Aquel partido de dobles
Mientras en la fábrica Manufacturas de Monturas, Paraguas y Similares, el menda colocaba remaches, pintaba paraguas y encolaba puños, en lo que fue mi primer empleo, y cuando se apagaba el día acudía diligente al turno de noche de la morralla del bachillerato nocturno, Manolo Santana y Luis Arilla derrotaban al equipo de los Estados Unidos. Ni más ni menos que a Dennis Ralston y Clark Graebner. Fue el más memorable e interminable (todavía no existía el tae break) partido de dobles de la historia, y fue la Copa Davis la que nos devolvió la dignidad, aunque fuera por unos pocos días y en blanco y negro; precisamente la dignidad que nos arrebató un tal Mister Marshall cuando pasó de largo por Villar del Río, dejando a Pepe Isbert y Manolo Morán con un palmo de narices.
El héroe no era otro que uno que empezó de recogepelotas, Manolo Santana, con una dentadura que daba miedo, fiel reflejo de la estética grounch del franquismo. Presumían de él los pregoneros del régimen, pero también algún periodista entrañable como Juan José Castillo, quien encumbró para siempre aquel entró, entró, que exclamaba cuando la bola, producto de un drive o de un passing shoot, tocaba la línea y entraba.
Eso es lo que deseábamos todos: entrar de una puta vez en la juerga de los sesenta y dejar de perseguir la bola, de izquierda a derecha, y viceversa, con esa cara de tontos que poníamos cuando el espectro del Caudillo aparecía cada noche vieja y nos machacaba con su proclama Rajoy. Lo que demostraba entre otras cosas que Mao Tse Tung y Jesucristo no andaban tan desencaminados, que la fe mueve montañas. Por de pronto, se podía ganar al Nº 1 en USA, con insolación incluida, como hizo el gran Juan Gisbert, otro héroe -éste con sus grandes remontadas- del tenis español y al que ya nadie recuerda. Porque, a fin de cuentas, ya lo dijo Juan Marsé en una de sus estupendas novelas (El embrujo de Shangai): “el olvido es una estrategia para vivir."
El héroe no era otro que uno que empezó de recogepelotas, Manolo Santana, con una dentadura que daba miedo, fiel reflejo de la estética grounch del franquismo. Presumían de él los pregoneros del régimen, pero también algún periodista entrañable como Juan José Castillo, quien encumbró para siempre aquel entró, entró, que exclamaba cuando la bola, producto de un drive o de un passing shoot, tocaba la línea y entraba.
Eso es lo que deseábamos todos: entrar de una puta vez en la juerga de los sesenta y dejar de perseguir la bola, de izquierda a derecha, y viceversa, con esa cara de tontos que poníamos cuando el espectro del Caudillo aparecía cada noche vieja y nos machacaba con su proclama Rajoy. Lo que demostraba entre otras cosas que Mao Tse Tung y Jesucristo no andaban tan desencaminados, que la fe mueve montañas. Por de pronto, se podía ganar al Nº 1 en USA, con insolación incluida, como hizo el gran Juan Gisbert, otro héroe -éste con sus grandes remontadas- del tenis español y al que ya nadie recuerda. Porque, a fin de cuentas, ya lo dijo Juan Marsé en una de sus estupendas novelas (El embrujo de Shangai): “el olvido es una estrategia para vivir."
Etiquetas: crónicas
1 comentarios:
El dobles ganó la eliminatoria...porque Juan Gisbert había ganado el día antes a Ralston, un tío desagradable, perdonavidas, que se fue con el rabo entre las piernas. Claro que Juan Gisbert también tenía algo de producto de centro de formación americano...
Lo más divertido estuvo a punto de llegar el día final de la eliminatoria cuando, en vez de acabar con el definitivo 4 a 1, se rozó el pleno (5-0). Juan Manuel Couder, un ejemplar de bigotito estilo galán 'ancien regime', que hasta jugaba con pantalón largo, y nunca se habría acostumbrado a las raquetas que ya no son de madera tumbona de transaltántico, hizo de sustituto y, con su inconmensurable estilo paparra, desquició al americano. Éste lanzaba una bola picada hacia el extremo derecho de la pista...y hacia allí se dirigía magestuosamente Juan Manuel Couder, que la respondía calmada pero aplicadamente, y así hasta el infinito.
Pese a los tiempos tan fachas, recuerdo esos partidos televisados como contemplables, sin el tufillo ese patriotero que hace ahora casi imposible ver una eliminatoria de la Copa Davis. Es verdad que a Ralston, por mor de la hazaña, se le debió en esa ocasión abuchear y decir de todo (en castellano y catalán, que poca gente sabía inglés, con lo que igual no se enteraba ese filonazi), pero estoy seguro que incluso se le debió aplaudir alguna que otra bola. Ahora, ni los buenos días.
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