Si amanece nos vamos
Llevo una temporada despertándome con el gallo, por mucho que el reloj digital me alerte de que todavía son las 5:30 aprox. A veces preparo una lavadora, otras simplemente hago la cama, echo las prendas interiores y la camisa de la víspera al cesto de la ropa sucia y guardo algunos chalecos o pantalones amontonados en la silla o en el caballero de noche. A esa ahora dan un programa muy Cool y poco Chic que se llama Si amanece nos vamos, título afortunado y con el que me identifico plenamente: cuando amanece, yo también me voy. A freír espárragos como suele decirse. A trabajar a una oficina de cuyo tufo carcelario no consigo acostumbrarme.
Mientras el sol me acaba dando en los ojos y me obliga a levantarme de la silla de mi estudio para cerrar la persiana no puedo menos que recordar aquel día que escuché a esa monja que le contaba al periodista que los hutus estaban ahí fuera con sus machetes y sus lanzas.
- Están ahí fuera con sus lanzas – repetía la monja.
- En cualquier momento deciden entrar y nos matan a todos, ya lo han hecho con los enfermos del otro pabellón, no ha quedado ni uno vivo.
La monja, un tanto angustiada por la imperiosa amenaza de su extinción física, le decía amablemente al periodista
(¡Cómo son estas monjas!)
que le perdonara un momento, que es que están ahí fuera con las lanzas y pueden entrar en cualquier momento, a lo que el puñetero locutor de Radio España, en un alarde de improvisación, y puede que consciente (aunque tampoco lo aseguraría) del alcance de la entrevista (y, por eso mismo, abrumado) respondió que ya era muy buena señal que aún no hubieran entrado. Comentario tan estúpido que la monja no pudo por menos que atajar con un bondadoso aunque enérgico
Mientras el sol me acaba dando en los ojos y me obliga a levantarme de la silla de mi estudio para cerrar la persiana no puedo menos que recordar aquel día que escuché a esa monja que le contaba al periodista que los hutus estaban ahí fuera con sus machetes y sus lanzas.
- Están ahí fuera con sus lanzas – repetía la monja.
- En cualquier momento deciden entrar y nos matan a todos, ya lo han hecho con los enfermos del otro pabellón, no ha quedado ni uno vivo.
La monja, un tanto angustiada por la imperiosa amenaza de su extinción física, le decía amablemente al periodista
(¡Cómo son estas monjas!)
que le perdonara un momento, que es que están ahí fuera con las lanzas y pueden entrar en cualquier momento, a lo que el puñetero locutor de Radio España, en un alarde de improvisación, y puede que consciente (aunque tampoco lo aseguraría) del alcance de la entrevista (y, por eso mismo, abrumado) respondió que ya era muy buena señal que aún no hubieran entrado. Comentario tan estúpido que la monja no pudo por menos que atajar con un bondadoso aunque enérgico
- No, si paciencia ya tienen, ya.
Parece un cuento pero lo que acabo de narrar es absolutamente cierto. Todo el mundo recuerda la masacre de Ruanda, pero no esta entrevista que yo pillé de pura casualidad. Masacre por parte de los hutus sobre los tutsis. Facciones de hutus se lanzaron al monte y degollaron a todo tutsi que encontraban, pero también – cuentan - a los hutus moderados. Nada nuevo por sutil que parezca. A Monadas Ghandi le mató un correligionario hindú por contemporizar con los musulmanes. Hoy mismo los chiís y los sunnís se devoran cada día. Es un banquete que no acaba ni en los postres. Porque cuando el universo se hace más pequeño, cuando se reduce a la mínima expresión, la violencia adquiere su carácter más aberrante. Y una vez se ha llegado al odio más tribal, a la frontera más cercana, al enemigo más próximo, el amigo o el hermano, entonces el regreso es imposible.
No se engañen, no me considero mejor que esos vengadores que andan por ahí. Para no ir más lejos (y como dijera un cómico de sobras conocido), cada vez que oigo a Wagner me dan ganas de invadir Polonia.
En el bar donde tomo el último café del día, la jefa le dice al camarero
- ¡Espabila! Atiende las mesas de fuera.
Es viernes por la tarde. La orden de la jefa suena descortés, aunque yo diría más. A esas horas de la tarde, el silbido de la jefa me taladró el oído, convirtiendo en turbio un momento de planeada placidez. Simultáneamente a la bronca, un grupo de mujeres, más bien maduras y bien vestidas, sonrientes y algo excitadas ante la perspectiva de una tarde de compras, entraron en el local y le largaron al camarero patoso:
- ¿El café vale 80 céntimos?
A lo que éste, devolviéndoles una sonrisa ingenua, más propia de un inmigrante sin papeles, respondió sin inmutarse, sin acabar de espabilarse, todo sea dicho, sin conocimiento aparente de la actualidad de la semana:
- El café vale 90 céntimos.
Por el café serán 90 céntimos como dice el camarero patoso, pero por un cortado 95. Me lo tomo en un bar próximo a la plaza de Francesc Macià. Todo eso, mientras llego a la misma conclusión que Vila-Matas cuando dice que “Hay personas que siempre se encuentran bien en otro lugar.” En mi caso no deja de ser un recurso mental, aunque quizás sería mejor llamarlo un truco simplemente. Es decir, casi siempre me encuentro mejor en otro lugar de aquel en el que estoy. Se trata claramente de no perder en ningún momento la perspectiva de la fuga. Es una especie de tara genética, de tic nervioso, de proceso degenerativo del que, sin embargo no puedo hacer ascos, a no ser que pretenda arriesgarme a padecer un ataque de nervios, o algo todavía peor, no sé, alguna idea salvaje. Invadir Polonia, por ejemplo.
Fotografía obtenida en FRONTERIZOS
http://fronterizos.wordpress.com/2007/03/13/genocidio-pero-sin-cobertura-en-directo/
Parece un cuento pero lo que acabo de narrar es absolutamente cierto. Todo el mundo recuerda la masacre de Ruanda, pero no esta entrevista que yo pillé de pura casualidad. Masacre por parte de los hutus sobre los tutsis. Facciones de hutus se lanzaron al monte y degollaron a todo tutsi que encontraban, pero también – cuentan - a los hutus moderados. Nada nuevo por sutil que parezca. A Monadas Ghandi le mató un correligionario hindú por contemporizar con los musulmanes. Hoy mismo los chiís y los sunnís se devoran cada día. Es un banquete que no acaba ni en los postres. Porque cuando el universo se hace más pequeño, cuando se reduce a la mínima expresión, la violencia adquiere su carácter más aberrante. Y una vez se ha llegado al odio más tribal, a la frontera más cercana, al enemigo más próximo, el amigo o el hermano, entonces el regreso es imposible.
No se engañen, no me considero mejor que esos vengadores que andan por ahí. Para no ir más lejos (y como dijera un cómico de sobras conocido), cada vez que oigo a Wagner me dan ganas de invadir Polonia.
En el bar donde tomo el último café del día, la jefa le dice al camarero
- ¡Espabila! Atiende las mesas de fuera.
Es viernes por la tarde. La orden de la jefa suena descortés, aunque yo diría más. A esas horas de la tarde, el silbido de la jefa me taladró el oído, convirtiendo en turbio un momento de planeada placidez. Simultáneamente a la bronca, un grupo de mujeres, más bien maduras y bien vestidas, sonrientes y algo excitadas ante la perspectiva de una tarde de compras, entraron en el local y le largaron al camarero patoso:
- ¿El café vale 80 céntimos?
A lo que éste, devolviéndoles una sonrisa ingenua, más propia de un inmigrante sin papeles, respondió sin inmutarse, sin acabar de espabilarse, todo sea dicho, sin conocimiento aparente de la actualidad de la semana:
- El café vale 90 céntimos.
Por el café serán 90 céntimos como dice el camarero patoso, pero por un cortado 95. Me lo tomo en un bar próximo a la plaza de Francesc Macià. Todo eso, mientras llego a la misma conclusión que Vila-Matas cuando dice que “Hay personas que siempre se encuentran bien en otro lugar.” En mi caso no deja de ser un recurso mental, aunque quizás sería mejor llamarlo un truco simplemente. Es decir, casi siempre me encuentro mejor en otro lugar de aquel en el que estoy. Se trata claramente de no perder en ningún momento la perspectiva de la fuga. Es una especie de tara genética, de tic nervioso, de proceso degenerativo del que, sin embargo no puedo hacer ascos, a no ser que pretenda arriesgarme a padecer un ataque de nervios, o algo todavía peor, no sé, alguna idea salvaje. Invadir Polonia, por ejemplo.
Fotografía obtenida en FRONTERIZOS
http://fronterizos.wordpress.com/2007/03/13/genocidio-pero-sin-cobertura-en-directo/
Etiquetas: crónicas
4 comentarios:
¡Y todo esto un viernes por la tarde!
¡Qué no saldrá el domingo por la tarde!
El domingo por la tarde, después de comer en kasa de mama, me voy a ver "300" y qué pase lo que Dios quiera...
La leche!!!!
Qué bueno, joder!!!!
Un beso, querida Manitú.
Y recuerde: NADA DE PECAR.
Que un poco más arriba anda Dios.
Amén.
querida enriqueta
gracias como siempre
Manitú te venera
con permiso del "estilista", jejeje
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