27.7.08

¡Es la guerra!


De nada le valió el reposado ejercicio de estiramientos matutinos con acompañamiento de trompa y violines, un desayuno equilibrado con mucha fibra y nada de colesterol. Un corazón en forma (aunque nunca se sabe) y, lo que es más importante, en armonía con la mente. Unas manos que construían el nudo Windsor de la corbata con el esmero y satisfacción de quien envuelve un regalo de cumpleaños.
De nada, insistimos, le sirvió tanto esfuerzo positivo, porque al cruzar la puerta de la calle le esperaba… ¡La guerra!
Harto de votar contra la derecha para que la izquierda se lo pasase bomba. Harto de tragarse el cabreo ante esta pandilla de trepas autocomplacientes que se alían con Belcebú, Lucifer y no sé cuantas más criaturas diabólicas, obsesionados todos por instalarse en el poder. Harto de hacer el imbécil con tanto ahorro de agua, tantas bolsitas y containers de colores y tanto machaque mediático sobre el granito de arena. Sí, harto ya de aportar su puto granito de arena, medio dormido y nada entusiasmado por dirigirse al maldito trabajo no fue consciente de que estaba Invadiendo el carril bici.
¡Ah! Esas tenemos. En la calle Urgell cabía todo el quinto ejército aliado de la batalla de Anzio, y, además, los dos carriles Bicing estaban más vacíos que los bolsillos de los ciudadanos a fin de mes, pero eso no fue óbice para que un solitario ciclista le increpara e insultara por ocupar su precioso nuevo espacio. El mismo “ciclista” que no toma EPO para desayunar y sí quizás un descafeinado con sacarina. Es decir, un príncipe valiente que, sabiéndose el rey del mambo, ignora los semáforos sistemáticamente, invade las aceras sin aminorar un ápice su velocidad de crucero y, en fin, va a su bola, pensando en sus cosas, y que cualquier día de estos acabará empotrándole el manillar en las narices.
Pero, pensó, no nos quedemos solamente con las malas noticias. Durante aquellas pesadas y húmedas mañana de agosto, uno de los momentos más “eufóricos” y modélicos del día acaecía justo cuando fumando, plácidamente sentado en el confortable asiento de su automóvil, esperando a que el semáforo se pusiera en verde, estallaba, de pronto, la marabunta. Sí, porque, repetida y machaconamente, antes del cambio de la señal luminosa, más de diez motocicletas salían disparadas de una supuesta o imaginaria “parrilla de salida”. La explosión de rabia de sus motores, agudos y chirriantes como sierras eléctricas, perforaban sus delicados oídos, recordándole que Johan Sebastián Bach y Amadeus Mozart ya hacía tiempo que habían muerto. La puntilla la ponía casi siempre algún automovilista que, contagiado por el fragor de la tormenta, adicto a las retransmisiones televisivas de la guerra de la Fórmula 1, formato thriller, le acuchillaba el cogote con sus nerviosos y acuciantes toques de claxon.
Tampoco soportaba el transporte público por razones de diversa índole. En el metro la inexpresividad general siempre acababa recordándole las películas de zombies, y no digamos si lo cogía por la noche. Entonces sí que podía afirmar sin tapujos que aquello era “La noche de los muertos vivientes”. En el bus, tanta promiscuidad de cuerpos sudorosos se compensaba al menos por el paisaje urbano pero se contrarrestaba, a su vez, por las sacudidas provocadas por un conductor sin entrañas. Por otra parte tenía prohibido el autobús nocturno en verano: el riesgo de exposición a la congelación era calificable de “muy probable”.
Desquiciado por el estrés de vivir el día a día, acudió al médico de familia para que le recetase un calmante. En el ambulatorio habían aterrizado un montón de médicas “novatas” muy jóvenes y, la mayoría de ellas amables y solícitas, hecho que un hipocondríaco empedernido como él agradecía infinitamente. Lo cierto es que, por falta de espacio, habían colocado a la sustituta de su doctora habitual en la planta de pediatría, así que cuando le tocó el turno, y para entrar con buen pie, no se le ocurrió otra cosa mejor que decirle a la doctora
- Esto parece la planta joven de El Corte Inglés
Y como la joven doctora creyó que se refería a ella, y como, con el, por otra parte comprensible, nerviosismo del estreno, ni se había dado cuenta de que se hallaba en la planta de pediatría, casi se ruborizó cuando le respondió:
- En realidad, hoy es mi primer día aquí.
Y cuando él, procurando que cada palabra fuera una caricia, le aclaró la cuestión, ella no pudo menos que comentar que ya le extrañaban tantos lloros y tanto bebé. Él pensó entonces que aquella anécdota podía ser muy bien el inicio de una buena amistad doctora-paciente, aunque sabía de sobra que en la próxima visita se encontraría con otra cara, y quizás, con un poco de suerte, con otra bella sonrisa.

Etiquetas:

24.7.08

Julio Cortazar: instrucciones para ir a comprar el diario a la esquina


La tarea de ablandar el ladrillo todos los días, la tarea de abrirse paso en la masa pegajosa que se proclama mundo, cada mañana topar con el paralelepípedo de nombre repugnante, con la satisfacción perruna de que todo esté en su sitio, la misma mujer al lado, los mismos zapatos, el miso sabor de la misma pasta dentífrica, la misma tristeza de las casas de enfrente, del sucio tablero de ventanas de tiempo con su letrero “Hotel de Belgique”.
(…)
Cuando abra la puerta y me asome a la escalera, sabré que abajo empieza la calle; no el molde aceptado, no las casas ya sabidas, no el hotel de enfrente; la calle, la viva floresta donde cada instante puede arrojarse sobre mí como una magnolia, donde las caras van a nacer cuando las mire, cuando avance un poco más, cuando con los codos, las pestañas y las uñas me rompa minuciosamente contra la pasta del ladrillo de cristal, y juegue mi vida mientras avanzo paso a paso para ir a comprar el diario a la esquina.”
Texto: Julio Cortazar: historias de cronopios y famas, 1970, pocket edhasa 1981, Págs. 9 y 10
Fotografía de Marcelo Aurelio: Reflections’ - Photo Friday –
por cortázar, por mí, por photo friday
NOCTURAMA FOTOBLOG, 4 de Diciembre de 2004
http://www.arte-redes.com/nocturama/?p=198

Etiquetas:

18.7.08

Renard dice:


Escribir es una forma de hablar sin que te interrumpan pero es, además, una actividad más complicada incluso de lo que parece porque, como decía Jules Renard, uno tiene que estar todo el rato demostrando su talento a gente que carece de él.”
El hombre verdaderamente libre es que sabe rechazar una invitación a cenar sin dar excusas.”
Enrique Vila-Matas: La inteligencia de Renard, EL PAIS, Libros de la semana, Babelia 12.7.08, Pág. 13
"OBSERVÓ QUE EL INFINITO NO ES MÁS QUE UNA SUMA DE PEQUEÑAS COSAS, A VECES MICROSCÓPICAS, Y HASTA INVISIBLES. TAMBIÉN QUE LO QUE EN EL MUNDO CUENTA Y TIENE VALOR SE NOS PRESENTA SIEMPRE SIN RUIDO, DE LA MANERA MÁS DISCRETA. PARA HABLAR DE TODO ÉSTO, RENARD SE ESFORZÓ EN BUSCAR LAS PALABRAS ADECUADAS.
QUISO SER ESCRITOR PARA PODER EXPLICAR LAS IMPRESIONES QUE DEJABAN EN ÉL LAS COSAS QUE NO SON FÁCILES DE EXPLICAR. NO ESCRIBIÓ TANTO COMO OTROS, PERO SE ENTREGÓ A LA ESCRITURA CON TAL APLICACIÓN. Y CONSTANCIA QUE, DEDICANDO LAS MISMAS HORAS, SE PODRÍA HABER CONSTRUIDO UNA PIRÁMIDE EN EGIPTO. EN SU DIARIO VEMOS SUCEDERSE LOS RATOS ALEGRES Y LOS AMARGOS A TRAVÉS DE ANÉCDOTAS Y COMENTARIOS CARGADOS DE HUMOR Y DISTANCIA.
RENARD VIVIÓ DOS VIDAS SIMULTÁNEAMENTE: EN MEDIO DE UN MAR AGITADO BRINCABA EL TERRIBLE NIÑO PELIRROJO, MIENTRAS EN LA CALMA CHICHA EL ESCRITOR SE LIMITABA A MANTENERSE A FLOTE. DEDICÓ PELO DE ZANAHORIA A SUS DOS HIJOS CUANDO ÉSTOS NO TENÍAN TODAVÍA SUFICIENTE EDAD PARA DARSE CUENTA DEL INMENSO REGALO Y, A LA VEZ, LA CLASE DE BROMA PESADA, QUE ERA LA VIDA A LA QUE ACABABAN DE ASOMAR. PRONTO LO DESCUBRIRÍAN; ANTES, CON SEGURIDAD, DE PODER LEER ESE LIBRO."
Jules Renard
(Chalons-Sur-Mayenne, 1864 - PARÍS, 1910)
Pelo de Zanahoria
http://www.mediavaca.com/autores/fichas/Frenard.html

Etiquetas:

15.7.08

Pare aquí, por favor

Mañana aparecerán Encarna y el señor inoperante de su hijo. Y él lo sabe: Encarna recorrerá, de forma indolente, con la yema de sus dedos, la superficie de muebles y anaqueles, hurgando en la eterna capa de polvo que él es incapaz de percibir. Ni falta que le hace.
- ¡Pero, por favor, papá! Mira qué desorden, qué casa. ¿Cómo puedes vivir así? Verdaderamente.
- Ver-da-de-ra-men-te.
Encarna suelta la palabra – el adverbio - de corrido, como un martillo remachando clavos. Aunque más bien los taladra. Y cubre la frase con una capa - porque esa palabra quiere ser en realidad una frase- de sarcasmo como sólo ella sabe hacerlo: con esa mueca de reproche emergiendo de su rostro excesivamente maquillado, mientras acabará dejándolo sumido en esa meditación que, al final, revertirá en un único reproche:
- ¿Por qué diablos me llamará papá?
Sebastián Carmona es un hombre bien puesto, a pesar de sus sesenta años. No le sobra el dinero, si bien sabe manejarse con lo que tiene. Por eso mismo, cuando se pone su cardigan y una de sus corbatas de seda italiana, su imagen en el espejo del dormitorio todavía aguanta unos breves momentos. Aunque todo eso nada importe cuando Juana se pone a llorar. En cierto modo, sus vidas acabaron al unísono cuando el coche salió despedido del asfalto. Ocurrió en el revuelo de una curva. Cuando finalmente le localizaron, ya todo había pasado. Le contaron que Juana perdió el conocimiento y que ese instante fue demasiado largo, Clínicamente largo, dijeron los médicos. ¡Qué sabrían ellos! Porque él ya supo desde entonces que ese instante había de ser eterno. Y sabe perfectamente, sin que se lo confirmen, que cuando abrió los ojos, ya en el hospital, no cesaba de llamarlo. Murmuraba su nombre una y otra vez, pidiéndole perdón. Los médicos interrogaban a Sebastián con su mirada pero él no podía responder, sólo pensar y pensar. Pensar que Juana había muerto absurdamente en un vulgar accidente de tráfico. Parece ayer, piensa ahora. Siempre será ayer, eso ya lo supo desde el primer instante. Viajaba sola en su Mondego de color blanco. Volveré enseguida, dijo. Y ahora, regresa siempre, llorando...
Suena el teléfono. Sebastián se lo queda mirando y barrunta algo inaudible
- Será ella – dice luego, en voz alta, aunque nadie lo escuche.
- ¿Diga?
- ¿Cómo está mi diablillo?
- Haciendo diabluras
- ¿Nos veremos hoy cariño?
- Claro – Y cuelga, en un acto no premeditado.
Y, claro, finalmente, encontrará en el fondo de alguno de los cajones de la cómoda su vieja pistola. Vete a saber si todavía funcionará, si es que alguna vez disparó algo más que extraños pensamientos en su dueño. Aunque el sudor que ahora mismo resbala por sus mejillas nada tenga que ver, aparentemente, con tan peregrinas especulaciones y acabe desvaneciendo su mirada perdida en el brillo del silencio que domina en la habitación. Un resplandor que flota como una burbuja en la penumbra de aquel cubículo, empapelado de un amarillo tosco y sucio, desconchado en sus partes altas, oscurecido en los marcos de las puertas.
- Qué fácil si uno pudiera abrir la puerta y marcharse, y desaparecer-. Sin mayores esfuerzos. Sin tanta murga. Pero no había perdón para él. Su mirada cayó al suelo cuando recordó a Juana: el volante dejó de obedecerle, un neumático reventado en plena maniobra a 120 por hora, demasiado para una curva mal pensada. Pasa todos los días. Sebastián no estaba presente pero sabe como ocurrió. Conoce perfectamente cada detalle. No se encontraba allí pero eso no le impide saber. Cada lágrima de Juana es un eco que le hace revivir cada instante de esa tarde maldita. Y, además, pocas cosas más caben ya en este agujero negro. O, al menos, ese convencimiento, para otros exagerada e innecesariamente condena, lo persigue y acosa sin compasión. Y todo tan rápido, sin dar tiempo a que Sebastián respirara un sólo instante al recordarlo. Sí, es verdad, no estuvo allí pero lo recuerda perfectamente. Esa debe ser la condena, reflexiona en un pensamiento que ya es eterno. El cielo se partió en fragmentos y el sol brilló extrañamente, con brusca crueldad, astillando sus rayos y negándole su luz.
El teléfono sonó varias veces.
- ¿Cómo está mi babosito?
- Eres una puta
Oyó su risa antes de colgar.
Afuera, lucía el sol de media tarde.
Y siempre, ¡Toc!, ¡Toc!, a su mente acaba llamando Encarna... ¡Pero mira papá, qué desorden, qué casa! No sé cómo puedes vivir así, verdaderamente.
¡Vaya lujo de hijo que me dio la vida! Barrunta, en una frase pensada a destiempo, que, él lo sabe, es más bien una tregua para absorber aire, como el que se toma un respiro antes de que ataque el enemigo. El señorito, tan empresario modelo, tan emprendedor, tan “no tenía nada y aquí me tienes”, con un Beemeuve de importación de siete millones de las antiguas pesetas, tan socio fundador y tan le eché huevos a la cosa. Porque siempre acaba llamando Encarna, ¡Toc!, ¡Toc!, para columpiarse, desenfadada, vulgar y sensual, todo hay que decirlo, pasando del reproche al simulacro de la caricia. Y la tregua finaliza cuando ella le pasa la mano por debajo del brazo y se apoya mimosamente en su hombro, y le mira con sus grandes ojos verdes, como los de un pez, como si no existieran otros ojos que los suyos, arrullo de gata en celo, como si ella no fuera “verdaderamente” la esposa de su hijo. Y es entonces cuando Encarna se deja caer en el sofá y se sube la falda mostrándole como sin querer, distraídamente, sus medias nuevas, y echa su rostro hacia atrás para dejar escapar una risa alegre y sonora.
Piensa él: como un pavo real naciendo de su boca cuando inevitablemente le acaricia por el lado del deseo. Y concluye, casi culpable: como una pluma acariciándome el sexo; como una boca espesa sorbiéndome el corazón.
Y en el interregno de cada espacio, cada segundo, cada día cada eternidad de su existencia, la memoria le acuchilla para devolverlo violentamente a la sirena de la ambulancia, a la tozudez de un pulmón agónico, a la vorágine blanca que desemboca siempre en el destartalado caos del sótano de urgencias de un hospital. Una eternidad desplegando sus alas tristes entre su angustia y las carreras de médicos y enfermeras. Y la presencia del dolor invadiéndolo todo como una gangrena, con su impúdica suciedad, devorado hasta el último espacio reservado para el aire, el mórbido tacto del algodón sangriento que acaba manchándolo todo, las sábanas y, ahora mismo, su corazón.
Perseguido por ese asfixiante olor a éter y por la penumbra de duermevela hospitalaria, Sebastián se asoma a la terraza, donde acaba arrojando un cigarrillo para encender otro a continuación. Y ella, Juana: Juana, como un algodón sucio deshaciéndose entre sábanas limpias, aunque invadidas por el silencio, Juana marchándose sin compasión, sin piedad alguna por el hombre que no la acompañó en ese viaje, que llegó más tarde de lo debido al hospital, que ahora mismo suplica al pie de su cama. Juana, abandonándolo a su suerte... para siempre. Y recordar, cada vez que la fotografía (que no su recuerdo, prisionero del olvido necesario) le avisa, recordar nuevamente, y esto nadie lo sabe, nadie aparte de él mismo, que esa mueca que los otros achacaron al anuncio de la muerte, era Juana llorando por dentro, llorando porque lo dejaba así, sólo, horriblemente sólo y desamparado. Porque únicamente él sabe que Juana lloraba hacia ese otro mundo mientras él se quedaba donde la vida no tiene nombre, acaso la voz de un túnel hacia dentro, enmudeciendo.
Aunque siempre regresen, como un aviso de lo que sucederá mañana, las observaciones de sobremesa de Jorge, su hijo, repitiéndole, machacón, con su voz de vendedor de seguros que eso de la crisis es un camelo.
Será Encarna quien aparecerá primero cuando abra la puerta, ofreciéndole su espléndida cabellera de danesa despampanante, labios rojos a punto de estallarle en plena cara, un generoso escote, más abierto y abarcado de lo que él hubiera deseado. Y unos exuberantes muslos que, al dejarse caer en el sofá, le otorgarán el atributo de una yegua voluptuosa.
Mientras, a través del pasillo le llegará el exabrupto de siempre, algo parecido a un
- ¡Hola papá!
Revestido de un falso entusiasmo, que le recordará a Sebastián, sin piedad, que la genética tiene sus abusos, que ese muchacho que no tardará en aparecer con una horrible corbata de fantasía sobre el fondo azul mil rayas de una camisa portátil es, nada más y nada menos, que su hijo. Le aplastará, al fin, sus algodonosos dedos en la espalda, como un par de ventosas gigantes. Y ya en el segundo plato, su hijo seguirá, dale que dale con su puñetera teoría de la crisis y el bandidaje sindical. Y lo bien que viven los mendigos. Y que toca hacer pública la realidad del triunfo del capitalismo de toda la vida, el capitalismo generador de riqueza, y eso siempre es de agradecer, que alguien tenga la valentía de llamar a las cosas por su nombre, claro, porque, papá, las ideologías ya no sirven ni para limpiarse el trasero. Hay dinero o no hay dinero qué repartir, esa es la cuestión, creamos riqueza o la despilfarramos, repartimos los beneficios o la miseria, ¿entiendes, papuchi?
Y aunque su hijo seguía con su perorata y su bla, bla, bla, él se quedó quieto, mirando a Encarna, su boca entreabierta y sedosa exhibiendo gotas de saliva tan grandes como lágrimas.
Cuando “los invitados” se van, hace un gesto de envaramiento al que ni él mismo encuentra significado, se prepara un whisky con dos cubitos de hielo y acaba asomándose al balcón para contemplar el narciso. Se bebe el whisky de un solo trago y, de súbito, le da un pálpito, como un sollozo pidiendo espacio entre tanta forzada respiración, aunque hace mucho tiempo que dejó de llorar.
Juana sí lloraba. Lloraba por dentro porque lo dejaba así, sólo, horriblemente sólo y desamparado. Y cada vez que esa imagen le golpea, le abruma, le persigue, susurra hacia dentro:
- Tan bella como el mar.
Aquella tarde hicieron el amor tatuados de arena, entre dunas que parecían olas fosilizadas. Y fue entonces, en la playa, cuando Sebastián puso esa cara tan seria que tanto le divertía a Juana y se escuchó a sí mismo pensando, qué tonto me siento. Escúchame atentamente, le expuso. Te voy a decir tres palabras que no he dicho a nadie: ¿Quieres casarte conmigo? Y eso ocurrió apenas meses después de que ella, Juana, llamara al timbre de su puerta y apareciera con su sonrisa de mapamundi y bola de cristal, cargada de maletas y bolsas de viaje y una cesta con su gata dentro.
- ¿A donde crees que vas? - Dijo él, asustado
- No voy. Vengo
Le respondió ella, sonriendo, expandiendo su maravillosa sonrisa en una expresión de felicidad que a él le pareció como algo definitivo. Y entonces, sólo mentalmente, desde las profundidades de su ser, le dijo, le devolvió aquella frase robada escritor argentino que a él le tanto le gustaba repetir, hasta hacerse pesado, y en efecto, lo había hecho un millón de veces: “No puede ser que nos separemos así antes de habernos encontrado”. Entonces descubrió que la alegría produce a veces un efecto extraño. A veces oprime como el dolor. Y quedó atrapado para siempre por la geografía celeste de Juana, que abarcaba más allá del firmamento, por ese bosque de estrellas que no dejaba ver los agujeros negros de la ciudad, por sus ríos y meandros, su luz limpia de invierno y el blanco fulgor de la nieve, pero sobre todo por su valentía. Y por enésima vez no pudo dejar de amarla, como si nunca se hubiera creído capacitado para este tipo de sentimiento. Como si por fin lo hubiera descubierto.
Siente la pesadez de la comida y diluye un alkasenser en agua. Al abrir el cajón de la cómoda para coger las pastillas efervescentes ha tenido que apartar la fría culata de su pistola semiautomática, un arma corta y de fácil manejo. Ideal para ocasiones en las que uno pretende salir sin mayores contemplaciones, marcharse para no volver. Y aunque no le ha prestado mayor atención, su presencia, de alguna forma, le alivia. Luego, se levanta parsimoniosamente y coge la regadera, cubre la mitad de la maceta con el agua, dejando caer una suave llovizna sobre el narciso. Todo eso un poco antes de sentarse en el sofá y recordar la misma frase de siempre, recordar aquel médico de aspecto inhumano diciéndole “Sólo su presencia la hubiera salvado”, y, ya sin fuerzas para resistirse, mientras las imágenes de la televisión parpadean sin voz, se deja invadir por el recuerdo de Juana y la voz de aquel cirujano anónimo, repitiendo una vez más “Sólo su presencia la hubiera salvado”. Y como cada noche, después de la soledad viene Juana muriéndose. Siente su presencia junto a él, la siente con tanta intensidad que acaba llamándola aunque sólo sea para escuchar una vez más su voz pronunciando su nombre, después de tantos años de silencio. Y entonces piensa lo larga que puede ser una noche, y ya estamos con lo mismo de siempre, ya empieza a sentirse miserable otra vez y a regodearse con su apego a la fría y desangelada unión con la mortífera arma, ese consuelo amable y cobarde que, por otra parte, sabe muy bien nunca ejercerá. Lo inmensamente larga que puede ser una noche cuando se está ausente de sí mismo, cuando esa larga vigilia devora todos los recuerdos y los convierte en uno solo que siempre le espera escondido bajo la almohada, aunque al final de cada recuerdo siempre haya una curva flanqueada por acacias y un hotel con nombre marinero donde le espera Encarna, con su vestido rojo, sentada en la terraza del primer piso, sorbiendo un gin tonic, saludándolo con la mano mientras él le dice al taxista, pare aquí.

Etiquetas:

10.7.08

Dalí Corona: Te necesito aquí


Te necesito quí, mas cerca
que yo mismo.
Juan Bañuelos

Tendría que inventar, para mirarte bien
entre la turba terca de las cosas, un cúmulo de voces y de signos.
Jaime Labastida

En mi camino, como la luz más frecuente,
hipodérmica,
te necesito aquí.
Cambiaré el giro de tus senos
mi desvelo será ahora
de cuarenta y cinco grados.
Mientras que en tu ombligo
el mundo se dibuje haciendo malabares .
Ahora, sería mejor cortarle el cuello al frío,
que no moleste,
mientras intento dormir
en cada arteria de tu nombre.

México, 3 de Marzo, Claudia (aquí comienza a perseguirme
una teta kilométrica de acero y una sed enquijotada)
he soñado tus encajes dispersos por la alcoba
y una culpa de vientre.
La escalera, no da a ninguna parte; un cojín
con sobras de tu pelo me atormenta,
me descubre amarillento
con más de tres dolores en el alma.
He resuelto –por mi bien- no volverte a escribir.
Saludos y un beso.

¿Por dónde tu silbido,
por dónde el tiempo ?
La tierra se abre ante tus ojos
y todo lo que tocas son patas de costumbre,
un pedazo de vena intermitente.
Texto: Dali Corona
Voltario, Segunda parte

Fotografía: Mrgud, Blue moment
Serie “Faces”
Les plus simples
22 de Octubre de 2006
http://les-plus-simples.com/displayimage.php?pos=-2419

Etiquetas:

6.7.08

Los cronocrímenes


Juegue gratis. Al límite de la frialdad del sistema. Juegue con el tiempo y comprobará que encontrarse consigo mismo puede ser el inicio de un camino repleto de catástrofes. Que el tan socorrido argumento (al que llamamos “tópico” porque en realidad no creemos en él) de que todos tenemos un “doble” no tiene nada que ver con cruzar los límites de la realidad y encontrarse con el mismo tipo al que le cepillas los dientes cada mañana clavándote una tijera en zona pelviana de la pierna, también llamado muslo.
Juegue al cronocrimen y verá que susto. Esta película no es para transeúntes e indigentes, no se equivoque otra vez. Es para tipos duros como usted, pero si de verdad quiere comprobar ese temple del que presume, no se ponga nervioso cuando el tipo al que rasura la barba cada mañana, tiene un accidente con su camioneta y, maltrecho y malherido, se cambia la venda de la pierna para taponar las heridas de la cara y, acto seguido, empieza a perseguirle con muy aviesas intenciones.
No, amigo, usted no se ha vuelto loco. Son ellos, es decir, usted mismo… Vale, no trataré de explicárselo. Mire… Puede que ni siquiera se lo merezca. ¿Al fin y al cabo, qué diablos hacía usted hurgando con sus prismáticos en el bosque? ¿A cuento de qué interesarse por esa mancha roja hasta descubrir que era la prenda de una preciosa muchacha? ¿Por qué adentrarse en el bosque sin la información adecuada? ¿Si hacía sólo un rato se habían cruzado los dos, ella lindamente montada en su bicicleta y usted a bordo de su furgoneta?
Sí, ahora empieza e entenderlo, la misma furgoneta con la que tuvo el accidente, del que salió tan mal parado y por el que tuvo que vendarse la cara con tan poca destreza que acabó pareciendo una momia. Y ya, irreversiblemente, como el tiempo mismo, perseguir al que le acuchilló la pierna, y finalmente, porque una vez atravesados los límites de lo que esos ingenuos de ahí fuera llaman realidad, ¿cómo parar?, cómo no seguir al farsante que se hace pasar por usted, no sea que amanezca mañana y sean un tropel en el lavabo, que no quepan ni en el espejo, si es que ya hay espejo, que yo empezaría a dudar seriamente de que ese container está ahí tumbado en el borde del camino porque sí, de pura casualidad.
Yo no sé, pero de usted no me fiaría nada, pero nada de lo que le está ocurriendo. Yo saldría de la sala del cine y “pies para que os quiero”. Y es que hay películas que intimidan, que se parecen tanto a nuestros sueños más temibles que, a veces, el camino más corto entre dos puntos es cerrar los ojos y encomendarse a la santísima providencia. Y permítame que le advierta de que hace tan sólo diez minutos un coche negro le embestirá por detrás y la camioneta y usted irán a empotrarse en el árbol más cercano, y que le van a sangrar hasta las cejas, y lo dicho, tendrá que utilizar la venda sucia de la herida de la pierna para vendarse la cara, y de tal guisa (como una momia) hace tan sólo quince minutos tendrá que hundirle las tijeras a ese sujeto que usted conoce tan bien, justo cuando se acerque a la chica desnuda que, tan sólo veinte minutos antes andaba tan linda y feliz, con su bicicleta, por el sendero del bosque.
Nacho Vigalondo: Los cronocrímenes, España 2007, Guión de Nacho Vigalondo, Karra Elejalde, Nacho Vigalondo, Bárbara Goenaga y Candela Fernández.

Etiquetas:

5.7.08

Enriqueta Llorca & Johnny Roqueta: TANTO TIEMPO PA ESTO



"Johnny Roqueta cumple 25.
Él es más joven que yo, aunque no lo parezca.
Aunque nacimos el mismo mes, Johnny es cáncer.
Tampoco coincidimos en algo importante: tiene dos padres.
El Johnny fue parido por la gracia de Rafel Vaquer y Joan Tharrats.
Celebremos que los milagros existen.
La fiesta es el jueves día 10 de julio a las 20:00h en Ses Voltes, Palma de Mallorca.
Arriba tenéis el cartel.
La de abajo es mi imagen para la expo."
Texto e imagen: Enriqueta Llorca

LA EXPO

La inauguración de la exposición será este próximo 10 de julio, en Ses Voltes, de Palma. Después seguirá su itinerario en Menorca e Ibiza, y seguramente también pasará por Barcelona.
La exposición es de originales. De los "homenajes" que estén acabados con ordenador se expondrán reproducciones. Nosotros nos encargaremos de las impresiones, del mismo modo que nos encargamos de enmarcar tanto reproducciones como originales. Todos los originales son propiedad de los autores, asegurados, y les serán oportunamente devueltos. Nosotros nos encargaremos de los envíos.
Para los que preciséis de referencias, hemos colgado en internet una web con los personajes, portadas, historietas y demás referencias. Está todo en:
www.vaquer.net/roqueta
Para mayor información sobre Johnny Roqueta:
http://malavidacomics.mforos.com/182408/5856780-expo-johnny-roqueta/

Etiquetas:

4.7.08

Un púgil bajo de forma


Estatura media, ni alto ni bajo, como suelen decir los testigos cuando les interrogan, ordinario, más astuto que inteligente, afable y simpático, pero con una simpatía estudiada, aprendida. Como el que lleva un reloj de pulsera “caro” y llega un momento en que ya no recuerda que lo lleva, pero se le nota, porque no es solamente el Rolex, sino todo lo demás. La vanidad, por ejemplo. Esa sonrisa estúpida, sobre todo. Podrías ser tantos, pero resulta que eres tú, nos conocimos sin pelos en la barba y éramos más pesados que los amigos de la bolera. Pero hace ya demasiado tiempo que negocias más que un viajero sin billete o que un púgil bajo de forma, tan frágil es la amistad, tan circunstanciales las relaciones humanas, tan casuales, tan interesadas muchas de las veces, tanto oportunismo que muerde hasta dejarse la dentadura.
La vanidad no es un virus, ni una enfermedad, ni tan sólo un mérito de los que se creen los más listos, sino un rasgo más de nuestro ADN. Un curandero chino les diría que la cosa se remonta a cinco generaciones como mínimo, pero yo creo, francamente, que los únicos que se salvaron de la quema fueron los del Club del Neardenthal. Quizás por eso desaparecieron y los arqueólogos todavía se preguntan por qué. Ahora mismo no recuerdo a nadie que carezca de ella. La otra lista sería interminable, por supuesto. En realidad, utilizamos la palabra vanidoso con un valor de énfasis para, de alguna manera, definir a los más destacados, a los exhibicionistas. Muchos la llevan como se pasea una mascota, la cuidan, la miran, le dan de comer cada día y presumen de ella ante parientes y amigos,
Puestas así las cosas, las perspectivas de que los días sean un poco mejores que los anteriores, son cada vez más escasas. Por otra parte, que a la gente le de miedo mezclarse con la circulación de las autopistas de los Ángeles, puedo entenderlo. Sin embargo, lo que no me imagino es a ti, incoloro y ausente, sin carné de conducir, dispuesto siempre a que te lleven de gorra a todas partes menos a la contraria. Entre tanta desesperación planetaria, eres como una manzana en la nevera, que nunca acaba poniéndose “pocha” pero que va ennegreciéndose progresivamente hasta que la tiras al cubo de la basura. Ya lo dijeron un montón de poetas a sueldo de las “contras” de los diarios: la vida es un breve cruce de caminos. Aunque quien mejor lo dijo fue, claro está, Oscar Wilde, que de amigos entendía un rato, y de enemigos no digo, y no por maricón sino por soberbio e intransigente. Pero ¿qué es la intransigencia sino una apostura, un escupitajo a la cara para empezar con las cosas claras, cada uno en su sitio, una buena muralla hecha de ladrillo y mortero y ya puedes venir que aquí te espero?
Conviene recordar – también lo dijo el príncipe del Londres victoriano, que de todo sabía lo suficiente – que nada de lo que vale la pena de ser conocido puede enseñarse. Por eso mismo, casi todo lo que tú aprendiste salta a la vista, sobre todo, el arte del disimulo, eso desde pequeñito, por lo que deduzco que no fuiste precisamente un ser afortunado. Tardé demasiado en averiguarlo. Si hubieras sido feliz alguna vez, nunca me habrías enviado aquella carta tan llena de falsedades (el recordatorio de la muerte de una amiga), o habrías añadido algunas líneas. Algo decente.

Etiquetas: