27.9.07

Future



Mientras leía sus cartas pensaba que quizá no fuera todo lo feliz que parecía. Lo adivinó poco a poco, aunque sus conversaciones trataran siempre de cualquier tema menos de éste. Ella, a la vez alegre y melancólica, fuerte y vulnerable, extrovertida y escrupulosa. Él, perdiéndose en sus ojos, sin poder articular palabra.
Recordaba esto cuando abrió la puerta del restaurante Future y la vio, sentada en el taburete, tomando una cerveza en esa postura accidental que tanto le atraía. Tuvo un instante de conmoción, porque entonces. y quizás nunca antes con tanta intensidad, se dio perfecta cuenta de que habían sido dos seres incompletos. Y también porque todavía no acababa de creerse que ese vacío se estuviera colmando sin iniciar, a su vez, otro vacío.
De no ser porque habían cambiado las pinturas que habitualmente decoraban el restaurante, si alguien le hubiera dicho que el tiempo se había detenido en aquel lugar, se lo habría creído a pies puntillas. Lo cierto es que se quedó atrapado en la fascinación de aquel instante. El amor quizá sea esto, pensó – sin tiempo para la melancolía-. Un instante. A lo más, una suma de ellos. También debería ser otras cosas más, pero eso, se dijo, mejor dejarlo para los que vienen exigiendo, no sin razón, sus propias experiencias y errores. Porque, después de tanto tiempo, ese vuelco ahí dentro, entre el esternón y las vísceras, tenía su nombre y apellidos, su DNI, su sonrisa. El de la mujer que lo esperaba sentada en el taburete.
Y también estaba el modo en que solía realizar sus apariciones. Entraba en el dormitorio con una copa de champán en cada mano, encendía una vela y le hacía el amor. Después de tanto tiempo.
Meditaba en lo afortunado que se podía llegar a ser cuando el corazón se pone de acuerdo con el hueso sacro y envía una página web cargada de pasión a la zona pélvica. Era como veranear en la luna. En el mar de la tranquilidad. Y a veces, no en ésta precisamente, también procedía la siguiente reflexión: los recuerdos están bien para algunas tardes de nostalgia y el álbum de fotografías. El pasado se cuenta por días, el presente por palpitaciones. No hay que esperar, que esperen otros, decidió mientras la contemplaba sirviéndose su cerveza en el vaso, atenta a cómo subía la espuma sin apercibirse todavía de su presencia. Y ese instante fue suficiente para que él se aproximara, acomodándose en la barra y apoyara el mentón sobre sus manos, observándola como se observa un cuadro.
Durante mucho tiempo perdió el tiempo imaginando tonterías. Que le habían robado el futuro, por ejemplo. Cuando abrió la puerta acristalada del Restaurante Future (que ya no existe) y se le acercó - y dio un beso - apenas le rozó los labios. En realidad, la besó en los ojos, esos ojos sombreados por el trazo de tantas noches inolvidables, con tanto mar sin abismo. En realidad besó su cuello, su vientre, sus pies...
Y cuando ella casi se asustó por su súbita presencia y vio el ramo de flores que llevaba en su mano derecha, no se le ocurrió otra cosa que decirle: “cuando te quedes crazy, a lo mejor me compras flores y te las comes en vez de dármelas”. Y él, como si acabara de encontrar una mariposa rara avis que - lo sabía muy bien - difícilmente volvería a cruzarse en su camino, como si el futuro volviera a ser su amigo y estuviera de nuevo donde debía, es decir, esperándoles, sonrió por fin.

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26.9.07

Caótica Ana (si vous voulez...)


Si vous voulez laisser emporter par son imafination...









A través de su particular imaginario, Julio Medem sigue sorprendiéndome por la belleza de sus ficciones, por la habilidad y poesía con la que construye cada encuadre dentro del siguiente, y viceversa. Por la maestría de su montaje, en definitiva, por esa gnosis, rozando la mística, de sus personajes y situaciones. Sin igual en el cine de por aquí, todo sea dicho.
Si no te importa demasiado que el trasunto de la película no esté al nivel del asunto, y en cierta forma, una pizca pobre, sobre todo si comparamos lo que se dice a lo que se ve.

Pero si flipaste con “Los amantes del círculo polar” (1998) y con “Lucía y el sexo” (2001), yo diría que tendrías que pasarte una tarde de éstas por el Verdi Park. Las 20,25 puede ser una buena hora. A la salida, siempre puedes tomar un tentempié en el Salambó y conversar sobre los pros y contras de la peli con tu acompañante. Por cierto, no le pidas un mondadientes al camarero del Salambó porque es tan mirado que te lo dejará en el lavabo e igual te haces viejo de tanto esperar (sic).
Caótica Ana, 2007, de Julio Medem

posted by Enriqueta Llorca
Objetivo de zoom
http://llorca-enriqueta.blogspot.com/

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25.9.07

Historia de un vacío (Horror vacui)


Un día normal, tan aparentemente normal como otro cualquiera, regresaba de la escuela con su cartera a cuestas y un runrún en el estómago, que pedía rutinariamente la merienda. Llegó a su casa, después de subir, sudoroso, la empinada cuesta de la calle Lepanto, cuando sin avisar sin llamar a la puerta sin requerimiento alguno, ni oral ni escrito

una punzada le taladró el cerebro. Eran casi las seis de la tarde y a su edad no tenía ni la más remota idea de lo que esperaba de la vida, ni lo que ésta le depararía. Las primeras sensaciones y experiencias siempre le habían pillado, forzosamente, con la guardia baja. Cuando le operaron de las amígdalas, por ejemplo, el médico y la enfermera le anunciaron que iban a disfrazarle de moro, transmitiéndole una falsa confianza como se comprobó enseguida. ¡Le pareció tan divertido! Lo cierto es que, una vez amortajado de tal guisa, le arrancaron las amígdalas al completo y alguna otra cosa que pillaron cerca. Y tan cierto que todavía recuerda su sangre manando a borbotones sobre su supuesta “chilaba”. Y todavía más cierto que, desde aquel día, las hábiles estratagemas de los adultos le desagradaban sobremanera. Le habían llegado noticias de métodos para prevenir males mayores. La más conocida por él era la vacuna: se introducía el germen nocivo para que los minúsculos guerreros que nos defienden, dentro de nuestro cuerpo, identifiquen y cataloguen al enemigo y más tarde cuando lleguen los de verdad los reconozcan al momento y los liquiden sin más. ¡Era genial! ¡Cómo no se le había ocurrido antes! Aunque no conocía vacuna alguna para esta amenaza de ahora. Nada que ver con las anteriores. No era la clase de miedo a la que él estaba acostumbrado. Ni tampoco el dolor que producía era un dolor conocido: el dolor de muelas, la torcedura jugando al fútbol, una fractura de hueso al lanzarse desde la tapia hasta el suelo, una vulgar quemadura al encender la hoguera de San Juan o, simplemente, una pedrada en la cabeza en cualquiera de las múltiples escaramuzas de chavales traviesos y con ardor guerrero. Sus padres no estaban en casa. Que su padre no estuviera era lógico, nada que objetar, las horas extras, el pluriempleo y todo eso, era no normal a esa hora. Pero la ausencia de su madre no tenía explicación alguna. Y mientras esperaba, inquieto, en la calle, pues todavía no tenía la edad para disponer de sus propias llaves, mientras esperaba tuvo tiempo, demasiado tiempo quizás, para pensar. Para pensar en aquella evidencia incontestable: sus padres no estaban. Y como tardarían horas en regresar, en ese ínterin se imaginó convertido en huérfano de unos progenitores fallecidos en un accidente de tráfico Y aquello no lo tenía previsto de ninguna de las maneras. ¿Desde cuando las preguntas producían miedo y dolor al mismo tiempo? Y así, de una forma tan inesperada como absurda, por no decir nimia y cobardica, la vida le arrebató la inocencia de cuajo, y como el hombre-bala del circo se vio impulsado de forma violenta a la realidad, a la responsabilidad de vivir, si es que podía llamarse así a ese desasosiego que le invadió. Algo tan frecuente desde entonces y, sin embargo, igualmente cruel. Algo que ni cuando, por fin ellos aparecieron y se deshicieron en explicaciones, y alguna que otra broma, entre tanto reían los dos, tan relajados, tan llenos de tiempo y de futuro, sin saber, sin sospechar en ningún momento que le habían arrebatado para siempre la certidumbre de saberse coexistiendo en la más completa inmunidad ante el enemigo, la vida, y con ella, y más allá, la muerte. Y por fin sintió el horror vacui: algo parecido a cuando, en alguna de las guerras galácticas, la estación de combate La Estrella de la Muerte pierde su escudo protector y acaba estallando a trocitos, en el confín del universo.

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24.9.07

Hablando de serpientes


- Bueno, ya veremos. Quizás es mejor negocio criar serpientes, como Jesús
-Ay, chinito, hablando de serpientes, el palo con los tacones y las medias negras...
- Coitus interruptus
- ¿Qué es eso?
- Lo cortamos sin terminar
- Pues dale. Continuamos ahora mismo. Y aquí puedo gritar y suspirar con tu tranca. ¿No hay vecinos en todo esto?
- Unos viejitos medio sordos, a doscientos metros.
- Uhh, qué bien. ¡Y cómo me gusta gritar con tu pinga!
Y le metimos mano. No sé si la preñaré y tendremos dos o tres hijos. No sé si me pondrán teléfono. Ceo que estoy incomunicado porque no veo cables ni postes en los alrededores. Lo bueno de esto es que la sueca me perdió el rastro. En el monte, hacía Campo Florido, hay dos vallas de gallos, clandestinas pero sin problemas. Y venden ron barato y tabacos de un peso. ¿Qué más necesito? No quiero computadoras, ni e-mail, ni Internet, ni quiero que me jodan más. Que me dejen en paz y no me molesten. Por el momento tengo listos los sedales y los anzuelos para irme a pescar. Desde aquí veo unos arrecifes buenísimos y la mar está tranquila. Gloria quiere acompañarme. Mejor. Así seguimos hablando de la vida. A ver si un día me decido y escribo Mucho corazón. Por ahora no me atrevo a comenzar. No tengo ni la más mínima idea sobre el final.
Pedro Juan Gutiérrez: Animal Tropical, Compactos Anagrama, Barcelona 2002
La Habana/Estocolomo, 1999/2000
Fotografía de
zchizzerz: ...beauty.in.my.dreams
14 de Agosto de 2006
http://les-plus-simples.com/displayimage.php?pos=-1004

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23.9.07

El Capitán Blair



¿Cómo pueden darle a Blair semejante trabajo?
How can Blair possibly be given this job?
Creo que el término asombro
no es el adecuado para la ocasión. Se me ocurre más bien el de estupefacción.
El caso es que no podía dar crédito a mis oidos cuando descolgué el teléfono en Beirut y una voz me dio la noticia de que lord Blair (ya saben, el líder cuya potencia ya ocupó Kut al Amara en Iraq en 1916) iba a proceder a la creación de Palestina...
Verifiqué la fecha. Pues la verdad es que no era el primero de abril, día tradicional de las bromas. Sin embargo, seguí sintiéndome abrumado al ser consciente de la posibilidad de que este hombre jactancioso y pagado de sí mismo, falso e insincero, comprobado embustero, abogado de mentirijillas que tiene las manos manchas de sangre de miles de hombres, mujeres y niños árabes, aceptara la misión de ser nuestro enviado en Oriente Medio.
Robert Fisk: ¿Cómo pueden darle a Blair semejante trabajo?
La Vanguardia, 27 de junio de 2007

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21.9.07

Mejor pequeño que grande



Al principio lo quieren todo. Ellas ser princesas y, por lo tanto, encontrar su príncipe azul. Ellos, ser futbolistas mediáticos, tipos muy bisness o brokers de informática, pero, antes que nada, manejar el mundo. Éste es su genoma más genuino.
Cuando crecen no mejoran. Ni los unos ni las otras. Ellas persisten en el asunto del príncipe
aviso: esto del príncipe azul es mejor no tomárselo a broma
aunque hagan sus canalladas, que no en vano los tiempos están cambiando. Eso dicen. Mientras, ellos se especializan en conseguir un ranking competitivo en materia profesional o sexual, según vengan dadas. Lo primero nadie lo discute. Lo segundo tampoco, aunque parece ser muy “very important”. Lo del machito no se marchita ni en el período senior. Y la mayoría de las veces, todo lo contrario. Sensus estrictus, en la cuestión del sexo, los hombres, puede que sean simples – como afirman ellas categóricamente – pero tozudos lo son un rato. Hay mucho Peter Pan suelto por ahí, cuyo elixir mágico contra el envejecimiento se basa fundamentalmente en su actividad sexual. Son los supuestos atletas del sexo. Lo del rock and roll y las drogas es secundario, aclarémoslo de una vez. Lo del poder no, por supuesto.
Puesto a hacer aclaraciones, digámoslo de una vez: No vale la pena escucharles. Mienten como bellacos y bellacas. Se agarran a los tópicos como a un clavo ardiendo. Nada científico, por supuesto. Y acaban creyéndose sus propias barrabasadas.
Y, llegados a la edad madura, ellas empiezan a perder la esperanza de lo del príncipe.
¡Ni príncipe ni azul!
Y ellos ni siquiera piensan. Se dejan caer como fruta madura, porque siempre está el recurso del matrimonio, la pareja o el noviazgo perpetuo. Aquí se acaban los secretos y empiezan los misterios: ¿amor? ¿interés? ¿comodidad? ¡¿Pero en qué orden, por favor?! Ellos ayudan en casa y los más novísimos se ejercitan lo justo (al menos el programa de la lavadora y dónde se enchufa la plancha) para cuando llegue lo inevitable. Las estadísticas cantan. En todo caso, lo más patético es cuando ambos se empeñan en “saber” el nombre del amante y no el por qué de la ruina. Y los hay tan recalcitrantes como aquellos que – cuenta alguna leyenda urbana – se repartieron la enciclopedia Larousse: de la “a” a la “ele” para uno; y de la “eme” a la zeta para el otro. Puede ser cierto. Yo no apostaría por lo contrario, no sea que me arruine como tantos. Sobre todo los que tienen chavales de corta edad y cometen el error de romper la baraja. Esos, cuando salen del despacho del abogado, van a emborracharse al bar de la esquina. Como el Sabina en sus mejores tiempos.
Los hay que, fatalmente, nunca saldrán de la celda de castigo de la canción de los Bravos. Ya saben: “Las chicas con los chicos”. El mundo del DS, por ejemplo, es apasionante y engancha un montón. En esto, Internet es un filón. En el “canal” de los DS, una de ellas me contó que su placer preferido era espatarrase en el sofá, bien abierta de piernas, y mientras el sumiso de turno le comía el chichi, sin prisas, con todo el tiempo del mundo, ella se pintaba las uñas tan tranquila y feliz. Algún latigazo al sumiso. Alguna hostia (belt, smash, thump) de vez en cuando. ¡Humm!... Eso la volvía loca. Es decir, las hay que hace tiempo que se mean en lo del principito y arrasan allí donde van. Que quede claro.
Aunque hay otras fantasías, por no llamarlo pesadillas. Para ella, una más, la obsesión empieza cuando toca preocuparse por ese toque fondón que marcará un antes y un después en su estilizada figura, sobre todo a la altura de las caderas (porque ya se han operado los pechos) y empiezan a pedir un botox por compasión.
Mientras ellos se conforman con no quedarse más solos que la una, qué solo de pensarlo les entra el tembleque, porque se han creído el bulo bíblico a pies puntillas y no saben qué hacer con una costilla de menos. Y su terror crece cuando, pensando que bastaba con estar atento a los trastornos afectivos estacionarios, la cosa no acaba aquí, sino que empiezan los rumores de que ellas también tienen amantes y, por si esta catástrofe no fuera suficiente, algunas empiezan a hartarse de hacer de madres y de criadas de la limpieza.
Claro que esto de la maternidad, no podemos entenderlo únicamente como un fenómeno biológico. Hay más. Muchas de ellas no sabrían que hacer sin esa adopción que da sentido a sus vidas. Por eso mismo, las más avispadas y valientes, ya no se conforman con adoptar a los sobrinos o, incluso a padres, tías o abuelas. Han descubierto, para pasmo de ellos, que casi mejor (material y emocionalmente) uno pequeño que uno grande.
También es cierto que si ellos fueran más listos se darían con un canto en los dientes, pero algo debe fallar en el ADN del varón cuando aún quedan trogloditas que, en el colmo del delirio, y de la percepción de la propiedad, del egoísmo patrio (la patria son ellos mismos y sus putas banderas), de la absoluta falta de respeto por sí mismos, y por extensión, por aquellas a las que
¡Canallas!
dicen amar cuando deberían decir poseer, y las asesinan en un acto supremo de infamia y miseria personal increíbles.

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19.9.07

La viejita erótica Rosa María


"- Sí, es cierto. Te voy a confesar algo: yo vivo en Madrid y cuando leí tu libro hice un experimento. Puse un anuncio en un diario nacional, de mucha difusión Y pagué para que lo publicaran tres días consecutivos. Decía “Vieja. 62 años. Puedo ser tu abuela. Te haré gozar como no imaginas. 10 mil completo. Rosa María”. Y el número de teléfono. Preparé un contestador con la voz de Rosa María. En una semana la abuelita recibió cuarenta y tres solicitudes de servicio en el contestador. Registré otras dieciocho llamadas que colgaron al oír el mensaje grabado y no dejaron recado.
- Puedes hacer una película con ese argumento. Se titularía La viejita erótica.
- No. Sería pornográfico. Yo soy un artista. Quiero hacer una road movie en Cuba. Y me gustaría que el chico escuchara a Lou Reed.
- En Cuba nadie conoce a Lou Reed. Y los chicos de dieciséis años no pueden comprar autos. En esa película jamás aparecería una vieja y no habría sexo. Serías tú mismo y tu tormenta interior. Tú haciendo el experimento en Madrid. Los títulos se conciben para confundir al público.
Mozart concluía el Agnus Dei y acometía con mucho vigor Lux aeterna. Guardé silencio. Quería que percibiera que ya era suficiente. Y lo entendió. Me dejó su teléfono y su e-mail. Se despidió. Cerró la puerta. Rompí el pedazo de papel con sus señas y escuché el final de Lux aeterna.
Bajé a sentarme en el muro del Malecón. Persistía el viento frío del noreste y un poco de oleaje salpicando sobre el muro. Había un tipo solitario frente al mar, tocando el saxofón. El tipo practicaba escalas. En algún momento empezó a tocar algo de jazz. Muy lento y melancólico. Improvisaba. En medio de la luz rosada del Malecón, en el silencio y la soledad de la noche y del viento frío. Era algo irreal aquel tipo soplando un jazz lento y la música que se perdía en el infinito del mar y la noche. Eso es lo bueno de la realidad: se permite lujos que están vedados a los escritores. La realidad no está obligada a ser convincente.”
Pedro Juan Gutiérrez: Animal Tropical, Compactos Anagrama, Barcelona 2002

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17.9.07

Lo que no mata, engorda


El brazalete negro en la manga le recordó, inevitablemente, el uniforme negro de las SS nazis. Luego, las cosas fueron perdiendo su dramatismo inicial y acabaron apaciguándose. Adecuándose más a la realidad. La frase que le había ofendido tanto era la que les ofrecieron los miembros de la Unidad de Vigilancia interna del Campamento, en la primera formación que realizaron frente a su barracón:
- Estamos aquí para ayudaros.
Joder... no era para tanto pero a él, en ese momento, le ofendieron esas palabras. Y es que hay gente que no sabe ver el lado bueno de las cosas y nuestro protagonista era más sensible que una hoja de papel de fumar. Y eso que su amigo José Antonio se lo recordaba, años después, cada vez que tenía la más mínima ocasión
- a estos jovencitos de hoy les convendría hacer la mili, a ver si espabilaban de una vez
- muchos individuos de la España profunda se han duchado por primera vez en la mili
- la mejor cultura es viajar
Etcétera.
Meses más tarde, mientras paseaban por la ciudad, tan campantes con su ropa de paisano, sacándole brillo a las mortecinas tardes de los domingos, el potaje de garbanzos con gusano, las sopas con denominaciones esotéricas, los rebozados inidentificables y las croquetas congeladas seguían siendo infumables pero ya no amenazaban su estabilidad psíquica y moral. Aquel grupo de veinteañeros había encontrado unos bajos en pleno casco antiguo de la ciudad, donde podían sumergirse en la parte más reconfortante de su ADN y, además, escuchar sus canciones preferidas: “You've Got a Friend” de Carole King, "Eclipse" de Yes, “A Man Needs a Maid” de Neil Young, “Woodstock”, de Crosby, Still & Nash... Porque a
Roberta Flack y su “Suavemente me mata con su canción (“Killing Me Softly with his song”), ya la escuchaban en los bares y en cualquier lugar a donde iban a parar sus rostros barbilampiños de reclutas en celo. Y donde también podían, aunque menos de lo que hubieran deseado, traerse a la novia (cuando los visitaba) o a algún ligue arañado por los pelos. Y por qué no: Emborracharse cuando lo requería la ocasión.
Ya lo predijeron sus padres, que algo de provecho habrían sacado de toda una guerra civil y sus secuelas. Que acabarían hechos unos hombres de los pies a la cabeza. Y todo gracias a la vida sana, el ejercicio al aire libre y la disciplina. Y es que los últimos que se enteran son los jóvenes, pero lo podemos encontrar hasta en la enciclopedia Larousse, hoy wikipedia Larousse: lo que no mata engorda.
Fotorgrafía de Manuel M. Cascante
La "Señá María", con bichos para un regimiento
http://participacion.abc.es/archivodeindias/post/2007/09/06/lo-no-mata-engorda
ABC.es: Archivo de Indias - Lo que no mata, engorda

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12.9.07

La condena


Kafka escribió La Condena durante la noche del 22 al 23 de septiembre de 1912, entre las diez de la noche y las siete de la mañana. El 2 de octubre, anotó en su diario: “A las dos miré el reloj por última vez. Mañana pasada en la cama, Los ojos siempre claros”.
La Metamorfosis la escribió Kafka probablemente de madrugada, según su tiránica, y a veces mortificante, distribución del tiempo. Quizás fuera uno de esos domingos, todo sueños imposibles y cartas a Felice, y buenas noches Felice, flotando en el mar calmo y literario, único lugar donde Franz se mantenía en pie, entre impresos oficiales de la CIA de Seguros contra Accidentes de Trabajo, entre realidades envejeciendo en el desván de Praga y el toboganista vicio del insomnio.
La Metamorfosis emergió de su boca probablemente como un vómito, como una pelusilla quisquillosa y febril, mientras paseaba perdido por las calles como un fantasma, con la última carta de Felice en el bolsillo de su chaqueta, olvidando como siempre su abrigo en casa, sus manos ateridas por el frío. Musitando a vueltas de la noche: "en este momento daría algo por mirarte a los ojos".
El 9 de noviembre de 1917, Kafka escribe a Felice suplicándole: "No debe volver a escribirme".
El 11 de noviembre, tres meses después de su primer encuentro, escribe tres cartas. Las dos primeras llevan como encabezamiento "Queridísima señorita". La tercera empieza con un “Señorita Felice”. En el sexto párrafo, repentinamente, cambia el tratamiento y tutea a Felice. Lo hace como si de verdad fuera posible, con sólo imaginarlo y escribirlo, abrir la sólida puerta de su prisión del número tres del callejón de Zeliner. La tutea para afirmar – a continuación: "te pertenezco". Y así, hasta la tortura final: "dejémoslo todo, si apreciamos en algo nuestra vida".
Seis días más tarde, el 17 de noviembre, empieza su carta exclamando: “Mi amor, mi vida... Más tarde, anotará en su diario, desesperadamente: “Es evidente que la inseguridad nace de pensar en F.
En Praga, durante esos tres meses, de septiembre a noviembre, es probable que murieran más estrellas que las que debieran. O al menos eso parecía, por las luces que, de repente, se apagaban entre tanta inmensidad de cuerpos celestes. Y a Franz Kafka una ola blanca le inundó los pulmones. Todo el mundo tiene derecho a cinco minutos de desesperación, pero él, insaciable, se despertaba siempre como un pájaro de yeso llorando en su jaula brumosa y frágil.
Y todo esto viene a cuento, estos días, sin novedad en el frente y el universo expandiéndose como ya es habitual en él, estos días de regreso al trabajo y al colegio, y de algunos individuos que en verano no saben muy bien que hacer consigo mismos y, por eso mismo, regresan aliviados a la reconfortante disciplina del taller o la oficina.
Tantas sombras de cenizas en los recuerdos y los cabellos manchados de melancolía. Si no supiera que es mi imaginación desmedida pensaría que son reales esos pájaros de yeso como llorando en sus torbellinos de silencio.
Viene a cuento, aquí y ahora, cuando cruzo, un poco más libre ahora que sé que la luz de nuestro planeta durará bastante más que nuestra propia existencia, cuando cruzo - decía - por el paso del carrilet de Cornellà y me encuentro, de sopetón, con ese graffiti estampado sobre lo que queda de un muro en derribo. Un graffiti de caligrafía desvaída que dice: “tus besos son polvo de estrellas”.
Eso tan vulgar y a la vez tan álbum de pájaros idiotas estrellándose en las paredes de los grandes edificios, eso tan todo y tan nada que me lleva al recuerdo de Franz escribiéndole a Felice: “daría algo por mirarte a los ojos”.
Graffiti obtenido de la página http://www.elcrawler.com
NAVA26 HONGO MENT DABO KAP YOE BUGS DERS (CORUNHA)

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Tres en uno (si vous voulez...)


Si Vous voulez un voyage...
Fantástico. Pasar cien minutos deliciosos
e impactantes. Engancharse a una historia y a unos personajes más grandiosos que un ocho mil, salir del cine con esa cara de tontuna feliz que tan bien sienta cuando uno ha empezado el curro y se encuentra en plena confusión de ideas y sentimientos, vea
El extraño (L’equipier), 2004, de Philippe Lioret




Si Vous voulez una leçon de...
bombazos y estampidas y, además, ha visto las tres anteriores (si no es así, abstenerse), no se preocupe demasiado por el argumento ni por que el careto de Bruce Willis se parezca más al de Sin City que al de las Junglas de cristal anteriores). Si desea caña para quitarle las telarañas al verano, vea
Len Wiseman :
La jungla 4.0 (La jungla de cristal 4 [Live Free or Die Hard (Die Hard 4)] 2007

Si Vous voulez rire...
Paladear “una comedia sobre la felicidad
para peluqueras y dependientas” al estilo francés, con una excelente Catherine Frot (¿Recuerdan la cuñada de Como en las mejores familias?, esa maravillosa comedia de Cedric Klapisch). Odette... es un pelín más comercial, todo hay que decirlo, que las estupendas comedias de Agnés Jaoui (Como una imagen, Para todos los gustos, etc.) pero con una magia a veces hilarante, a veces excesivamente kitsch, pero en definitiva un buen pretexto para pasar una tarde en el cine, vea
Eric-Emmanuel Schmitt: Odette, una comedia sobre la felicidad. 2006

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9.9.07

Para abismos, Céline


Hay abismos y abismos. Los abismos amor conducen a la pasión, concurrencia inigualable de deseo, sexo, y delirio por la persona amada. La cresta de la ola, para que lo entiendan todos. Perecedero por definición y necesidad. Su fin no comporta necesariamente ninguna catástrofe a no ser que los sujetos padezcan de inmadurez crónica. Así que a no sufrir. El otro lado del abismo amor es, por supuesto, el dolor y a la indiferencia (sino al odio), y, alternativamente, al rencor o el olvido. Siempre es preferible esto último, el olvido. Aunque les resulte sorprendente, le tengo un especial cariño a la palabra olvido y a lo que significa. Siempre que no se la utilice como estrategia para sobrevivir. Siempre, en definitiva, que sea una forma apacible y pacífica de dejarse espacio a uno mismo, de que la casa no se te caiga encima de tanto trasto y cachivache, eso que también llamamos recuerdos. Ayer mismo, se me cayó de las manos el cenicero del Café Flore que me quedé como recuerdo (decir robar sería excesivo) y, en lugar de molestarme por el accidente, me alegré del buen uso que le había dado durante estos últimos ocho años y de que los buenos recuerdos cumplan el cometido que les compete: que tengan un principio y un final. Y adiós, muy buenas.
También están los abismos cotidianos. Esa efervescencia regular y sistemática de automóviles, grúas, bostezos y cafés. Y tanta prisa. Un tanto idiota, tiene usted razón. Eso es al menos lo que decimos la mayoría, aunque sin demasiada convicción: espejismos urbanos sin lugar para el oasis del tiempo. Ese apresuramiento rutinario cuando nos cruzamos, una y otra vez, con trajes azules, corbatas a rallas y zapatos negros; o con camisas a cuadros y zapatillas running; o con blusas de color lila y pantalones cortos con lacitos. Y, con cierta frecuencia en este mes de agosto, una llovizna tan ligera que hasta le hace dudar a uno de si llueve o no.
Ahí están, esperándote, de buena mañana, el paso cebra y el empleado - público o privado - porque, reconozcámoslo de una vez, la moral funcionarial ya se ha extendido, como una mancha de aceite a buena parte de la población, cual chapapote contagioso, mucho código napoleónico y ya veremos. Aunque de pronto, un empleado llama a turno a viva voz y pronuncia tu nombre: Llaman al señor Kaplan.
Y, como en los relatos de ficción, te dices a ti mismo, “si nadie sabe que estoy aquí, salvo... Pero no. Imposible. No puede ser”. Y piensas de todo, lo primero en una llamada equivocada, por supuesto. Coges el auricular con todo el escepticismo del mundo y ahí está. Es él: Lester Young al teléfono: Lester Swings, inmejorable compañía para empezar el día. Entonces, sales de estampida de la oficina y enciendes un cigarrillo (me moriré igual) y pides en el bar que te pongan de una vez los cubitos en el J & B.
Nadie puede ver lo que pasaba en tu interior. Y al pensarlo, es cierto, me sentí mucho más tranquilo. Ahí estaba la cuestión. A veces, el abismo eres tú mismo. Práctica del náufrago benévolo con su propia tragedia, que se detiene en los semáforos y teclea cuidadosamente las cuatro cifras de su número secreto en el cajero automático de la esquina.
Y los abismos literarios, claro está. Rimbaud fue el último que se lanzó al precipicio del silencio. Virginia Wolf, se fue entre nenúfares, vamos a dejarlo así, mientras que José Agustín Goytisolo, quizás el más próximo, y por esa nada prosaica razón, el más querido. Aunque también por sus Palabras a Julia. Hemingway se disparó un cartucho de su escopeta y se reventó la cara. Claro que no todo acaba aquí. Hay abismos que acaban convirtiéndose en viajes al interior de uno mismo, que quizá produzcan tanto o más dolor que los otros. Para abismos, Céline.

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6.9.07

La "instantánea"


cartel de PHE2007
Fotografía de Julia Fullerton-Batten
(Bremen, Alemania, 1970)
2005, Galerie Caprice Horn, Berlín.
Julia Fullerton-Batten nació en Alemania y creció entre su país y los Estados Unidos. A los 16 años se trasladó a Inglaterra. Desde entonces viajó por todo el mundo. Las experiencias fruto de sus viajes le proporcionaron gran cantidad de material fotográfico, permitiéndole también una gratificante incursión en los otros mundos. Después de realizar los olbigados estudios de fotografía, empezó a trabajar profesionalmente para Vogue, en Londres, donde realizó su aprendizaje real junto a los mejores fotógrafos.
Decidió enseguida que ya era hora de comenzar a mirar esos mundos a través de la cámara fotográfica, y hacerlo como profesional. Se fue a Vietnam durante dos meses para después regresar a Londres donde consiguió numerosos premios por sus fotografías. Después ya vino todo rodado. Canon, McDonald’s, London Eye, Levi’s, BT, Galaxy, Ford, Ikea, Eurostar, Virgin Mobile, American Express, Visa, Shurtape, T-Mobile, Esquire o Best Life son algunos de sus "clientes".
Topé con su
cartel de PHE2007 en el EP3 del “Tentaciones” de los viernes en EL PAÍS (1 de junio de 2007) y la “instantánea” sencillamente me impactó.
Información recogida en:
http://numerof.com/blog/?p=781
http://www.artfacts.net/index.php/pageType/exhibitionInfo/exhibition/67183/lang/3

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5.9.07

Los Tres Mosqueteros


Paco Gallardo era l’enfant terrible, del grupo. Declaraba, sin pestañear, que hay pasiones que matan y ansiaba, atrapado por lo canalla, y también por l’amour fou, lo peor a los maridos de las mujeres de las que se enamoraba: “Te miré y me quedé loco para siempre”. Que se los comieran vivos las cucarachas, por ejemplo. En su corazón roto aleteaba todo el pelotón de la nouvelle vague, con Truffaut y Godard a la cabeza Por supuesto, Paco era un transformista que cuando atardecía deseaba ser Belmondo en À bout de souffle. Exactamente como en la película, es decir, para, finalmente, caer fusilado por el discurso del método. Porque envejecer, decía, parafraseando a Oscar Wilde, y con muchísima razón, corrompe que es una barbaridad.
Las manos que palpitantes retrataban tu cuerpo
Embelesan el aire y le hacen bucles
En una esquina opaca de meadas y murmullos
.”
Escribía Emilio Cortavitarte. Como si lo hiciera en el interior de los entresijos de las canciones de
King Crimson, Emilio, escribía poemas desde donde ordenaba crucificar el hálito lunar y nos confesaba que en las paredes de salitre muchos pies inscritos esconden sus huellas, calzando zapatos de cuero y disfrazando sus besos de sigilo. Lo hacía con su bonhomía y una cierta elegancia en las formas, tan habitual en él. En él estaba Charlie Parker, pero también Mick Jagger. Y seguro que Henry Miller. Emilio nos escribía sus cartas con la primorosa caligrafía de su pluma estilográfica. Decían que había actuado como cantante solista en un grupo de rock, pero nunca pude saber mucho más que eso.
Algunos cuentan que Genís Cano fue en algún momento un puyo, que paseaba su elegante presencia por los bares de dentro y de fuera de la facultad de letras, aunque cuando le conocí, críptico, templado y curioso como nadie, ya parecía un agente secreto de la poesía marginal. Genís sobrepasaba con creces la estatura media nacional y poseía un aire dulzón y seductor, tirando a místico. Gustaba de presentarse con una zanahoria de las de verdad colgada del cuello y parecía complacerle nuestra incontenible verborrea. Para dar fe de ello, pronunciaba invariablemente la misma sonora palabra, acuuuullunant, vocablo éste intraducible, al menos al castellano, ya que su homónimo, cojonudo, no posee los matices, ni la suavidad el esplendor de su versión catalana. Eran, teorizo, tiempos de aprendizaje, porque posteriormente se convirtió en un adalid de las literaturas sumergidas, junto a personajes como Julià Guillamont o el siempre entusiasta y entrañable David Castillo.
Con su lupa psicodélica investigaba en el Bar London por si pillaba a Rimbaud liándose un porro con Francesc Fanés, Jaume Quadreny y Pere Marcilla. Ellos estaban en algún rincón del garito, gritando al unísono: Merde pour le poésie! Y mientras los buscaba, Genís advertía, premonitorio: “Que mai fem oblit de la capacitat de sorprendre’ns” (“Que nunca caigamos en el olvido de la capacidad de sorprendernos”).
Y por fin los encontraba, claro, y entonces les recitaba uno de los poemas que escribiría veinte años después:
Pere Marcilla, como tan bien cuenta David Castillo, era “un auténtico iconoclasta, que detestaba los mitos”. Merodeaba, con su contagiosa y vehemente radicalidad, entre las brumas del London y el Café de la Opera. De la Plaza del Rei a la de Sant Felip Neri (nuestro diminuto santuario). Escuálido y jovial, ya entonces empezaba a tomar forma su gran magnetismo personal, que más tarde le caracterizó y que tanta admiración y afecto cosechó. Somos pocos los que lo sabemos, pero suya fue la versión catalana del mayo del 68; aquella que decía, en las paredes de la Universidad, del metro, de los ascensores y de los lavabos de la plaza Catalunya: "Follem, folleu, que el món s'acava". (“Follemos, follad, que el mundo se acaba”).
Xavier Sabater aparecía en nuestras reuniones con su larga y negra melena, su inigualable, socarrona sonrisa, y esos ojos saltones, curiosos y vivarachos que siempre le han distinguido. Sus consignas underground y sus poemas infernales, como les ocurría a los Rolling Stones, y como no podía ser de otra forma, siempre simpatizaban con el diablo y con el otro lado en general. Pasados los años, Sabater pasaría a convertirse en el gran referente de la Polipoesía, en estas tierras (¿de Dios?), una forma de poesía fonética recitada con la ayuda, inteligente y hábil, de sintetizadores, distorsionadores, flangers y demás artefactos modernos. Durante varios años recaló en el famoso local La Papa, de Gracia, y en las fiestas de este barrio barcelonés organizó varios festivales internacionales de Poesía. Tuve el privilegio de ver a Enric Casassas y a Xavier Sabater, mano a mano, en La Papa, soliviantando a un escogido y selecto público, síntesis del underground, la contracultura y la madre que nos parió.
Como no teníamos nada mejor que hacer y como, ya lo he dicho, no nos dignábamos a mirar hacia el lado del tiempo, que pasaba por nuestro lado repleto de meritorios oficinistas y turistas en general, de excursionistas y boy scouts estrenando mochila, de agonías franquistas y sesudos militantes del PSUC disfrazados de futuro, estos tres mosqueteros (o cuatro, para ser exactos), insobornables a los cantos de sirena del nuevo orden, optaron por el otro lado de la realidad. Y en ello, a algunos les fue la vida. Pere y Genís ya no están entre nosotros. Vaya desde aquí un saludo a los supervivientes y un homenaje a los que se fueron.

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