nuestras mejores virtudes. De naturaleza mansa e inofensiva, nos pierde esa cara tristona de bulldog con la que apenas llegamos a despertar su compasión, la de los humanos quiero decir. Claro que está eso de que la música amansa las fieras. Sólo así se explica que hayamos soportado la selección natural de las especies y, en pleno siglo XXI, nos hayamos adaptado medianamente bien a sus costumbres cibernéticas, a sus despiadados metabolismos, a sus dietas calóricas y, sobre todo, a su infame verborrea. En definitiva, a su fastuosidad de pavos reales.
Claro que a las morsas nos pasa algo parecido a lo que les pasa a los gorditos humanos, que de niños sufrieron persecución y mofa generalizada. Aunque con el tiempo muden su aspecto, modifiquen sus rudos modales y suavicen sus atributos hasta el punto de poder pasar como homos urbanitas vulgares y corrientes, no por ello dejan de ser, en el fondo, lo que siempre fueron: odobénidos mofletuditos a merced de las bufonadas del respetable.

Así que aquí me tenéis, después de todo. En la calle Tallers de Barcelona, emulando a Gene Kelly, empapado hasta los huesos bajo esta lluvia ácida, frente a una tienda de discos. Aquí me tenéis, digo, plantado frente al escaparate, ante el disco de los Beatles, tarareando una de sus canciones, mi preferida, procurando sobre todo que nadie me oiga (no sea que descubran mi verdadera identidad), mi voz convertida en otra voz pero siempre la misma, Yo soy la morsa, Yo soy la morsa...

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7.3.06

La cafetería Slavia

[dietario]
13 de octubre de 1984La lectura de Jean Arp, poeta y pintor francés, expresionista primero, abstracto luego, posteriormente surrealista y, en definitiva, y finalmente, desclasificado (como debe ser), me conduce a la impronta de la poesía.
Nombran Nobel a Jaroslav Seifert, poeta checo, del cual leo un fragmento de sus memorias, en las que habla con entusiasmo del lingüista Roman Jacobson, con quien se encontraba, junto a otros, en la cafetería Slavia, de Praga, en la Ciudad Nueva, justo frente al Teatro Nacional. Dice:
La cafetería Slavia, la frecuentan también muchos poetas y pintores extranjeros; evidentemente les atraen nuestras infinitas discusiones. Quien venía menudo era Apollinnaire, con su cabeza vendada, tal como lo dibujó Picasso. También, el escandaloso Maiakowsky y otro poeta ruso, el enigmático y extraño Khebnikov...”Según Truman Capote el arte y la verdad no son necesariamente compatibles. Por eso mismo, porque el arte en general y la poesía en particular no tienen por qué congeniar con la realidad (más bien, pienso yo, hay que defenderse de ella, aunque sin dejar de mirarla), por eso doy rienda suelta a mi imaginación y me veo entrando en la cafetería Slavia para tropezar con Apollinaire y Seifert, más corpulento el primero, menos alto el segundo, que justo salen tan campantes a tomar el fresco.
Atiéndame. Cuando acaben de inventar la dichosa máquina del tiempo resérveme plaza para la cafetería Slavia. Quiero escuchar de viva voz a Jaroslav Seifert recitando algún fragmento de su obra Toda la belleza del mundo. Por ejemplo, el dedicado al profesor Marek:
"El profesor Marek tenía un lema para animarnos. Solía decir que cualquier tonto puede aprender a dibujar. Entonces yo me consolaba a mí mismo pensando que lo lograría también, porque, sobre todo, no me consideraba tonto. ¡Eso sí que no! Sólo cuando hubiese aprendido a dibujar tendría ganada la batalla. Con los colores sería más fácil. Sí, pintaría. De todas maneras, no llegué a ser pintor. Porque ocurrió lo siguiente: en la cuarta o en la quinta clase, más o menos, nos sugirió el profesor Marek que trajéramos de casa los modelos con los que montaríamos en la clase el bodegón propio. Mis compañeros de clase traían manzanas, naranjas, limones, floreros con rosas, diversas cajitas y candeleros. Yo también traje conmigo objetos para hacer una naturaleza muerta muy proletaria, que armonizara con el barrio obrero de Zizkov: una botella de cerveza, un vaso, una rebanada de pan y una salchicha envuelta en un papel grasiento. Monté el bodegón sobre la mesa de dibujo y esperé, con los demás, a que el profesor diera su visto bueno. Cuando se me acercó, me miró y soltó con violencia:-Por Dios, Seifert, quite esa salchicha. ¡No permitiré por nada del mundo que la pinte! No tardé más que un par de segundos en comprender su preocupación. Y me quedé estupefacto. En aquel momento memorable decidí que sería mejor escribir versos. "

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5.3.06

¡Scoliano, a pesar de todo!


ETTORE SCOLA: Gente de Roma, Italia 2003 Comedia dramática. Giorgio Colangeli, Antonello Fassari, Fiorenzo Fiorentini, Stefania Sandreli, Sabrina Impacciatore. Documental sobre Roma y su gente. Nos muestra la gente que vive en la más hermosa, feroz y amorfa ciudad del mundo.Ante todo pido disculpas a mi amigo Jordi Foix (y al público en general) por lo que voy a decir.
Se podía esperar mucho más del director de tres “monstruos” de películas como son Una jornada particular, Macarroni y La familia. Y no hablo aquí de obras maestras ni de nada por el estilo (eso lo dejo para los que entienden del asunto), sino de esas películas que nunca te cansas de ver, que llegas a quererlas tanto como a esas cosas de siempre que no abandonas fácilmente. Pongo por caso: las canciones de Billie Holiday, la ventana de tu escritorio, desde donde ves llover, o la estantería de los vídeos, a la que acudes en momentos de apuro para agarrar alguna de tus pelis preferidas y pedirles lo que nunca te pueden negar: que te reconcilien durante un par de horas con el rollo cotidiano, puro y duro.
A los que os falte por ver alguna de las tres mencionadas, no perdáis más el tiempo con chorradas ni oscares de Hollywood y corred rápido al vídeo club. Que cierran para comer.
Decía: se podía esperar más, creo yo. Es cierto que se percibe ese soplo, llamémosle social, socarrón o sedicioso (en el sentido más generoso, humano y político del término) de Scola. Y también su pedigrí neorrealista que, mezclado, con la pasta italiana, siempre da para un viático de no te menees, que hasta revive a un muerto. Pero aún así ni las diversas historias atrapan, ni tampoco las sucesivas “imágenes” de ese mundo que es Roma acaban de hacer el “clik” que separa la anécdota más o menos costumbrista del amable puñetazo en la cara, del que uno, por cierto, estaba dispuesto a ser sparring y cómplice a la vez. Por todo ello, Gente de Roma resulta una peli previsible y rutinaria, exceptuando alguna que otra escena (la del viejo “senil” en el restaurante, por ejemplo; esa es muy divertida y tiene esa mala leche que tanto nos gusta a los scolianos). Personalmente, me quedo con la Roma de Fellini o con una escapada en Viajes Halcón.
Ah, como os quiero tanto, aquí os he “bajado” las reseñas para cuando la chica del vídeo-club ponga cara de póker ante vuestra petición.
Una jornada particular (Una giornata particolare) (1977)dirección: Ettore Scola, guión: Maurizio Costanzo, Ruggero Maccari, intérpretes principales: Sophia Loren, Marcello Mastroianni, John Vernon, Patrizia Basso.
Macarroni (Maccheroni) (1985)dirección: Ettore Scola, Tinto Brass, Mauro Bolognini, guión: Graziano Diana, Ruggero Maccari, Furio Scarpelli, Ettore Scola, intérpretes principales: Isa Danieli, Jack Lemmon, Marcello Mastroianni, Daria Nicolodi.
La familia (La famiglia) (1987)dirección: Ettore Scola, guión: Ruggero Maccari, Furio Scarpelli, Ettore Scola, Pipolo, intérpretes principales: Fanny Ardant, Vittorio Gassman, Philippe Noiret, Stefania Sandrelli.

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Abanico de palabras que regalé a Sonia

Siempre para mi, las academias no tienen que ver nada con el arte y siguen siendo los mismos recintos tétricos, llenos de jefes de negociado de la lengua.Ramón Gómez de la Serna: Ismos, 1931

Dibujo de Ramón Gómez de la Serna (De "Simultaneísmo", Ismos, 1931)
Los diccionarios o manuales chirrían tanto como los vecinos cambiando los muebles de pared o el tresillo de perspectiva. Como los funcionarios esperando afantasmados ante el reloj para fichar a la hora en punto. En ellos, en los diccionarios, el autor – y el mecanógrafo-, con la excusa de la prisa por llegar a ninguna parte, o con la pretensión canallesca de la burda pedagogía, enmoquetan las palabras y no las dejan ni respirar.
Ramón Gómez de la Serna no es Noah Gordon, ni Javier Cercas, ni siquiera Muñoz Molina. Ni falta que le hace. Lo suyo es otra cosa. Él nos habla – escribe – desde el tiempo, que es desde donde mejor se escribe y desde donde nos hacemos mayores de verdad. Así, desde la excusa del pasado, Gómez pasa de todos, académicos burócratas e interioristas de ficción, y se abre (como diríamos ahora), como el "Abanico de palabras que regaló a Sonia" (Sonia Delaunay, su amiga artista), con uno de esos libros que, como los buenos partidos de fútbol del mundo mundial, crean afición y traspasan el tiempo como una daga toledana. Afición al arte, a la música y a la poesía pero, sobre todo, al rollo de la vida, haciendo buena esa terminante disposición de los surrealistas, actualmente en completa decadencia: la fusión entre vida y literatura, una condición si ne quanom de su insobornable condición de agitadores.
Por supuesto, los agitadores ya han muerto. Personajes como el del joven Enrique Vila-Matas en París son verdaderos arquetipos para la historia (y para que no haya duda alguna el mismo Vila-Matas ejecuta su propio acto de autoflagelación): “
Al cabo de unos meses de haber llegado a París, empecé a vestirme de joven asesino, camisa y pantalones rigurosamente negros, mis gafas también negras, el rostro hermético, ausente, terriblemente moderno: todo negro hasta el porvenir. Sólo quería ser un escritor maldito, el más elegante de los desesperados. Comencé a leer, por una parte, a Höldelrin; Nietzsche y Mallarmé, y por otra, a lo que podríamos llamar el panteón negro de la literatura: Lautréamont, Sade, Rimbaud, Jarry, Artaud, Roussel.”Ahora los jóvenes andan algo desorientados. "Rallados". Los mayores también, aunque lo disimulan mejor, no sé si me explico, tienen cosas más importantes en qué pensar. Con los gilipollas de Operación Triunfo unos; con lo de los créditos en la Universidad, los otros; haciendo turismo invidente los de más allá; es decir, sin mirar, mientras hacen sus fotos con la digital y tal. Aviso. ¿Será el nuevo panteón negro de la literatura? En una columna periodística relativamente reciente (Juan José Millás: Clandestinos, EL PAIS 14.10.05) el autor retrata el espanto de un amigo cuando descubre que su hijo de 18 años se pasa la noche de los sábados leyendo a Madame Bobary en lugar de ir de farra con los amigotes. Veamos si lo explico mejor: orientados y desorientados, ni más ni menos náufragos que antes, todos tenemos el mismo futuro: el fracaso. Ismos es uno de esos libros abocados al fracaso que devino biblia para jóvenes y cuaderno de bitácora para descubridores y aventureros. Mirones todos, en el mejor sentido de la palabra. Entre delirio y ofuscación, Dalí a veces soltaba alguna de buena, como cuando dijo aquello de que mirar es inventar.
Gómez de la Serna inventaba cuando miraba, ese es uno de los embrujos de Ismos. Poseía, además, ese conocimiento de los movimientos de vanguardia de principios de siglo que sólo podía otorgar el hecho de haber vivido antes de que naciesen y en estrecha connivencia con ellas cuando explotaron en las putas narices del siglo. Un siglo que, indiferente a la belleza de la mirada y a la compulsión emotiva del encuentro, multiplicaría exponencialmente las fronteras del abismo con algún que otro logro ingenioso y práctico pero, sobre todo, con extraordinarias carnicerías y exterminios.
En realidad Ismos es más que un recopilatorio profundo y brillante sobre las nuevas tendencias artísticas de principios del XX. Están las que obtuvieron tal apelativo (Surrealismo, futurismo, cubismo, etc.) pero también las que no teniéndolo Gómez se lo regaló (monstruosismo, negrismo, simultaneismo, etc). Como digo, más, mucho más que un compendio inteligente, emotivo, cómplice, provisto de un sentido del humor inigualable, Ismos deviene un panfleto a favor de la vida, de las facultades creativas del ser humano para crear mundos nuevos, para cruzar las fronteras. Todas las fronteras, las del alma e, incluso, las tribales, esas que ahora mismo se ven amenazadas por los nuevos bárbaros, los que vienen del sur y del este, del norte y del oeste. Como siempre, por otra parte.
Llegados hasta aquí propongo emular a Gómez de la Serna. Planteo la práctica, no necesariamente literaria, de los "Ismos". O, dicho de otra manera, la descripción subjetiva de ese cúmulo de gestos y rituales que conforman nuestro tiempo, en un intento inútil y, por ello mismo, hermoso de defendernos de la realidad, dinamitarla, desactivarla, convertirla en saltimbanqui y espejuelo. Tan así como la describiera Borges: La Realidad es como esa imagen nuestra que surge en todos los espejos, simulacro que por nosotros existe, que con nosotros viene, gesticula y se va, pero en cuya busca basta ir para dar siempre con él.
(Este artículo fue anteriormente publicado, con pequeñas variaciones, en la revista www.nubesyclaros.com palabras/libros)

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4.3.06

Lawrence de Arabia: Agente doble muy especial

T.E. LAWRENCE: Los siete pilares de la sabiduría (The seven Pillars of Wisdom) 1926, Júcar Universidad, 1986. Traducción de Alberto Cardín, con bastantes imperfecciones. La edición, por otra parte, contiene bastantes errores tipográficos, por lo que se recomienda buscar otra edición.
Para empezar diré que este libro tiene tres cosas en su contra. Primera: el título. Demasiado pomposo, puede llevar al lector al equívoco de pensar que quizás se trate de un objeto arrojadizo. Segundo. Las 50 primeras páginas, quizás las únicas en la que el autor pretende “justificar filosóficamente” el por qué de tal título. Y tercera: las aproximadamente 1000 páginas, repartidas en dos volúmenes, pueden parecer un argumento definitivo para muchos timoratos. Salvados estos escollos, sin embargo, empieza la gozada. Sorprendente por su calidad literaria y todavía más por la enormidad de la historia y del personaje.
Los siete pilares.... narra la rebelión árabe contra los turcos, conducida por los aliados franceses e ingleses. Y lo hace de forma tan brillante que deja empequeñecida la conocida y famosa película de David Lean. Y ya que cito peli, os diré que era tan evidente, y por lo tanto, aceptado y asumido, que Lean y Bolt habían realizado los habituales "ajustes" del argumento con respecto al libro, que por eso mismo, me ha maravillado todavía más como Robert Bolt (guionista) y David Lean (director) consiguen reflejar tan fielmente la contradictoria, ambigua y oscura personalidad de Lorens. Y aquí incluyo, por supuesto, el hecho fundamental de que Lorens era plenamente consciente de la fragrante dualidad que personificaba. Como agente de los intereses imperialistas de Gran Bretaña y Francia y, a la vez, como sincero (y utópico) defensor de la unidad e independencia árabe.
Esta contradicción la llevaba, todo sea dicho, con suma elegancia, aunque le pasara factura mortificándolo de vez en cuando. En esto el libro es claro y diáfano, hecho que revaloriza, a mi modo de ver, su autenticidad. Para los que habéis visto la peli, ¿recordáis cuando Lorens "ejecuta" a Hamed para evitar una revuelta tribal? Pues así la narra T.E. Lawrence (Primicia):
WADI KITAN
“Se revolvió entonces en mí el horror que llevaría al hombre civilizado a rehuir la justicia como una plaga, de no tener a los miserables para colgarlos como prenda. Había otros marroquís en nuestro ejército; y dejar a los ageyl matar a uno en una venganza de sangre hubiera significado poner en peligro nuestra unidad. Debía de haber una ejecución formal, al cabo, a la desesperada, le dije a Hamed que debía morir como castigo, haciendo renacer sobre mí mismo el peso de su muerte. tal vez a mí no me considerarían cualificado para una venganza de sangre. Al menos no había ninguna venganza contra mis seguidores; ya que yo era un extraño en su parentela.
“Le hice penetrar en una estrecha hondonada del espolón rocoso, un húmedo y umbroso lugar recubierto de arbolado. Su arenoso suelo había sido excavado por los arroyamientos que desde el acantilado había provocado la reciente lluvia. Las paredes caían verticales. Me situé en la entrada y le di unos pocos momentos de tregua, que el gastó llorando en tierra. Luego, lo hice levantarse y le disparé en el pecho. Cayó redondo sobre los hierbajos profiriendo un grito, mientras la sangre manchaba sus ropas a borbotones, y él venía rodando entre espasmos hasta casi donde yo me hallaba. Le disparé de nuevo, pero seguía moviéndose de modo que le acerté en la muñeca. Seguía gritando, con menos fuerza, yaciendo ahora boca arriba con los pies en mi dirección, y yo me incliné hacia él y le disparé por última vez en la parte carnosa del cuello, bajo la mandíbula. Su cuerpo retembló ligeramente, y yo llamé a los ageyl; que lo enterraron en el mismo hondón donde se hallaba. Poco después la insomne noche cayó sobre mí, hasta que, horas antes de salir el sol, levanté a los hombres y los hice cargar las bestias, en mi deseo de abandonar cuanto antes Wadi Kitan. Tuvieron que auparme en la silla. (Pág. 261)

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3.3.06

EL Intrépido Doctor House

(No soy terminal, sólo patético)
Cada noche, de 11 a 12 aproximadamente, disfruto con las peripecias del Doctor House en el Canal Fox (núm. 21). Los parabólico-no-adictos pueden, sin embargo, ver el capítulo semanal que ofrece Canal 4, los martes por la noche (22,00 horas).
Sí, ya sé lo que me van a decir: ¡Oh. No. Otra serie de hospitales! Pero, atiéndanme: ésta tiene algunos elementos que la hacen diferente y novedosa. Y puede que hasta original. Pero, sobre todo, divertida. En todo caso, una serie interesante.
¿Y por qué? Ante todo por el intrépido Doctor Gregory House (Hugh Laurie), cuyo lema es:
No soy terminal, sólo patético.
Con una presentación así ¿Quién se resiste?
Yo no, por supuesto. Y es que House, arrastra su ostentosa y dolorosa cojera por los pasillos del hospital con su indumentaria de paisano (dice que la bata le pica, JO, JO, JO) y sus malas maneras al estilo de un renqueante y desaliñado inspector de homicidios. De vez en cuando, House echa mano al bolsillo de su chaqueta y se traga un puñado de calmantes. Soy un adicto, dice, y además sufro cantidad. Y esto no lo hace menos feroz, ni menos chistoso. Sí, estamos hablando de ese individuo al que le gusta joder a los miembros de su equipo y que de vez en cuando se salta todas las normas del hospital para salvarle el culo a algún paciente moroso o más desgraciado que el pupas. El mismo del que todos dicen que lleva un letrero de NO MOLESTEN estampado en la frente.
House es una especie de Perry Mason de la medicina, pero sin silla de ruedas, con más mala leche y más simpático, capitán de los sin bata, desagradable cuando quiere, chistoso siempre, y asquerosamente directo cuando conviene, pero con un ojo clínico que para sí querría mi médico de cabecera. Dirige un equipo de jóvenes lumbreras (él los llama listillos para joder) que se dedican a resolver los casos que los demás médicos no saben o no pueden resolver.
A mí, aparte la impetuosa personalidad de House, lo que más me divierte (o interesa) de la serie es que cada episodio se basa en un derroche de continuos y sucesivos ERRORES, una cadena que no acaba hasta que el paciente se cura o, sencillamente, estira la pata. Errores de diagnóstico, de apreciación, de intuición, de interpretación de pruebas clínicas, que se gasta el equipo, hasta llegar al “diagnóstico correcto” (muerte o sanación). Es decir, nos hallamos ante un pequeño breviario de la historia de la ciencia en general y de la medicina en particular, ese morboso juego del descarte (los que han pasado por eso ya saben de que hablo). El famoso método del ensayo-error.
Y todo esto surgió de mi relectura (aprovechando esta maldita bronquitis que me tiene en cama) del librito de Ray Porter, “Breve historia de la medicina”, que en su página 22 dice, muy astutamente: “En respuesta a esa persistente pregunta, “¿por qué yo?”, a menudo las enfermedades se han personificado, se han considerado castigos o se les ha otorgado un significado moral.
Aserto que encaja la mar de bien con el tipo de pacientes de House, y por lo demás, con la mayoría de enfermos en general, ya que quién no se hace la misma pregunta terminal, ¿por qué yo?, cuando el Capitán Ahab (léase, el Capitán House) acude con su cojera y su cara de detective cansado y te dice que la necrosis te está devorando el esqueleto y que te quedan tres meses de vida.
Y justo ahora que la cosa se anima con la llega del nuevo presidente de la Junta del hospital, una especie de magnate gordo con un dominio de las cuentas de resultados que te cagas.
El encuentro de los dos cocodrilos. Fue más o menos así:
- Está claro que a usted no le caigo bien.
Le dice House al nuevo Presi. Y prosigue:
- Y también está claro que usted me va a caer mal a mí, por la sencilla razón de que todo el mundo me cae mal.
- (...)
- Así que como para echarme necesita el voto unánime del consejo, y no lo tiene, lo mejor que podemos hacer es no perder más el tiempo e ignorarnos a partir de ahora.

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