25.3.06

Somos los del gas (Agente Smith)


Con frecuencia aparentaba ser un tipo cualquiera. Urdía tales estratagemas para que la gente se fijara un poco más en él y descubriera, tras las apariencias, sus profundos sentimientos, concediéndole de esta manera el beneficio favorable de su afecto. ¡Ay!, esa autoestima, le sugería su terapeuta, convirtiendo una palabra buena en un bicho venenoso.
También era frecuente que en sus sueños se paseara por una avenida salpicada de relojes blandos sin minutero, lo que le permitía experimentar el pequeño orgullo de tener visiones con el pedigrí de artistas de la talla de Ingmar Bergman o Salvador Dalí.
Esa tarde, le despertó una sirena parecida a la de una fábrica de tornillos, interrumpiendo bruscamente su reparadora siesta. Se levantó lentamente, imitando lo mejor que pudo los movimientos de un ser animado, dirigiéndose hasta donde, más o menos, intuía que procedía la algarabía acústica, sin saber muy bien, esa es la verdad, lo que estaba haciendo. Abrió la puerta, aunque en el breve trayecto ya se hallaba predispuesto a agradecer que alguien le tuviera en cuenta, incluso la tímida y retraída vecina del piso de arriba, que sin duda había pasado un buen rato antes de decidirse a rescatar la prenda que en su caída había quedado trabada en el tenderero del cascarrabias de abajo. Pero en lugar de la vecina se encontró con dos individuos. Éstos sí parecían saber a lo que estaban. Eran dos operarios de Roca Condal.
Ni tan mayores como él, ni tan jóvenes, sino todo lo contrario. De rigurosa indumentaria y buena planta y, en todo caso, frescos como un bollo de pastelería a las ocho de la mañana, parecían recién salidos de un cursillo de comunicación no verbal y destreza profesional. Le miraron, impertérritos (como si la palabra sorpresa hubiera sido borrada de su diccionario), al encontrarse con su rostro soñoliento de jubilado en posición de descanso y pinta de muñeco desmañado con pijama a rayas, como un vulgar presidiario.
Experimentó la clara sensación de que ni dándose de narices con un jugador de jockey sobre hielo, con el equipo completo (patines con armazón de aluminio, palo con caña de titanio, máscara con celdas de alambre, hombreras y pads) les alteraría de la misión que los había conducido hasta su casa: reparar la caldera de la calefacción. Avería código 06: bolsa de aire. Ellos dirían dónde.
Y él seguiría sin enterarse de la misa la mitad. Somos los del gas, afirmaron, con la misma rotundidad que dos agentes de Matrix.
Cuando firmó el "conforme", el más cercano al tipo Matrix, es decir, Smith, el oficial primera de mantenimiento, se lo quedó mirando y, sorpresivamente, le soltó, ¿Oiga...? Esto... ¿Usted no es escritor... y publicó un libro, y quebró la editorial y tal y tal?
¡Bingo!
Y comprobó, avergonzado, pero con un ataque de ternura
, fruto de la emoción del momento, que todavía podía inspirar en alguien (¡Un desconocido al fin y al cabo!) tan profundos sentimientos. Aunque también fue consciente de que, en la anterior avería, debería estar bastante necesitado de conversación, cariño y reconocimiento mutuo y (según constataba ahora, no sin cierto rubor), le endosó el rollo de su último libro, el mismo cuyos ejemplares no vendidos reposaban, cuidadosamente ordenados, en el cajón inferior de su cama.
Así pues, en ese momento supo con certeza que no era totalmente un fantasma, que en algún recóndito lugar del imaginario compasivo aún quedaba un resto de esperanza para su persona. Y, animado por tal perspectiva, ilusoria es cierto, endeble si se quiere, cogida por los pelos, pero real al fin y al cabo, y una vez los portentos del gas, cual agentes de la condicional, se marcharon con sus maletines a cuestas y su sobrio agradecimiento por la exagerada propina recibida, se abalanzó sobre su vieja máquina de escribir, se desembarazó como buenamente pudo de las telarañas que lo cubrían desde tiempo ha, y se puso a escribir su próxima novela con una inusitada y febril devoción. Golpeando rabiosamente el teclado. Como si en ello le fuera la vida.

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2 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

¡Bravo, Morsa!

9:45 p. m.  
Blogger Cronopio ha dicho...

Gracias, no sé si jardinero fiel, pero sí leal lector. Hasta luego, cocodrilo.

9:27 p. m.  

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