30.9.09

Xavier Sabater : Saba Sanyo Casio…


''No es verdad que todo esté hecho. Todo está por hacer y lo haremos nosotros.''
Conocí a Xavier Sabater en los principios de los años setenta, cuando las reminiscencias del mayo del 68 nos perseguían con sus cantos de sirena, aunque a cada uno según el rollo en el que andaba metido. Lo cierto es que, cuando aún quedaban montones de aguerridos “guerrilleros” urbanos que -siguiendo a Gabriel Celaya y Blas de Otero- pensaban que la poesía era un arma cargada de futuro, y nosotros simple y llanamente aspirábamos –casi sin saberlo- a ser los canallas de la última generación del tardo franquismo.

Por eso mismo, además de tomar al asalto la Plaza del Rey, la de San Felip Neri, el Bar London y el viejo Zeleste, fundamos la revista “Muerte de Narciso”, en la que Sabater publicó sus poemas infernales (y también Pere Marcilla, Pau Maragall, Francesc Fanés, Enric Casasses, Genís Cano, Emilio Cortavitarte, Paco Gallardo y alguno más). Sabater tenía, debo decirlo, el mismo aspecto jovial y risueño que hoy, aunque lucía unas “melenas” de AHÍ TE QUIERO VER. De toda aquella perrería, que yo sepa, y hasta nueva orden, él es el único que se mantiene activo y convulso, entusiasta, innovador y firme en la barricada.

“Biodraminas” era el apelativo cariñoso por el que muchos lo conocían. También llamado “El superviviente”, a mí siempre me ha gustado referirme a él como “Saba Sanyo”, en honor a uno de sus poemas más impactantes: Saba Sanyo Casio. Xavier Sabater, ¿saben? tiene ese carácter serio y entrañable a la vez, que lo hace tan próximo, tan amigo de sus colegas. A lo largo de los años se ha convertido en un referente de lo que en un tiempo se llamó contracultura y ahora es, simplemente, una realidad. Un maestro de la acción poética, del gesto poético tanto en sus múltiples formas de expresión como en la conceptualizad que las sostiene, y en eso Xavier se lo toma muy en serio. Todo ello, cuidadoso con “sus poetas”, entusiasta en lo que hace y valiente como nadie hace de Sabater un agitador de la polipoesía, en el sentido más noble de la expresión. Sin tipos como él, el mundo sería, ¿cómo decirlo?, más aburrido e inanimado, más normal, más mojigato y reglamentario, más moco que pañuelo, más papanata que patata. En definitiva, más imbécil.
“La polipoesía -dice Xavier Sabater- pretende desarrollar aspectos poéticos que van más allá de los literarios, es así como la poesía se convierte en fonética, sonora, electrónica, gestualizada, de acción, visual, objetual, musical, danzada o teatralizada. La gran variedad de posibilidades hace que los estilos actuales sean diversos y personales. Cada poeta desarrolla su propio estilo. La norma es: ''No es verdad que todo esté hecho. Todo está por hacer y lo haremos nosotros.''

Yo les recomendaría, claro está "Saba Sanyo Casio" [SABA-SANYO-CASIO. 1991. 2:45 min. Texto: Xavier Sabater]. Una crítica de la sociedad de consumo rebosante de humor, espléndida en su cacofonía, brillante en su ejecución, rotunda en su construcción semántica, tierna en su aparente inocencia. Y, sobre todo, ¡caramba!, muy divertida. Pero cualquiera de estos poemas sonoros sirve para salvar su piel (la de ustedes) de tanta roña cotidiana, tanto sargento del curro y del burro, tanta tontería de lo quiero fácil y sin masticar, tanto rumiante y piloto de pruebas que nos rodea, invade y atonta. Por algo utilicé uno de sus fragmentos para darles mi personal bienvenida en mi contestador telefónico, provocando iras y venidas. Pero ¿qué se creían? ¿Qué yo también me rendiría? Ni hablar.
http://www.archive.org/search.php?query=subject%3A%22XAVIER%20SABATER%22

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19.9.09

Esto no es una carta, es una tortuga



Los cronopios cada vez que encontramos una tortuga sacamos la caja de tizas de colores y sobre la redonda pizarra de la tortuga dibujamos una golondrina.
Los cronopios no escribimos cartas, sino tortugas, por eso el 12 de febrero de 1983 (cuatro meses justos antes de su muerte) Julio Cortazar le escribe a Roberto López, en Suecia, una carta que empieza así: esto no es una carta, es una tortuga.


Los cronopios, como todo el mundo sabe, somos anarquistoides, iconoclastas e imaginativos. Cuando Marina y Paco, desde Estocolmo, donde fundaron un Club de Cronopios, le enviaron a Julio un cronopio verde (antes le habían regalado uno de color rojo a Pablo Neruda), éste contestó que, cuando abrió el paquete, el cronopio se moría de risa mirándome, y yo lo tomé en mis brazos e inmediatamente se hizo pis en mi pulóver de cachemira, cronopio desgraciado.
Los cronopios, en lugar de un tratado de García Márquez o una rubia de costumbres elásticas, elegimos casi siempre una banana. Además, detestamos los bostezos, los practiquen vigilantes jurados, curas o jefes de negociado.
Los cronopios siempre buscamos las explicaciones en los cubos de la basura. Decimos: la mano aprende por su cuenta si se la deja, y entonces en una de esas agarra a sacar cosas del cubo y cuando te das cuenta ya tienes a las señoritas de Avignon. Es decir, hay que darle su chance al azar y a la paciencia, no les parece. Los cronopios le tenemos pavor a caernos de espaldas, piénsese en los escarabajos, ¿o no? Nos encantan, sin embargo, las cartas ventiladas (es decir, con sus buenos espacios en blanco) ya que son más elegantes.

Cuando el cronopio debe hacerse una foto para algún trámite oficial, acude al Fotomatón y se hace retratar de la forma siguiente: las cinco primeras fotos muy en serio, y la última sacando la lengua. Esta última el cronopio se la guarda para él y está contentísimo con esa foto.
En casa de los cronopios se descuelga, de vez en cuando, alguna mosca volando de espaldas y cuando se lo cuentan a algún amigo se produce uno de esos silencios que parecen agujeros en el gran queso del aire.
Algunos cronopios sólo necesitamos un metro cuadrado para vivir lo que se dice en nuestra casa y, entonces, nos encontramos con infinitos problemas, porque en realidad nadie tiene un metro cuadrado sino muchísimos metros cuadrados, y vender un metro cuadrado en mitad o al extremo de los otros metros cuadrados plantea problemas de catastro, de convivencia, de impuestos y además es ridículo y no se hace.

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10.9.09

El 23-F: Una imagen


Una imagen de Adolfo Suárez aguantando en tipo en su escaño mientras las balas silbaban (zumbaban, precisa el autor) en el Congreso de los Diputados, un 23 de febrero, fue, según parece, el origen del sorprendente, y extraordinario en muchos aspectos, libro de Javier Cercas: “El 23-F. Anatomía de un instante”.
El autor juega, dentro pero también fuera del libro –en sus comentarios-, con la dualidad entre novela y ensayo, aunque éste último concepto aparezca actualmente más bien poco, siendo la más habitual la de “no ficción”, que, además de desafortunada y antipática, no compromete a nada. A mí, si se me permite la digresión, ensayo se me antoja un lexema especialmente afortunado tanto en su forma como en su significado.
Aunque, todo sea dicho, el libro de Javier Cercas no siendo una novela consigue, siguiendo los métodos rigurosos del estudio histórico, que el lector capte, más pronto o más tarde, su “mirada novelesca”, el otrora famoso “punto de vista”, que engarza con una habilidad inusual lo secundario de lo importante transformando lo que podría ser un hábil trabajo periodístico en un excelente y brillante ensayo, un Full de ases y reinas en la “imagen” de los acontecimientos del 23-F, revelando de esta forma que en ocasiones la realidad se parece más a una novela que la novela misma. Se han escrito obras maestras a partir de una imagen, o de un olor, y no digamos de un recuerdo puntual, casi banal. Ésta es una de ellas.
Ignoro las causas de que "El 23-F. Anatomía de un instante" se vendiera tanto o más que el señor Stieg Larson. Sólo se me ocurren algunas, pocas, relacionadas todas ellas entre sí: el “envejecimiento” de la población, el desconocimiento de los “gustos literarios” del otro y, por supuesto, al devastador éxito de los “Soldados de Salamina” (un libro agradecido, en el sentido de que “se deja leer”, aunque en algún momento uno acabe hasta la coronilla de tanta matraca con el dichoso Rafael Sánchez Mazas). Por otra parte, apuesto lo que sea a que la mejor obra de Cercas hasta el momento fenecerá en un noventa por ciento de los casos en la estantería de turno, el del comprador impulsivo que ojea los suplementos literarios o, por lo menos, escucha la radio o, simplemente es objeto de un regalo con tapa dura. Los más osados no pasarán de la página cincuenta, abrumados por la decepción de no encontrar la “prometida novela” por ninguna parte.
Novela o ensayo, en "El 23-F" Javier Cercas se da el curro escudriñando la historia reciente transformándose sucesivamente en rata de biblioteca, en un fisgón de tomo y lomo y, finalmente, en una paciente y eficaz araña: sólo así pudo, primero conseguir, y luego tragarse la filmación completa de la toma de televisión del evento, leerse todo libro, manual o libelo sobre el día de autos y, entre tanto derroche de información, establecer elucubraciones e hipótesis para descubrir entre tanta maraña de verdades y mentiras: lo que él denomina “la cuadratura del golpe” (afortunado hallazgo), y lo que resulta todavía más inaudito, hipótesis todas ellas plausibles, posibles e imbricadas unas con las otras como si de una enredadera se tratara. Sólo un gran escritor como Cercas podría hacer brotar de sí mismo tanto interés, tanto petróleo por un tema tan trillado y manoseado.
Tampoco se acoge al recurso de la demonización o el ensalzamiento de éste o de aquél, al contrario, reparte “castañas” a todo el que pasaba por ahí, incluido, cómo no, a su Majestad, sin dedicar demasiado tiempo a desmontar, por obvio, esa leyenda nada urbana y sí muy “nacional y patriótica”, versión oficial de la transición, de que el Rey tenía una “hoja de ruta” grabada en su regio cerebro de cómo debían transcurrir los hechos. Nada nuevo para los que siempre hemos pensado que era uno más que estaba a verlas venir.
Aquí no se escapa ni Santiago Carrillo, el tercero en discordia ante la orden de tirarse al suelo, quién, tras Adolfo Suárez (el verdadero protagonista de la imagen), fueron los dos personajes a los que más se debe en esta historia de intrigas y tricornios. Por otra parte, según revela el autor, los dos grandes sacrificados –ya antes de entrar en el hemiciclo- del desenlace de este episodio del que nuestros descendientes recordarán, sobre todo, una imagen. Aquellos, Tirios o Troyanos, que quedaron bajo la alfombra del golpe pueden provocar alguna pregunta de más pero, en todo caso, no consiguen excitar la curiosidad del autor, ni la del lector, o en todo caso, la mía, demasiado ocupado en disfrutar de la gran esencia del acontecimiento histórico: la imagen fija de Adolfo Suárez, porque el 23-F fue, como la debacle de las Torres Gemelas, sobre todo el valor y el mensaje de una imagen.

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Los sonidos de Tokio


Formalmente, “Mapa de los sonidos de Tokio” (“Map of the sounds of Tokyo”, 2009) responde a las habilidades técnicas y sensibilidad cinematográfica de Isabel Coixet.
El argumento, sin embargo, no resulta del todo convincente. La bellísima Ryu (Rindo Kikuchi) y el hierático y “fondón” David (Sergi López) no consiguen dar verosimilitud a una historia extrema de pasión desenfrenada entre una asesina oriental y un “botiguer” catalán.
Una historia, pues, que en gran parte, me temo, se haya quedado en la imaginación de la directora. También es cierto que sus fans nos conformamos con el “toque” Coixet. Del resto no respondo.

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5.9.09

Los cinco principales



Primer periplo del día: Esta mañana tuve que correr los diez metros lisos en el andén de la estación del metro de Maragall para alcanzar el último vagón del convoy. Un tibio y pegajoso sudor estremeció mis piernas al contacto con los tejanos nuevos (comprados en las Rebajas). Inconvenientes de apurar la salida de casa, quizás todo venga por esa falta de entusiasmo, cada día vuelta a empezar. Con el latido de las canciones de Ute Lemper golpeándome las venas (Punishing Kiss) y el sabor del café todavía en el paladar, me enfrento una mañana más a la primera constatación del día: no viajo solo pero como si lo hiciera. ¡Vaya pandilla de pringaos!
Hubo un tiempo en que me creía inmune y, sobre todo, ajeno a lo que ocurriera en el mundo que no fuera pura ficción. Actitud y condición de toda infancia que se precie. Pensar en la “no ficción”, es decir en ese rollo que llamaban realidad era cosa de los otros, de los que pasaban del metro cincuenta. Luego siguió el truco barato (la trampa) de conseguir un buen papel en la fase de adulto, esa comedia de la que el propio Shakespeare se cagaría en los calzones. El tramo final de tan desventajosa carrera es patético; envejecer es la mayor cabronada jamás inventada. Porque la vejez no es solamente el deterioro físico y mental, sino una edad mezquina y resabiada en la el mundo vuelve a ser cosa de otros. Es la edad, además, en la empezamos a olvidar, cristalizándose ese olvido en el peor y más cruel de los verdugos. Ya lo dijo una escritora tan notable como Maria Mercè Roca: “Mentres recordem, vivim; quan oblidem és que ja som una mica morts.” . Es decir, si Dios existiera habría que echarlo a patadas del Universo.
Pero no todo son desgracias. Con razón dicen que Einstein que Dios no juega a los dados, porque de ser así al que ya habrían echado a patadas del Universo sería a mí. Esto va porque por fin han echado en el Plus “High Fidelity”, de Stephen Frears, una de mis películas de la isla desierta. Que nadie se preocupe en buscar la novela de Nick Hornby. Está descatalogada. Sí, lo adivinaste, yo soy uno de esos capullos, medio señor, medio frikie, que se ha juramentado en no leer jamás a Stieg Larson y que perseguirá toda la vida “High Fidelity” de Nick Hornby


Así pues, mientras me entero por el periódico de que no son los persas (a miles, a centenares de miles) sino las llamas las que están cercando Atenas, y me quedo impresionado ante la fotografía del Partenon, todavía iluminado con las llamas al fondo, y se me pasa por la cabeza si al final el loqueras de Nietzsche tenía razón después de todo con el rollo del eterno retorno, enchufo el aire acondicionado y me dispongo a que Rob Gordon (John Cusack) me cuente su vida, sus cinco rupturas principales, las cinco caras A de sus singles principales, las cinco cosas que más le apabullan de Laura, el amor de su vida, la quinta y última ruptura: ese extraño movimiento de sus pies mientras duerme a su lado… Mejor eso que su última y extravagante ocurrencia: reordenar todos sus vinilos por orden cronológico, pero no cronológico por lo que respecta a la fecha de edición del disco, sino de sus propias experiencias vitales… ¡Esto es melomanía y desesperación y lo demás son historias!

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