30.10.08

11676

A Julio los domingos, pero sobre todo los domingos por la tarde, lloviera, nevara, hiciera nieve, aguanieve o, simplemente, luciera el sol, le resultaron siempre insoportables.
Y las causas de tal aversión, llamémosle fobia o, simplemente, terror irracional, procedían, como él sabía perfectamente, desde muy pequeño, cuando la alegría inicial del fin de semana empezaba poco a poco a “doblarse” como un papel arrugado, a volverse al revés (como un paraguas frente al viento de una tempestad) y a parpadear hasta apagarse como lo hacen los fluorescentes de esos garajes, la mayoría de las veces cochambrosos y sin pintar. Y mientras sucedía, que la tarde se escurría, gelatinosa y fría, pero sobre todo triste, sus padres mantenían un silencio que a él se le antojaba crepuscular. Como si el mundo fuera a acabarse esa noche y era entonces cuando unas tenazas invisibles le atenazaban los músculos y articulaciones del cerebro. Cada uno ocupado en sus cosas: su madre ensimismada mientras planchaba y escuchaba la radio, y su padre, sentado en la mesa de su “despacho”, poniendo al día sus pírricas cuentas de ingresos y gastos del mes. No eran precisamente unos parlanchines, pero los domingos por la tarde su silencio le pesaba a Julio como la losa de un sepulcro.
Sabía ya entonces que la “maldición” de los domingos vespertinos le perseguiría toda la vida. Bien, no exageremos. Digamos mejor que mucho después averiguaría que esa mácula de tristeza que le embargaba, y que cada vez se ensanchaba más, era todavía la oscura premonición de que la fatalidad, de llegar algún día, lo haría un domingo por la tarde.
Esta vez, sin embargo, la opresión en el pecho, el nudo en el estómago, la araña erizando sus patas como afilados cuchillos, empezó más pronto. Por la mañana. Era un domingo soleado de octubre, pero eso no impidió que la angustia le oprimiera el plexo solar impidiéndole respirar. Tenía que empacar las cosas de Laura para el lunes. Dejarlas en su casa sin falta, como habían convenido telefónicamente la víspera en una conversación en la tuvieron que fingir que empezaban a ser dos extraños, aunque no acabaran de conseguirlo, tan conscientes estaban de que para llegar a eso faltaban todavía grandes y pesados tributos de tristeza.
Para llegar finalmente, no sabemos cómo, al día siguiente (domingo al parecer) y a ese acto impuro, doloroso (esta vez sí, y mucho) de dejar “sus” llaves en la mesa del comedor y recoger las de Laura. Un intercambio, éste, cuyo silencio se impuso al propio silencio que reinaba en el piso y lo paralizó durante un largo instante. Esa mesa, ese comedor, esa pequeña isla donde se habían amado tanto, en el que se habían mecido entre la hermosa confluencia de las olas blancas de las melodías de Lakmé, de Léo Delibes, a la luz de las velas, abrazadas en silencio durante un tiempo. Un tiempo al que seguía otro y así, sucesivamente, y que era imposible de medir, como en los versos del querido y nunca olvidado Gil de Biedma:
Y sobre todo el vértigo del tiempo.
el gran boquete abriéndose hacia dentro del alma
mientras arriba sobrenadan promesas
que desmayan, lo mismo que si espumas
Dejaría, pues, las llaves y cerraría la puerta “de golpe, y la cerraría con ese gesto tan habitual pero esta vez único, diez años de pasión y locuras, de alegrías y momentos entrañables, de amores y desamores, de encuentros y desencuentros pero, sobre todo, once años (como decía de la Maga el también llamado Julio, el otro, el gran escritor argentino) de asomarse a esas grandes terrazas que los otros buscaban afanosa y “dialécticamente”. Aunque lo que más recordaba Julio - el personaje de esta historia -, en ese momento sin nombres, es cuando se dormía sabiendo que no viajaba solo, consciente de que Laura se encontraba siempre al lado de aquí, a su lado, junto a él, casi escuchando su respiración... Porque, incluso Hemingway estaría de acuerdo. De hecho, hasta lo escribió: "Nunca salgas de viaje con una persona que no amas”.
Cuando vio su ropa, sus libros y demás objetos personales cuidadosamente apilados y ordenados sobre la cama del dormitorio y también en la gran mesa del comedor, le asaltó el absurdo recuerdo de la mañana del 6 de enero, la llegada de Los Reyes Magos. Todo tan cuidadosamente ordenado en el diminuto vestíbulo (por llamarlo de alguna manera) de la casa de precaria construcción donde nació y permaneció hasta los 14 años. Fue un pensamiento absurdo, pero sobre todo cruel, aunque por el motivo que fuese no pudiera evitar ese pensamiento inconsecuente, sino frívolo. Haciendo oídos sordos a tanta confusión, empaquetó sin prisas sus cosas. Tampoco pudo evitar la dichosa costumbre de comprobar que los mandos del gas de la cocina estuvieran perfectamente cerrados, que no se dejaba ninguna luz encendida, que la puerta había quedado bien cerrada. Y es que la fuerza de la costumbre también crea monstruos, pensó, prohibiéndose terminantemente cualquier atisbo de tristeza o desesperación.

Cerró la puerta a las 11,20 en punto de un lunes de otoño. En el ascensor, se quedo mirando impávido aquel número escrito a mano sobre la placa de identificador del elevador. Aquel número al que sus ojos se habían agarrado siempre como a un clavo ardiendo (como un número de la suerte) cuando la espera del trayecto hasta un piso tan alto se hacía interminable, sobre todo el primer y maravilloso año de amantes. El número era el 11676, una especie de código para entrar en el paraíso o quizás un número como cualquier otro, vete a saber. Fuera una cosa u otra, cuando abandonó el edificio el corazón se le apagó como se apagan las tardes desde el pasado sábado, con el cambio de horario. Sin compasión para los que le tienen terror a la oscuridad. La de ahí fuera y la de aquí dentro.

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29.10.08

Jane Birkin: ¿caminaba o volaba?

"Jane Birkin, arrastrada por su perrito, pasando a toda velocidad, de incógnito, frente al Café Bonaparte. Es un recuerdo reciente. Hace quince días, estaba sentado con Bryce Echenique en París, en la terraza del Café Bonaparte, cuando vimos pasar a una espigada, guapísima, misteriosa Jane Birkin que caminaba o volaba, arrastrada por la velocidad de su encadenado perrito.



Fue una feliz fugaz visión de Birkin, toda una artista verdadera. Y recordé que ella siempre fue la artífice de la reconciliación entre su marido y Ringer, a la que dedicó palabras amables: “Me parece una maravillosa intérprete. Los verdaderos fans de Gainsbourg la aprecian tanto como yo.”
Enrique Vila-Matas: Dietario voluble, Anagrama 2008, páginas 56 y 57


Dedicatòria de “La Banda des quatre”.
De copes a l’Ascensor. Nit del 28 d’octubre de 2008

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26.10.08

El país de Nunca Jamás


Lo imposible es lo más deseado, esto lo saben (o lo sabrán muy pronto) los niños y las niñas de ESO. De hecho es lo primero que se aprende en la calle de la vida, como diría algún cantautor en paro.
Lucía un polo azul marino y, encima de éste, un jersey de algodón del mismo color. Los zapatos hacían juego con un fino pasador sin adornos que encintaba su espléndida cabellera pelirroja. Los pantalones eran unos tejanos estrechos de color blanco. En una esquina de la mesa había unas gafas de sol de un brillante color azul. La cafetería estaba a rebosar y podía haber hecho un intento de "aproximación" sin llamar demasiado la atención, pero aún así, pasé junto a ella en dirección al mostrador y mi cuerpo, pero sobre todo, mis labios no obedecieron ninguna de mis órdenes y se mantuvieron sellados como una carta lacrada sin destino conocido. Bueno, habíamos hablado del mostrador. “Un whisky doble, por favor”, le dije al camarero, como pidiéndole perdón por mi cobardía.
Los vaivenes del clima de otoño nos llevan a todos de cabeza, y de paso delatan cuestiones tan sutiles como la insobornable temperatura corporal del ciudadano de a pie, y quizá la tozudez del que ya ha empaquetado el vestuario de verano, lo ha colocado en el altillo y no está dispuesto, salvo cataclismos, a volver a coger la escalera de mano. Así pues, estos días nos tropezamos con mujeres con abrigo junto a jóvenes con camiseta y otros no tan jóvenes con camisa de manga corta, luciendo cachas.
Acaban de sacar un librito titulado “Odio Barcelona”. No lo leeré, por supuesto. Tampoco se trata de alimentar el monstruo que llevamos dentro y con respecto a esta Barcelona “sobrediseñada” (como dice Mery Cuesta en La Vanguardia) y en la que todos acabaremos haciendo de “camareros” de los turistas, bromea Vila-Matas (¿bromea?) en su último y espléndido libro que, por suerte, no es una novela, prefiero no alimentar la fiera que los "catetos" de la aldea no global llevamos dentro.
De todos modos, y por fortuna, seguimos fieles a algunas tradiciones. Renovar el pasaporte, por ejemplo, sigue siendo una odisea, aunque sólo los más viejos recordemos las colas de la Plaza de España.
Quizá por eso mismo, y a pesar de tanta nueva y sofisticada tecnología, tanto numerito, lista de espera, “locutorios” nuevos y un flamante teléfono de información (que, simplemente reincide en la eterna recomendación de que acudas a la cola de la comisaría con el pasaporte viejo y una foto de tu careto) cuando le indiqué al funcionario de turno que quería un pasaporte para viajar al país de Nunca Jamás, me echaron a patadas sin mayores explicaciones.

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23.10.08

El impostor


No fiarse de nadie, ni siquiera de los más cercanos a ti, pero, sobe todo, no fiarse nunca demasiado de uno mismo. Y junto a eso, una implacable disciplina de autocontrol. He engañado a mucha gente con este método. He conseguido cosas que tiempo atrás me hubieran parecido sencillamente increíbles. He realizado un esfuerzo sobrehumano (digámoslo así para entendernos) con el único objeto de ocultar precisamente mi total ausencia de humanidad. Y no. No se trata exactamente de una paradoja, sino de una confesión.
Sólo una advertencia. Y no la repetiré. La gente miente más que habla. Quiero decir que miente hasta en los gestos, en la mirada y, sobre todo, en sus actos. Por eso mismo, que nadie crea ni por un momento que aquí va haber cuartelillo. Como buen impostor, haré creer solamente lo que a mí me interese. ¿Deformación profesional? No lo creo. Llevo un año de baja laboral. Sí, “queridos” lectores. Yo soy ese impostor que finge que sólo tiene la enfermedad que tiene y que acude puntualmente cada dos semanas a recoger el parte de confirmación al ambulatorio del Vall d’Hebrón. Sólo tengo un problema (¿un problema? Colecciono problemas). Como la halitosis, o sea, el mal aliento, la proximidad un tanto prolongada me delata. No es una impostura, ni falta de seguridad en mis posibilidades de mantener una relación. Es, simplemente una cuestión de supervivencia.
Cuando nació Simón, el hijo de mi adorada vecina, tenía yo cinco o seis años y, principiante como era, aún cometía errores de pardillo. Paquita, que así se llamaba mi adorable vecina era del tipo de mujeres que prefieren no comer antes que meterse en la cocina. También era una impostora, como se comprobó tiempo después, pero... ¡Cómo iba a saber yo eso si tampoco sabía todavía que los enemigos más peligrosos son siempre los que anidan en tu guarida! Paquita fue mi primer amor inventado, más falsa que la "España grande y libre, una unidad de destino en lo universal", que nos vendían las voces casposas y repugnantes de los locutores de la radio.
Se supone que a esa edad uno debía estar edípicamente enganchado a la madre. Yo, inseguro todavía, añadí a Paquita por aquello de aumentar la verosimilitud de mi supuesta normalidad. Pero impostor no quiere decir imbécil, así que no pudiendo soportar mi brusco cambio de “popularidad” debido a la pujante del pequeño Simón (maldito nombre), me falto tiempo para aprovechar la primera oportunidad en la que el “nuevo competidor” se hallaba solo, para acercarme a la cuna del intruso y apoyar fuertemente la almohada contra su pequeño rostro con la evidente finalidad de asfixiarlo y librarme así de su insoportable presencia.
La súbita entrada de Paquita y mi madre, hablando por los codos, frustró mi acción. Es cierto que lo maté cien veces en mis sueños (pesadillas), pero me faltó valor para repetir el intento. Así que, mientras me relamía las heridas, lloriqueando como una nenaza, en un rincón de mi cuarto, pensé por primera vez que no tenía alma, pero sí inconsciente. Es decir (me repetía una y otra vez) "ya tengo inconsciente", una putada como otra cualquiera. El inconsciente debe ser como una enfermedad (recuerdo que pensé). Así pues, pillé el virus del inconsciente y, en pleno estado, entre a febrícula, fiebre e hipertermia, no había piedad para mis enemigos. Son cosas que pasan. Ahí nació también mi instinto de supervivencia. Nadie supo ni sabría nunca que ya era un maldito impostor.
Texto: El impostor
Ilustración: Juan Carlos Elijas: talkin heads
http://www.usuaris.tinet.org/jcelijas/

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22.10.08

Teatre Romea: La Maga y el Club de la Serpiente


Teatre Romea: 24 de octubre de 2008, 21,00 horas
Teatre Romea: 25 de octubre de 2008, 21,00 horas
Teatre Romea: 26 de octubre de 2008, 18,30 horas
Teatre Romea: 8 de noviembre de 2008, 21,00 horas
Teatre Romea: 22 de noviembre de 2008, 21,00 horas
Entradas: TeleEntradas Caixa de Catalunya: 902 101 212
http://www.myspace.com/lamagaielclub
DICE EL CLUB DE LA SERPIENTE:
“… Ya ha pasado el tiempo
y nos apetecía hacer una nueva “discada”.
Cortazar crea/recrea a Rayuela, las “discadas”. Reuniones donde un grupo de amigos que se autodenominan El Club de la Serpiente, se reúnen para escuchar Jazz, beber vodka y filosofar sobre política, literatura, arte y relaciones humanas.Si ya habéis venido a alguna discada anterior, os esperamos de nuevo. Si no, ara tenéis la oportunidad.
ACERCA DE LA MAGA Y EL CLUB DE LA SERPIENTE
La Maga y el Club de la Serpiente, es el resultado de combinar una dramaturgia de un fragmento de RAYUELA, la novela de Julio Cortazar, y la música de Bix Beiderbeke, Louis Armstrong, Duke Ellington, Besie Smith, Coleman Hawkins, y otros que se mencionan en la novela.La compañía está formada por Quim Lecina, Andrea Fantoni, Laia Porta y la SWING SET. QUIM LECINA, tiene una dilatada y reconocida experiencia como actor y director de teatro, con diversas obras en cartelera o en gira; fue miembro cofundador del Teatre Lliure. ANDREA FANTONI es una actriz de origen uruguayo, que ha intervenido en numerosas obras de teatro y películas. LAIA PORTA es una de las grandes voces que hay en el país, y sin duda una de les que tiene más personalidad. Es una habitual de la escena catalana. SWING SET es una banda formada en 1998 por músicos que tocan o lo han hecho en formaciones como la locomotora negra, bcn swing orquestra, bb jazz Maresme, y otros grupos de jazz, swing o new orleans. Han subido a escenarios y festivales de Catalunya, Euskadi i Francia.
MORSA DIJO:
Bien empezamos
. Y ahora, díganme, ¿por dónde continuamos o reempezamos esto?
Empecemos, pues, por la luminosa construcción de un “argumento” narrativo, basado principalmente en uno de los capítulos del libro, al que Quim Lecina saca petróleo con una tempo que a mí, personalmente, me sorprendió - y en momentos me emocionó- por su desarrollo y, a la vez, por su eficaz solapamiento con el otro “argumento”, el musical, a cargo de Ángel Molas.
Conjunción en el que todo encaja con la fluidez que tanto hemos echado en falta en otras recientes adaptaciones y reajustes de la obra de Cortazar. Si a esto sumamos el derroche de ardor, vehemencia y convicción, la llama, en definitiva, del Lecina narrador, no podemos menos que dejarnos caer por el París de finales de los 50, en un tal barrio de St. Germain-des-Prés, en el interior de una buhardilla o cuchitril lleno de humo, jazz y voces roncas por el vodka y el desorden, “el desorden en que vivíamos – cuenta Oliveira -, es decir el orden en que un bidé se va convirtiendo por obra natural y paulatina en discoteca y archivo de correspondencia por contestar”. Y si la dirección musical de Àngel Molas consigue huir de la geometría fácil del centro consiguiendo que canciones como “Get Back”, “Jazz Me Blues” y “Mamie’s Blues” suenen a gloria y, consecuentemente, que uno, anclado en el despiste del olvido, de vuelta a casa, rebusque entre el maremagnum de cedés hasta encontrar el disco-libro “jazzuela” con las mismas cosquillas en los dedos de quien busca y abre la caja de Pandora.
Continuemos, pues, con la Maga contándole a Horacio la vez que la violó el negro del Conventillo.
Por Andrea Fantoni tomándole y devolviéndole la palabra (y el pulso) a Horacio, jugando al juego de las verdades y mentiras como un caballo de ajedrez que se mueve como una torre que se mueve como un alfil. Con él y con Osito Gregorovius (“en el fondo –dijo Gregorovius-, París es una enorme metáfora") y, en definitiva con los muchachos del Club de la Serpiente, apoyando su linda cabecita en el hombro de Sergio, el saxo alto, mezclando las palabras como si ojeara un álbum de fotos o viera una película de Fritz Lang, las palabras una tras otra rellenando el vacío y en las que saxo es sexo, jazz es blues y el vaso de vodka y el tercer cigarrillo del insomnio la prolongación natural de sus dedos nerviosos, y todo eso cuando probablemente Andrea, la Maga, era la única del Club que vivía el presente de indicativo, y así lo expresaba cuando afirmaba: "¿A qué le llama tiempos viejos usted? A mí todo lo que me ha sucedido ayer, anoche a más tardar". A lo que Horacio respondía: "Swing, ergo soy".
Por Laia Porta, Miss Bessie Smith, que la emprende con ”Empty Bed Blues” y toma castaña, ya la enredamos otra vez…
Porque entonces el trombonista Víctor González se descuelga cantando con su voz, menos gruesa (o grave) que la de Big Hill Broonzy, pero igual de efectiva, por no hablar de su entrañable empaque y frescura, “Get Back” y entonces es el acabose, Pep Rius cambia el contra por la guitarra y Sergio Fructuoso se marca un solo con su saxo barítono ante la fila uno y acaba sacándose el sombrero, cuando eso es lo que tendríamos que hacer nosotros, sacarnos el sombrero ante el solo de trompeta de Miquel Donat. Y no digamos cuando todo el Club de la Serpiente, de la mano de la SwingSet le hace coro a González con su “¡Get Back, Get Back, Get Back!”, momento para morirse, si no fuera que, sin dejar de respirar y no mucho más tarde vuelven a la carga con la mándala de Earl Hines, es decir, con “I Ain’t Got Nobody”. Entonces no es para morirse, es que hasta los muertos de la última fila del último vodka del último cigarrillo de la noche de la última astracanada se levantan de sus cenizas para poder volver a morirse de risa, y así no sé cuantas veces más…
Por la Maga, en definitiva, dándole un empujoncito al azar, acariciándole los oídos y la vista - ella a quién tanto le gusta que le acaricien el pelo - al espectador del Primero Segunda que, el pobre no sabe lo que se le viene encima, mientras cae la lluvia sobre la claraboya. En fin, literatura.

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17.10.08

La seducción del diván


La ventana estaba abierta y la luz encendida. Detestaba abrir los ojos y encontrarse con la oscuridad y, por supuesto, los psicoanalistas no acababan de ponerse de acuerdo. Unos lo achacaban al miedo a la muerte, y otros al miedo a la vida. Tanta “discordancia” no consiguió, sin embargo, producirle ningún trastorno adicional. Al fin y al cabo, coincidían en lo esencial: el miedo. Todo consistía entre elegir entre un miedo u otro.
La psicoanalista del miedo a la vida no era precisamente el tipo de chica de la que, cuando tu madre ve su fotografía en tu billetero, exclama con un suspiro: “¡Qué chica tan mona! ¿Cómo se llama?” Tenía, sin embargo, unas orejas preciosas. Parecían recién hechas. Suaves y sensibles. Eso le daba un cierto crédito.
El psicoanalista del miedo a la muerte escondía a duras penas una barriga de bebedor de cerveza. Además, se quedaba de tanto en tanto ausente tras un tabique de silencio, que era, en realidad, un silencio de ordeno y mando.
Y como su economía se iba al traste, y había que elegir, no dudó en quedarse con la primera.

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Presentación Hoy era martes en Terrassa


Los amigos de Papers de Versàlia han organizado una nueva presentación.
El acto, que comparto con mi compañero en este viaje,
Víctor Mañosa, tendrá lugar el próximo jueves 23 de octubre, a las 7 y media de la tarde, en la sede de Amics i Juventuts musicals de Terrassa. (Carrer de Sant Pere, 46, 1er pis).
Me hace el honor de presentarlo
Esteban Martínez, al que hace tiempo que no veo ni comparto sus deliciosas tertulias.
Más adelante, el 5 de noviembre, tenemos prevista una nueva presentación, esta vez en Sant Cugat, en la libreria Mythos. Ya detallaré más adelante.
Jorge Brotons

(...) Sentarse y para entonces decir
la voz de una furia,
donde no acaba nada y
empieza todo lo que debe,
la piel del desierto,
la gran palabra,
que camina hacia vosotrosdesde el dolor y el amor,
hacia vosotros:
somos tantos alrededor
de esta mesa donde la extiendo
para lamerla y besarla,
y curarla con esa voz,
la palabra de todos.
Jorge Brotons: Hoy era martes. Papers de Versàlia, Sabadell 2007


Jorge Brotons es poeta. Ha publicado los libros El tiempo raro (El Cep i la Nansa edicions, Barcelona, 2003), La raó de les sèquies (Afers, València, 2006), Bloc al circ (5é Certamen literari Clara Alzina, Sabadell, 2007) en el que ha inspirado su blog Bloc al circ, y Hoy era martes (Papers de Versàlia, 2008), así como diversos poemas en la plaquette Papers de Versàlia y en la revista Reduccions(88).
Es también autor de los libros infantiles Helena de Troia (Dèria editors, 2007) y A la cuina amb les tres bessones (Salsa Books/Cromosoma, Barcelona 2005).
Contacto: jorgebrotons@gmail.com

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16.10.08

El cazafantasmas


Sobre la mesa, sin saber que hacer con él, un recorte del periódico con una Françoise Sagan en plano medio, envejecida pero firme en sus rasgos. Y un titular que afirma: “A mi edad ya no hay desesperanzas; hay tristezas.”
Nada mal para empezar el día, aunque la cita no acabe de darme el punto al café, y no digamos al humo del cigarrillo. ¡Cuidado con las palabras! me digo, en un momento casi enternecedor, quizá porque estoy escuchando ”April in My Herat” de Billie Holiday, y esto siempre sea un tanto a mi favor. Y digo lo de las palabras porque herederos como somos, hasta la extenuación (y el aburrimiento), del racionalismo y con la "Ilustración” pisándonos siempre los talones, hace falta mucho valor para distinguir el plano sentimental del estético, y no digamos de lo razonable.
Puede que afirmar que la razón crea monstruos sea una exageración, pero los zapatazos de la mente te dejan más agujetas que una maratón. Y fantasmas, unos cuantos, si es que tienes la temeridad de dejar que se paseen como Pepe por su casa. A la mente le encantan los callejones sin salida. Al fin y al cabo una biografía dominada por la confusión entre el deseo y la realidad no parece la más adecuada para lidiar con huéspedes de este calado. Así que ¡Basta ya! Los fantasmas al contenedor. Al amarillo, si es posible.
A veces es mejor cortar por lo sano. Recurrir al borrón y cuenta nueva. Recordar las palabras de Paul Auster: “En última instancia, una vida no es más que una suma de hechos contingentes, una crónica de intersecciones casuales, de azares, de sucesos fortuitos que no revelan nada más que su propia falta de propósito.”
Echo el recorte de la Sagan a la papelera, mi cazafantasmas preferido. Un buen pedazo de existencialismo (echemos un poco de lastre, me excuso) al cubo de la basura. Sustituir la desesperación por la tristeza no parece la mejor opción para mimar mi castigado “karma”. Muchos bemoles, me parecen a mí, eso de pasearse por el filo de la navaja. Preferiría pensar que sólo se trata de frase para impresionar al respetable o para vender más libros. Porque si no, ¿Pies para que os quiero? Para correr. Lo más lejos posible.

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11.10.08

Los viernes

Los viernes el desorden en mi mesa de trabajo empieza a ser alarmante, cartas de los bancos sin abrir, notas en papeles de diversos tamaños, CD’s y DVD’s pendientes de copiar o/y rotular, libros y carpetas, recortes de los suplementos literarios de libros, la mayoría de los cuales no leeré nunca, por falta de tiempo, por una mala elección o, simplemente por desidia. Desidia:Negligencia, falta de cuidado y de interés: lo ha ido retrasando por desidia y ahora ve que no lo tendrá a tiempo”.
También se acumulan postales a la cuál más curiosa, que me envía un personaje conocido aunque cada vez más misterioso y cuyo formato contraviene absolutamente todas las reglas de La Sociedad Estatal Correos y Telégrafos, y que, aún así, sus repartidores se saltan desde siempre con una generosidad que me conmueve. Siempre he querido pensar que, entre tanta correspondencia insulsa, estas modestas obras de artesanía les alegran el día.
En este sentido, Kafka era un verdadero caso clínico. Kakfa siempre era viernes. En una de sus cartas a Felice Bauer le decía: "el papel de cartas de este horriblemente desordenado corresponsal tuyo se acaba de terminar, y todos los vendedores de papel están durmiendo."

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9.10.08

Una cabeza sin sombrero

La cosa consistía en escoger al azar cinco palabras entre las muchas que antes habían depositado (de forma espontánea, según “aparecían” en su mente) en un sombrero, y componer series de asociaciones con estas cinco palabras.
Jaime no había leído - ni siquiera conocía su existencia - el Acta de la Sesión de la Sociedad Médico-Psicológica, contenida en el Segundo Manifiesto Surrealista del reconocido poeta francés André Breton, pero un artículo en el periódico consiguió despertar su curiosidad por el asunto de las palabrejas, aunque finalmente no se le ocurriera otra cosa que llegar a la “brillante” conclusión de que una cabeza sin sombrero también puede hacer maravillas con las palabras. Al fin y al cabo, la palabra no es un don privativo de los que se ganan la vida con ellas.
En el metro, durante el trayecto de casa al trabajo, y viceversa, los pensamientos, como le ocurre a todo hijo de vecino, iban y venían por su cuenta. Tanto lexema acumulado acababa configurando sucesivos sintagmas, o sea, frases, y, finalmente, la “asociación”, por decirlo de alguna manera, acababa en alguna idea más o menos ocurrente. "Cuando el catedrático doctor Lastra tomó la palabra, ésta le zampó un mordisco de los que te dejan la mano hecha un moco." Este enunciado no había salido del sombrero, ni tan sólo del “capricho” de su mente, sino de una cita de Julio Cortazar, al que, casualmente, sí había leído.
Ya que el trayecto se hacía eterno, se aventuró a emular al poeta, aunque, así, a las primeras de cambio, no se le ocurrió nada especial, como no fueran las palabras nada "especiales" (ni originales): “despertar”, “metro”, “destino”, “estación”, “viajar”, etc. Y entonces propuso, no sin cierta vergüenza, todo sea dicho, su particular asociación: “los despertares en el metro son una sucesión de estaciones, un viaje sin destino conocido”. Consciente de que había hecho trampa, que había añadido dos palabras “de más” y, lo peor, que el resultado no daba para mucho, se sintió como el doctor Lastra y percibió claramente el mordisco “de los que te dejan la mano hecha un moco”. Quizás por su manifiesta torpeza, o porque hay cosas que nunca cambian por muchas vueltas que les des, más o menos en la cuarta estación, a la hipotética seducción del azar, le sustituyó una cierta opresión en el pecho con sólo pensar lo que le venía encima: siete horas y media en una oficina, ni mejor ni peor que otra, manejando papeles, atendiendo teléfonos, escribiendo en el ordenador, esperando primero la hora del desayuno y luego la de marcharse… hasta el día siguiente. A pesar de lo mortificante de tal realidad, escuchaba con aparente serenidad la eterna respuesta a la eterna pregunta sobre las vacaciones: “Demasiado cortas”. Ya sabía que el trayecto en el ascensor daba para muy poco, pero tampoco en el metro la cosa era para tirar cohetes. Así que asentía con resignación, consciente de que el próximo, todavía mejoraría la economía del lenguaje: “Cortas”. Y pensó, “al fin y al cabo, ¿no le pedimos demasiado a las palabras?" Fue entonces cuando se le ocurrió que la elección del sombrero por la mencionada Sociedad Médico-Psicológica de André Breton, costumbres de la época aparte, tampoco era una casualidad. ¿Qué mejor y más próximo recipiente para las palabras pensadas y no dichas que un sombrero? ¿Qué más a mano?

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