5.3.06

Abanico de palabras que regalé a Sonia

Siempre para mi, las academias no tienen que ver nada con el arte y siguen siendo los mismos recintos tétricos, llenos de jefes de negociado de la lengua.Ramón Gómez de la Serna: Ismos, 1931

Dibujo de Ramón Gómez de la Serna (De "Simultaneísmo", Ismos, 1931)
Los diccionarios o manuales chirrían tanto como los vecinos cambiando los muebles de pared o el tresillo de perspectiva. Como los funcionarios esperando afantasmados ante el reloj para fichar a la hora en punto. En ellos, en los diccionarios, el autor – y el mecanógrafo-, con la excusa de la prisa por llegar a ninguna parte, o con la pretensión canallesca de la burda pedagogía, enmoquetan las palabras y no las dejan ni respirar.
Ramón Gómez de la Serna no es Noah Gordon, ni Javier Cercas, ni siquiera Muñoz Molina. Ni falta que le hace. Lo suyo es otra cosa. Él nos habla – escribe – desde el tiempo, que es desde donde mejor se escribe y desde donde nos hacemos mayores de verdad. Así, desde la excusa del pasado, Gómez pasa de todos, académicos burócratas e interioristas de ficción, y se abre (como diríamos ahora), como el "Abanico de palabras que regaló a Sonia" (Sonia Delaunay, su amiga artista), con uno de esos libros que, como los buenos partidos de fútbol del mundo mundial, crean afición y traspasan el tiempo como una daga toledana. Afición al arte, a la música y a la poesía pero, sobre todo, al rollo de la vida, haciendo buena esa terminante disposición de los surrealistas, actualmente en completa decadencia: la fusión entre vida y literatura, una condición si ne quanom de su insobornable condición de agitadores.
Por supuesto, los agitadores ya han muerto. Personajes como el del joven Enrique Vila-Matas en París son verdaderos arquetipos para la historia (y para que no haya duda alguna el mismo Vila-Matas ejecuta su propio acto de autoflagelación): “
Al cabo de unos meses de haber llegado a París, empecé a vestirme de joven asesino, camisa y pantalones rigurosamente negros, mis gafas también negras, el rostro hermético, ausente, terriblemente moderno: todo negro hasta el porvenir. Sólo quería ser un escritor maldito, el más elegante de los desesperados. Comencé a leer, por una parte, a Höldelrin; Nietzsche y Mallarmé, y por otra, a lo que podríamos llamar el panteón negro de la literatura: Lautréamont, Sade, Rimbaud, Jarry, Artaud, Roussel.”Ahora los jóvenes andan algo desorientados. "Rallados". Los mayores también, aunque lo disimulan mejor, no sé si me explico, tienen cosas más importantes en qué pensar. Con los gilipollas de Operación Triunfo unos; con lo de los créditos en la Universidad, los otros; haciendo turismo invidente los de más allá; es decir, sin mirar, mientras hacen sus fotos con la digital y tal. Aviso. ¿Será el nuevo panteón negro de la literatura? En una columna periodística relativamente reciente (Juan José Millás: Clandestinos, EL PAIS 14.10.05) el autor retrata el espanto de un amigo cuando descubre que su hijo de 18 años se pasa la noche de los sábados leyendo a Madame Bobary en lugar de ir de farra con los amigotes. Veamos si lo explico mejor: orientados y desorientados, ni más ni menos náufragos que antes, todos tenemos el mismo futuro: el fracaso. Ismos es uno de esos libros abocados al fracaso que devino biblia para jóvenes y cuaderno de bitácora para descubridores y aventureros. Mirones todos, en el mejor sentido de la palabra. Entre delirio y ofuscación, Dalí a veces soltaba alguna de buena, como cuando dijo aquello de que mirar es inventar.
Gómez de la Serna inventaba cuando miraba, ese es uno de los embrujos de Ismos. Poseía, además, ese conocimiento de los movimientos de vanguardia de principios de siglo que sólo podía otorgar el hecho de haber vivido antes de que naciesen y en estrecha connivencia con ellas cuando explotaron en las putas narices del siglo. Un siglo que, indiferente a la belleza de la mirada y a la compulsión emotiva del encuentro, multiplicaría exponencialmente las fronteras del abismo con algún que otro logro ingenioso y práctico pero, sobre todo, con extraordinarias carnicerías y exterminios.
En realidad Ismos es más que un recopilatorio profundo y brillante sobre las nuevas tendencias artísticas de principios del XX. Están las que obtuvieron tal apelativo (Surrealismo, futurismo, cubismo, etc.) pero también las que no teniéndolo Gómez se lo regaló (monstruosismo, negrismo, simultaneismo, etc). Como digo, más, mucho más que un compendio inteligente, emotivo, cómplice, provisto de un sentido del humor inigualable, Ismos deviene un panfleto a favor de la vida, de las facultades creativas del ser humano para crear mundos nuevos, para cruzar las fronteras. Todas las fronteras, las del alma e, incluso, las tribales, esas que ahora mismo se ven amenazadas por los nuevos bárbaros, los que vienen del sur y del este, del norte y del oeste. Como siempre, por otra parte.
Llegados hasta aquí propongo emular a Gómez de la Serna. Planteo la práctica, no necesariamente literaria, de los "Ismos". O, dicho de otra manera, la descripción subjetiva de ese cúmulo de gestos y rituales que conforman nuestro tiempo, en un intento inútil y, por ello mismo, hermoso de defendernos de la realidad, dinamitarla, desactivarla, convertirla en saltimbanqui y espejuelo. Tan así como la describiera Borges: La Realidad es como esa imagen nuestra que surge en todos los espejos, simulacro que por nosotros existe, que con nosotros viene, gesticula y se va, pero en cuya busca basta ir para dar siempre con él.
(Este artículo fue anteriormente publicado, con pequeñas variaciones, en la revista www.nubesyclaros.com palabras/libros)

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