28.2.07

Estoy bien


Si no fuera porque, de vez en cuando (aunque sería más correcto decir, con frecuencia) alguno de mis múltiples defectos da la lata, pega algún rebuzno y produce perturbaciones de cierta importancia, es decir, una especie de nubosidad variable con riesgo de precipitaciones, todo estaría bien. Lo cierto es que estoy bien.
Algunas veces, sin embargo, aparece ese si no fos... que con tanta gracia repetía mi tía Paquita, que murió el pasado mayo de un infarto a sus 93 años, muy harta de la vida. Soltera y cautiva de la generosidad de su hermano, sus mejores tiempos fueron, sin duda, aquellos en los que trabajó de dependienta en una tienda de regalos de la Puerta del Ángel y – contaba ella con ese gracejo que la caracterizaba– justo a la hora de cerrar, aparecía la clásica mujer con una vaga idea de lo que quería comprar y dispuesta a no salir de la tienda sin su regalo.
Claro que mis defectos son los de los demás. No sé si me explico. Digo esto porque incluso a mí me costó captar la idea en toda su profundidad. Lo he acabado descubriendo de mayor y tampoco es que haya supuesto un gran consuelo. Me refiero a que la indiferencia más próxima duele infinitamente más que la general. Incluso más que la propia. Y eso a pesar de sentirme eternamente viejo y sabio, lo que quiere decir, cansado y desencantado. Me lo dijo Manolo Calvo, en una de sus cartas con moscas, un poco antes de volverse loco: no te mires tanto el ombligo. Y aquí tenemos el otro gran descubrimiento de la década: lo peor de los demás son los consejos. Manolo acabó majareta de tanto mirarse el suyo. Así de claro. Por supuesto, tampoco en esto le hice caso.
Y créanme que lamento el circunloquio, pero no encontraba el momento de derivar esta digresión al tema de la escritura en general y de este blog en particular. Conozco infinidad de escribientes (pacientes), con la enfermedad crónica de la charanga. Sé de lo que hablo, yo mismo estuve en tratamiento de esta larga y molesta dolencia, o achaque, como queramos llamarlo. Mucho trajín con editoriales e imaginarios agentes literarios, mucho toco-mocho con Premios Literarios y festejos de ayuntamientos ociosos y cofradías culturales sin afán de lucro, pero con mucho gusto por la farándula, el jurado y el compadreo, amén de muchas fotocopias, mucho sobre y mucho sello. Conozco a infinidad de pedigüeños -yo mismo-, con sus precarias publicaciones en ristre, en busca del momento de gloria de una presentación, buscando al día siguiente, desesperadamente, un suelto en el periódico. Todo ello mientras juran y perjuran con la boca pequeña que la fama es lo que menos importa. Su esfuerzo patético por conseguir una abundante claca (al menos los suficientes para llenar la librería, afirman, con una sonrisa de elefante triste) y un triste pica-pica. Y es que casi nadie lee sus libros. Ni siquiera los amigos. Bueno, yo sí que los leo, pero es que lo mío es especial. Mi formación judeocristiana me impele a la autoflagelación, pero dejémoslo estar, que por estas veredas acabaremos por embarrancar.
Después de tantos años heme aquí salvando de la basura aquel lanzallamas hipócrita y falsario de la tierna juventud: Escribo sólo para mí. Aunque en esta ocasión sea más una constatación que una declaración de intenciones. ¿Quema el lanzallamas, no es cierto? ¿A que sí? Y esto después de averiguar, constatar, cotejar y acabar verificando (pruebas son amores...) que nadie lee a la chusma amiga. No nos engañemos. Nadie pierde el tiempo lastimosamente para presentarse, luego, en bragas a la cena o al copeo sin estar al loro del último Auster o Murakami de turno. ¿A quién se le puede ocurrir tal temeridad? Tengo pruebas fiables. Claro que como la vanidad también forma parte de mis múltiples defectos, he encontrado la salvación a este delicado galimatías mediante el fabuloso invento del blog. Sí, por mucho que Maruja Torres exclame, airada, que “¡Así cualquiera!”, lo cierto es que en mi blog soy el rey, yo me lo guiso y yo me lo como, que es un poco volver a aquel sólo escribo para mí. Al fin y al cabo, pobres de los que no tiemblen de placer ante el folio (pantallazo) en blanco. Ernesto Sábato casi acierta cuando dijo “Escribo para no morirme". Yo más bien diría que escribo para no morirme de un ataque de nervios.
No me malinterpreten: hace ya tiempo que, como mínimo, quiero tanto mis defectos como antiguamente quería a mi gato: le daba la comida cada día, lo acariciaba con mimo, le cepillaba el pelo pausadamente, lo medicaba cuando enfermaba, me preocupaba, en resumidas cuentas, por su bienestar, y, por supuesto, hasta dormía con él.
Pues sí. Si no fuera por estos pequeños defectillos, por estas carencias, por estas lacrillas, por este desastre, en definitiva, ciertamente estaría la mar de bien. Aunque no me quejo. La vida no me ha tratado mal. Estoy bien. Además, ¿quién puede presumir de perfecto?
Además, ya lo dijo Jean Paul Sartre, que de eso debía entender algo, ya que escribió un libro titulado La náusea: “El infierno son los otros”.
Justo lo que yo les decía: la culpa de todo la tienen los demás.

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25.2.07

Rafa Ferrándiz: el color de la buena suerte

En mi primera percepción de la imagen me dieron unas ganas irresistibles de tocar la tela. Porque muchas veces la mirada no es suficiente. En la mayoría de los casos, jamás lo es. Claro que yo me hallaba ante una pantalla de ordenador y, por otra parte, en el museo me echarían los perros si intentara hacerlo, acercarme a tocar una pintura como si de una hortaliza se tratara.
Normalmente el rojo es sinónimo de furia, de violencia. A mí me pasó todo lo contrario. Esta obra sin título de Rafa Ferrándiz me transmite un no sé qué de pausada tranquilidad. O quizás me recuerde al sol, muy de mañana, cuando aparece, rodeado del espectro azul del cielo, tras el horizonte de tejados, allá a lo lejos.
Claro que una cosa es lo que vemos y otra a veces muy distinta lo que experimenta el autor. “No poder pasar sin pintar, sufrir ante el lienzo en blanco”, me confesó Rafa Ferrándiz. “Lo más duro es empezar.“
Es como si en esos momentos, cuando agarra el pincel y se enfrenta a la precariedad de la tela desnuda, ”sin una idea determinada”, Rafa se diera cuenta de que sólo puede “esperar que la propia pintura te conduzca por el camino que ella misma dicte". Una búsqueda a ciegas, con sentimiento o sin él (“tampoco en eso decides”) y en la que la que el hallazgo te elige a ti y no al revés.
Y a mí, en mi ignorancia, se me ocurre que, con un poco de suerte, en este “Rojo” podemos descubrir esa tensión. Al fin y al cabo, ¿acaso no dicen que en el simbolismo chino, el rojo es el color de la buena suerte? Juguemos pues.

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23.2.07

American Legends: Jim Morrison


¿Quién dijo que Jim Morrison fue un invento de nuestros padres, profesores y jefes para desacreditarnos?
"Eso buscábamos, cuando subíamos agrupados hacia la plaza del General Orduña con las manos en los bolsillos y los cuellos de los chaquetones levantados, como marineros o gángsters, mis amigos y yo, Serrano, Martín, Félix, todo lo que más miedo les daba a nuestros padres, miedo y una especie de aguda repugnancia física, buscábamos las malas compañías y el humo y las canciones en inglés que sonaban en el Martos, queríamos dejarnos el pelo tan largo que los llegara a los hombros y fumar marihuana y hachís y LSD -suponíamos vagamente que el LSD también se fumaba-, queríamos viajar en autoestop al otro extremo del mundo y hacia el fin de la noche oyendo con los ojos cerrados a Jim Morrison o subir una tarde a la Pava y no regresar nunca, o volver varios años más tarde tan cambiados que nadie nos reconocería, enmascarados por el pelo largo y la barba, con botas y chaquetones militares, con la cara de furia, experiencia y dolor de Eric Burdon, con camisetas como las que llevaba Jim Morrison en la portada de aquel disco que un día apareció en casa de Martín, llevado por su hermana, nos dijo, a quien se lo había prestado una amiga extranjera. Y nos sentíamos atrapados en la víspera interminable de la libertad y de la nueva vida, detenidos en un límite cuya oscuridad ulterior nos atraía tanto y nos daba tanto miedo como el olor y la cercanía de las mujeres, inaccesibles y próximas, sentadas junto a nosotros en una banca del instituto, tan cerca que nos rozaba el perfume limpio de su pelo y el aroma un poco acre a tenue sudor y a tiza que venía de ellas en las últimas clases, tan imposiblemente lejos como si pertenecieran a otra especie entre cuyas costumbres no estaba la de advertir que existíamos, al menos en el mismo grado que los tipos mayores que las esperaban al salir, los que las invitaban los domingos a gin tonics en la barra del Martos o entraban con ellas en la penumbra rosada de la discoteca que había al fondo del patio, cuya puerta acolchada nosotros nunca habíamos cruzado, no sólo por falta de dinero, sino porque no conocíamos a ninguna muchacha que quisiera acompañarnos."
Antonio Muñoz Molina: El Jinete Polaco, Seix Barral, colección Biblioteca Breve. 608 páginas. P
remio Planeta en 1991 y Premio Nacional de Literatura en 1992.
Ilustración obtenida en:
American Legends: Jim Morrison

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22.2.07

Recordando a Genís Cano: maravillosa niebla dorada de tus ojos


En la revista cibernética Literatuya apareció el Fast Notes, nº 4 del amigo Pere López titulado Poesía contracultural, en el que rememoraba la "Semana de Poesía de Barcelona", de septiembre de 2003, patrocinada por el Ayuntamiento de Barcelona y, en concreto, el homenaje que se realizó a tres poetas (ya fallecidos) del “underground” o “contracultura” barcelonesa de los setenta: Pau Maragall, Pere Marcilla, y Albert Subirats. Enfatizaba López acerca de lo paradójico que resultaba, que la Semana de Poesía de Barcelona rindiera un homenaje "in memoriam" a personajes tan, “anti”, tan en contra de la “cultura oficial”. Los tres poetas, desaparecidos físicamente en plena juventud, se distinguieron – decía López - por su vivencia y su visión desde el lado más cruento de la existencia.
La paradoja no lo era tanto, de todas formas, si tenemos en cuenta que los valedores del asunto eran, nada más y nada menos, que Enric Casassas, Julià Guillamon, Salvador Rodes, David Castillo y... Genís Cano, que fueron quienes perpetraron el homenaje a los poetas muertos. Esta expresión, les hubiera gustado, probablemente, a más de uno de los poetas aludidos... perpetrar. Dicho acto se vio refrendado por la edición limitada de la antología Poètica de la contracultura, a cargo del Servei de Publicacions de la Universitat de Barcelona y, fundamentalmente, de la entusiasta labor del ya mencionado Genís Cano, impulsor del evento junto a David Castillo y Julià Guillamont.
¿Y por qué esa mirada atrás? ¿Por qué esa vuelta de tuerca a lo que ya casi nadie recuerda? Pues por lo mismo que dijo Kafka: uno no puede huir de los fantasmas que ha ido dejando sueltos por el mundo. Por eso mismo Genís Cano hizo lo que hizo.
Y permítaseme ahora que deje de lado el pudor, los miramientos y demás cautelas y les presente a los poetas malditos de la contracultura, cuya eclosión se produjo fundamentalmente en la década de los setenta, una década que pereció ante la ofensiva (en toda regla) del principio de realidad de los ochenta. Tanto los que siguiendo a Marx querían cambiar el mundo, como los que, cruando la línea de la sombra de Rimbaud, no conformándose con tan poco, deseaban cambiar la vida. Y permítaseme, por último, que cometa la osadía de incluirme en el furgón de cola de tan ilustre cofradía. Una cofradía a la que Pau Malvido puso título y leyenda: Nosotros los malditos. Y ya hablaremos de Pau Malvido en otra ocasión.
Nos caracterizaba el desprecio ante los relojes y la marcha nupcial. Ante las “células” básicas de la sociedad: la familla, el municipio y el Estado. Eso y más cosas. Derrotada la metáfora en los frentes de la percepción y de las sensaciones, irrumpíamos en el Bar London, en el antiguo y eterno Celeste, o en el mismísimo Café de la Ópera para glorificar la imagen poética, mejorando, todo sea dicho, la vieja tradición surrealista capitaneada por el Conde de Lautréamont y su famosa apología de la belleza: Bello como el encuentro fortuito sobre una mesa de disección de un paraguas y una máquina de coser. Una escalera de champán, eso veíamos cada vez que mirábamos pasar el futuro por nuestro lado. El futuro... ¡Ay! Al futuro no nos molestábamos ni en mirarlo. Y eso fue magnífico. Los mayores, los carcas (aunque también los había de jóvenes, los futuros trepas y arrivistas, que nunca faltan), nos llamaban los voceros del nuevo lenguaje. Porque siempre hay alguien dispuesto a aguar la fiesta a la libertad. La mayoría de las veces, ejércitos enteros. Suelen llegar con nocturnidad y alevosía y acaban pillándonos, in fraganti, con las manos en la masa, es decir, en mitad de nuestros sueños. ¡POM, POM! ¡Abran a la policía!
Genís Cano escribiría, años más tarde:
“Fuego rojo y negro deslumbrará algún día
nuestros cuerpos y volverá a salir
maravillosa niebla dorada
de tus ojos
sueño de mandarinas”
Así éramos: una especie de caja rusa repleta de nubes de Magritte, una dentro de la otra. Imaginarios de bolsillo, dijeron luego. Lo cierto es que Lezama Lima, Moctezuma y Nietzsche escribían poemas en las paredes de los lavabos de la Plaza de Catalunya (que ya no existen). Sonaban chispas con halo de estrellas. Éramos algo así como meritorios, estudiantes y especialistas no cualificados. Y cantamañanas, que de todo había en la viña del señor.
Desertores de la razón, eso es lo que éramos. Cabecillas de la nada hecha pedazos. Aunque también soledades del cuarto de estudiar, aporreando la olivetti-lettera y escuchando a Pink Floyd, King Krimson y Jethro Tull. Fumando un canuto tras otro y doblando la realidad como si arqueáramos una vulgar esquina, arrugando el tiempo como un vulgar envoltorio de papel de estaño. Nublados de constelaciones de cristal y ácido lisérgico, disparábamos nuestras andanadas de poemas, en los que, como aprendices de vampiros, acabábamos por no ver ni nuestra triste estampa.
Asamblearios del neón gastado y el papel de fumar, nos asemejábamos a los títulos de las canciones de los Stones. Esqueletos de vinilo y L.S.D. Viajeros en zapatos y suicidas en ascensor.
Y para acabar, consiéntaseme, ya que hablamos de Genís Cano, que rememore aquellos momentos en que Genís hacía su aparición entre las brumas del London, se aposentaba tan cual largo era. ¡Alguna que otra vez con una señora zanahoria colgada del cuello! Y se inmiscuía en el caos general, en el fuego cruzado de las peroratas de Pere Marcilla, de Emilio Cortavitarte, de Enric Casasas y de tantos otros insignes caballeros románticos cuyo nombre el paso del tiempo ahora mismo me impide recordar. Y de tanto en tanto profería una palabra, una expresión envuelta en un halo de admiración, complicidad y, sobre todo, de entusiasmo. Un enunciado cuya fogosidad entrañable Pere López y yo siempre recordaremos con ternura y simpatía, no exenta de devoción. Exclamaba acuuuuuullunant, expresión que podríamos caer en el error o la torpeza de descifrar en castellano como "acojonante" pero que es sencillamente intraducible, ya que más que una palabra era una imagen, una música, una consigna, una invocación a nuestros dioses.
Foto cedida por el propio Genís Cano, en 2004, para la Revista Literatuya

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20.2.07

El Señor Antonio


Y el pollo Agustín, el aprendiz. Para acertar con alguna explicación plausible a personalidades tan singulares y extravagantes como las de Agustín y el Antonio, tampoco es imprescindible remontarnos a la noche de los tiempos. Si nos esforzamos un poco, y ponemos otro tanto de buena voluntad, podremos encontrar antecedentes mucho más cercanos y tangibles. Para no ir tan lejos, a finales de los sesenta, cuando irrumpió el turismo en territorio ibérico y ellas, las suecas, eran todas rubias despampanantes y bien dispuestas, y ellos, los suecos, lucían sus bronceados por doquier y un pack muscular in & out sin rastro alguno de ese despreciable vello latino que a Agustín lo llevaba por el camino de la amargura.
Entre otras muchas cosas, incontables en una adolescencia sin consolas de vídeo-juego, ni móviles, ni Tetris, ni Internet. Sin wambas Nike, ni NBA. Pero, sobre todo, sin tocadiscos, ni MP3, ni discman. Es decir, sin MÚSICA. Sin música de ninguna clase. Sin otra música que la de las cañerías del lavabo, ni otra evasión virtual más allá del furor masturbatorio, precario e insuficiente antídoto, todo sea dicho, ante la barbarie de una generación paterna que apestaba a derrota. Ese insufrible olor a derrota y rendición se presentaba en forma de una apremiante humedad, terca y perseverante que acababa colándose por los intersticios de nuestras plumas (la de los púberes de entonces) hasta llegar a los mismísimos huesos, condenándonos al frío eterno de Radio Nacional de España y el canal único en blanco y negro de Televisión Española.
Incapaz de encontrar un argumento verosímil a las salidas campestres de sus padres, esos horrorosos momentos San Miquel del Fai (cascadas, cuevas y bonitos itinerarios en un entorno natural milenario), momentos Monasterio de Montserrat o momentos la ruta de la carretera de la Garriga, se quedaba los domingos en casa contando las musarañas y sin poder, siquiera, escuchar los mismos vinilos una y otra vez. Porque, sencillamente, no había vinilos, ni tocadiscos ni nada de nada la madre que los parió.
Lo peor, sin embargo, era cuando Agustín llegaba, oscurecido por tan temprana hora y por sus propios pensamientos, a las seis en punto y se encontraba con la triste y mortecina luz del portalón que daba entrada a la fábrica donde sus tutores le habían encontrado su primer empleo. Para acceder a la nave central había que atravesar un patio al descubierto situado justo después de la entrada. Allí estaba el chiringuito del Señor Antonio, una portería construida con carpintería metálica, el gran invento de la década.
La aparición de la carpintería metálica fue vilmente silenciado por los historiadores. Su modernidad y funcionalidad, basada en la flamante era del aluminio, con sus impecables cerraduras, goznes y tiradores (que sustituyeron para siempre a la madera podrida), sus impecables soldaduras, uniones fijas y desmontables y, en definitiva, el perfecto mecanizado y acabado de sus piezas, dignificó la España de los sesenta, aproximadamente cuando, primero Elvis Presley y, después, los Beatles dignificaron a los jóvenes de medio mundo.
Porque el portero, cómo no, se llamaba Antonio y era el arrivista infiel por antonomasia, el fiel reflejo, por otra parte, la otra cara en realidad, el envés de la misma moneda, del mutilado excombatiente. Aunque no nos confundamos. El Señor Antonio no se correspondía exactamente con ese ejército de porteros, conserjes y bedeles que militarizaban nuestra vida civil, nuestras visitas obligadas a los ministerios y a la Seguridad Social, y, también, como queda bien probado en estas líneas, nuestra pacífica actividad laboral, ya que el Señor Antonio tenía su propio estilo, que no admitía fáciles comparaciones con aquellos otros seres tremendamente serviles con la superioridad y un tanto brutales con la tropa. Fueron aquellos los que inventaron el término ¡a mandar! Antonio era mejor que todo eso. Andaluz, más bajo que alto, de piel cetrina y melancólica, cuyas duras facciones y mirada impenetrable le daban un aire a Charles Bronson en sus peores momentos. Escupía sobre el suelo con una displicencia digna de un cabo de la Guardia Civil y lucía una gorra a cuadros que le otorgaba esos centímetros de más, tan necesarios y eficaces para el ejercicio del mando. Antonio, sarna con gusto no pica, se bajó del tren una parada antes de llegar a la Estación de Francia, donde recogían a los inmigrantes incautos y los devolvían, con lo puesto, de vuelta hacia el sur. Él solito se montó una vivienda unifamiliar, con planchas de Uralita y trozos de maderas abandonadas, en la montaña de Montjuich. Luego, se montó un bareto donde mujer e hijos batallaban las veinticuatro horas del día sirviendo a los obreros de la construcción. Y, como no murió en el intento, pasó, no sin esfuerzo y con mucho ahínco, de la ruina a la pobreza, se hizo albañil y se compró un pisito en la Meridiana. Su mujer y sus dos hijos todavía se hartan de pan, secuela manifiesta de aquellos tiempos de hambruna en los que el pan era el segundo plato y el postre de cualquier comida, porque con algo había que llenar el estómago, y también el espíritu. Con tu pan te lo comas, era otra de sus frases ilustres.
Por todo ello, por ese arrojo frente a la miseria, se ganó con creces los galones de portero y su garito de carpintería de aluminio. Y, pensaba Agustín, a pesar de sus pocas luces de aprendiz de tres al cuarto, hay personas que se merecen un respeto. Por mucha mala leche que tengan, lo cierto es que se merecen todo el respeto y más. Y, cuando, cada mañana, Agustín atravesaba el portalón no saludaba a Antonio (un saludo militar, se entiende) porque le daba corte y vergüenza, aunque se quedaba con las ganas, porque ya hacía tiempo que había comprendido porque a Antonio todo el mundo le llamaba el Señor Antonio. ¡Qué menos!
Fotografía extraída de "Les filles de l'enfer: Elke Sommer"
http://www.heresie.com/enfer/elke/
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15.2.07

Genís Cano: L’ànima de la contracultura


Genís Cano: L’ànima de la contracultura, por David Castillo
El poeta Genís Cano muere después de 12 años de convivir con la leucemia
"Anteayer (12.2.07) a las siete y media de la tarde moría en el Hospital Duran y Reynals el poeta y profesor de la Universidad de Barcelona Genís Cano Soler. Nacido en Barcelona en 1954, Cano fue una de les almas del movimiento alternativo que se gestó en los 70. Participó en muchas de las iniciativas de los poetas que practicaban la subversión frente a la tradición e, incluso, se vio involucrado en uno de los montajes policiales, La OLLA, grupúsculo asociado al MIL, la organización de Puig Antich, los hermanos Solé Sugranyes, Pons Llobet, Soler Amigó y compañía. Él siempre recordaba esta primera aparición con foto en los periódicos de manera sarcástica, asumiendo, con todo, que con el general Franco no se podían hacer bromas.
Desaparecido durante la Transición, Cano reapareció en los 80 en pleno fenómeno postmoderno, con la transvanguardia como trasfondo y con sonoros espectáculos, como Gegant, en la plaza Nova de Barcelona el día de la bomba de Hipercor, o la transformación visual de los antiguos depósitos de la Valle Hebron. Estas actuaciones contaron con la colaboración de grupos de graffiti, como los Rinos, o los transgresores miembros de la primera Fura dels Baus.
Durante estos años conectaría su generación, la de los Sabater, Casasses, Cifré, Pope, Subirats, con los nuevos autores de los ochenta (Gerard Horta, Albert Mestres, Julià Guillamon y Àngel Uzquiano) en fancines y publicaciones como Trilateral, Eroz y Ampolla. En los 90 publica su primer libro, Els sots psicodèlics, en Sedicions, el sello editorial de Xavier Sabater. Conviviendo con la leucemia durante 12 años, Cano se mostró más productivo que nunca, junto a su inseparable Isabel Chavarria. Además de numerosas exposiciones y ensayos sobre cultura urbana, publicó los poemarios Gran xona ganxona -prólogo de Narcís Comadira-, Deixar-se de xarxes, Rebaixins endins y Els traus postmoderns. También editó dos volúmenes sobre los poetas muertos de la contracultura, editatos por la UB (Universidad de Barcelona), y fue responsable de la edición de Nosotros los malditos, de Pau Maragall, en Anagrama. La editorial de Herralde también está ultimando un volumen sobre la contracultura, obra de Cano.
Aunando el espíritu libertario y su formación académica, Cano fue un dandi genial, tan barroco e iconoclasta como clásico. Será enterrado hoy (por ayer) a las 16.00 h en el cementerio de Sant Feliu de Guíxols, su segunda y querida patria."
David Castillo
14 de febrero de 2007
© Diari AVUI - Corporació Catalana de Comunicació SL
http://www.avui.cat/avui/diari/docs/index4.htm
Fotografía extraída de Barcelona Attractions
http://www.barcelonaattractions.com/people/cano_es.htm
Original en catalán:
L'ànima de la contracultura
El poeta Genís Cano mor després de 12 anys de conviure amb la leucèmia
David Castillo
"Abans-d'ahir a dos quarts de vuit del vespre moria a l'Hospital Duran i Reynals el poeta i professor de la Universitat de Barcelona Genís Cano Soler. Nascut a Barcelona el 1954, Cano va ser una de les ànimes del moviment alternatiu que es va gestar als anys 70. Va participar en moltes de les iniciatives dels poetes que subvertien la tradició i, fins i tot, es va veure involucrat en un dels muntatges policials, l'OLLA, grupuscle associat al MIL, l'organització de Puig Antich, els germans Solé Sugranyes, Pons Llobet, Soler Amigó i companyia. Ell sempre recordava aquesta primera sortida amb foto als diaris de manera sarcàstica, tot i que assumia que amb el general Franco no es podien fer bromes.
Desaparegut durant la Transició, Cano va reaparèixer als 80 enmig de tot el fenomen postmodern, amb la transavantguarda com a rerefons i amb sonors espectacles, com ara Gegant, a la plaça Nova de Barcelona el dia de la bomba d'Hipercor, o la transformació visual dels antics dipòsits de la Vall d'Hebron. Aquestes actuacions van comptar amb la col·laboració de grups de grafit, com els Rinos, o els transgressors membres de la primera Fura dels Baus.
En aquests anys connectaria la seva generació, la dels Sabater, Casasses, Cifré, Pope, Subirats, amb els nous autors dels vuitanta (Gerard Horta, Albert Mestres, Julià Guillamon i Àngel Uzquiano) en fanzines i publicacions com Trilateral, Eroz i Ampolla. Als 90 publica el seu primer llibre, Els sots psicodèlics, a Sedicions, el segell de Xavier Sabater. Convivint amb la leucèmia durant 12 anys, Cano es va mostrar més productiu que mai, al costat de la seva inseparable Isabel Chavarria. A més de nombroses exposicions i assajos sobre cultura urbana, va publicar els poemaris Gran xona ganxona -pròleg de Narcís Comadira-, Deixar-se de xarxes, Rebaixins endins i Els traus postmoderns. També va editar dos volums sobre els poetes contraculturals morts, editats per la UB, i va ser responsable de l'edició de Nosotros los malditos, de Pau Maragall, a Anagrama. L'editorial d'Herralde també està enllestint un volum sobre la contracultura obra de Cano.
Barrejant l'esperit llibertari i la seva formació acadèmica, Cano va ser un dandi genial, tan barroc i iconoclasta com clàssic. Serà enterrat avui a les 16.00 h al cementiri de Sant Feliu de Guíxols, la seva segona i estimada pàtria."

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12.2.07

Paloma Babot: Levante


A la espera de tus noticias,
cuando el día se acorta
y el libro queda entreabierto
en aquella página confusa
que ha perdido mi interés,
mis ojos buscan un sueño
contigo, algo sencillo
como poder hundir mis dedos
en tu nuca, algo simple,
sin malicia, como una mirada,
una sonrisa, una caricia perdida
de mis manos a las tuyas.

la brisa hojea el libro
yo sigo esperando.
Paloma Babot: Levante
Publicado en Literatuya

Mi nombre es Paloma. Nací en la Ciudad Condal hace 33 años. Escribo poesía desde que me enseñaron a escribir en el colegio y siempre ha sido compañera incondicional de mis emociones. Soy Licenciada en Publicidad y eso me ha ayudado a canalizar otras facetas de expresión poética, experimentando así con poesía visual a través de internet donde imagen y música pueden tener la capacidad de expresar y transmitir emociones.
http://www.literatuya.com/cronopios/paloma-babot.htm

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10.2.07

La defensa francesa



Rick Blaine está jugando al ajedrez contra sí mismo (¿no dijo alguien que las reglas del juego también están para jugar con ellas?) cuando le acercan un talonario para que garabatee su conformidad. En la parte inferior del talón vemos claramente el día y el mes: tres de diciembre. El año queda fuera del campo de la cámara, aunque ese dato nosotros lo conocemos perfectamente. Se trata de 1941. Quedan cuatro días para que los japoneses ataquen Pearl Harbor.
Rick juega con las piezas negras y, como no podía ser menos en territorio “libre” de la Francia de Vichy, lo hace con una defensa francesa. Una defensa “valorada por algunos entendidos – nos cuenta Manuel Rodríguez - como difícil de jugar para el negro”. Y otra cuestión, no menos importante, aunque sea bastante más doméstica: el mito de la media naranja. Tanto desvalido buscando su media naranja. Tanto huérfano sin querer enterarse de que la otra media naranja, sencillamente, no existe. Existen otras naranjas, y, sobre todo, otras manzanas. La manzana, por ejemplo, distrae y cansa y, de aburrida, te mata el apetito. No es la peor de las opciones. La soledad también hace idiotas.
Solución al enigma: la otra media naranja eres tú mismo. Rick hace como que no se entera pero yo, francamente, creo que acaba descubriéndolo a medida que la Bergman deja de convertirse en un recuerdo y se convierte en una realidad pura y dura. Sí, ya lo sé. ¡Bien que lo sé! Aparece con su belleza resplandeciente, aunque acompañada de un combatiente con cara de tonto y un policía de uniforme con pinta de Louis de Funès.
Se ha enfatizado mucho sobre la pregunta de la Bergman a Michael Curtiz: Pero... ¿De quién estoy enamorada, de Rick o de Laszlo? Respuesta del director: tú, de momento, haz como que de los dos. Lo que nos lleva directamente a otra pregunta idiota: ¿Puede enamorarse uno de dos personas a la vez? Y así, hasta que llegamos nuevamente al caso de la media naranja. Luego está lo de la atmósfera del Café Rick's, Sam tocando Knock on wood. Sam tocando otra vez As time goes by. Sí, lo de caer en la tentación de creer en la magia de pensar que el mundo puede ser un café, o poco menos. Y el pasmo de la peli: Todo preparado para el primer plano Ilse, imposible encontrar rostro más luminoso, presencia más resplandeciente, contención más expresiva.
Cada año, cuando veo Casablanca, me da el flash por algo distinto. Esta vez, ha sido lo de la media naranja. Cuanto más se escribe sobre Casablanca más se yerra. Nadie acierta acerca de la popularidad del film. Yo tengo la solución, por supuesto.
No he oído cosa más absurda (y por eso mismo, enternecedora) que la parrafada final de Rick a Ilsa. Y el remate final del nacimiento de una bella amistad, con Claude Rains ya es virtuosismo puro. Rick es un perezoso. Su renuencia inicial a ayudar a los buenos, aunque finalmente se moje, es una muestra de ello. Bajo su capa de cinismo se esconde una honorable cobardía ganada a pulso. Rick se libra de Ilsa porque sabe que París no volverá, que esto de la pareja requiere un esfuerzo que no veas. Manda a Ilsa a Lisboa como podría haberlo hecho con su suegra o su cuñada política. Él lo que quiere es quedarse tranquilo con su café, sus trapicheos con Yvionne y sus partidas de ajedrez, que siempre evolucionan como a él le da la gana ("¡De todos los cafés que hay en el mundo, ella tuvo que venir al mío!”). Honorable deseo que, a la vez, convierte en honorables a todos los que alguna vez perdimos alguna batalla y acabamos reconociendo que, a veces, es mejor que siempre nos quede París que ninguna parte, pero que ya estamos a gusto con la molicie de nuestra rutina y nuestras manías, sin necesidad de que ninguna manzana o melocotón nos enmiende la plana. Así son las cosas cuando uno se hace mayor. Toquemos madera. El público en general así lo ha entendido y de ahí su devoción por una historia que es también nuestra historia. Y los que no quieran reconocerlo, peor para ellos. Su indigestión siempre será nuestro consuelo.
Texto complementario:
La variante Casablanca, por Manuel Rodríguez
"Esta es, digamos, la posición inicial, donde comienza la escena, y les toca mover a las blancas. Rick –Humphrey Bogart- está en el lado de las negras. Es una defensa francesa, valorada por algunos entendidos como difícil de jugar para el negro pero en la que puede haber una larga lucha. Es sobre esta partida donde medita Bogart, y en la que, a lo largo de toda la escena, efectúa ya un solo movimiento, pues Peter Lorre aparece y comienza a contarle algo que merece la pena escuchar, y aunque no parece que Bogart descuide el juego, es evidente que la concentración ya no es la misma. El movimiento que hizo con blancas es Cb5."
Manuel Rodríguez: La variante Casablanca, (
METAJEDREZ)
http://chessmagic.juntaextremadura.net/modules/news/article.php?storyid=350
Michael Curtiz: Casablanca, Estados Unidos, 1942. 102 minutos. Guión: Julius y Philip G. Epstein, Howard Koch y Casey Robinson. Basado en la obra teatral Everybody comes to Rick’s, de Murria Burnett y Joan Alison. Música: Max Steiner. Fotografía: Arthur Edeson. Humphrey Bogart (Rick Blaine), Ingrid Bergman (Ilsa), Paul Henreid (Victor Laszlo), Claude Rains (Capitán Louis Renault), Peter Lorre (Ugarte), Dooley Wilson (Sam), Conrad Veidt (Mayor Strasser), Madeleine LeBeau (Yvonne), Sydney Greenstreet (Ferrari), Joy Page (Annina Brandel), John Qualen (Berger), Leonid Kindesey (Sascha).

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8.2.07

SONJA la ROJA: Emboscada


Que rompas un corazón
o que te lo rompan, es igual
Esperaré su llamada
ALAIN BOSQUET 1919 (Bruselas)
"remátame: yo soy mi propia emboscada"
Publicado por SONJA la ROJA, en ARTE BIPOLAR, 6 de febrero de 2007
http://sonjalaroja.blogspot.com/
Acotación de Cronopio:
Los ojos me dolían de esperar.
Pasaste
JAIME GIL DE BIEDMA: Las afueras IX (Las personas del verbo)

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7.2.07

El infiltrado


De lo particular a lo universal, decían nuestros profesores de filosofía, que decían los filósofos... Ventilarse todos los filósofos de ayer y de hoy. De carretilla y con un solo libro (“de texto”, decíamos). Sin un dibujito, ni una foto, ni un esquema y con los márgenes más estrechos que una que yo me sé. Eso es una experiencia de las que crean impronta. Pasó en Preu (Preuniversitario, para mis jóvenes lectoras). Luego, cada vez que intentaba leerme Ulises, de James Joyce, y moría en el intento, agarraba el libraco en cuestión (el de filosofía), y su contundencia, en el continente y en el contenido, acaba por enternecerme.
De lo particular a lo universal, debe ser eso. Será eso. Para ilustrarlo, dispongo de la anécdota pertinente: Una de estas noches de enero soñaba yo que asesinaba al vecino con el que, justo tres días antes había coincidido en el ascensor. Mea culpa. Porque, confesémoslo de una vez, tampoco es que el que suscribe mande demasiado en los asuntos del subconsciente (el infiltrado). Ejemplo: A los aliados, en la invasión de Europa, les ocurría algo parecido. Los ingleses bombardeaban las ciudades alemanas de día, los norteamericanos de noche. Nada raro que no quedara una casa de pie. Pues a mí me ocurre otro tanto: el consciente me bombardea de día y el subconsciente de noche. Y nunca se ponen de acuerdo. Y mejor no hablemos de las consecuencias. ¡Vaya cabrón el tal Freud!
La mañana siguiente a la noche del sueño era la ideal para levantarme tarde y llamar al curro notificando un ataque agudo de lumbalgia, pero no hubo manera. En lugar de eso, prevaleció la disciplina (doctrina) laboral. Puestas así las cosas, mientras me arrastraba hasta el parking, y en una burda asociación de ideas, recordé al infiltrado de Reservoir dogs, el señor Naranja, y me puse a reír. Toda la película desangrándose. Cuándo más agonizaba más le disparaban y más agonizaba el tío, pero aún así no acababa de morirse nunca. Como mi vecino en el sueño.
La noche del crimen me desperté a las cuatro con una fuerte opresión en el pecho. Tardé unos segundos en cerciorarme de que lo del asesinato (por cierto, por estrangulamiento) era ficción, aunque no sé si ciencia. Seguramente fueron los vecinos de arriba quienes me despertaron. A horas inhóspitas se ponen a mover los muebles o bien el chiquillo se pone a echar a rodar unas bolitas sobre las baldosas del suelo. Lo de los muebles aún lo aguanto, lo de las bolitas no. En ese justo momento me di cuenta de dos cosas. Primero, que mis impulsos oníricos de derivación homicida eran sobradamente justificados. Segundo, que me había equivocado de víctima. Estrangulé al padre en lugar del hijo. En vista del fiasco, me tomé dos pastillas para dormir y me puse a pasear a lo largo y ancho del reducido itinerario del piso. Finalmente, me puse a hojear un libro de Anaïs Nin y me puse caliente. Y todo un poco, las pastillas, el paseo y la matraca de Anaïs, me aliviaron el insomnio y la culpabilidad. Ya sé que parece raro pero fue así. De verdad.
Quentin Tarantino: Reservoir Dogs, EEUU, 1992. 99 min. Guión: Quentin Tarantino. Fotografía: Andrzej Sekula. Mejor Película en el Festival de Sundance (1992). Harvey Keitel (Señor Blanco), Michael Madsen (Señor Rubio), Tim Roth (Señor Naranja), Steve Buscemi (Señor Rosa), Quentin Tarantino (Señor Marrón), Chris Penn (Eddie el amable), Lawrence Tierney (Joe), Eddie (Señor Azul).

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4.2.07

Haruki Murakami: Cómo serán dentro de cien años


Pinto en mi rostro de niño una expresión azorada, me dirijo a la joven que hace turno de mañana y le explico la situación de manera concisa. No llevo el pelo teñido, ni pearcings. Visto un pulcro polo blanco de Ralph Lauren, unos chinos color crema, también de Ralph Lauren, por supuesto, y unas zapatillas de deporte nuevas de diseño. Tengo los dientes blancos, huelo a champú y a jabón. Incluso sé hablar en honorífico, Todo esto causa muy buena impresión a las personas de más edad que yo.
Emprendo el circuito. Mientras escucho a Prince por el discman, voy pasando de uno de los siete aparatos a otro. Invierto una hora en realizar los ejercicios. Tengo grabados en el cerebro el peso y las vueltas que me convienen. Empiezo a sudar copiosamente, he de parar muchas veces para reponer líquido. Bebo agua del surtidor, chupo un limón que me he comprado por el camino.
Al salir del gimnasio vuelvo a la estación en autobús, entro de nuevo en la udon-ya del día anterior y me tomo unos udon calientes. Me los como despacio, mirando por la ventana. El recinto de la estación está atestado de gente que va y viene. Todos visten a su aire, acarrean su equipaje, van de aquí para allá con pasos precipitados; todos deben de encaminarse a alguna parte con un propósito determinado. Me los quedo mirando fijamente. Y de repente se me ocurre pensar cómo serán dentro de cien años."
Haruki Murakami: Kafka en la orilla (Umibe no Kafuka) 2002
Tusquets Barcelona 2006, colección andanzas, Pág. 76-77

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3.2.07

Nocturama: Arrebato


De esta imagen elijo ese amago de arrebato. Sugiero la expresión arrebato como porción (parte) del concepto más amplio de furia.
En este sentido, el encuadre "en picado" no puede ser más oportuno, ya que ahí abajo tenemos al "bañista indómito".
El punto de vista de la foto no podía ser otro que la de un cierto "realismo sucio". Emerge de la boca del estómago y prorrumpe en una mirada expectante, hasta cierto punto beligerante aunque no exenta de belleza, que hace temblar hasta su propia sombra.
Por otra parte, ya lo dijo Rimbaud: "Una noche senté a la Belleza en mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la injurié”. Y también lo expuso André Breton, aunque a su manera: "La belleza será convulsiva o no será."
Marcelo Aurelio [Nocturama]: En la playa, 25.1.07
http://www.arte-redes.com/nocturama/fotoblog-nocturama/playa-nocturama-fotoblog.htm
Arthur Rimbaud: Una Saison à l’enfer 1873
André Breton: Nadja 1928

Otras opiniones:
"La fotografía me encanta por el ángulo y la tonalidad."
"Parece que le va a atizar a la cámara cayendo!"
"En plena acción! Me gusta porque coges las dos siluetas perfectamente. Y el tratado posterior es bueno!"
"Me encantan los tonos y la pose del modelo ¿tiene algún retoque?"
"Einstein decía que Dios no jugaba a los dados; pero no dijo nada de jugar al ping pong. Lo dicho.
La verdad es que el señor tiene cara de que le has pillado por sorpresa… y que te piensa atizar en la cámara… La foto es muy buena, me gustan las sombras."
"Dios santo, qué miedo de foto"
"Esta foto me hace pensar…. a donde habrá ido a parar la pelota…. quizás hasta el cielo!! Muy buena !!"
"Bonita foto, sobre todo me gusta ese degradado que le has dado. La sombra parece irreal."
"Pero donde te has subido para hacer esta foto?!?! La verdad es que me gusta mucho la composición y la idea de esta foto: todo vacío menos el señor, su sombra y la pelota. ¡Me encanta!
Lo escribieron: Busca 2, erre, dani, Beauséant, La Otra Chilanga, Suzanne, Marta, Monica, Javi Nieto y Emma.

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