7.3.06

La cafetería Slavia

[dietario]
13 de octubre de 1984La lectura de Jean Arp, poeta y pintor francés, expresionista primero, abstracto luego, posteriormente surrealista y, en definitiva, y finalmente, desclasificado (como debe ser), me conduce a la impronta de la poesía.
Nombran Nobel a Jaroslav Seifert, poeta checo, del cual leo un fragmento de sus memorias, en las que habla con entusiasmo del lingüista Roman Jacobson, con quien se encontraba, junto a otros, en la cafetería Slavia, de Praga, en la Ciudad Nueva, justo frente al Teatro Nacional. Dice:
La cafetería Slavia, la frecuentan también muchos poetas y pintores extranjeros; evidentemente les atraen nuestras infinitas discusiones. Quien venía menudo era Apollinnaire, con su cabeza vendada, tal como lo dibujó Picasso. También, el escandaloso Maiakowsky y otro poeta ruso, el enigmático y extraño Khebnikov...”Según Truman Capote el arte y la verdad no son necesariamente compatibles. Por eso mismo, porque el arte en general y la poesía en particular no tienen por qué congeniar con la realidad (más bien, pienso yo, hay que defenderse de ella, aunque sin dejar de mirarla), por eso doy rienda suelta a mi imaginación y me veo entrando en la cafetería Slavia para tropezar con Apollinaire y Seifert, más corpulento el primero, menos alto el segundo, que justo salen tan campantes a tomar el fresco.
Atiéndame. Cuando acaben de inventar la dichosa máquina del tiempo resérveme plaza para la cafetería Slavia. Quiero escuchar de viva voz a Jaroslav Seifert recitando algún fragmento de su obra Toda la belleza del mundo. Por ejemplo, el dedicado al profesor Marek:
"El profesor Marek tenía un lema para animarnos. Solía decir que cualquier tonto puede aprender a dibujar. Entonces yo me consolaba a mí mismo pensando que lo lograría también, porque, sobre todo, no me consideraba tonto. ¡Eso sí que no! Sólo cuando hubiese aprendido a dibujar tendría ganada la batalla. Con los colores sería más fácil. Sí, pintaría. De todas maneras, no llegué a ser pintor. Porque ocurrió lo siguiente: en la cuarta o en la quinta clase, más o menos, nos sugirió el profesor Marek que trajéramos de casa los modelos con los que montaríamos en la clase el bodegón propio. Mis compañeros de clase traían manzanas, naranjas, limones, floreros con rosas, diversas cajitas y candeleros. Yo también traje conmigo objetos para hacer una naturaleza muerta muy proletaria, que armonizara con el barrio obrero de Zizkov: una botella de cerveza, un vaso, una rebanada de pan y una salchicha envuelta en un papel grasiento. Monté el bodegón sobre la mesa de dibujo y esperé, con los demás, a que el profesor diera su visto bueno. Cuando se me acercó, me miró y soltó con violencia:-Por Dios, Seifert, quite esa salchicha. ¡No permitiré por nada del mundo que la pinte! No tardé más que un par de segundos en comprender su preocupación. Y me quedé estupefacto. En aquel momento memorable decidí que sería mejor escribir versos. "

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