La condena
Kafka escribió La Condena durante la noche del 22 al 23 de septiembre de 1912, entre las diez de la noche y las siete de la mañana. El 2 de octubre, anotó en su diario: “A las dos miré el reloj por última vez. Mañana pasada en la cama, Los ojos siempre claros”.
La Metamorfosis la escribió Kafka probablemente de madrugada, según su tiránica, y a veces mortificante, distribución del tiempo. Quizás fuera uno de esos domingos, todo sueños imposibles y cartas a Felice, y buenas noches Felice, flotando en el mar calmo y literario, único lugar donde Franz se mantenía en pie, entre impresos oficiales de la CIA de Seguros contra Accidentes de Trabajo, entre realidades envejeciendo en el desván de Praga y el toboganista vicio del insomnio.
La Metamorfosis emergió de su boca probablemente como un vómito, como una pelusilla quisquillosa y febril, mientras paseaba perdido por las calles como un fantasma, con la última carta de Felice en el bolsillo de su chaqueta, olvidando como siempre su abrigo en casa, sus manos ateridas por el frío. Musitando a vueltas de la noche: "en este momento daría algo por mirarte a los ojos".
El 9 de noviembre de 1917, Kafka escribe a Felice suplicándole: "No debe volver a escribirme".
El 11 de noviembre, tres meses después de su primer encuentro, escribe tres cartas. Las dos primeras llevan como encabezamiento "Queridísima señorita". La tercera empieza con un “Señorita Felice”. En el sexto párrafo, repentinamente, cambia el tratamiento y tutea a Felice. Lo hace como si de verdad fuera posible, con sólo imaginarlo y escribirlo, abrir la sólida puerta de su prisión del número tres del callejón de Zeliner. La tutea para afirmar – a continuación: "te pertenezco". Y así, hasta la tortura final: "dejémoslo todo, si apreciamos en algo nuestra vida".
Seis días más tarde, el 17 de noviembre, empieza su carta exclamando: “Mi amor, mi vida...” Más tarde, anotará en su diario, desesperadamente: “Es evidente que la inseguridad nace de pensar en F.”
En Praga, durante esos tres meses, de septiembre a noviembre, es probable que murieran más estrellas que las que debieran. O al menos eso parecía, por las luces que, de repente, se apagaban entre tanta inmensidad de cuerpos celestes. Y a Franz Kafka una ola blanca le inundó los pulmones. Todo el mundo tiene derecho a cinco minutos de desesperación, pero él, insaciable, se despertaba siempre como un pájaro de yeso llorando en su jaula brumosa y frágil.
Y todo esto viene a cuento, estos días, sin novedad en el frente y el universo expandiéndose como ya es habitual en él, estos días de regreso al trabajo y al colegio, y de algunos individuos que en verano no saben muy bien que hacer consigo mismos y, por eso mismo, regresan aliviados a la reconfortante disciplina del taller o la oficina.
Tantas sombras de cenizas en los recuerdos y los cabellos manchados de melancolía. Si no supiera que es mi imaginación desmedida pensaría que son reales esos pájaros de yeso como llorando en sus torbellinos de silencio.
Viene a cuento, aquí y ahora, cuando cruzo, un poco más libre ahora que sé que la luz de nuestro planeta durará bastante más que nuestra propia existencia, cuando cruzo - decía - por el paso del carrilet de Cornellà y me encuentro, de sopetón, con ese graffiti estampado sobre lo que queda de un muro en derribo. Un graffiti de caligrafía desvaída que dice: “tus besos son polvo de estrellas”.
Eso tan vulgar y a la vez tan álbum de pájaros idiotas estrellándose en las paredes de los grandes edificios, eso tan todo y tan nada que me lleva al recuerdo de Franz escribiéndole a Felice: “daría algo por mirarte a los ojos”.
Graffiti obtenido de la página http://www.elcrawler.com
NAVA26 HONGO MENT DABO KAP YOE BUGS DERS (CORUNHA)
La Metamorfosis la escribió Kafka probablemente de madrugada, según su tiránica, y a veces mortificante, distribución del tiempo. Quizás fuera uno de esos domingos, todo sueños imposibles y cartas a Felice, y buenas noches Felice, flotando en el mar calmo y literario, único lugar donde Franz se mantenía en pie, entre impresos oficiales de la CIA de Seguros contra Accidentes de Trabajo, entre realidades envejeciendo en el desván de Praga y el toboganista vicio del insomnio.
La Metamorfosis emergió de su boca probablemente como un vómito, como una pelusilla quisquillosa y febril, mientras paseaba perdido por las calles como un fantasma, con la última carta de Felice en el bolsillo de su chaqueta, olvidando como siempre su abrigo en casa, sus manos ateridas por el frío. Musitando a vueltas de la noche: "en este momento daría algo por mirarte a los ojos".
El 9 de noviembre de 1917, Kafka escribe a Felice suplicándole: "No debe volver a escribirme".
El 11 de noviembre, tres meses después de su primer encuentro, escribe tres cartas. Las dos primeras llevan como encabezamiento "Queridísima señorita". La tercera empieza con un “Señorita Felice”. En el sexto párrafo, repentinamente, cambia el tratamiento y tutea a Felice. Lo hace como si de verdad fuera posible, con sólo imaginarlo y escribirlo, abrir la sólida puerta de su prisión del número tres del callejón de Zeliner. La tutea para afirmar – a continuación: "te pertenezco". Y así, hasta la tortura final: "dejémoslo todo, si apreciamos en algo nuestra vida".
Seis días más tarde, el 17 de noviembre, empieza su carta exclamando: “Mi amor, mi vida...” Más tarde, anotará en su diario, desesperadamente: “Es evidente que la inseguridad nace de pensar en F.”
En Praga, durante esos tres meses, de septiembre a noviembre, es probable que murieran más estrellas que las que debieran. O al menos eso parecía, por las luces que, de repente, se apagaban entre tanta inmensidad de cuerpos celestes. Y a Franz Kafka una ola blanca le inundó los pulmones. Todo el mundo tiene derecho a cinco minutos de desesperación, pero él, insaciable, se despertaba siempre como un pájaro de yeso llorando en su jaula brumosa y frágil.
Y todo esto viene a cuento, estos días, sin novedad en el frente y el universo expandiéndose como ya es habitual en él, estos días de regreso al trabajo y al colegio, y de algunos individuos que en verano no saben muy bien que hacer consigo mismos y, por eso mismo, regresan aliviados a la reconfortante disciplina del taller o la oficina.
Tantas sombras de cenizas en los recuerdos y los cabellos manchados de melancolía. Si no supiera que es mi imaginación desmedida pensaría que son reales esos pájaros de yeso como llorando en sus torbellinos de silencio.
Viene a cuento, aquí y ahora, cuando cruzo, un poco más libre ahora que sé que la luz de nuestro planeta durará bastante más que nuestra propia existencia, cuando cruzo - decía - por el paso del carrilet de Cornellà y me encuentro, de sopetón, con ese graffiti estampado sobre lo que queda de un muro en derribo. Un graffiti de caligrafía desvaída que dice: “tus besos son polvo de estrellas”.
Eso tan vulgar y a la vez tan álbum de pájaros idiotas estrellándose en las paredes de los grandes edificios, eso tan todo y tan nada que me lleva al recuerdo de Franz escribiéndole a Felice: “daría algo por mirarte a los ojos”.
Graffiti obtenido de la página http://www.elcrawler.com
NAVA26 HONGO MENT DABO KAP YOE BUGS DERS (CORUNHA)
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1 comentarios:
Este graffito me gusta mucho. Kafka era un poco retorcido, ¿no?
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