Charo: Unas gafas modernas y fashion
En la Óptica Universitaria rompen precios y, además, ofrecen un trato personalizado, marcas de prestigio, etc. Se lo contó Lucas, su compañero de Nóminas. "Ideal para llegar al final de mes", le dijo, con una sonrisa no exenta de complicidad. Es decir, ideal para parados, funcionarios, ascensoristas, profesores de secundaria y gente poco productiva en general. Y lo comprendió enseguida.
Charo, la dependienta de la Óptica Universitaria, que lo atendió, trabaja hasta las nueve de la noche.
Y, sin embargo, aquella tarde en la que Juan Fernández se dejó caer en la tienda de la zona de Pedralbes, no encontró ni un rastro de fatiga en el rostro de la dependienta. Deben hacer turnos, se dijo a sí mismo, mientras esperaba. Y cuando escuchó "¿Señor Fernández, por favor?" Percibió en su interior una agradable sensación de cliente preferente. Ni un atisbo de sorna en los ojos de la dependienta cuando a él le dio por contarle que, justo cuatro días antes de iniciar las vacaciones, se le cayeron las gafas de la mesita de noche, quebrándose uno de los cristales, por valor de 143 euros. Y tampoco hubo nada de esa temida y burlona sonrisa cuando acabó confesándole que, quince días después, ya en plenas vacaciones, y después de practicar el sexo en un páramo selvático del Baix Ebre, aplastó con su pie, talla 43, el otro cristal, por un valor de 90 euros (admiren la diferencia). Y Charo no le cambió su nombre por el más adecuado de Señor Gafe. Nada de eso. Dijo exactamente: "Señor Fernández". No digan que no es de agradecer...
Y, sin embargo, aquella tarde en la que Juan Fernández se dejó caer en la tienda de la zona de Pedralbes, no encontró ni un rastro de fatiga en el rostro de la dependienta. Deben hacer turnos, se dijo a sí mismo, mientras esperaba. Y cuando escuchó "¿Señor Fernández, por favor?" Percibió en su interior una agradable sensación de cliente preferente. Ni un atisbo de sorna en los ojos de la dependienta cuando a él le dio por contarle que, justo cuatro días antes de iniciar las vacaciones, se le cayeron las gafas de la mesita de noche, quebrándose uno de los cristales, por valor de 143 euros. Y tampoco hubo nada de esa temida y burlona sonrisa cuando acabó confesándole que, quince días después, ya en plenas vacaciones, y después de practicar el sexo en un páramo selvático del Baix Ebre, aplastó con su pie, talla 43, el otro cristal, por un valor de 90 euros (admiren la diferencia). Y Charo no le cambió su nombre por el más adecuado de Señor Gafe. Nada de eso. Dijo exactamente: "Señor Fernández". No digan que no es de agradecer...
Al contrario. Charo no sólo mantuvo su amabilidad inalterable sino que, además, se dejó conversar, mientras manipulaba montura y cristales con sus maravillosos instrumentos de precisión. Tengo para rato, le dijo. Salgo a las nueve de la noche. Pero antes de llegar a eso ya le había sugerido un oportuno cambio de monturas. Tengo unas Ray Ban modernas fashion que están hechas para usted, le dijo.
Un alivio, la verdad. Eso es lo que sintió cuando la última frase de Charo le acarició los oídos. Porque la autoestima a veces también se quiebra. Por nada, una gota que desborda el vaso, un teléfono que no acaba de sonar, un silencio donde no cabe ni su propia presencia, una caída de la bolsa, un contestador que chirría ante una voz cicatera e indecisa, una torpeza en el aparcamiento del coche, por valor de 180 euros. Todo eso que intentamos en vano que conste en acta como fruto de la mala suerte.
Algo ha cambiado en este país, esa fue la conclusión de Juan Fernández, unas semanas después, cuando el operario de la lavadora se presentó, al día siguiente del aviso, previa atenta llamada a su teléfono móvil. Su maleta era digna de un doctorado en prácticas.
El operario se lo quedó mirando y él no dudó en confesarse:
- Son unas gafas Ray Ban. Modernas y fashion- . Todo a la vez.
El hombre aguantó perfectamente el envite y se acercó, sin más, a la lavadora.
- ¿No carga el agua? Ummm...
- Pero el motor funciona, dijo él.
- Ummm... respondió el mecánico, mientras manejaba la lavadora, con la misma pericia con la que Juan solía conducir su mando a distancia.
Comprendió en seguida que el segundo Ummm quería decir, más o menos, déjeme tranquilo, yo a lo mío y usted a lo suyo. Oiga, soy un profesional. Creyó notar también una cierta decepción por no encontrarse con la habitual ama de casa que le acribilla a preguntas y le cuenta lo bien que iba la lavadora hasta que regresó de vacaciones y patatim patatam. Por eso le dejó en paz. De profesional a profesional.
- ¡Señor!, - acabó reclamando su atención, al rato, desde la galería, hurgando en sus instrumentos de disección electrodoméstica, mientras Juan se hallaba regando las plantas, no fuera el caso de que le confundiera con el amante sarnoso de la señora de la casa, y también por aquello de las apariencias, es decir, practicando alguna tarea útil en consonancia con las circunstancias.
- ¡Ya esta listo! Remató con satisfacción. Era... Bueno, para qué contarles. Les pasaría lo mismo que a Juan. ¿A quién no le falla una válvula al regreso de unas vacaciones pasadas por agua?
Etiquetas: crónicas
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