30.11.08

El libro más silencioso

Mientras yo escucho a Marlango, y a la encantadora Leonor Watling, acabo de “destapar” una Coca-Cola Zero y voy a encender un Camel, resulta que me entero (por uno de tus sueltos en la prensa) que el otro día te fuiste al antiguo cine Texas, en la calle Bailén, junto tus amiguetes Sagarra, Marsé (y a otro tipo que debería conocer pero confieso que no) a ver una película. Tú que nunca vas al cine. Eso se llama amistad. Y es que siempre he pensado que eres un buen tipo, y perdona el tuteo, pero me es que mola.
Leer tu artículo me permitió saber de tus andanzas mundanas. Permíteme que te diga que la película que escogisteis es, efectivamente, notable pero las ha habido y las habrá de mejores en la cartelera, así que no me mientras y confiesa que sólo fue una excusa para no momificaros en el Bauma y cambiar de costumbres, aunque sólo fuera para que nada cambiase. Que ni falta que hace, por supuesto. Claro que esto no te puedo decir en persona, ya que hace bastante que no coincidimos en el Salambó. Me encantaba verte rodeado de tus colegas y/o discípulos. Mira, la envidia, cuando es sana, hace una buena combinación con la lectura de un buen libro. Por ejemplo, tu última publicación “Dietario voluble”.
Pero dejemonos de monsergas. Tú, en realidad, sigues en la Plaza de Saint-Sulpice, sentado en el café de siempre, comprobando "lo que pasa cuando ni pasa nada". Sigues escribiendo libros y quizás nunca eches pestes de los premios literarios, como acaba de hacer el respetable pero pretencioso Juan Goytisolo. Entre otras cosas, porque tu timidez casa perfectamente con tu santa educación.
Claro que tu destino no es otro, y eso lo sabemos tú y yo, que acabar escribiendo un eterno libro silencioso. Es decir, no escrito pero pensado. Y a eso vamos.

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28.11.08

La última brecha de otoño


La última brecha de otoño quizá sólo resida en esos jueves lluviosos que le obligan a buscar refugio en el primer bareto con el cartelito “permitido fumar” y donde se huele a distancia que los clientes más que clientes son “residentes”, expertos tertulianos donde los haya, y que se les entiende todo, y después de hacerse un lío tremebundo con el paraguas, el chaquetón, la bufanda y el bolso pide un café con leche y se distrae con las metafísicas del bolígrafo y de los lápices de colores (que lleva dentro de su estuche de tela negra), garabateando en su cuaderno de Bitácora notas, pensamientos y algún que otro dibujo.
Hace apenas una hora que Juana le ha comunicado el fallecimiento de Olga, un cáncer terminal. Impresionados todos por su entereza, aunque, claro, “la última semana estuvo sedada afortunadamente, etcétera”. El etcétera es a veces lo que más duele. Porque conduce directamente al polvo de los días, a una normalidad con aspecto de monstruo y que siempre culmina con un espinoso y abrupto “la vida sigue”.
No sabe por qué, pero recuerda entonces al insuperable, turbio y malicioso Everett Sloane de “La dama de Shangai” con la escena final de los espejos, con Elsa (Rita Hayworth) sucumbiendo al juego de los espejos y a Michael O’Hara (Orson Welles) alejándose por el parque de atracciones de una Viena en ruinas, murmurando “tal vez viva tanto que llegue a olvidarme de ella”.
Lejos todavía el verano, en el que los perros son abandonados a su suerte y te los encuentras vagando con una mirada consternada y lastimera produciéndole una opresión en el estómago, intenta atravesar como puede la última brecha del otoño.
Texto: cronopio
Fotografía. Rosa Mora:
Un día de otoño
domingo 9 de noviembre de 2008
El mundo es infinito
http://elmundoesinfinito.blogspot.com/search?updated-max=2008-11-12T13%3A24%3A00-08%3A00&max-results=7

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25.11.08

Interruptus


Se levantó sobrecogido por una pesadilla de las que él llamaba, presumiendo de humor negro, de serie A. Las de “Serie b” serían aquellas en las que no te persiguen para clavarte un cuchillo en la espalda, por poner un ejemplo socorrido; de las que le joden a uno las convicciones de la víspera. Además, como no podía ser de otra manera, el sueño era en blanco y negro, sino no es “serie b”, porque aunque la sangre sea roja, como todo el mundo sabe, la percepción humana es traidora por naturaleza.
Cuando se lo contó al psicoanalista, éste, aparte de una tosecilla inoportuna, no demostró demasiado interés. Además lo dejó con la narración a medias.
- Es la hora - , dijo mientras depositaba su cuaderno de notas en la mesita.
No se irritó, como le ocurrió el primer día. Ya hacía tiempo que había acabado por aceptar el código de conducta del "gremio" sin mayores problemas.
Lo cierto es que estaba en completo desacuerdo con la afirmación de que los sueños son anticipaciones” de lo que más tarde o temprano sucederá. Porque hay sueños y sueños. Es decir, también hay sueños basura. En otras palabras, hay que saber discernir entre lo importante y lo secundario.
Una vez hecha la cama, escuchando los mamporrazos de los operarios que estaban poniendo al día el patio interior, pintando paredes y cambiando bajantes, encaramados en el andamio, con el café todavía caliente y escuchando a Antonio Vivaldi, se puso las bambas de pasear y fue descendiendo poco a poco a la playa de la realidad.
Y lo cierto es que la encontró tan sucia como sus sueños.
Texto: cronopio
Fotografía. Rosa Mora: “In the Country of Last Things XXV: El desfíle completo de síntomas”
Flickr Galería de dádiva
http://www.flickr.com/photos/11314595@N07/

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20.11.08

Esta alegría que le embarga…


Amaba lo suficiente la vida como para acatar su liturgia aunque fuera a regañadientes. O, dicho, de otra manera, hacía lo que buenamente podía. Ponía toda su buena voluntad. Aunque cuando las cosas se torcían también sabía decir ¡Basta!
Con cierta frecuencia se despertaba con el pensamiento perdido, con una mirada sin presente. También es cierto que los recuerdos no le consolaban especialmente. Era consciente de que no era una mujer especialmente brillante, pero sí lo suficientemente inteligente como para no dejarse impresionar por las “sentencias” literarias, del estilo de las del personaje de Murakami cuando decía: “Y no poder volver atrás significa perderse. ¿Me entiendes?”
Abusos de la literatura, pensaba. Aunque puestos a jugar con las citas literarias, se quedaba con la de Boris Vian: “¿Dónde están los recuerdos puros? En casi todos se funden impresiones de otras épocas que se les superponen y les confieren una realidad distinta. Los recuerdos no existen: es otra vida revivida con otra personalidad, y que en parte es consecuencia de esos mismos recuerdos.”
Hasta que un día, empezó a llorar. Primero fue una especie de desahogo cuando Javier se fue al trabajo y, por un momento la casa se le vino encima. Más tarde, la llorera parecía no tener fin. Aguantó más de una semana, no se sabe muy bien por qué. Horas seguidas llorando sin parar… Javier, campeón de la paciencia y su incansable soporte, se la llevó finalmente a Urgencias del Clínico, donde, además de llevarse una buena bronca por haber esperado tanto, los enviaron al psiquiátrico. En el trayecto, en taxi, con el papel de “derivación” arrugado entre sus dedos, fue cuando su hígado le envió un mensaje de rencor profundo hacia todas esas personas “sanas”, que huyen como alma que lleva al diablo de los “enfermos mentales” y, además, aplicando un mecanismo de defensa de lo más cruel, tienen la osadía de darle consejos o, peor todavía, de aplicar su particular jerarquía de la “fortaleza interior”.
Allí los querría ver. Después de internarla, comprobar su historial clínico, y, en fin, de endosarle un Diazepán en vena, y constatar que pasaban las horas y no cesaba de llorar (y, además, estaba ese temblor de las extremidades superiores), y después de una breve discusión entre partidarios de la vía psicoanalítica y la conductista, le aplicaron hasta dos electroshocks. Entonces sonó la campana sobre la lona. Fin del round.
Han pasado tres meses y el médico ya le quiere reducir la medicación. No hay como tropezar con un psiquiatra optimista, pero ella es más prudente. Sabe que esta alegría que le embarga, puede ser pasajera, pero, ¡diablos! Aunque agoreros nunca le faltan, ella ama la vida, porque, como dijera su amiga Simona de Beauvoir: "aún amo demasiado la vida como para que la idea de la muerte me consuele".
Fotografía: Marcelo Aurelio, "I’m Watching You"
19 de Julio de 2008

NOCTURAMA FOTOBLOG
http://www.arte-redes.com/nocturama/?p=1670

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13.11.08

Màrius Serra: La gran carrera


Al volver la página del “Haiku de las cuatro estaciones”, Matsuo Basho, me dice:
“¿Por el rostro de las flores
será intimidada
la luna tenue?
En mi estudio tengo los objetos y “utillaje” habituales de todo “despacho”. Hasta animales tengo: un camello, una jirafa y, por supuesto, una morsa. Pequeño Bestiario que convive con algunas fotografías debidamente enmarcadas. La última, recortada de La Vanguardia, es la imagen de “La gran carrera” en la que Llullu y su padre, Màrius, posaron sobre una alfombra (para el periodista) simulando ser atletas en una gran carrera.
Aproveché mi primer paseo matutino para recorrer la calle Córcega hasta la Diagonal. Una vez allí descendí por el Paseo de Gracia para cruzarme con los mismos turistas de siempre (bueno, a mi me parecen los de siempre, aunque deben ser “otros” naturalmente) hasta llegar a la Casa del Libro. En el apartado de novedades, encontré fácilmente el último libro de Màrius Serra: Quiet, Editorial Empuréis, por 15 €. Traducido también al castellano.

Ya estaba al corriente, por Oriol, de la existencia de Llullu (“Luís nació con una grave encefalopatía que la ciencia neurológica todavía no ha sido capaz de definir (y) que el lenguaje familiar se las apaña con la fórmula, suficiente reveladora, de parálisis cerebral”). Sabía, también, de la actitud de Màrius y su familia “integrando” a Llullu, con su enfermedad y todo su “equipaje”, no precisamente bajo ninguna actitud “encubridora”, de las del estilo de ¡aquí no pasa nada!, sino, muy al contrario, “sumando” (y no “restando”) a Llullu de su vida corriente y moliente, reinventando un metalenguaje oral y, sobre todo físico, pero especialmente un mundo nuevo donde el tiempo, tal como lo conocemos, sencillamente, no existe.
Dice Màrius Serra, en Prefacio del libroCon los años, me dado cuenta que convivir con LLuís implica prescindir de la noción de progreso. Los tiempos verbales pierden sentido, porque ayer, hoy y mañana son y no son lo mismo. Momentos. Ahora y antes. Adesiara. ¡Ves a saber cuál es su percepción del tiempo!
Al volver la página del libro de Matsuo Basho, éste me pregunta:
“¿Por el rostro de las flores
será intimidada
La luna tenue?
Y al volver la página, en la penúltima hoja del libro de Màrius, me encuentro con la imagen gráfica de Llullu, con su indumentaria “deportiva” y desde el otro lado del tiempo, corriendo que se las pela, mientras nos dice:
“Nunca podré olvidar las palabras que no recuerdo haber escuchado ni llegado a decir.”
Y cuando parece llegar a la meta, ya en la última página:
“Quién no recuerda, no olvida.
Quien no olvida, recuerda.
Quien recuerda, olvida.
Quien olvida, no recuerda.
Quiero, pero no lo recuerdo.
Me quieren, y no lo olvido.
Nunca caeré en el olvido.”
Y yo le respondo a Matsuo Basho:
Por la avenida de las flores
corre Llullu sin descanso
atleta en un mundo sin tiempo

Màrius Serra: Quiet, Empuréis Narrativa, Barcelona, 2008
http://www.elperiodico.com/default.asp?idpublicacio_PK=46&idioma=CAS&idnoticia_PK=560835&idseccio_PK=1013

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11.11.08

Con faldas y a lo loco

Se encuentra en la fase de aceptación, la última, al menos en teoría. Bueno, eso es lo que él se dice a sí mismo para animarse, aunque basta verlo para comprender alguna de las fases anteriores todavía no están lo suficiente afianzadas como para permitirse bajar la guardia. El enojo y la depresión como mínimo. Lo cierto es que la negociación se mezcló con la depresión hasta explosionar, como una bomba lapa bajo sus pies.
Pero sus pies no son de barro y él lo sabe. Aguantó entero la Batalla de las Termópilas y aguantará ésta sin mayores consecuencias. Además, como no se encuentra precisamente en un duelo de los de tanatorio, sino de un simple y llano abandono conyugal de conveniencia, algo más habrá que hacer, reflexiona. Y se responde al instante: para empezar, la “reconstrucción”. Porque siendo como es un veterano del Vietnam, se las sabe todas en el asunto de la supervivencia. ¿Qué cómo se reconstruye un edificio en ruinas? Apretando los dientes y saliendo a la calle en plan John Wayne. Bastan con dos cosas, dijo el eterno cowboy: "primero, que no te vean sangrar, y segundo, ten siempre preparado un plan de huida". Y como él sangrar, sangra poco. Y en cuanto al plan de huida, lo ha ejercitado (ensayado) durante décadas, de momento no tiene de qué preocuparse. Ahora mismo, sentado en la taza del water, con el periódico en las manos, suelta una carcajada mientras consulta la lista de libros más vendidos y comprueba, nada sorprendido, que los ejemplares de autoayuda copan los primeros puestos.
La semana siempre acaba con el domingo por la tarde y esto no podría cambiarlo ni siendo ministro o consiguiendo una plaza para el G-10, así que, llegado el momento, sale de casa con dignidad y la cabeza bien alta. Cruzar el ensanche un domingo por la tarde, con el nuevo horario de otoño, en que el día se apaga como si a Dios (de existir) le hubiera dado un cortocircuito y en el que no hay manera de cruzarse con Kafka; ni siquiera con Rilke (algún des-consuelo inteligente no le vendría mal, por acerado que fuera). Y al final de su largo paseo no se le ocurre otra cosa que ir al cine a ver “El infierno vasco”, una de esas pelis que alguno de sus amigos evita como alma que lleva al diablo, bajo el siempre “consistente argumento”, tan poco convincente, por otra parte, de que “mejor vamos a ver algo que nos levante el ánimo. Dramones no, por favor”.
Aunque por una vez el amigo tiene razón. Al César lo que es del César. Así que cuando sale del cine echa a faltar los dos guardaespaldas de turno y al llegar a casa no se sorprende en absoluto de que la presidenta de la escalera se le eche encima pidiéndole por favor que no aparque el coche delante del edificio, no sea que le hayan colocado una bomba y sus hijos (los de la comunidad y aledaños, se entiende) salten por los aires.
Desoyendo tales ataques de histeria colectiva, abre la puerta de su confortable y pacífico pisito de 72 metros cuadrados, con terraza, dos aseos y calefacción central. Coge el teléfono y marca el número de Paul, su psiquiatra y, como no podía ser menos, una voz metálica e impersonal le responde que el Doctor Weston no estará disponible hasta dentro de unos meses, ya que se encuentra muy ocupado haciendo de Gabriel Byrne en la serie televisable de la Fox “In Treatment”. Consciente de que no es su día, aunque sería más exacto decir su tarde, busca en el disco duro de su deuvedé y pulsa el O.K. en una de las peliculas grabadas recientemente, dispuesto a relajarse un rato siguiendo las incomparables aventuras de dos músicos en paro que se cambian de sexo para conseguir un empleo y que, aún así, no dejan de perseguir como locos a una rubia, sensual, dulce y encantadora que toca el ukelele como los ángeles.

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9.11.08

Hernán Casciari: Por fin llega “En terapia”

“Lo que sigue es un consejo vital. Si el lector tiene en casa el canal Fox, puede pasar al segundo párrafo. Si el lector no tiene el canal Fox, piense ahora mismo en un amigo que sí lo tenga y llámelo (¡ya mismo!) diciendo la siguiente frase: “Desde el lunes, grábame el canal Fox, que yo pasaré por tu casa a buscar las grabaciones”. El pasado lunes 20 de octubre, desde la exacta medianoche, Fox estrenó en exclusiva la serie “In Treatment” (en español se llama En terapia), una revolucionaria producción de HBO escrita y realizada por Rodrigo García, el hijo del Nobel colombiano Gabriel García Márquez, y protagonizada por un grupo de actores bestiales que componen en pantalla los mejores momentos de sus carreras.


Para ver "En terapia" hay que dejar treinta minutos libres todos los días, de lunes a viernes. No, tranquilos, no es un culebrón, pero va todos los días porque la protagoniza un psicólogo que recibe a diario a sus pacientes. Los lunes podemos ver la sesión con una enfermera muy guapa; los martes, a un militar con culpa; los miércoles (ay, los miércoles), a una joven gimnasta suicida; los jueves, a un matrimonio en crisis, y los viernes, el propio psicólogo (Gabriel Byrne) visita a su terapeuta (la escarizada Diane Wiest).

Señores, vean esta serie de alguna forma. Son 43 episodios solamente y acaba, acaba con un final verdadero, y nosotros, ahogaditos en llanto; sólo tres meses y habrán visto algo maravilloso. No hay absolutamente nada en la televisión nocturna que merezca la pena más que lo que presenta la Fox desde el pasado octubre. Aún están a tiempo. Un tratamiento para el alma.
Hernán Casciari: Pantalla de humo. Por fin llega “En terapia”. EL PAÍS. EP3
http://blogs.elpais.com/espoiler/2008/10/por-fin-llega-e.html

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7.11.08

La calle es sueño


Paisaje de Navidad: luces, guirnaldas, Papá Noel, árboles de papel, gente excitada, cargada de paquetes, bolsas y todo eso. Al contratarle le aclararon que el trabajo sólo duraría hasta que finalizaran las fiestas; que después del 5 de enero ya no se hacía negocio. Eran una docena de tipos contratados bajo las mismas condiciones. Les dijeron que eran dependientes, pero su trabajo consistía, más que nada, en descargar camiones y llenar estanterías. Aunque, también, un hombre de almacén es un tío que se pasa mucho tiempo escaqueándose por ahí, fumando cigarrillos, en un estado medio sonámbulo y sin hacer nada.
Y todo para llegar, pensó (como diría Henry Millar), a esa calle con la que nos tropezamos de pronto, cuando olvidamos donde estamos y lo que hemos sido. Cuando la lluvia cae a rachas, diluviando, pero la mayoría de las veces con una monotonía de paraguas y sonido del agua transmutado en un silencio más, sembrando la duda, cuando afloja, entre abrir o cerrar el paraguas, cuando la lluvia cae en un vagabundeo sin meta. Sí, esa calle que hemos recorrido una y otra vez en nuestros sueños, metafísica de los lugares, y que no tiene nada que ver con la calle real por la que estamos caminando.
Se bajará en la estación de Diagonal, línea azul, y se dejará llevar, pendiente abajo, por la rutina de sus propios pasos, primero por la Rambla de Catalunya, para continuar por la Rambla de Canaletas y así hasta llegar a la antigua calle de Conde del Asalto (¡vaya nombrecito!), ya hace tiempo Carrer Nou de la Rambla. Pasará de largo del London, antiguo santuario progre, hasta llegar al Paralelo. Un buen rato de ejercicio matinal. Contra la ansiedad todo cabe. Mientras andas no bebes, pensará con una sonrisa carcelaria, porque justo al llegar al Paralelo le espera un bar con marquesina y sin aseos, en cuya terraza dejará caer su cuerpo cansado mientras pedirá un vodka con hielo. Un desayuno que nunca falla.
Aunque siempre estén presentes los agujeros, los mocos del tiempo, la madeja de ilusiones por deshacer, siempre esperando otra vida, como si uno creyera en la reencarnación o fuera un discípulo aventajado del Hare Krishna. Y así, acabará, él también, haciéndose agujero. Del destino, del azar o, simplemente, de la casualidad. ¿Qué memo con una carrera y un par de Masters dijo esa chorrada de que la casualidad es en realidad una causalidad? Ellos no lo saben, ni falta que les hace, pero andan por ahí decapitados, la mente por aquí y el cuerpo por allá. Por eso, cuando se pone las gafas de ver, y gracias a los superpoderes que le otorgan (cosas de la edad), los ve apresurados yendo de un lado para otro, partiditos y desencajados. Y esa visión le da un repelús que no veas.
Pero, gracias a Dios, eso sólo le pasa de Pascuas a Ramos, cuando la luna se pone a llorar y sus lágrimas de luz refulgente caen en este planeta sobre tanto silencio de estrellas.
Texto: Artur Montfort
Fotografía de Marcelo Aurelio: La calle es sueño
NOCTURAMA FOTOBLOG, 20 de Abril de 2008
Serie:
por la calle, Nocturama
http://www.arte-redes.com/nocturama/?p=1574

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2.11.08

Los almacenes "El Águila"

Ahora no lo sabes, porque así son las reglas de este juego, pero cuando seas mayor te será poco menos que imposible objetivar estos días que caen de sus cimas como hojas de un calendario gigante. Y olvidarás muchas de las cosas que ahora te parecen poco menos que fundamentales. Quizás no recuerdes esta profusión de colores de las bombillas que contornean el edificio de los Almacenes “El Águila” (edificio singular donde los halla), que ahora vives asociado indefinidamente a las Navidades y a la Barcelona incipiente de estos años de niñez irredenta y llena de vacíos de 1962.
Ahora no sabes que muchas cosas de las que sientes, incluso esta intensa y extraña felicidad que te embarga cuando piensas en la inminente llegada de los Reyes Magos, ya en el mismo momento en que la estás experimentando, con el tiempo parecerá que lo estás viviendo exclusivamente para el recuerdo.
Por supuesto, sobreviviste a tu infancia gracias, entre otras cosas, a la merienda, al Biscuter de tu padre y a los Almacenes “El Águila”. Y, no seamos injustos, también al Rey Mago que se asomaba por Navidades a la balaustrada de la tribuna exterior del bazar “El Sepu”. Ahora mismo, cuando justo estás pensando, mientras se te cae la baba mirándolo allí arriba, que el pobre se debe estar muriendo de frío.
Son los tiempos anteriores a la llegada de “El Corte Inglés”, y junto con Almacenes Capitolio, Almacenes Jorba y Almacenes El Siglo, los grandes centros comerciales por excelencia. También ignoras que un pavoroso incendio destruirá los Almacenes por completo. Y con ellos tu admirada Águila.
“Los recuerdos, cuando son lejanos, se asemejan a la imaginación, parecen un sueño.” Escribió Antonio Tabucchi en “El ángel negro”. Cuando, en el futuro, recuerdes el pedazo de señora águila que encumbraba, señorial, el edificio, seguro que tu memoria le otorgará, esta vez con total justicia, la majestuosidad que siempre tuvo, aunque los peatones del franquismo, los hijos de los vencidos, de los sobrevivientes estuvieran demasiado abajo como para divisarla en su verdadero y real esplendor.

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