Spinoza: la sustancia divina infinita
- “Y sobre todo el boquete del tiempo
Le digo a mi barbero de la calle Llibreteria, parafraseando a Don Jaime Gil de Biedma.
Le digo a mi barbero de la calle Llibreteria, parafraseando a Don Jaime Gil de Biedma.
(Y sobre todo el vértigo del tiempo
el gran boquete abiréndose hacia dentro del alma)
- ¿Libretería?
Me responde el taxista, sin separar las manos del volante, señal inequívoca de que no pretende bajar el volumen de la radio.
- No me suena esa calle, señor
- Sí hombre - le digo yo -. Es una calle muy bonita que va desde Vía Layetana a la Plaza de San Jaime y por donde no pueden circular coches. Tal vez por eso no la conoce usted.
- Pues mire, voy a consultar mi guía, perdóneme pero es que llevo poco con el taxi y aún hay calles que no me suenan – dice, justificándose de la forma más campechana posible, lo que hace que mi irritación inicial ante la charanga de Carrusel Deportivo se apacigüe hasta un punto, digamos, razonable.
Y el hombre consulta su guía urbana mientras conduce y, claro, finalmente descubre esa calle donde conviven pastelerías, panaderías, heladerías, charcuterías, granjas y, sobre todo, turistas, muchos turistas. Y en la que, además de la barbería a donde me dirijo sobrevive el Mesón del Café, del que la leyenda dice que hacen el mejor café de la ciudad, preparado con alguna fórmula secreta. Y alguna librería de saldo a punto de cerrar.
- La leyenda – prosigo, aunque el taxista no me haga el más mínimo caso, mientras continúa con su guía – también dice que la Jaume I es la calle de las prisas y Llibreteria la calle de ir poco a poco. Chino-chano, como quién dice.
- Efectivamente, aquí está, voy a apuntármelo para que no se me olvide: Li-bre-te-rí-a.
Tengo suerte. La barbería está prácticamente vacía. Así lo confirma Spinoza cuando termina con el último (único) cliente y me dice con sorna: ¡Usted es el primero! Spinoza. Así llamo yo a mi barbero. Como al gran filósofo que redujo las tres sustancias de Descartes (el entendimiento, el mundo y Dios) a una sola: la sustancia divina infinita. Con tales argumentos no es nada raro que este artesano de las tijeras y la navaja de afeitar, del corte de pelo y rasurado de barbas, sea amigo de Pi de la Serra y de otros muchos clientes ilustres que merodean por este distrito. Lo pillo hojeando la sección de televisión del periódico y exclamando “¡Vaya! Hoy no hacen nada potable”. La plática la empiezo yo, diciendo corto de delante, pero sin pasarnos, que a mi mujer no le gusta este flequillo (y acompaño y refuerzo mi locución señalándole con mi mano el dichoso flequillo) y ya sabe usted que lo que dice la mujer va a misa. Spinoza me mira de arriba a bajo y me dice
- Está usted muy equivocado, amigo, las decisiones importantes las toman los hombres.
- ¡Ah! ¿Sí? - respondo yo, escéptico.
- Sí - dice él, paciente, lo que ocurre es que quien decide cuáles son las decisiones importantes son ellas. Y nos reímos los dos, abrumados por lo irrisorio de tópico, por rozar casi por los pelos, por no llegar a tocar por muy poco, la sustancia divina infinita.
Me responde el taxista, sin separar las manos del volante, señal inequívoca de que no pretende bajar el volumen de la radio.
- No me suena esa calle, señor
- Sí hombre - le digo yo -. Es una calle muy bonita que va desde Vía Layetana a la Plaza de San Jaime y por donde no pueden circular coches. Tal vez por eso no la conoce usted.
- Pues mire, voy a consultar mi guía, perdóneme pero es que llevo poco con el taxi y aún hay calles que no me suenan – dice, justificándose de la forma más campechana posible, lo que hace que mi irritación inicial ante la charanga de Carrusel Deportivo se apacigüe hasta un punto, digamos, razonable.
Y el hombre consulta su guía urbana mientras conduce y, claro, finalmente descubre esa calle donde conviven pastelerías, panaderías, heladerías, charcuterías, granjas y, sobre todo, turistas, muchos turistas. Y en la que, además de la barbería a donde me dirijo sobrevive el Mesón del Café, del que la leyenda dice que hacen el mejor café de la ciudad, preparado con alguna fórmula secreta. Y alguna librería de saldo a punto de cerrar.
- La leyenda – prosigo, aunque el taxista no me haga el más mínimo caso, mientras continúa con su guía – también dice que la Jaume I es la calle de las prisas y Llibreteria la calle de ir poco a poco. Chino-chano, como quién dice.
- Efectivamente, aquí está, voy a apuntármelo para que no se me olvide: Li-bre-te-rí-a.
Tengo suerte. La barbería está prácticamente vacía. Así lo confirma Spinoza cuando termina con el último (único) cliente y me dice con sorna: ¡Usted es el primero! Spinoza. Así llamo yo a mi barbero. Como al gran filósofo que redujo las tres sustancias de Descartes (el entendimiento, el mundo y Dios) a una sola: la sustancia divina infinita. Con tales argumentos no es nada raro que este artesano de las tijeras y la navaja de afeitar, del corte de pelo y rasurado de barbas, sea amigo de Pi de la Serra y de otros muchos clientes ilustres que merodean por este distrito. Lo pillo hojeando la sección de televisión del periódico y exclamando “¡Vaya! Hoy no hacen nada potable”. La plática la empiezo yo, diciendo corto de delante, pero sin pasarnos, que a mi mujer no le gusta este flequillo (y acompaño y refuerzo mi locución señalándole con mi mano el dichoso flequillo) y ya sabe usted que lo que dice la mujer va a misa. Spinoza me mira de arriba a bajo y me dice
- Está usted muy equivocado, amigo, las decisiones importantes las toman los hombres.
- ¡Ah! ¿Sí? - respondo yo, escéptico.
- Sí - dice él, paciente, lo que ocurre es que quien decide cuáles son las decisiones importantes son ellas. Y nos reímos los dos, abrumados por lo irrisorio de tópico, por rozar casi por los pelos, por no llegar a tocar por muy poco, la sustancia divina infinita.
Etiquetas: crónicas
4 comentarios:
Un registro hasta ahora bastante inusual por aquí, que a mí, personalmente, es de los que más me gustan. Petición: reincidir por esta línea, plís.
¿Cómo fue Morsa a parar a la peluquería de este Spinoza, en el centro político de la ciudad?
Pues como la Morsa hivernó durante un tiempo en Via Laietana 16 (sede del INEM y de la CGT, ahora ya devuelta en su totalidad como patrimonio sindical que era) rondaba por estos lares y quedaba con otros animales polares en el Hotel Suizo para tomar un café. Y tal y Pascual...
Un relato muy bueno, Morsa.
¿Por qué a todos los barberos los pintan calvos?
Será que lo son.
¿Y por qué a todos los peluqueros, maricones?
Consideraremos maricones/gays a aquellos que se hacen llamar "estilistas".
Con afecto, un saludo para todos los barberos/peluqueros/estilistas del mundo entero.
Suricato le agradece la información via mail.
Bueno, querida amiga, yo creo que puedes estar tranquila por lo que a Henry respecta. En cuanto a Spinoza, no era calvo pero sí muy sabio. De la vieja escuela, eso sí...
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