El espía que surgió del frío
En 1957, cuando en los cines echaban sesión doble y el blanco y negro esperaba pacientemente al cinemascope y technicolor, los espías y agentes secretos surgían del frío. John Le Carré los caracterizó como individuos de rostro pétreo y amargado, más parias que idealistas, verdaderos apátridas (¡vaya paradoja!) en un mundo surgido de una matanza entre innumerables patrias. El cine los forjó, a los espías, más guapos y seductores, que no excesivamente sociables. Pienso, claro está, en el gran Michael Caine. También irresistibles como Sean Connery. La verdad es que hubo de todo, hasta agentes falsos, como un tal Mister Kaplan.
Espléndido – como casi siempre - Richard Burton, encarnó a un espía que surgió del frío. Eso ocurría mientras el segundo Sputnik ruso surcaba el espacio pilotado por una perrita llamada Laika. Para compensar las fuerzas del Bien y del Mal (eterno rollo desde que Aristóteles la cagó hasta el fondo y nos dejó a unos y otros al otro lado de la cerca) los US se inventaron el Plan B y, mira por dónde, un tal George Catlett Marshall se paseó por Europa regalando pasta por doquier. El que escribe esto no se llamaba precisamente Doquier, sólo tenía 6 años y por no saber no sabía que había una España profunda y otra plana, como la cosa esa del encefalograma. Y, además, tardó superdemasiado tiempo en descubrir la diferencia.
Al que más le dolió el “olvido” fue al bueno de Pepe Isbert (junto a Fernando Fernán Gómez, los dos actores españoles más potentes de la época y de siempre) y no digamos a sus folklóricos y confiados convecinos, que se quedaron con un palmo de narices. Eran tiempos lejanos, aunque no tan pretéritos como para no presentir la aparición del Gran Mariano Medina (también llamado “El Precursor”) hablando del tiempo en la pequeña pantalla con la misma naturalidad que, sin lugar a dudas, ejercía cuando se hallaba cómodamente sentado en el tresillo de su comedor.
Fue mucho tiempo después cuando empezaron a ocurrirme cosas la mar de misteriosas o extrañas. Esas que el proletariado urbano suele llamar surrealistas. No sé si conscientemente, referidas a los delirios que muchas veces producen los sueños. Por eso mismo, mi sorpresa no fue total cuando me encontré a Kafka en el ascensor de mi edificio y, sin revelar a qué piso se dirigía, me soltó de sopetón, después de quitarse educadamente el sombrero: Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Esta tarde iré a nadar. Mi estupor inicial se vio aliviado, no obstante, cuando recordé que eso fue precisamente lo que anotó en su diario, allá por 1914. Pensé que quizás Einstein tuviera algo de razón cuando predijo que el tiempo y el espacio eran curvos, y que lo más probable es que ese maravilloso encuentro con el escritor checo no volviera a producirse jamás.
John Le Carré: The Spy Who Came in from the Cold (El espía que surgió del frío), De Bolsillo, 2003. Colección Best séller 99/5, 248 páginas.
Martín Ritt: The Spy Who Came in from the Cold (El espía que surgió del frío). 1965. 105 min. Guión: John Le Carré, Guy Trosper, Paul Dehn. Musica: Roy Webb. Reparto: Richard Burton, Oskar Werner, Walter Gotell, Rupert Davies, Steve Plytas, Bernard Lee, Claire Bloom, Marianne Deeming, Richard Caldicot, George Mikell, Anne Blake, Warren Mitchell, Michael Ripper, Peter Van Eyck
Espléndido – como casi siempre - Richard Burton, encarnó a un espía que surgió del frío. Eso ocurría mientras el segundo Sputnik ruso surcaba el espacio pilotado por una perrita llamada Laika. Para compensar las fuerzas del Bien y del Mal (eterno rollo desde que Aristóteles la cagó hasta el fondo y nos dejó a unos y otros al otro lado de la cerca) los US se inventaron el Plan B y, mira por dónde, un tal George Catlett Marshall se paseó por Europa regalando pasta por doquier. El que escribe esto no se llamaba precisamente Doquier, sólo tenía 6 años y por no saber no sabía que había una España profunda y otra plana, como la cosa esa del encefalograma. Y, además, tardó superdemasiado tiempo en descubrir la diferencia.
Al que más le dolió el “olvido” fue al bueno de Pepe Isbert (junto a Fernando Fernán Gómez, los dos actores españoles más potentes de la época y de siempre) y no digamos a sus folklóricos y confiados convecinos, que se quedaron con un palmo de narices. Eran tiempos lejanos, aunque no tan pretéritos como para no presentir la aparición del Gran Mariano Medina (también llamado “El Precursor”) hablando del tiempo en la pequeña pantalla con la misma naturalidad que, sin lugar a dudas, ejercía cuando se hallaba cómodamente sentado en el tresillo de su comedor.
Fue mucho tiempo después cuando empezaron a ocurrirme cosas la mar de misteriosas o extrañas. Esas que el proletariado urbano suele llamar surrealistas. No sé si conscientemente, referidas a los delirios que muchas veces producen los sueños. Por eso mismo, mi sorpresa no fue total cuando me encontré a Kafka en el ascensor de mi edificio y, sin revelar a qué piso se dirigía, me soltó de sopetón, después de quitarse educadamente el sombrero: Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Esta tarde iré a nadar. Mi estupor inicial se vio aliviado, no obstante, cuando recordé que eso fue precisamente lo que anotó en su diario, allá por 1914. Pensé que quizás Einstein tuviera algo de razón cuando predijo que el tiempo y el espacio eran curvos, y que lo más probable es que ese maravilloso encuentro con el escritor checo no volviera a producirse jamás.
John Le Carré: The Spy Who Came in from the Cold (El espía que surgió del frío), De Bolsillo, 2003. Colección Best séller 99/5, 248 páginas.
Martín Ritt: The Spy Who Came in from the Cold (El espía que surgió del frío). 1965. 105 min. Guión: John Le Carré, Guy Trosper, Paul Dehn. Musica: Roy Webb. Reparto: Richard Burton, Oskar Werner, Walter Gotell, Rupert Davies, Steve Plytas, Bernard Lee, Claire Bloom, Marianne Deeming, Richard Caldicot, George Mikell, Anne Blake, Warren Mitchell, Michael Ripper, Peter Van Eyck
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