26.2.08

Arcadio Urpí: PÓCIMA CHEMIATIS


Quiero quererte y te quiero
Mi alma quiere ser tuya y lo es
Mis manos quieren acariciarte
Mis ojos quieren verte
Mis oídos oírte
Mis labios besarte
Mi cuerpo sentirte
Mi vida quiere quererte
¿Qué me has dado, hechicera?

PÓCIMA CHEMIATIS

FILTRO PARA CAUTIVAR
En fuego encendido por un Dragón, cocer con agua de Lluvia de Primavera
Dos alas de murciélago
Seis garras de gavilán
El corazón roto de un ruiseñor
Un colmillo de serpiente
Un pellizco de polvo de alas de mariposa
Un rayo de luz de luciérnaga
Cinco gotas de sudor de libélula
Un cuarto de raíz de mandrágora
Siete pétalos de orquídea azul
Una cucharada de aceite de muérdago
Tres destellos de luna creciente
Una gota de esencia de soplo de hada
Ha de beberse durante el plenilunio de abril, en el cáliz de un lirio blanco, tras el canto de la alondra.

UN CONJURO
Alas de murciélago
Escamas de dragón
Raíces de muérdago
Bigotes de ratónArcadio
Arcadio Urpí: Pócima Chemiatis

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25.2.08

¿Eres tú John Wayne?


"Qué momia late y qué momia decora"
Afirmaste, querido poeta-payaso-sin-vergüenza, que “en un soneto el muerto cabe” y yo me lo creí. ¿Cómo no hacerlo, creerte a pies puntillas? Dímelo tú, que tanto sabes, si apareciste de pronto, de la nada, o de la nada de las nadas (¿o eran hadas?) armado como ibas con ese arsenal de poesía con la que, de seguro, no ganaremos ninguna guerra, ni siquiera batalla o refriega, ni falta que nos hace, a(ni)mado con tu máscara de Hada del tiempo y con la calavera de Yorik en ristre, descarnada, desnuda y silenciosa, en la meseta inhóspita de tu mano derecha, mientras tu culo se sentaba en una silla con sus cuatro patas en la famosísima Aula de los Escritores del Ateneo de Barcelona. Y soltaste, sin más:
"Dime, Yorik, de quién la calavera,
Revélame si hay vida tras la aurora,
Qué momia late y qué momia decora
El verso hasta tener la estrofa entera"
Y, para más INRI, osado esperpentaculista, con tu sorna de emigrante perpetuo ante las momias que decoran, con tu humorismo de mago burlesco, enemigo de las mentiras y la sabiduría reglada, pusiste en cuestión todo (¿o era nada?) “lo que el alumno sabe”. Para ello, te sacaste de la manga tu prehistórico sombrero de graduado y pusiste en solfa, impío como eres, la cordura, criterio y discernimiento de lo que queda del maestro, la filfa de su rostro sin carne ni pelos, que colocaste cuidadosamente sobre el estrado del Aula, no fuera que le diera por explicarnos la teoría cuántica de la realidad, o alguna disertación sobre el gran William Shakespeare, mientras nosotros contemplábamos como pasaban nuestras horas de cianuro y soledad idiota. Y no satisfecho todavía de nuestro mutismo expectante, acabaste con lo que quedaba de tu buena reputación, y en un grotesco contrafactum poético, tu voz se mudó por la más real y verosímil de un beodo o borracho parlanchín, inmigrante de la cordura, invitándote con tu mejor descaro y gran pachorra a otra ronda de un buen güisqui con soga. Y otro. Y otro, mientras te(nos) preguntaste:
"Será verdad que el tiempo es el mejor maestro,
El que raya con yeso encerados del alma,
El que instala en el orden el caos de ir por casa
El que premia o castiga por afuera o por dentro"
Y aquí no acabó todo. Nos dejaste de un capotazo, tendidos en la arena de la espera eterna, también a nosotros, que tan amablemente habíamos consentido en ser tus espectadores un infame lunes de febrero, rígidos y descarnados posando con nuestros futuros rostros puede que ya abandonados por el mundo, incluso por los gusanos. Sí, no te atrevas a negarlo: en un Tris Tras, tú, maldito poeta bufón (¿Eres tú John Wayne?) abandonaste tu sombrero vaquero en la gran bolsa del rincón y lo mudaste por una montera de torero y unas gafas de turista neocelandés, para acabar descolgándote en una insólita Todomaquia nadaísta que acabó con las pocas fuerzas que les restaban a nuestros maltratados ojos, y no digo oídos.

Y ya puestos, y enervados, ya no digo presuntos implicados, sino más que eso, cómplices como un camorrista siciliano en apuros, estallamos en un clamor de exaltación p(o)at(é)tica, coreando al unísono:
qué regalado paladar de flores, de gracias, de nada
Para, finalmente, en un acto sumamente dadaísta, romper a llorar por la inminente pérdida de tu alma impía, pobre Charlie, el más famoso payaso sin vergüenza del universo conocido y por conocer, desolado esperpentaculista en la inmensa soledad de tu definitivo contrafactum poético, con tu penoso currículum risae a cuestas, uniéndote, de tal guisa, al duelo jovial e histriónico de un público más loco que cuerdo, que ya no sabía ni lo que decía cuando se lamentaba por la desgracia del todedo:
"Si es que lloro por nada, rumian, al alimón todero y todo.
Si es que lloro por todo: última corrida en que ya somos nada.
Plaza de todos. Hoy la terna: nadillo, naduelo y el Nada
Seis todos, seis, los que al salir del chiquero lo embisten todo.
Nadillo, pesa el calzoncillo. Naduelo se encomienda a todo
Santo que en el albero invoca. No se ahoga El Nada por nada."
A cuento del Esperpentáculo poético de Juan Carlos Elijas, en ocasión de la presentación de su espléndido libro de poemas Talking heads, el pasado lunes, 11 de febrero, a las 19,30 horas, en el Aula dels Escriptors del Ateneo de Barcelona. Y pobres de aquellos que no asistieron.

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24.2.08

Rojo

De golpe se apagaron las luces y el vagón quedó a oscuras. El murmullo de desaprobación fue instantáneo. Carlos guardó silencio. Si algo le aterrorizaba era la oscuridad. Un sudor frío empezó a recorrer su espalda. El espeso silencio venía acompañado de una tos ronca o algún que otro chasquido de lengua, signo inequívoco de fastidio, de impaciencia. Mientras, le mente de Carlos ya estaba barajando diversas posibilidades, a cuál peor: la de que el convoy que les seguía acabase empotrándose en el suyo. ¿El conductor, dormido? ¿Error humano o técnico? ¿Día aciago? Y todo en una milésima de segundo. Ahí estaban sus manos sudorosas para corroborar el devenir de lo inevitable, sus labios resecos, su espalda empapada y un ligero mareo subiéndole al galope por la boca del estómago.
Fue en ese momento de tensión, cuando los fluorescentes parpadearon. Durante un instante todos los pasajeros del vagón exclamaron en su fuero interno: ¡Vamos!, ¡Vamos! Y cuando por fin se restableció la luz y el convoy puso otra vez en marcha sus motores, Carlos suspiró, como también lo hizo la desconocida que justo en ese momento le miraba con sus negros ojos, dejando escapar un ¡Ay! de alivio que cruzó como una flecha la distancia que los separaba, un ay que justo entonces reanudó el delgado lazo de unión de aquellas dos personas que, desde hacía meses, coincidían en el último vagón del convoy de las 7,45. Indudablemente, dos personas rigurosas y ordenadas con su tiempo.
Cuando descendía por las escaleras del metro siempre se dirigía al mismo lugar: el rincón trasero del vagón. Cruzaba elegantemente sus piernas dejando a la vista sus espléndidos muslos, entresacaba el libro del bolso y leía a partir de la señal. Carlos la miraba repetidamente y ella, aunque haciéndose de rogar, finalmente acababa por recogerle la mirada, como aceptándola, acunándola incluso. Bueno, eso al menos pensaba él. Así, tejiendo suposiciones y medias mentiras, pero, sobre todo, superponiendo sus presencias, la abrumadora presencia de sus ojos, aceptando su mirada franca, fue haciéndosele inevitable e imprescindible la presencia de aquella desconocida, aunque – pensaba - ¿no eran en realidad desconocidos sus compañeros del taller, y sus vecinos, y, casi se atrevió a pensar, sus parientes? Y a pesar de que ella se resistiera a tener un nombre, como lo tienen el resto de los mortales, aún así sus ojos brillaban como reflejos de un animal en la noche. Esto último le pensó en un momento de ansiedad y antes de arrepentirse lo garabateó en el ticket del metro.
La siguiente estación era en la que a ella solía bajarse. Esta vez, no obstante, sus miradas no se cruzaron como lo hacían habitualmente. Se abrieron bruscamente las puertas y desapareció más veloz que nunca.

Y él siempre se quedaba paralizado, cómo si hubiera algo más que hacer, aparte de retratarse bobamente en el cristal de la puerta. ¿Cómo renunciar, por otra parte, a esa compañía diaria tan costosamente ganada? ¿A ese entendimiento secreto, quizá inventado y, por eso mismo, irreprochable? ¿Cómo sería la realidad, ahí fuera?
Sin embargo, la puerta del vagón no llegó a cerrarse por completo. La mano de Carlos lo impidió. Consiguió que las puertas se abrieran y echó a correr tras ella, guiado por un impulso irrefrenable y desesperado, como si algo le dijera que aquella era la última oportunidad de no perderla. Pero aún no había salido de su asombro ante su propia reacción cuando la desconocida ya había girado sobre sus pasos y, tanto era su desconcierto, que no atinó a verla hasta que la tuvo frente a sus narices.
- Hola. Me llamo Ana.
Se lo dijo con toda la naturalidad del mundo, mientras le ofrecía una mano que Carlos estrechó, perplejo. Fue el inicio de una conversación tan fácil, tan sin esquinas, como si dos amigos se hubieran citado a esa hora y en ese preciso lugar. La mirada franca y segura de Ana lo envolvió en un aura de serenidad, inmerso como estaba en una neblina que definitivamente anuló su voluntad. De esta forma tan sencilla se dejó llevar dócilmente hasta su apartamento. Ella le dijo, espérame un momento que ahora vuelvo. O, pensándolo mejor, corrigió: nos vemos en el rellano del tercer piso, y, mientras, él entró entonces en la farmacia para comprar preservativos. Subió las escaleras de tres en tres esperando (o temiendo), no sin cierta ansiedad, que Ana hubiera desaparecido como producto todo del mismo sueño y que finalmente despertaría sentado en su asiento de siempre, en el último vagón del metro para poder contemplar a una mujer sin nombre desapareciendo como siempre con sus andares lentos de princesa, o para expresarlo de otra manera, el regreso al terreno seguro de la normalidad, pero no ocurrió así, porque Ana estaba allí, en el rellano, con sus falda corta y su holgado suéter de color rosa y sus ojos...
Tampoco se acababa de explicar donde halló la habilidad para desabrochar los numerosos y difíciles botones de la falda para averiguar que no llevaba nada debajo, y al descubrirlo tuvo casi automáticamente una erección. Ni como su mano, apenas habituada a abrir con presteza y soltura el pestillo de las puertas del ferrocarril suburbano, ahora eran capaces de acariciar sus pezones y arrancar sus suspiros, de surcar sus húmedas oquedades sin otras palabras ni otros amores que sus gemidos, los de ella y los de él, perturbado como estaba ante el hecho de que sus dedos cobraran vida como animalillos salvajes y buscaran la saliva en la boca de Ana, ansiosa pasajera que siempre lo esperaba al final de su propio jadeo, de éste que los estremecía en un círculo cerrado donde sus cuerpos acabaron vertiéndose en un éxtasis inesperado. Claro que más extraño fue todavía cuando, un rato después, la montó por detrás y, súbitamente, se vio atrapado por un ataque de ternura al sentir el fuerte olor de su nuca. En esta postura, dejó escapar un sollozo que ella ni siquiera notó. Tanto tiempo viéndola de espaldas alejándose por el pasillo del trasbordo, pensó Carlos, y ahora estaba allí, atrapado por el olor de su nuca, de su pelo, de su sudor.
Fue entonces cuando Ana se volvió para mirarle nuevamente. El pelo le caía por la cara y sus mejillas estaban encendidas aunque sus ojos se habían ennegrecido todavía más. Lo observó con tristeza y un fondo de melancolía. Carlos, en sus fantasías, le había negado ese atributo que poseen las mujeres cuando quieren convertir en real todo lo que les rodea y fue esa falsa certeza, o peor aún, la sospecha de que aquello que estaba sucediendo no fuera, efectivamente, real, lo que le había hecho perder el control. Y aún así nada pudo evitar que en ese momento, Carlos la encontrara hermosa. Finalmente dijo, “mi nombre es Carlos”, como si al otro lado, donde ya se encontraban, importaran los nombres.
Sí, entonces reconoció a la compañera y cómplice de sus rutinarios trayectos de las mañanas, y sólo entonces descubrió que había estado a punto de perderla para siempre, que aquel imprevisto desenlace enmascarado de erotismo probablemente había sido sólo un pretexto del destino para arrebatarles su pequeño espacio de secretas querencias y complicidades matutinas. Porque, en definitiva, dos personas que no pueden amar lo peor que pueden hacer es seguir obstinándose en alcanzar ese estadio imposible, algo espantoso, una de las cosas más tristes que les puede llegar a suceder. Infinitamente más triste que seguir alimentando ese simulacro de adicción mutua cada mañana.
Y fue entonces cuando aconteció la tragedia y el fija manos del vagón se le empotró en el estómago, reventándole las entrañas. El dolor fue de tal magnitud que parecía haber antecedido al desgarro de su cuerpo y ni siquiera fue consciente de que el vagón había sufrido una devastadora embestida y las luminarias saltaban por los aires hechas pedazos, escupiendo espectaculares deflagraciones y fragmentos de fuego. Los bancos se retorcían, agrietándose como trozos de papel y, mientras la gente no dejaba de gritar, desesperada, perdida en el caos del humo y el estallido de los cristales, llegaba sin remedio al estertor del silencio de su propia agonía. Carlos quiso volver, no obstante, consciente de que había atravesado los límites prohibidos. Quería regresar a ese tiempo anterior donde no permitía que nada ocurriese que no fuera la inmutable normalidad y el sopor apacible del transcurrir de los días con sus noches. ¿Pero cómo hacer para volver? Se preguntó. ¿Adónde ir cuando uno ya ha dejado de ser cómo era? Si ella se había bajado como siempre en la anterior estación, abandonándolo a su suerte, y así desde hacía tanto tiempo. Quizás fue esa ilusión la que le dio fuerzas para pretender mover, para aligerar ese dolor insufrible que le atenazaba, el tubo de aluminio que tenía hundido en el estómago, aunque lo único que consiguió fue vomitar un nuevo chorro de sangre y comprobar al mismo tiempo que las piernas no le respondían, medio separadas del tronco por la cuchilla de una plancha de hierro. Y así, con esa cierta urgencia de las malas noticias, cuando nos atañen tan directamente, su retina se fue cubriendo de rojo, un rojo espeso, constató, un rojo muy triste. Y, claro está, más allá del rojo de su propia sangre entrevió sus ojos negros, los de Ana, alejándose por el andén, como siempre, como un resplandor en la noche. Y, finalmente, comprendió, demasiado tarde, que nunca había sentido nada así por ninguna mujer pero que en ese último instante, justo antes de expirar, sabía que ese sentimiento debía ser amor, y aún tuvo un último aliento para maldecir, y para pensar en todos aquellos que como él habían malgastado una vida, en todos los desafortunados como él que, en el último instante de su vida, había vivido ese instante de éxtasis, alguna vez, desde el principio de los tiempos.
Ilustración:
Edward Hopper: Coche de asientos, 1965
Material: Óleo sobre lienzo.Medidas: 101.6 x 127 cm.

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23.2.08

Arcadio Urpí: Golondrinas (Single edit)



1. Preludio
pensamientos de golondrina:
matices de jazmín y barandillas
entre soles y arco iris,
o, si no,
silencio y mirada:
sabios anfitriones que preludian
el espectáculo de los sentidos.
2. Imagen
las golondrinas parlotean
distribuidas por los cables
como notas en un pentagrama
el cielo se viste de nítido,
los olores ultiman su despliegue
y a los colores, que aún duermen,
ya viene el sol a bruñirlos:
el verano nos regala un día nuevo
para que vivamos en él.
3. Imagen (remastered)
pentagrama de golondrinas charlando
al trasluz del alba que se despliega,
multitud de olores recién brotados
enjaezan vientos para montarlos,
el sol, locuaz y atareado, se entretiene
bruñendo los colores que despiertan:
la vida nos ofrece estrenar un día nuevo.
4. Imagen (DJ Minimal)
pentagrama de golondrinas
sobre el cielo nítido.
olores desplegándose
y el sol atareado
bruñendo colores:
llega un nuevo día.
5. Imagen (Album versión)
Síntomas:
Pentagrama de golondrinas
sobre fondo de alba clara.
Colores enjaezando vientos
para pasear su grupa.
El sol se acerca, atareado
espabilando colores dormidos.
Diagnóstico:
Se avecina un día.
6. Colofón
Sucedió.
Como la noche o las mareas.
Poesía: Arcadio Urpí
Diseño y edición: Aura Guillén
Barcelona, diciembre de 2006

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21.2.08

Sencillamente


La tarde se desprende del tiempo cada vez que coincido en su mismo recorrido. Se divide como las hojas de un calendario. Ordenadamente. A veces se descompone, uniformemente o no, según le parezca, como las nubes o las mandarinas, a gajos. Otras veces, sangra como una vena cortada con una hoja de afeitar.
Ese momento del día que más respeto me ha dado. Siempre tuve miedo, desde muy pequeño, a que el tiempo me faltara, a que no supiera descubrir el camino adecuado para salvarme, y ni mucho menos con la facilidad con que lo hacían los héroes de los tebeos que devoraba sin cesar. Es cierto que ese miedo infantil se ha transformado, con el tiempo, en melancolía ante este morir cada día, cuando atardece.
Y a pesar de la consternación que me produce esta nueva sensación y que, de vez en cuando se produzca el pequeño milagro de significado y significante no estén separados por el muro de la incomprensión mutua, resulta muy agradable poder compartir la vida con alguien que se ha vuelto más real que los demás. Dicen que es amor pero ya sabes lo que opino de los significantes. Además, también sabes que con el mes de febrero las tardes traen consigo esa hora indeterminada que nos hace decir tonterías, que acecha y no negocia, que resbala por el barrizal de nuestros sueños dejando un rastro de soledad y ceniza en las aceras de las calles. Y que deja caer la oscuridad de la noche con su abrazo sin color, porque la luna anda escondida tras los edificios con su corazón en llamas. Y entonces, pienso en ti. En cualquier pequeño detalle, venial a ser posible, que me recuerde que, con toda mi pesada carga de trascendencia a cuestas, esa carga tan inútil que me hace andar quebrado, una palabra tuya puede ser capaz de arruinar mi mala reputación. Esto no debe ser la felicidad, supongo, porque la felicidad, sencillamente, no existe, pero si hay algo que se le parezca, esa debe ser tu presencia, el vuelo de tu sonrisa dadaísta. Y si no lo es, entonces, estoy verdaderamente perdido. Muerto. Kaput.
Quizás por eso, cada vez que encuentro jóvenes enamorados cruzando las aceras de las calles, porque, afortunadamente, el refugio de los portales ya no es necesario, bellas mujeres diábolo, campana o cilindro (¡Vaya ocurrencia!) sobrellevando su encanto entre los atascos como músicas doblándose en las esquinas pero, sobre todo, el hilo tenso de una trompeta, la cálida voz de un trompetista, pienso en el mundo, que, al fin y al cabo es otra manera de pensar en mí mismo y en lo poco de real que me queda. Tú, por ejemplo, recién levantada, tomándote el café y las galletas mientras hojeas el suplemento del domingo. O ese corneta de cortejos fúnebres y humo de noche, la trompeta del señor Armstrong. El único capaz de devolverme algún recuerdo que no sea inventado.
Ah… los recuerdos. Sí, es cierto. Eran otros tiempos. Los paraguas se parecían mucho a las sotanas de los curas y los niños llevábamos bufandas y guantes de lana y tomábamos leche con colacao.
Y los ocres cortejaban las calles. Las calles desprovistas de coches y con su piel desierta, tatuada por los raíles de los tranvías. Y el tono amarillento e indeciso de las farolas al caer la noche y el sereno dando la hora.
Ni el pop art de la oficina, esa dimensión desconocida, conjunto de personajes increíbles en su opacidad y hasta en sus excentricidades, ni el empecinamiento de tantos amigos en convertirse en conocidos, por no decir en saludados, consiguen que yo pierda la ilusión por la hermosa orografía de tu sonrisa.
Heme pues aquí, tal como el destino ha delegado sus fundones en mi triste persona, geógrafo cuando no paleontólogo de tu mirada. Es un placer, en definitiva, llegar año tras año, aunque ya no sea más que un vulgar excombatiente que se relame sus heridas, a nuestro particular aniversario, tal día como hoy, once de febrero, cuando te dije lo tonto que había sido en no quererte antes, en esperar tanto tiempo a dar el salto sin red, como si eso fuera importante, un batacazo más. Y mi placer es todavía mayor cuando compruebo que los años nos han hecho más viejos pero también más amigos, y la oscuridad de los atardeceres de febrero ya no suponen ninguna amenaza. Por eso mismo, lo que antes interpretaba como melancolía ahora se ha convertido en la agradable fatiga del navegante que llega al puerto de tu maravillosa sonrisa dadaísta.

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18.2.08

Este año ni para pipas



Con motivo de las fiestas de Sant Antoni el ayuntamiento de Sa Pobla, en Palma de Mallorca organizó un concurso de carteles.
En las bases -que la gran Enriqueta Llorca leyó dos veces, como mínimo, y repasó algunas más- buscó la leyenda a incluir. A diferencia de otras bases de otros concursos similares, no se especificaba nada.
La artista entendió que sólo querían una imagen, que la tipografía la insertarían luego. “Entonces...” – se preguntaría más tarde – “¿Por qué diantre los participantes la incluyeron en sus carteles?" Y concluyó Enriqueta:
- Nunca se me han dado bien las adivinanzas.
El 23 de enero pasado, el Ayuntamiento de Palma presentó el ganador del concurso de carteles de Sa Rua y Sa Rueta 2008.
El ganador de Sa Rua fue otro. A nuestra Enriqueta Llorca Sureda le dieron uno de los tres accésits. Su cartel tenía el lema “R.I.P.”
Enriqueta no quedó muy conforme con toda la historia de los carteles. Quizá por ese inconformismo que iba más allá de la concesión o no de un premio, su amigo Arnal Ballester le había dicho, ya hace tiempo de eso:
-En Mallorca no te merecen.
De ahí el comentario jocoso de ahora, cuando, en su blog “Objetivo de Zoom” Enriqueta confesó:
- Este año ni para pipas.
- Es mentira que con el accésit del cartel del año pasado me comprara un jersey.
- Me compré una crema y un rimel. En Aldeasa, la tienda del aeropuerto.
La primera imagen: Enriqueta Llorca: "El segrest del garrí"

15.2.08

Los cráneos parlantes de Charlie





Mientras se agotaban las entradas para el Palau de la Música (Locomotora Negra) y, también en el Palau, para ver a Serrat ¡En febrero del 2009!, con todos mis respetos dejé en paz tanta histeria mediática y en un lunes pantanoso, de los de no ir a ninguna parte, ni quedar con nadie ni para nada, porque la semana todavía se alzaba amenazante con toda su artillería pesada intacta, me aventuré a coger el metro a esa hora infame de las siete y media, y desde la plaza Urquinaona efectué un breve y frío paseo hasta el Ateneo de Barcelona, donde mi amigo virtual Juan Carlos Elijas estaba perpetrando su Esperpentáculo poético en ocasión de la presentación del libro de poemas Talking head”. Aunque, pobre de mí, en ese momento no podía imaginarme lo que me esperaba. Allí, en el vestíbulo de una de sus pequeñas salas me encontré con Charlie posando para los fotógrafos.
Juan Carlos Elijas es uno de esos especimenes que te salva un lunes en un Tris Tras. Un poeta-músico, un PAYASO SIN VERGÜENZA al que, francamente, me encantaría ver algún día compartir recital con tipos de la “calaña” de Enric Casassas y Xavier Sabater, los últimos vestigios de lo que un día se llamó poesía contracultural, undeground o como diablos queramos llamarlo.
J.C. Elijas re-presentaba su libro de poemas Talking head, en formato oral, aunque sería más exacto decir que re-presentó cada uno de los cinco poemas elegidos, ayudándose apenas con la calavera de Yorik, un tricornio de plástico, una montera de torero, una cofia de balsero y unas gafas de turista holandés. En el marco de su apuesta por el clasicismo del soneto (“la estrofa no es una obligación sino un equilibrio”, dijo) este entrañable payaso sin vergüenza hizo las delicias del respetable ayudado de sus cráneos (calaveras) parlantes y nos metió a todos en un “callejón poético” sin salida con su soberbio “contrafactum burlesco”, a lo Quevedo, auque también se reivindicó en Cervantes y, ¿por qué no?, en la madre que lo parió.
A mi, particularmente me gratificó la fusión entre la persona – Charlie – y el personaje que representó de forma brillante los cinco poemas elegidos, de los que ya hablaremos más adelante.

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9.2.08

No. No es un país para viejos

¡¡¡ No te la pierdas!!!


No. No es país para viejos…
Ni para sheriff pasados de vueltas, ni para perdedores incapaces de reconducir sus destinos ni para asesinos extrañamente ligados a una bombona de oxígeno ni, por supuesto, para cineastas comprometidos con el noble arte de la narración sin aspavientos.
Sin embargo, de vez en cuando, surge al otro lado del atlántico una propuesta que transgrede las convenciones y los inconvenientes, postulando una revisión de alguno de sus apotegmas más universales, caso del western o del cine negro, dando como resultado una bilis creativa de singular calado y apariencia que no sólo consiente la aprobación entusiasta de una comunidad de críticos adictos al dogma y al sectarismo, sino que además logra definirse como un producto cinematográfico incontestable.
"No es país para viejos" por J.P. Bango
http://www.septimovicio.com/criticon/09022008_no_es_pais_para_viejos_por_jp_bango/

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El caza recompensas


A Gabriel García Márquez, Gabo para los amigos, le daba pudor, recato y no sé cuantas cosas más, nos dijo nuestra profesora, pontificar desde el estrado, así que nuestra amabilísima pedagoga negoció un encuentro informal con un grupo reducido de alumnos en uno de los bares más asiduos de la calle Tuset (que ya no existe). A mí, que más que pudor me ahogaba la vergüenza, y más que recato me daba cagalera hablar en público (público era más de tres personas) toda esa paranoia (parafernalia) de la modestia me daba cien patadas en las ingles, pero me apunté al grupo porque, en mi roñosa trayectoria (vital), siempre he sido un oportunista, un trepa, un vulgar caza recompensas.
Allí comparecimos los alumnos más inquietos y fogosos (pelotas y gilipollas) para encontrarnos con El Rey del Boom latinoamericano. Mientras le esperábamos, Paco y yo que presumíamos de leer de corrido a Lezama Lima y a Baudelaire, aunque no entendíamos una puta mierda, le lanzamos una mirada asesina a una ilusionada chica (¡PAPANATA!) del grupo que traía bajo el brazo un ejemplar de Cien años de soledad. Nos miramos y exclamamos, horrorizados (abochornados) ¿No pretenderá que le dedique el libro?
No era mera casualidad que fuéramos les terribles Enfants terribles de la literatura vanguardista fraguada (para Neverland, el país de Nunca Jamás) del patio de letras de la Universidad de Barcelona (la de la plaza del mismo nombre). Luego todo fue menos impresionante (catárquico) de lo que habíamos fantaseado. García Márquez habló de todo un poco, eso sí lo recuerdo, de cine, de política y, bastante menos, de literatura. El único acontecimiento que mi memoria conserva intacta, si es que merece llamarse acontecimiento a esa pobre miniatura (simulacro) de anécdota, fue cuando le lancé MI GRAN PREGUNTA (porque, ¡caramba!, ya era hora de que yo hiciese las preguntas): “¿Qué significado tenía esa laboriosa interpretación del pergamino que nos acaba sugiriendo, para nuestro gozo y sorpresa, que toda la historia de los Buendía ya estaba escrita de antemano y sólo precisaba de ser descifrada?”
Su respuesta no tuvo nada que ver con la alquimia ni con la quintaesencia del determinismo mágico, sino más bien con el más genuino estilo pugilístico. Se sacó de la mano (guante) un directo frontal a la mandíbula. Después de un breve baile de piernas a lo Cassius Clay (“vuelo como una mariposa y pico como una abeja”) me dibujó la trayectoria de un puñetazo con la izquierda y, en lugar de eso, me colocó uno de verdad con la derecha, un verdadero knockout: "Ah, ¿eso?", dijo, "sólo se trata de un truco literario". Y me dejó tendido en la lona. El árbitro contó hasta diez y yo más grogui (fuera de combate) que Sonny Liston. Y mientras me arrastraban al rincón del cuadrilátero, y no precisamente en la esquina izquierda (la de los campeones) para mirar de restaurar (reparar) ese guiñapo que antes había sido una cara, el futuro premio Novel seguía con su cháchara, sin pestañear, venga sorbito de su Gin tonic y su bla bla bla. Como si todos fuéramos Fidel Castro y él se paseara, tan campante, por el Malecón de La Habana.

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7.2.08

Para leer las ofertas de trabajo


Cuando estuve de vuelta en los Ángeles encontré un hotel barato justo al lado de Hoover Street, y una vez allí me quedé en la cama y bebí.
Estuve bebiendo durante un cierto tiempo, tres o cuatro días.
No conseguí levantarme para leer las ofertas de trabajo, era demasiado para mí.
Francamente, estaba horrorizado de la vida, de todo lo que un hombre tenía que hacer sólo para comer, dormir y poder vestirse. Así que me quedaba en la cama y bebía. Mientras bebías, el mundo seguía ahí fuera, pero por el momento no te tenía agarrado por la garganta.” Charles Bukowski: Factotum, Anagrama, 1975, Pág. 57

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6.2.08

El primer día del mundo


No puede ser que esto exista, que realmente estemos aquí, que yo sea alguien que se llama Horacio. Ese fantasma ahí, esa voz de negra muerta hace veinte años en un accidente de auto: eslabones en una cadena inexistente, cómo nos sostenemos aquí, cómo podemos estar reunidos esta noche si no es por un mero juego de ilusiones, de reglas aceptadas y consentidas, de pura baraja en las manos de un tallador inconcebible…
-No llorés - le dijo Oliveira a Babs, hablándole al oído-. No llorés, Babs, todo eso no es verdad.
-Oh, sí, oh sí que es verdad – dijo Babs, sonándose-. Oh, sí que es verdad.
-Será – dijo Oliveira, besándola en la mejilla – pero no es la verdad.
-Como esas sombras - dijo Babs, tragándose los mocos y moviendo la mano de un lado para otro – y uno está tan triste, Horacio, porque todo es tan hermoso.
Pero todo eso, el canto de Bessie, el arrullo de Coleman Hawkins, ¿no eran ilusiones y no eran algo todavía peor, la ilusión de otras ilusiones, una cadena vertiginosa hacia atrás, hacia un mono mirándose en el agua el primer día del mundo?
Julio Cortazar: Rayuela, Cátedra, edición crítica, 1984, Pág. 179
Bessie Smith: in a bar...


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3.2.08

(el esperpentáculo) de J.C. Elijas. Segundo Acto


Juan Carlos Elijas recita diez poemas propios dramatizados, intercalados entre fragmentos musicales de la poderosa formación neoyorquina que da título al proyecto. Además, se ejecutan cuatro temas musicales en directo con la voz de Áfrika Guónder. Sin ser un pasatiempo cómico, existe un sutil enfoque humorístico que va trabando los temas. La duración aproximada está en torno a la hora.
El esperpentáculo está enfocado a institutos de secundaria, congresos, simposios, encuentros, jornadas o tertulias vinculados con lo literario, para esas horas más desenfadadas, reposo de los guerreros de las letras, donde haya unas tablas a las que subirse.
Talking Heads nace como poemario desde Silva Editorial (Tarragona) en octubre de 2007, ilustrado con acuarelas de Lipe Pidal. En 2006 JJBM había dado una plaquette desde Italia en su La Torre degli Arabeschi, donde se incluían cuatro de los poemas.
http://www.usuaris.tinet.org/jcelijas/

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LA PELI. La perla de la semana: Monstruoso


MONSTRUOSO
“Está siendo el filme más taquillero del mes en Estados Unidos, pero hace vomitar a algunos espectadores.
No tiene que ver con su calidad, sino con su agresiva puesta en escena, que parece provocar mareo y náuseas a los que sufren de vértigo, cuenta cnn.com. Para evitarlo, algunos médicos aconsejan tomar medicamentos antimareo o cerrar ligeramente los ojos cuando empiece a sentirse mal.”
A.S.M. EL PAÍS, EPS, viernes 1 de febrero de 2008
Titulo: Monstruoso. Titulo Original: Cloverfield. Género: Acción, Ciencia Ficción. Nacionalidad: USA. Año: 2007.
Director: Matt Reeves. Guión: Drew Goddard
Reparto: Lizzy Kaplan, Jessica Lucas, T. J. Miller, Michael Stahl-David, Odette Yustman, Mike Vogel
Sinopsis: La víspera de su viaje a Japón, Rob (Michael Stahl-David) celebra una fiesta de despedida durante la que espera expresar ciertos sentimientos ocultos y, de paso, atar algunos cabos sueltos. Pero su plan se desmorona cuando un temblor sacude el edificio. Después de ver un boletín de noticias en televisión acerca de un terremoto, todos corren a la terraza para evaluar los daños. De pronto, una bola de fuego explota en la lejanía y hay un apagón. La confusión del principio se convierte en pánico mientras todos se precipitan hacia la calle. Entre los gritos de la gente, se oye un terrible rugido de dimensiones sobrehumanas. Rob y sus amigos descubren un paisaje desolador, del que se ha apoderado algo de otro mundo, aterrador, monstruoso...
Fecha de Estreno: Viernes, 01 de febrero de 2008




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2.2.08

Cien años de soledad


Dicen que Matisse y Picasso se murieron sin saber cuál de los dos había sido más importante. Nada más lejos de mis intenciones que participar en cuestión tan ardua, ni siquiera a título de divertimento especulativo. Elegir no es mi juego favorito. Además, como ya saben de sobra, prefiero a Edgard Hooper, el de Los halcones de la noche.
¡Ah!... Elegir. Vaya problema, no me digan que no. Y eso por mucho que nuestro querido Graham Greene dijera que “tanto el que elige cruz como el que elige cara se equivocan. Los dos se equivocan. El verdadero camino consiste en no apostar”. Muy hábil, caballero. Muy natural, por otra parte, en un hombre que tenía un pie en la moral de Dios y el otro en la del hombre. ¡Venga equilibrios! Y muy razonable, por otra parte, que el bueno de Antonio Tabucchi, el autor de Réquiem, estuviera tan seguro de que “las mejores elecciones son las viscerales”. Se han escrito no sé muy bien si toneladas, pero sí montones de libros sobre el tema. Para el que suscribe, simplemente, las elecciones siguen siendo algo de lo más incómodo, sobre todo para el que pierde.
Pierde, sobre todo el que se halla ante una falsa elección, ya que la elección conlleva consigo el error. No me extenderé sobre esta cuestión ya que airearíamos demasiados trapos sucios. Confieso, a pesar de todo, que disfruto viendo a los perdedores de turno cantando el trágala, es decir, actuando como si en realidad hubieran ganado.
Aplicable a la política pero, sobre todo, a la vida real. Ya que la política es apenas un simulacro, una especie de Casino, en el que entras con la ilusión y avidez del buen ludópata y sales habiendo perdido una fortuna jugando al bacarrá, con cara de tonto y más expoliado que Diógenes, el mileurista más famoso de la historia. El mismo que respondió a Alejandro Magno, cuando éste le preguntó de qué modo podía servirle: “¿Puedes apartarte para no quitarme la luz del sol? No necesito nada más”.
Porque cuando se trata de ser elegido, los electores mienten como bellacos, exageran como si pretendieran fomentar ese síndrome tan español que es la vergüenza ajena y que sólo consigue ocultar la propia. El acabose, sin embargo, el clásico de los clásicos, es cuando se dan una vuelta por el mercado. ¡Pizarro en el Mercado!
Y cuando se trata de elegir todavía es peor, porque a menudo vas y la cagas. No fue así, sin embargo, cuando elegí, de muy joven, la lectura de Cien años de soledad y quedé trastornado con la historia de los Buendía, por todo lo que ya sabemos, por su calidad literaria, por su novedad, etcétera, pero, sobre todo, porque en el decurso de su lectura acabas descubriendo que el futuro nos visita constantemente. O, dicho de otra manera, que todo está escrito. O lo que es lo mismo, que llevamos nuestro destino en la espalda como una pesada carga y apenas nos damos cuenta de ello. Quizás por todo lo dicho, y porque no soy Diógenes y necesito más, mucho más - y ahí llevo mi propia penitencia - ese final inolvidable (“Al primero de la estirpe se lo comieron las hormigas, el último yace amarrado a un árbol”), esa frase, espléndida y terminal, cruzó mi concepción de la escritura, pero también del tiempo, y de mi esperanza, como una espada: un tajo en diagonal y casi sin dejar el más pequeño rastro de sangre.

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1.2.08

ACTE GREGORI


T’he conegut sempre igual com ara…” Raimon
Recordarem a Gregori López Raimundo
el 12 de febrer, al Palau de la Música, a les 7 de la tarda
L’acte està convocat per un conjunt d’amics i amigues de Gregori, a títol personal. Alguns d’ells intervindran en el acte.
Ens agradarà comptar amb la vostra presència i us preguem que feu difusió entre les persones del vostre entorn.
Es prega una contribució al finançament del acte.
Podeu feu un ingrés (entre 10 i 50 €) al c.c. de la de La Caixa
ACTE GREGORI
2100.0185.07.0200304031
ACTO GREGORI LÓPEZ RAIMUNDO

“Te he conocido siempre igual que ahora…” Raimon
Recordaremos
a Gregori López Raimundo
el 12 de febrero, al Palau de la Música, a las 7 de la tarde
El acto está convocado por un conjunto de amigos i amigas de Gregori, a título personal. Algunos de ellos intervendrán en el acto.
Nos gustaría contar con vuestra presencia y os rogamos que hagáis difusión entre las personas de vuestro entorno.
Se ruega una contribución al financiamiento del acto.
Podéis hacer un ingreso (entre 10 y 50 €) a la c.c. de la de La Caixa
ACTE GREGORI
2100.0185.07.0200304031

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