20.3.07

Lolita


Cuando los bolcheviques se liaron la manta a la cabeza y tomaron el palacio donde el buen Zar Nicolás pasaba sus inviernos, un jovencito Nabokov, con apenas 18 años, se largó: ¡Pies para qué os quiero! Y paseó su exilio durante unos veinte años por la Europa monárquica para, finalmente, acabar, como todos, en los USA.
Aún tardó casi otros veinte años en escribir un libro que daría mucho que hablar. Lolita es la entrañable historia de Humbert Humbert, un tipo con cierto parecido al gran actor James Mason, pederasta, para más señas. Un escritor, el tal Humbert & Humbert, de tres al cuarto, bastante neurótico, más interesado en las ninfas con faldas volátiles y gafas de fantasía que en ganar el Premio Pulitzer.
Las ninfas eran las hermosas jovencitas que acompañaban a los dioses y diosas en sus correrías. Con frecuencia, el objetivo preferido de los sátiros lujuriosos. No hay nada más atrozmente cruel que una niña adolescente. Eso escribió en su diario Humbert Humbert, el sátiro lujurioso. El encanto nínfulo, dice Humbert el perverso, consiste más o menos en una figura perfecta de púber, ojos de lento mirar y pómulos salientes, pelo suave y delicado rostro lechoso, labios rosados y pestañas casi platinadas. Las ropas serán casi siempre negras o de un rojo oscuro: un pullover negro muy elegante, por ejemplo, zapatos negros con tacones altos y esmalte granate en las uñas.
La historia la vimos todos en el cine: Humbert & Mason se aloja accidentalmente en casa de la señora Haze y se enamora perdidamente de su hija Lolita, una adolescente de doce años. Humbert no duda en casarse con la gorda Haze para estar cerca de Lolita. Humbert es la araña herida, el canturreador, el canalla, el gusano degenerado, el viejito perverso... Charlote Haze es la foca confiada y torpe, la pobre criatura gorda y resbalosa, la gorda puta, la vaca vieja, la mamá abominable envuelta en una áurea nauseabunda.
Lolita es, en definitiva, el espejo a través del cual Humbert pretende, no recuperar la juventud (algo imposible) pero sí el deseo, la ambición de vivir, la hiriente necesidad de recuperar esa mirada perdida con la que mirar nuevos mundos. Deseo y ambición sin los cuales la vejez es mil veces morir. Y esto la gente no lo acaba de entender, tan preocupados andan por la familia, el municipio y el tráfico. Por domar su miopía, su falta de perspicacia. Por disfrazarla, en suma, de indignación, cuando no falsa condescendencia. Thomas Mann lo dejó bien claro en aquella obra que luego Visconti convirtiera en película, Muerte en Venecia, azote de espectadores nerviosos, formados en el toma y daca de la tele: Gustav von Aschenbach, un afamado compositor, hundido en la decadencia física y creativa, se “enamora” de un adolescente llamado Tadzio, de sobrecogedora belleza andrógina.
Todo un clásico en definitiva esto de buscar lo que se ha perdido, aunque, para desgracia de Humbert Humbert, casi nunca se encuentra lo que se busca sino lo que la realidad te da, como si de una limosna se tratara. Y ni los buenos días.
Imagen de Lolita, de Stanley Kubrick obtenida en:

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2 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

Pómulos salientes. Interesante la anotación, en la que no había caído.
Lo que resulta casi siempre dificultoso es que esa búsqueda de la mirada nueva (por dejarlo así)no quede totalmente desequilibrada por el más absoluto patetismo.
Hay casos, no obstante. Casos que veo cada vez más perseguidos.
¡Pues bueno está el patio para admitir un desmarque de este tipo!

9:54 p. m.  
Blogger Cronopio ha dicho...

Jajajaja
Desde luego, vaya humor el de Nabokov, meterse en estos menesteres... Patio cenagoso donde los haya... Siempre que pienso en "Muerte en Venecia" recuerdo la imagen más impactante, penosa, patética y, por otra parte no exenta de belleza. La de von Aschenbach de vuelta al hotel (ha perdido el tren de retorno y se muestra aparentemente contrariado, aunque en realidad está feliz), asomándose a la ventana de su habitación. En la playa, Tadzio correteando por la arena. Y entonces va él y le saluda levantando su mano... Horrorosamente patético... Y, sin embargo ciertamente hermoso.

7:59 p. m.  

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