29.11.06

Scoop (Queremos los huevos)


Ir a ver la cuarenta y tantas película de Woody Allen es como ir a visitar a un viejo amigo. De esos que ves una vez al año. Con el que quizás priman más los recuerdos que la coyuntura del presente. Al que ves envejecer y con el que rememoras viejos tiempos. Y con quien, a pesar de todo lo dicho, te sientes a gusto.
Aunque ya no pase lo que antes, cuando aparecían esos títulos de crédito que nunca varían. Cuando le decías: Hola, soy tú.
El argumento de Woody Allen, su Expediente X han sido siempre las “relaciones humanas”. De ahí el chiste, para mí uno de sus más representativos, aquel en el que uno va al doctor y le dice, angustiado:
- Doctor, doctor, mi hermano se ha vuelto loco. Piensa que tiene la gallina de los huevos de oro.
Y el doctor responde, alarmado:
- ¿Y cómo no lo ha ingresado todavía?
- ¡Es que necesito los huevos!
Es decir, las relaciones humanas – nos aclara - son un rollo, complicadas y todo eso, dolorosas a veces, imposibles en general... Pero necesitamos los huevos.
Hay dos tipos de chistes en este, mi querido director: los metidos con calzador, sin relación necesaria con el curso de los acontecimientos, y aquellos – espléndidos – que se insertan, resaltan y sirven de colofón a una escena.
Con el tiempo, Woody Allen fue introduciendo el elemento introspectivo. No es que no lo hubiera intentando con anterioridad, es que fue adquiriendo esa madurez y equilibrio entre argumento y técnica que le permitió hacerlo con todas las de la ley. Filmes como Otra mujer y Delitos y faltas así lo atestiguan.
Scoop es una más de sus películas “ligeras”, para llamarlas de algún modo. Sin llegar a la perfección de Misterioso asesinato en Manhattan. Claro que tampoco Match Point es, de largo, una obra maestra, como se inventaron los críticos. Scoop es una de esas pelis que te deja un buen sabor de boca. Como cuando visitas a un viejo amigo y, aunque no te cuente nada extraordinario, te sientes una vez más atrapado por esa complicidad que separa lo de acá de lo de allá.
Woody Allen: Scoop, USA 2006. 96 min. Guión: Woody Allen. Fotografía: Remi Adefarasin B.S.C. Reparto: Scarlett Johansson (Sandra Pransky), Woddy Allen (Sid Waterman, alias Splendini, Hugh Jackman (Peter Lyman), Ian McShane (Joe Strombel).

Etiquetas:

26.11.06

Nada del otro mundo


Él le dijo a ella su opinión más sincera.
- Da toda la impresión que todo lo que tanta gracia te hacía de mí
payaso
despistado
perezoso
y esa risita de hiena...
- Ahora te irrita cantidad. Pienso que estás un poco harta de mí.
Acababan de salir de El Corte Inglés, que es uno de los lugares ideales como caldo de cultivo de las refriegas conyugales, y se armó la marimorena. Como ya empezaba a ser costumbre, ella lo dejó plantado y cogió un taxi.
Y al día siguiente, otro domingo sin palabras.
Aunque no era la cabeza lo que más le dolía, el lunes él acudió al médico de cabecera. El doctor, muy ufano y sudoroso, después de echar un rápido vistazo a las analíticas, le dijo desde el fondo de su sillón (con el que, sin duda alguna había establecido una catarsis digna de mejor causa), que lo veía fuerte como un roble para sus cuarenta y cuatro años. Que se cuidase el colesterol y el peso y ya vería como se encontraría mucho mejor. Bueno, lo cierto es que no lo dijo con excesivo convencimiento, pero también es cierto, que hacía mucho calor y el pobre doctor sudaba como un cerdo, pegado como estaba a su respaldo de eskay.
Intuyendo que el paciente se marchaba un tanto decepcionado, intentó consolarle con alguno de sus recursos filosóficos. Le dijo, a modo de despedida:
- Piense que hay cosas mucho peores.
“¿Hay en la vida muchas cosas peores que ésta, muchos horrores menos confesados, ir al cine un domingo por la tarde para escapar del tedio y del abatimiento y no encontrar entradas, y tener que seguir en la calle, manteniendo una conversación, buscando una cafetería donde tomar algo, una cafetería con tubos fluorescentes y hedor a margarina quemada donde habrá matrimonios mayores y camareros que escuchen en la radio los resultados del fútbol y los anuncios de coñac?"

Antonio Muñoz Molina: Nada del otro mundo

Etiquetas:

24.11.06

La neurastenia



Cuando los Beatles gravaron "Love me do yo" yo tenía once años y los tiempos estaban cambiando. En ese mismo año se produjo la gran nevada en Barcelona el día de Navidad. Cuando, al día siguiente, por la mañana, intentamos salir al pasillo que daba a la calle (aquellas casas vieja) nos encontramos con que la nieve alcanzaba un metro y medio de altura y bloqueaba completamente la puerta.
Lo cierto es que las primeras canciones de los Beatles las escuché en boca del guaperas de los Mustang, un grupito local bastante finolis con aspecto todos ellos de empleados de banca divirtiéndose en sus horas libres. Lo hacían, pulverizarlas, con sus canciones más simpáticas y pegadizas. Aunque, afortunadamente, existían otros mundos. Como Los Salvajes: un grupo impresentable en cuanto a modales y aspecto con los que yo sintonizaba a tope, sobre todo cuando se descolgaban con aquella canción de los Rolling Stones que llevaba por título La neurastenia.
En aquellos tiempos, los Beatles eran Los escarabajos, unos repelentes melenudos que provocaban un rechazo visceral en nuestros padres, tíos, cuñados, familiares y vecinos, pero también en nuestros profesores y tenderos; en los guardias urbanos y demás insigne escoria.
Los que mejor ilustraban a los Beatles eran los Brincos, con canciones como Ticket to ride, que en castellano se tituló Un billete compró. Eso es lo que yo quería, un billete para la Antártida como mínimo, y pies para que os quiero. De momento, nos hicimos acérrimos partidarios del rithm & blues, por eso mismo nunca perdonaríamos a los escarabajos de Liverpool que compusieran aquellas cancioncillas para la galería, tan tontas, como Ob la di, ob la da, o, pongo por caso, El submarino amarillo. El éxito de esta canción empezó a resultar alarmante: los niños cantaban a sus mamás: Amarillo el submarino es, amarillo es... Algo olía a podrido, de eso no cabía ninguna duda.
Cierto que los Beatles fueron ese hermano mayor con el que vas creciendo, al que respetas y admiras pero a quien, en el fondo, deseas desbancar de su pedestal. Cosas del señor Freud: es terrible ver a tu hermano mayor abandonándose a las frivolidades de la vida mundana. Eso acabaron haciendo los de Liverpool y por eso acabé considerando Sargent Peppers como el rococó de mi juventud.

Etiquetas:

20.11.06

El grito






Liza Minelli nunca ha estado tan maravillosa como cantando en el Kit Kat Club.
Liza Minelli y Joel Grey mostraban sus rostros lascivos al tiempo que cantaban Money, money, money y hacían chocar los dineros, las monedas, en Cabaret. Eso se entendía muy bien: el dinero, es decir, los que lo tienen, mueve el mundo. Los demás somos la escoria, la basura. En otra escena de la película, Sally Bowles y Bryan Roberts gritaban bajo un puente aprovechando el paso del tren y el estruendo de su pitido.
- Vamos, vamos. Corre. Vamos, es un tren - le dice ella.
- Algunas veces vengo aquí y espero, espero a que pase el tren. Un día tienes que probarlo. Sí, tú. Anda, venga, no seas tan británico. Después te sientes fenomenal.
Justo cuando el tren pasó por encima de sus cabezas Sally (Liza Minelli) gritó con todas sus fuerzas, fundiendo su alarido con el estruendo del tren al cruzar el puente. Acabó exhausta de placer, con la piel temblorosa y los ojos húmedos, como después de un orgasmo.
Esta escena ya era un poco más difícil de interpretar, porque mezclaba la vertiente existencial con la erótica. Sin embargo, tras una profunda reflexión (y alguna que otra pista indagada aquí y allá), descubrí también su significado. El grito de Sally era un poco como el grito de Edvard Munch, es decir, el aullido de los desheredados. Pero también de los desesperados, de aquellos que veían impotentes como el mundo avanzaba tan alegre, contento y fragmentado (el jolgorio de los años veinte) hacia un nuevo desastre.
El resto es de sobras conocido. Sally Bowles se quedó embarazada y, finalmente, decidió abortar. Bryan regresó a Inglaterra y los nazis tomaron el poder. En la guerra que siguió murieron cerca de cincuenta y cinco millones de personas

Bob Fosse: Cabaret, EEUU 1972, 128 min. Guión: Jay Presson, Allen y Hug Séller. Música: John Kander. Fotografía: Geoffrey Unsworth. Reparto: Liza Minelli (Sally Bowles), Michael York (Bryan Roberts), Helmut Griem (Maximilian), Marisa Berenson (Natalia Landauer), Fritz Wepper (Firtz Wendel), Joel Grey (el maestro de ceremonias).

Etiquetas:

19.11.06

Llegado del otro lado del telón de acero


Murió Ferenc Puskas, ese jugador gordito llegado del otro lado del telón de acero que poseía un toque de balón digno de un malabarista pero más conocido por su zurda de oro y cuyo apellido (escopeta en húngaro) hacía honor a sus cualidades. El único jugador que ha marcado cuatro goles en una final de la Copa de Europa y una de las víctimas del desastre del Wankdorf Stadion de Berna, en la final del Mundial de Suiza de 1954, en la que una de las selecciones más brillantes que ha conocido la historia – la húngara- perdió sorprendentemente ante una Alemania construida con gladiadores, defensas y contraataques.
Pero entonces yo sólo tenía tres años (¿quién diablos dijo que nuestra patria fue la infancia?). Ya en la infausta adolescencia mi mayor afán, lo confieso, era que el Real Madrid no ganara la dichosa Copa de Europa. Costó lo suyo, aunque, finalmente, alcancé ese átomo de felicidad. Aún no teníamos televisión en casa, así que fue en ese bar que ahora se llama Páramo, donde presencié la caída de la Armada Invencible: cinco a uno le colocó el Benfica de Lisboa al Real Madrid. Entiéndase: hablo nada menos que del Benfica de los Costa Pereira, Columna, Torres y Eusebio. Puskas fue precisamente el que hizo el gol del honor del Real Madrid, aunque nada honroso hubiera en aquel partido, y menos todavía la alegría de los escarnecidos y resentidos seguidores del Barça, de la que yo formaba parte activa y cuya única esperanza era la derrota del eterno enemigo. Sí. Aquello ya se iba pareciendo un poco más a la felicidad, aunque si he de ser sincero, el que suscribe desconocía exactamente lo que era la felicidad. Por no saber, ni siquiera sabía que los Beatles ya tocaban Please pelase me.
Ferenc Puskas: Su verdadero apellido era Purczfeld, de origen alemán (su padre lo cambió por Puskas, escopeta en húngaro, tras la segunda guerra mundial. Jugó en el Honved de Budapest (1943 a 1956), en la selección húngara y, ya nacionalizado en la selección española. Y lo hizo nueve años en el Real Madrid. Nació en Budapest el 2 de abril de 1927 y falleció el 17 de noviembre de 2006 en la misma ciudad.

Etiquetas:

18.11.06

La amistad (diccionario cronopio)


"El cambio de amistad a enemistad es un penoso reconocimiento de que eludir el enfrentamiento es imposible. Pero, de alguna manera la amistad de Jules y Jim no tenía equivalente en el amor. Los dos hallaban un placer total en naderías, comprobaban con ternura sus divergencias. Desde el comienzo de su amistad se les había apodado Don Quijote y Sancho Panza." François Truffaut: Jules et Jim"No somos nada, pibe, pero qué amigos tenemos." Julio Cortazar: Ultimo round II"Dentro de la copa del crepúsculo que respiras están todos los amores que has tenido, las risas con los amigos, los versos más inmarcesibles, las fiestas, las hierbas recién segadas, el olor a tierra mojada, los juegos de la niñez y todos los columpios." Manuel Vicent: Respiración (EL PAIS)
“Un amigo es aquel que soporta nuestras opiniones, por muy contrarias que sean a las suyas, sin sentir ofensa.” Félix de Azúa: ¡Qué no decaiga la fiesta! EL PAÍS, 22.3.03, Babelia, Pág. 4

aDiccionario cronopio: amistad
François Truffaut: Jules et Jim, Francia 1962. Basada en la novella de Henri-Pierre Roché. 104 min. Guión: François Truffaut y Jean Grualt. Música: Georges Delerue. Fotografía: Raoul Coutard. Reparto: Jeanne Moreau, Oskar Werner, Henri Serre, Marie Dubois, Vanna Urbino, Sabine Haudepin, Boris Bassiak, Kate Noelle, Anny Nielse.

Etiquetas:

Ficció: las fauces del interiorismo


Ya me parece bien que entre tanto furor por contar historias alguno de los nuestros, que no sea la gran Isabel Coixet, se atreva penetrar en las fauces del interiorismo y haga una película de personajes. Y ya no digamos que se decida a hacer de una película el escorzo de un deseo, la comezón de un sueño. Aunque Ficció también se parece a uno de esos cuentos morales de Erich Rohmer.
En el film, Alex (un magnífico Eduard Fernández) es el “raro”: Lleva tropecientos años con su pareja Silvia (Ágata Roca) y no parece muy dispuesto a apuntarse a la moda de los singles.
Ficció no pertenece a ese lote de pelis (tan agradecido) que “se dejan ver”. Al Igual que las de Coixet, demanda la atención del espectador y, aunque no lo parezca, esto también es bueno para la salud mental. El film deja un buen sabor de boca, a pesar de la, por otra parte, intencionada parquedad de los diálogos (¡Hasta Javier Cámara dosifica su cháchara!).
Cesc Gay opta por un film de “distancias cortas” donde es más importante lo que no se dice que lo que se dice. Con unos actores impecables y bien gobernados, hay que decir que la película se pasa un pelín en el diletantismo de su desarrollo, hasta el punto que a uno le dan ganas de “empujar” a los personajes, especialmente a la pareja protagonista, Alex y Judith, que se “enamoran un poco”, lo suficiente para dibujar con pulso firme el escorzo de una historia de amor subterráneo, con un desenlace que se hace esperar demasiado y que, aún así, a mí, personalmente, me satisface. Aunque tampoco hubiera pasado nada si a Alex y Judith les hubiera dado tiempo de pegarse un revolcón, que al fin y al cabo es lo que suele y debe pasar, y que tan bien sienta para rebajar el estrés y el colesterol. Pero no seamos puntillosos, ya está bien que no ocurra lo de siempre, aunque sea para variar.


Cesc Gay: Ficció, España 2006, Guión: Cesc Gay y Tomás Aragay. Fotografía: Andreu Rebés. Sonido directo: Albert Gay. Reparto: Eduard Fernández (Alex), Javier Cámara (Santi), Montse Germán (Mónica), Carme Pla (Judith), Silvia (Ágata Roca).

Etiquetas:

14.11.06

Dulce traición


De verdad que lo siento, Julio. Sé que algunos de tus cuentos más hermosos han sucedido en el metro de París. Pero ya no puedo más. Estoy harto de tantas escaleras, de esa marabunta carnívora que arrasa con todo. Por no mencionar esos malditos túneles que amablemente llamamos trasbordo y que, en realidad, son travesías infinitas, carreras hacia ningún sitio. Aunque lo más terrible son esos rostros oscuros y tristes, la falta de luz solar afecta al ser humano, lo ensombrece, agudiza su claustrofobia, lo vuelve en un halo de guerrero fracasado que lucha a muerte por un hueco en el vagón.
También es cierto que algún cuento (diría que en Bestiario hay uno) sucede en el ómnibus, pero si no me falla la memoria no son tan románticos como los del metro. Perdóname, pero me he pasado al bus. Ahora mis mañanas son más alegres, sobre todo porque pillo el bus vacío y elijo el asiento que más me gusta, y eso me divierte. Y el sol me saluda cada mañana mientras intento evitar romperme la crisma cuando el conductor apura en las curvas. Pero prefiero correr ese riesgo a seguir alimentado el mandala de las catacumbas y el neón sin vida. Ya sé que es una traición a viejas y antiguas devociones, o peor que eso, una tontería, una banalidad. Pero, mira, esta traición me sabe a gloria, porque, mira lo que te digo, una escalera mecánica más y me da un ataque de nervios.

Etiquetas:

8.11.06

La nada del Mac Guffin


“Y ahora conviene preguntarse de dónde viene el ‘Mac Guffin’. Evoca un nombre escocés y es posible imaginarse una conversación entre dos hombres que viajan en un tren. Uno le dice al otro: “¿Qué es ese paquete que ha colocado en la red?” Y el otro contesta: “Oh, es un ‘Mac Guffin’ ”. Entonces el primero vuelve a preguntar: “¿Qué es un ‘Mac Guffin’? ” Y el otro: “Pues un aparato para atrapar a los leones en las montañas Adirondak”. El primero exclama entonces: “¡Pero si no hay leones en las Adirondaks!” A lo que contesta el segundo: “En ese caso, no es un ‘Mac Guffin’ ”.
Esta anécdota demuestra el vacío del ‘Mac Guffin’... la nada del ‘Mac Guffin’.
(...)
Mi mejor ‘Mac Guffin’ – y, por mejor, quiero decir el más vacío, el más inexistente, el más
irrisorio – es el de North by Northwest (Con la muerte en los talones). Es un film de espionaje y la única pregunta que se hace el guión es la siguiente: “¿Qué buscan estos espías?” Ahora bien, en la escena que tiene lugar en el campo de aviación de Chicago, el hombre del Servicio de Inteligencia Central se lo explica todo a Cary Grant, que entonces le pregunta hablando del personaje de James Mason: “¿Qué hace?” Y el otro contesta: “Digamos que es un tipo que se dedica a importaciones y exportaciones.
“– Pero ¿qué vende? - ¡Oh!... precisamente secretos de gobierno”. Ya se ve que en este caso redujimos el ‘Mac Guffin’ a su expresión más pura: nada.”
Alfred Hitchcock
François Truffaut: El cine según Hitchcock (Le cinema selon Hitchcock), 1966

Etiquetas:

Rosa Mora: Birgit


"Ya es bastante por el momento que una sombra tan bella baile al borde de la ventana por la que voy a volver a empezar a arrojarme cada día."
Ilustración: Rosa Mora (dibujo al carbón de 65x50 cm.)Texto: André Breton: Los pasos perdidos

Etiquetas:

3.11.06

El Gran García


A nuestro profesor de Segundo de Bachillerato le llamábamos el Tío Pipa. Y a la larga vara con la que resolvía las cuestiones de orden interno la bautizamos enseguida con el apodo de la Tía Paca. Eran tiempos duros esos en los que uno entraba en la adolescencia por la puerta de servicio. En el mundo de los adultos, por otra parte, el Estado estaba representado, en riguroso orden de aparición en escena, por el municipio, el sindicato y la familia. Luego, claro, estaba el Tío Pipa. Vestimenta ajada y una enorme cartera desgastada por el uso, cuyo único vestigio de prestancia residía, probablemente, en esa pipa adosada para siempre a sus labios carnosos.
Fiel a su espíritu mortificante, nos sorprendió el primer día de clase con una extensa disertación acerca de nuestras escasas condiciones para el éxito. "Unos individuos como ustedes – nos dijo - pueden permitirse la hazaña de acabar la Enseñanza Básica sin pegar golpe; pueden incluso, si tanto me apuran, aprobar el primer curso del Bachillerato a tenor de ciertas casualidades, la naturaleza de las cuales a mí mismo se me escapa, pero el segundo curso es diferente. Este curso ustedes no lo pasan ni echando sangre por los codos".
El Tío Pipa era como la semana santa, un camino lleno de espinas. Más pronto o más tarde acababas sintiéndote culpable de casi todo. Su siniestro sentido del humor, un humor primitivo y autárquico, como el del país, combinaba el desdén con la práctica de la humillación. Porque no hay tortura completa sin humillación. Por eso mismo, cuando nos tiraba de la patilla, nos lanzaba el borrador con la sana intención de rompernos el cráneo o nos golpeaba la mano extendida con la Tía Paca, debo insistir que con inusitada violencia, y a alguno se le escapaba el consabido ¡AYAYAY!, él le respondía, chistoso: "guárdeselo para cuando no haya".
Independientemente de todas aquellas irrisorias maldades (que, por otra parte, no nos engañemos, aceptábamos con la misma naturalidad con la que nuestros padres padecían las suyas propias) empecé a odiar al Tío Pipa a partir de aquel día en el que García, imprevisiblemente, se le enfrentó. "Usted no tiene derecho", le dijo.
El Tío Pipa a menudo procuraba estimular nuestro espíritu colaboracionista. Requería a García, pongo por caso, y le encargaba tres nombres. Los tres que rompiesen el código de prohibido hablar en clase. A ninguno de nosotros se nos escapaba que en aquella pesquisa había que obviar a las chicas ya que nuestro profesor (todo tenía sus límites) nunca les ponía la mano encima. Pero aquella mañana a García se le cruzaron los cables y exclamó: Brillas, Boada y Fernández. El nombre de pila de Fernández era María del Carmen.
El desmañado profesor se levantó pausada y cansinamente (además, era un vago) y esbozó su sonrisa más perversa.
- Usted, señor García, ¿verdad que no permitirá que peguemos a una señorita? ¿No es cierto que como es usted todo un caballero se ofrecerá gustoso a ocupar el lugar de la señorita Maricarmen?
Otro héroe con ganas de recibir porque sí, pensamos todos, aunque un tanto sorprendidos, esa es la verdad, porque García no era precisamente un chuleta. Ahora diríamos, incluso, que era un buen tipo, no sé si me explico. García dijo que no, que no había derecho, usted no tiene derecho gimió una y otra vez mientras su cuerpo se doblaba como un muñeco de trapo ante aquellas tremendas bofetadas que más bien parecían puñetazos, para acabar echo un guiñapo en el rincón, bajo una inmensa pizarra que cubría todo el ancho de la pared y en la que los presuntuosos quebrados les hacían la corte a las frágiles ecuaciones de primer grado.
Usted no tiene derecho. Fue la primera vez que recuerdo haber escuchado esta frase tan sencilla, usted no tiene derecho. Claro que lo traduje enseguida a mi particular código cuartelario y pensé, pobre García, qué huevos. Y por una vez mi espíritu, tan tacaño y pueril como el de cualquiera de mis colegas, quedó en entredicho. Sin saber qué pensar.
Con el tiempo el magisterio del Tío Pipa inmigró al cuerno y la figura de García se fue agrandando en mi memoria hasta convertirse en el Gran García. Oscar Wilde decía que “ni siquiera los Dioses pueden modificar el pasado”. Seguro que, como siempre, tenía razón. Pero quizás debería haber añadido que ni los Dioses pueden hacer nada cuando un García cualquiera decide pasarse a la torera las reglas del juego y tiene los santos huevos de soltarle al Gran Dictador: “usted no tiene derecho”. Ay, García, qué grande fuiste. Nos regalaste tu momento de gloria y aquí lo guardo, entre los demás tesoros de mi maltrecha memoria.

Etiquetas: