Mejor pequeño que grande
Al principio lo quieren todo. Ellas ser princesas y, por lo tanto, encontrar su príncipe azul. Ellos, ser futbolistas mediáticos, tipos muy bisness o brokers de informática, pero, antes que nada, manejar el mundo. Éste es su genoma más genuino.
Cuando crecen no mejoran. Ni los unos ni las otras. Ellas persisten en el asunto del príncipe
aviso: esto del príncipe azul es mejor no tomárselo a broma
aunque hagan sus canalladas, que no en vano los tiempos están cambiando. Eso dicen. Mientras, ellos se especializan en conseguir un ranking competitivo en materia profesional o sexual, según vengan dadas. Lo primero nadie lo discute. Lo segundo tampoco, aunque parece ser muy “very important”. Lo del machito no se marchita ni en el período senior. Y la mayoría de las veces, todo lo contrario. Sensus estrictus, en la cuestión del sexo, los hombres, puede que sean simples – como afirman ellas categóricamente – pero tozudos lo son un rato. Hay mucho Peter Pan suelto por ahí, cuyo elixir mágico contra el envejecimiento se basa fundamentalmente en su actividad sexual. Son los supuestos atletas del sexo. Lo del rock and roll y las drogas es secundario, aclarémoslo de una vez. Lo del poder no, por supuesto.
Puesto a hacer aclaraciones, digámoslo de una vez: No vale la pena escucharles. Mienten como bellacos y bellacas. Se agarran a los tópicos como a un clavo ardiendo. Nada científico, por supuesto. Y acaban creyéndose sus propias barrabasadas.
Y, llegados a la edad madura, ellas empiezan a perder la esperanza de lo del príncipe.
¡Ni príncipe ni azul!
Y ellos ni siquiera piensan. Se dejan caer como fruta madura, porque siempre está el recurso del matrimonio, la pareja o el noviazgo perpetuo. Aquí se acaban los secretos y empiezan los misterios: ¿amor? ¿interés? ¿comodidad? ¡¿Pero en qué orden, por favor?! Ellos ayudan en casa y los más novísimos se ejercitan lo justo (al menos el programa de la lavadora y dónde se enchufa la plancha) para cuando llegue lo inevitable. Las estadísticas cantan. En todo caso, lo más patético es cuando ambos se empeñan en “saber” el nombre del amante y no el por qué de la ruina. Y los hay tan recalcitrantes como aquellos que – cuenta alguna leyenda urbana – se repartieron la enciclopedia Larousse: de la “a” a la “ele” para uno; y de la “eme” a la zeta para el otro. Puede ser cierto. Yo no apostaría por lo contrario, no sea que me arruine como tantos. Sobre todo los que tienen chavales de corta edad y cometen el error de romper la baraja. Esos, cuando salen del despacho del abogado, van a emborracharse al bar de la esquina. Como el Sabina en sus mejores tiempos.
Los hay que, fatalmente, nunca saldrán de la celda de castigo de la canción de los Bravos. Ya saben: “Las chicas con los chicos”. El mundo del DS, por ejemplo, es apasionante y engancha un montón. En esto, Internet es un filón. En el “canal” de los DS, una de ellas me contó que su placer preferido era espatarrase en el sofá, bien abierta de piernas, y mientras el sumiso de turno le comía el chichi, sin prisas, con todo el tiempo del mundo, ella se pintaba las uñas tan tranquila y feliz. Algún latigazo al sumiso. Alguna hostia (belt, smash, thump) de vez en cuando. ¡Humm!... Eso la volvía loca. Es decir, las hay que hace tiempo que se mean en lo del principito y arrasan allí donde van. Que quede claro.
Aunque hay otras fantasías, por no llamarlo pesadillas. Para ella, una más, la obsesión empieza cuando toca preocuparse por ese toque fondón que marcará un antes y un después en su estilizada figura, sobre todo a la altura de las caderas (porque ya se han operado los pechos) y empiezan a pedir un botox por compasión.
Mientras ellos se conforman con no quedarse más solos que la una, qué solo de pensarlo les entra el tembleque, porque se han creído el bulo bíblico a pies puntillas y no saben qué hacer con una costilla de menos. Y su terror crece cuando, pensando que bastaba con estar atento a los trastornos afectivos estacionarios, la cosa no acaba aquí, sino que empiezan los rumores de que ellas también tienen amantes y, por si esta catástrofe no fuera suficiente, algunas empiezan a hartarse de hacer de madres y de criadas de la limpieza.
Claro que esto de la maternidad, no podemos entenderlo únicamente como un fenómeno biológico. Hay más. Muchas de ellas no sabrían que hacer sin esa adopción que da sentido a sus vidas. Por eso mismo, las más avispadas y valientes, ya no se conforman con adoptar a los sobrinos o, incluso a padres, tías o abuelas. Han descubierto, para pasmo de ellos, que casi mejor (material y emocionalmente) uno pequeño que uno grande.
También es cierto que si ellos fueran más listos se darían con un canto en los dientes, pero algo debe fallar en el ADN del varón cuando aún quedan trogloditas que, en el colmo del delirio, y de la percepción de la propiedad, del egoísmo patrio (la patria son ellos mismos y sus putas banderas), de la absoluta falta de respeto por sí mismos, y por extensión, por aquellas a las que
¡Canallas!
dicen amar cuando deberían decir poseer, y las asesinan en un acto supremo de infamia y miseria personal increíbles.
Cuando crecen no mejoran. Ni los unos ni las otras. Ellas persisten en el asunto del príncipe
aviso: esto del príncipe azul es mejor no tomárselo a broma
aunque hagan sus canalladas, que no en vano los tiempos están cambiando. Eso dicen. Mientras, ellos se especializan en conseguir un ranking competitivo en materia profesional o sexual, según vengan dadas. Lo primero nadie lo discute. Lo segundo tampoco, aunque parece ser muy “very important”. Lo del machito no se marchita ni en el período senior. Y la mayoría de las veces, todo lo contrario. Sensus estrictus, en la cuestión del sexo, los hombres, puede que sean simples – como afirman ellas categóricamente – pero tozudos lo son un rato. Hay mucho Peter Pan suelto por ahí, cuyo elixir mágico contra el envejecimiento se basa fundamentalmente en su actividad sexual. Son los supuestos atletas del sexo. Lo del rock and roll y las drogas es secundario, aclarémoslo de una vez. Lo del poder no, por supuesto.
Puesto a hacer aclaraciones, digámoslo de una vez: No vale la pena escucharles. Mienten como bellacos y bellacas. Se agarran a los tópicos como a un clavo ardiendo. Nada científico, por supuesto. Y acaban creyéndose sus propias barrabasadas.
Y, llegados a la edad madura, ellas empiezan a perder la esperanza de lo del príncipe.
¡Ni príncipe ni azul!
Y ellos ni siquiera piensan. Se dejan caer como fruta madura, porque siempre está el recurso del matrimonio, la pareja o el noviazgo perpetuo. Aquí se acaban los secretos y empiezan los misterios: ¿amor? ¿interés? ¿comodidad? ¡¿Pero en qué orden, por favor?! Ellos ayudan en casa y los más novísimos se ejercitan lo justo (al menos el programa de la lavadora y dónde se enchufa la plancha) para cuando llegue lo inevitable. Las estadísticas cantan. En todo caso, lo más patético es cuando ambos se empeñan en “saber” el nombre del amante y no el por qué de la ruina. Y los hay tan recalcitrantes como aquellos que – cuenta alguna leyenda urbana – se repartieron la enciclopedia Larousse: de la “a” a la “ele” para uno; y de la “eme” a la zeta para el otro. Puede ser cierto. Yo no apostaría por lo contrario, no sea que me arruine como tantos. Sobre todo los que tienen chavales de corta edad y cometen el error de romper la baraja. Esos, cuando salen del despacho del abogado, van a emborracharse al bar de la esquina. Como el Sabina en sus mejores tiempos.
Los hay que, fatalmente, nunca saldrán de la celda de castigo de la canción de los Bravos. Ya saben: “Las chicas con los chicos”. El mundo del DS, por ejemplo, es apasionante y engancha un montón. En esto, Internet es un filón. En el “canal” de los DS, una de ellas me contó que su placer preferido era espatarrase en el sofá, bien abierta de piernas, y mientras el sumiso de turno le comía el chichi, sin prisas, con todo el tiempo del mundo, ella se pintaba las uñas tan tranquila y feliz. Algún latigazo al sumiso. Alguna hostia (belt, smash, thump) de vez en cuando. ¡Humm!... Eso la volvía loca. Es decir, las hay que hace tiempo que se mean en lo del principito y arrasan allí donde van. Que quede claro.
Aunque hay otras fantasías, por no llamarlo pesadillas. Para ella, una más, la obsesión empieza cuando toca preocuparse por ese toque fondón que marcará un antes y un después en su estilizada figura, sobre todo a la altura de las caderas (porque ya se han operado los pechos) y empiezan a pedir un botox por compasión.
Mientras ellos se conforman con no quedarse más solos que la una, qué solo de pensarlo les entra el tembleque, porque se han creído el bulo bíblico a pies puntillas y no saben qué hacer con una costilla de menos. Y su terror crece cuando, pensando que bastaba con estar atento a los trastornos afectivos estacionarios, la cosa no acaba aquí, sino que empiezan los rumores de que ellas también tienen amantes y, por si esta catástrofe no fuera suficiente, algunas empiezan a hartarse de hacer de madres y de criadas de la limpieza.
Claro que esto de la maternidad, no podemos entenderlo únicamente como un fenómeno biológico. Hay más. Muchas de ellas no sabrían que hacer sin esa adopción que da sentido a sus vidas. Por eso mismo, las más avispadas y valientes, ya no se conforman con adoptar a los sobrinos o, incluso a padres, tías o abuelas. Han descubierto, para pasmo de ellos, que casi mejor (material y emocionalmente) uno pequeño que uno grande.
También es cierto que si ellos fueran más listos se darían con un canto en los dientes, pero algo debe fallar en el ADN del varón cuando aún quedan trogloditas que, en el colmo del delirio, y de la percepción de la propiedad, del egoísmo patrio (la patria son ellos mismos y sus putas banderas), de la absoluta falta de respeto por sí mismos, y por extensión, por aquellas a las que
¡Canallas!
dicen amar cuando deberían decir poseer, y las asesinan en un acto supremo de infamia y miseria personal increíbles.
Etiquetas: crónicas
4 comentarios:
Muy buenas:
Ahora que he tenido un momento de tranquilidad, he leido este articulo.Soy de la opinión que esto de esperar al principe azul, hoy en dia es un rollo. El mundo no esta para esperar principes azules, puesto que no existen. Hay que ceder en muchas cosas, porque principes azules no hay, ni de otro color. La independencia economica de la mujer ha cambiado mucho las cosas, y no solo hablo desde la perspectiva femenina, sino quisiera ser neutral, pero no hay más remedio que rendirse a la evidencia. Y referente al comentario de " algun Peter Pan" que ande suelto por ahí, eso si que es verdad, puesto que puedo dar fe, y hay más de uno.
Bueno, mi comentario no se si puede ser mas constructivo o destructivo, pero intenta dar una visión del punto de vista femenino, ante relaciones humanas en el terreno sentimental.
Hasta la proxima
Un beso.
P.D: No me mal interpretes como una feminista empedernida, nada más lejos de la realidad.
Por cierto:
bonito cuadro de Botero. El otro día Enriqueta y Yo, fuimos a ver una exposición suya, en "La nit de l´art", que se celebró en Palma el pasado Jueves. Palma llena de "Snobs", que en todo el año no van a ver ni una exposición, y sin embargo, se creen guays, por ir esa noche.
Vaya tedio!
Lo dicho, bonito cuadro!
Gracias Cati, por tus palabras. Estamos de acuerdo, cómo no, en lo del “príncipe azul”, aunque como metáfora de esa búsqueda de la “casi perfección” que no encontramos en nosotros, no me parezca descabellado que todavía se mantenga por ahí.
Yo también conozco a varios Peters Pan, jajaja, su trabajo les cuesta, JOJOJO
Un abrazote Cati
Fantástico cuadro, es cierto. La belleza no tiene reglas. Es lo que la hace tan imprevisible e impresionante a la vez
Más abrazotes
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