27.3.06

¡A sangre y fuego! Trueno cumple los cincuenta


En los albores del siglo XII, y al mando de un pequeño grupo de españoles sin fortuna ni nada mejor que hacer, el Capitán Trueno, al que por entonces llamaban el Caballero negro, se supone que por el color de su imponente armadura, se alistaba en las filas de Ricardo Corazón de Leon, rey de Inglaterra. Andaba ya la cosa de capa caída, o sea, por la tercera Cruzada, empeñado todo quisque en conquistarle al Islam su último baluarte. Yo hacía quinto de básica y, como muchos niños del tardofranquismo, llevaba la clandestinidad pegada a la piel. Esas cosas se aprendían al respirar, cuando te ponían una lavatiba o escuchabas el Diario Hablado de Radio Nacional de España. Es decir, unas veces con dolor y otras sin darte cuenta.
Héroes los había, no diré que no. Teníamos, por ejemplo, al Cid Campeador, héroe de la reconquista y coetáneo del Capitán, quizás por eso mismo silenciado de sus aventuras por aquello de evitar engorrosas comparaciones. Estaba Gonzálo de Córdoba, cómo no, El Gran Capitán. O José Antonio Primo de Rivera, cuya estampa aparecía, precariamente estampada mediante plantilla, en la paredes recién encaladas de nuestra renacida patria. O Juana de Arco. Claro que ésta era gabacha y, además, la quemaron viva. Vaya pasada, por cierto...
Todos ellos poco convincentes, esa es la verdad. Y así andaban las cosas. Así andaban de mal las cosas, quiero decir, porque, además, el Barça estaba a punto de perder su primera final europea con el Benfica de Lisboa y eso sí que conseguiría deprimirme. Así estaban las cosas cuando me compré el primer tebeo del Capitán Trueno. Me costó una peseta con cincuenta y era el número doscientos treinta y dos, aunque en la papelería situada justo enfrente del chaflán donde intercambiábamos los cromos, compraba los números atrasados al precio ganga de una peseta. De esta forma completé la colección.
Un héroe de verdad, eso es lo que yo necesitaba, lo que necesitábamos todos. Alguien a quien no le dieran miedo ni los libros, ni la Historia, ni los mutilados de guerra y excombatientes de la división azul convertidos en funcionarios omniscientes. Ni los moros de Franco, ni los serenos, ordenanzas y guardas de parques y jardines. Si, aparte de valiente, era noble y generoso como el Capitán, y bien parecido, amigo de sus amigos y respetuoso con su dama, y la dama, además, era rubia y sueca, ¿qué más podías pedir?

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2 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

Había un libro, tapas duras, marrones en el primero, negras en la secuela, o al revés, con todo de retratos en plan busto. Se llamaba algo así como "100 personajes de la historia", pero en nombre más chungo y rimbombante. Y sí, uno de los dos acababa en Francico Franco Bahamonde. Ya no cabían más héroes.

9:33 p. m.  
Blogger Cronopio ha dicho...

Cierto, querido popaul... y no teníamos más remedio que buscarlos en otra parte. En el quiosko. O rebuscando en lo más oscuro de los cajones de nuestra imaginación.

12:07 p. m.  

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