25.12.08

Al otro lado de la puerta


Se encontró como cualquiera de sus alumnos díscolos. De cara a la pared. La noticia era terminante. No admitía discusiones ni, por supuesto, negociaciones. Descubrió, entonces, que todo había acabado demasiado pronto. Casi se había pasado de la valiente, cuando dijo:
- Doctor. Dígame la verdad.- Con todo detalle, si es que es posible.
Buena ganada fama de profesora de filología inglesa, brillante y, por supuesto, muy exigente. Si algo quieres, algo te cuesta, parecía querer decir a los ojos de sus alumnos cuando emergía, ni sin cierta hermosura, por no decir majestad, sobre el entarimado del aula.
Cuando salió de ese laberinto en el que se había convertido la respuesta (clara y detallista, como ella había solicitado), se dio de bruces con la otra burbuja, la más conocida, ya que no en vano había pasado en ella, en esa frase, la mayor parte de su vida adulta:
- Todo está bien
El mundo no estalló. El mundo estaba bien. Conocía bien a la muerte. No en vano, Virginia Woolf era una más de sus temas, materia de erudición. Comprobó entonces que de la teoría a la realidad sólo había una mera traducción. Para otra persona que no fuera ella, sobre todo en Occidente, la noticia habría supuesto una catarsis de la que por supuesto, no estaba preparada. Ella no eligió, al contrario, de otros, la peor de las opciones: dar otro salto y encerrarse en la burbuja de melancolía en la que sólo cabía otra frase
- No entiendo nada.
No era su caso. Al abandonar la consulta, se dirigió al metro de Diagonal. Mientras sus piernas se movían con la seguridad habitual, contemplaba las calles engalanadas para unas Navidades que, pese a todos los pesares, seguía con su rutina un año tras otro, sin solución de continuidad, la monotonía de las luces con su pretensión de encantamiento y reclamo. Una tímida llamada a escoger el lado amable del cristal con el que se mira.
Al llegar a casa descolgó el teléfono fijo y también el móvil. Deseaba estar sola para poder reflexionar sobre la experiencia que le esperaba. Buscó el librito de poemas de William Butler Yeats que estaba releyendo pero, al no encontrarlo, abrió uno de Séneca, más a mano, y se encontró con la frase que necesitaba: “Contra todas las heridas de la vida, yo tengo el refugio de la muerte.” Siguió la lectura y, sin poderlo evitar, se quedó dormida.
Al día siguiente pretendía reanudar sus clases con total normalidad, pero al salir de casa, pulcramente vestida, como siempre, y un aire de elegancia del que sentía muy orgullosa, al cerrar la puerta y girarse para bajar las escaleras se encontró con la desagradable sorpresa de que éstas habían desaparecido.
También el rellano y, por supuesto, el ascensor. El instinto le hizo aferrarse al pomo de la puerta pero entonces las piernas le fallaron y arrastró su cuerpo hasta el suelo, aterrorizada, como un soldado herido de muerte. Hay sensaciones que no olvidan nunca. Comprendió entonces que ya era del todo imposible regresar al lugar de donde procedía, en el que, sobre todo, predominaba el orden y el sosiego. Ante sí tenía el desorden del vacío, un vacío tan inmenso que no dardaría en devorarla, como si la prisa y el ansia tuvieran alguna importancia en la cama del hospital donde ya hacía días que se hallaba postrada, entubada y crucificada por catéteres y una mascarilla de oxígeno que le impedía hablar (y hablar es lo que mejor sabía hacer), pensó instalada en aquel vacío inmenso, mientras todavía escuchar el murmullo de parientes y amigos al otro lado de la puerta.
Texto: cronopio
Pintura: Edward Hopper. Noche Azul (1914)
Material: Óleo sobre lienzo.
Medidas: 91.4 x 182.9 cm.
Museo: Whitney Museum. Nueva York

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22.12.08

Art decó


- No sé, no sé qué vamos a hacer con este mozalbete – dijo, condescendiente, el Doctor Merino.
- Pues no será porque no coma, doctor - respondió mi madre, más preocupada como en ella era habitual, de que el muy apreciado doctor pudiera pensar que era una mala madre que en mi estado de su salud. Mi madre movía manos y brazos delatando en esos movimientos compulsivos y, también, todo sea dicho, en esos destellos borrosos de sus ojos, una sobredosis de tinto de mesa que echaba para atrás al más pintado. Antes de que llegara el médico, se había puesto el delantal nuevo y había echado chorros de lejía a las baldosas, que algún día fueron ajedrezadas y ahora olían a miseria por los cuatro costados.
Merino y yo nos entendimos a la primera.
- No sé, no sé - dijo, en la línea habitual de los profesionales de bata blanca y estetoscopio. Y, aprovechando que mi madre se había ido a la cocina a traerle una copita de anís del Mono, me susurró al oído:
- Ya basta de quitarle la punta al lápiz, ¿eh, chaval?
Me puse rojo como un tomate. ¡El muy cabrón! Los hay que no saben como hacerse enemigos.
Claro que cuando acudíamos a su consulta la cosa tampoco mejoraba mucho, para qué engañarnos. Al salir, mi madre, como a hurtadillas, le daba un billete arrugado de quinientas pesetas con la sonrisa más sumisa y empalagosa de su amplio repertorio. Los sobornos de mi madre eran así, vergonzantes y baratos, como agradeciéndole al doctor que nos recibiera en el santuario de su consulta privada, a pesar de que teníamos nuestra cartilla de la Seguridad Social. El doctor susurraba:
- Pero si no hace falta, mujer, pero mujer...
Así, mientras se encoñaban con el dichoso billete, saqué mi navaja mil usos y le endosé una tajo de tal calibre al mueble Art decó de la sala de espera que no se partió en ese justo momento de puro milagro.
Texto: cronopio

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18.12.08

Wings: Band on The Run


GRUPO O SOLISTA:
Wings

TÍTULO:
Band On The Run
AÑO:
1973
TEMAS:

Band On The Run (5:09)
Jet
(4:08)
Bluebird
(3:21)
Mrs. Vandebilt
(4:37)
Let Me Roll It
(4:47)
Mamunia (4:49)
No Words
(2:33)
Picasso's Last Words (Drink To Me)
(5:50)
Nineteen Hundred And Eighty Five
(5:26)

PERSONAL:
Paul McCartney: Vocals Bass Guitar Drums
Linda McCartney: Keyboards Chorus
Denny Laine: Guitar Chorus

COMENTARIO:
Original portada en la que se puede observar, entre otros, a James Coburn, Christopher Lee y al nieto de Sigmund Freud, Clement Freud.
La obra más inspirada de las que grabó McCartney con los Wings.

COROLARIO:
Parece ser que Dustin Hoffman retó a Paul a componer una canción sobre las últimas palabras en vida de Pablo Picasso.
Texto: Jordi Montfort

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El monstruo


Se hallaba en plena adolescencia y por eso mismo detestaba al mundo en particular y a sus transitorios huéspedes en particular. Por varios motivos, algunos de ellos inconfesables, sin importarle su dificultad manifiesta para argumentar sus fundamentos.
Y quizá debido a un atisbo de lucidez, sobre todo cuando la consciencia de su ignorancia le producía una infinita melancolía, fue creando un “monstruo” en su interior que sólo se alimentaba de rencor. Tanto llegó a acumular que, dicho vulgarmente, acabaron por cruzársele los cables y su mente otorgó, como en los tebeos que devoraba, a su monstruo los “superpoderes” que le capacitaban para realizar las mayores atrocidades.
La imagen distorsionada de sí mismo no dejaba de causarle un notable trastorno y aún así, cuando le vencía la tentación, acababa perpetrando pensamientos libidinosos y perversos y de esta forma se sentía más aliviado. Se imaginaba, por ejemplo, a la vecina del segundo, en el corto trayecto del ascensor, un cuerpo imponente, inabarcable, con unos pechos exuberantes aplastándole la cara, susurrándome sin previo aviso frases pecaminosas al oído. Lo de menos en ese momento era que la vecina del segundo no fuese ni de lejos el tipo de mujer que los hombres se vuelven a mirar por la calle.
Entraba en el ascensor, cargada con la cesta de la compra, y pulsaba diligente el timbre de su piso - el tercero- interrogándole amablemente por el colegio, por cómo marchan sus estudios y si sus padres seguían bien. Esa condescendencia lo humillaba una y otra vez y, por eso mismo fue inevitable que la encontraran un día en el suelo del ascensor, inundada en sangre, con más de diez cuchilladas contadas a lo pronto. Ese pensamiento era de los que conseguía excitarle muy especialmente y, entonces, el monstruo se revolvía en sus entrañas y reclamaba su tiempo y su momento. Era imposible retardar más la metamorfosis.
Otras veces, incomprensiblemente, le fallaban sus superpoderes y la vecina llegaba indemne a su piso. Pero no por ello le invadía el desánimo. Todo lo contrario, se sentía feliz porque percibía en sus carnes que el “preparatorio” ya tocaba a su fin y el día de su eclosión estaba tan cerca que casi podía tocarlo con la yema de los dedos. En realidad, el olor a sangre lo embriagaba tanto que sabía perfectamente que no pasaría de esta semana en producirse la consumación del “sacrificio”. En realidad, ya le era imposible disociar al individuo de su monstruo. La máscara no sólo se había pegado indisolublemente a su rostro. Ahora ya campaba libremente por su cerebro y manejaba como quería sus intestinos y cada recoldo de sus venas.

En la cocina, territorio por excelencia de su madre, ya había desaparecido “inexplicablemente” el enorme cuchillo de cortar carne.
Texto: cronopio

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15.12.08

El dolor es otro


A las seis y media de la mañana sus ojos se abren y miran al despertador. Lo hacen por puro mandato de la costumbre ya que hace años que, conectado a las siete en punto, jamás llega a sonar.
Se despierta, por lo tanto, y, aunque intenta conciliar el sueño nuevamente, no lo consigue. Es entonces cuando le llega, desde el patio de luces, el sonido de la lluvia. Otro día gris y lluvioso, piensa. Ideal para pasear y distraerse un poco, murmura sin pretender ser sarcástico. Está perdiendo el sentido del humor, que siempre ha sido su último y penitente recurso.
¡Y no es para menos! Lleva seis meses de baja laboral por “incapacidad temporal” a causa de una mala caída por las escaleras del edificio donde reside. ¿Hay buenas caídas? Se pregunta, incrédulo, mientras cruza el pasillo, con sus muletas, todo yeso, con su pierna rota y una cadera que grita con sólo tocarla. Y, de esos seis meses, tres separado por “incapacidad conyugal”, hecho suficientemente trascendental como para, permitiéndose la “humorada” (esta vez sí), sumar un “tiempo efectivo real” de nueve meses. Aproximadamente lo que dura un embarazo. Hasta el parto. Aunque el dolor es otro. Cuando llama por teléfono a un amigo para que le lleve al cine, se siente un mendigo.
Maldito ascensor, en fase de reparación por mandato municipal. Y dichosas obras en su patio de luces. Y no sólo por las derramas que lo están arruinando, sino porque tiene que bajar y subir las escaleras con sus muletas como una tortuga herida, soportando más mal que bien el aparatoso ruido de los operarios, incluido su parloteo constante que lo tiene desquiciado.
- ¡¿Cuando coño acabaréis?! – les pregunta, amablemente, asomándose a la galería.
- Prontito, prontito – le responde el peruano, con una parsimonia que no deja de inquietarle.
A las ocho, los Ángeles, la misma maldita tristeza y ningún sitio a donde ir” dijo Bukowski, el príncipe de los mendigos y los borrachos. Y a pesar de los consejos de Charles, su colega literario, decide salir de casa. Aunque salir de casa suponga casi siempre un riesgo, un entrar en el otro lado, el de la esquinita del bar, por ejemplo, donde brillan y centellean, con su fantástica gama de lucecitas de colores y su música inconfundible, la orografía subyugante de la máquina tragaperras.
A “su” máquina tragaperras los fabricantes le pusieron el sugerente nombre de “Infierno” y se quedaron tan frescos (o calientes, según se mire). Lo cierto es que cuando empieza a toquetear la maquinita y, sobre todo, a introducir una moneda tras otra, las diablesas se ponen la mar de contentas y le responden con su absorbente alquimia de bonos, su baile de números y su alegre cantinela, atrapándolo como la botella al alcohólico y siempre acaban enamorándole Sus cantos de sirena, ofreciéndole, mintiéndole, la posibilidad de ganar miles de euros. Y es precisamente tanta mentira acumulada en unos minutos lo que le atrae más y contra la cual no puede – ni desea – ofrecer ninguna resistencia. Como si le ofrecieran la paz mundial, ¡qué más le da!, si su feroz ludopatía no tiene ahora mismo contrincante, porque él se declara prisionero de la maquinita infernal y no para de echar monedas para que las diablesas se pongan en marcha y su musiquilla turbadora le ayude a no pensar en otra cosa, sus ojos encantados por la fiesta de iconos y tentaciones que lo acaparan como nada ni nadie es capaz a esa falsa felicidad en la que lo demás no importa. El mundo desaparece y el placer de la mente vacía le invade. Y así hasta que se queda con lo puesto. Ni una puta moneda en el bolsillo. Y es entonces, mientras la realidad regresa feroz como a cuchilladas, cuando advierte que el dolor es otro.
Texto: cronopio

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12.12.08

Yes: Close To The Edge


GRUPO O SOLISTA:YesTÍTULO:Close To The Edge
AÑO:1972
TEMAS:

Close To The Edge (18:42)
And You And I
(10:08)
Siberian Khatru (09:00)
PERSONAL:Jon Anderson: Vocals
Bill Bruford: Percussion
Steve Howe: Guitars-Vocals
Chris Squire: Bass-Vocals
Rick Wakeman: Keyboards
COMENTARIO:
Este disco es la mismísima culminación del rock sinfónico.
Una maravilla. Desde la portada hasta la última nota.
Texto: Jordi Montfort

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10.12.08

Salvador Monroig: 1895. Llegada de un tren a la estación

“LLEGADA DE UN TREN A LA ESTACIÓN DE LA CIOTAT”
HERMANOS LUMIÈRE
Título Original: “L'Arrivée d'un train à La Ciotat o L'Arrivée d'un train en gare de La Ciotat”
País: Francia
Año: 1895
Género: Documental
Director: Louis Lumière
Música: Cine mudo
Producción: Auguste y Louis Lumière
Duración: 49 segundos
Disponibilidad de la película: DVD (3) 1896/1920 “Saved from the Flames”


ARGUMENTOLlegada de un tren a la estación.
La sensación de “realismo” de esta breve filmación
provocó en el público un espanto de tal magnitud que la mayoría, atemorizados por lo que se les venía encima, abandonaron despavoridos sus asientos, creyendo que el tren realmente se abalanzaba sobre sus cabezas y que serían arrollados por la locomotora.
LA MEJOR SECUENCIAEn esta película, los hermanos Lumière descubrieron (y es más que probable que no fueran conscientes de ello) la fuerza de la profundidad de campo, mediante el encadenamiento: toma larga, toma media y acercamiento. Encadenamiento que producía el efecto o “ilusión” del acercamiento progresivo y acelerado del tren, y de los pasajeros en el andén, hacía la cámara y, por lo tanto, hacia el espectador.
COMENTARIONos encontramos en París, el 28 de Diciembre de 1895. Alrededor de las 5 de la tarde se produjo la primera filmación de la película. Lugar: el Salon Indien Du Grand Café, situado en el número 14 del Boulevard des Capucines, en la orilla derecha del Sena. Un pequeño local, que antes había sido un salón de billar.
Pocos parisienses sienten la necesidad de asomarse al sótano donde se pasa la primera sesión pública. Anteriormente habían presentado la película, el 28 de marzo para ser exactos, sesión en la que demostraron sus “habilidades” a la Société d´Encouragement à l´Industrie Nationale. La recaudación de este primer día fue de 35 francos. Después de precisar que los hermanos Auguste y Louis Lumière le deben gran parte de su fama a su padre Antoine Lumière, puntualizaremos que la primera proyección comercial de sus películas se pagaba a un franco la entrada, cuando el precio de una butaca en el teatro era de 25 céntimos. Entre los asistentes al acto, se encontraba el célebre mago Georges Méliès, que fue quien dijo: “Nos quedamos boquiabiertos, estupefactos”.
Los Lumière transformaron la industria del entretenimiento justo en el momento en que realizaron la demostración de su invento. Y, de hecho, “lo único” que hicieron fue proyectar una serie de imágenes en una pequeña pantalla… ¡Pero aquellas imágenes estaban moviéndose como si estuviesen vivas! Un mundo nuevo abría sus puertas al espectador.
Aunque la reproducción de imágenes en movimiento no era un fenómeno nuevo para la audiencia (el Kinetoscopio de Edison era un divertimento popular), este nuevo aparato llamado cinematógrafo, permitía la toma de vistas y, a la vez, podía ser utilizado para proyectarlas en una pantalla. Algo que nunca había sido visto con anterioridad. ¡Un fenómeno sin precedentes! Diez películas de aproximadamente 17 metros, que apenas llegaban al minuto de duración cada una, fueron proyectadas ese 28 de diciembre. Dos días después la policía tenia que intervenir en plena calle para controlar a la multitud que se agolpada ante la puerta del Gran Café.
Este hallazgo supuso un enorme éxito para nuestros cineastas, quienes, inmediatamente, decidieron seguir realizando películas con el propósito de mejorar su catálogo. A uno de sus más conocidos operadores, Alexandre Promio (1868-1926), suele atribuírsele el travelling en exteriores al efectuar el rodaje (en 1896) a bordo de una góndola mientras se deslizaba por los canales venecianos. Por otra parte, el cortometraje “El jardinero regado” (L´arroseur arrosé), en el que un jardinero miraba por la boca de su manguera y acaba recibiendo un remojón, supuso el primer gag de la historia del cine, siendo repetidamente explotado en el futuro, por cómicos de tanto renombre como Polydor, Max Linder, y el propio Charles Chaplin.
Y cuando Georges Méliès (1861-1938) pretendió comprarles su invento, los Lumiére le respondieron: “No se vende, joven, y dénos las gracias. Aparte su interés científico, no tiene ningún interés comercial.”
Y a pesar de todo lo contado, a partir de 1898, los hermanos Lumière llegaron a la errónea conclusión de que “el cine es una invención sin ningún futuro” y, en consecuencia, abandonaron la producción para centrase en la venta de aparatos de proyección y de sus películas filmadas hasta esa fecha.


Texto: Salvador Monroig

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7.12.08

El gran masturbador

Cuando me dejaban en paz los "colegas", los que la tenían tomada conmigo en el cole, es decir, todos los del curso superior y buena parte del mío (¡y mejor no hablamos del bedel!) y regresaba nada exultante a casa, me encontraba con mamá, ya bastante trompa, no se sabía muy bien si por la medicinal “Agua del Carmen” o por el moscatel que tenía escondido tras la colección de potes de legumbres en la despensa, exhibiendo sus manos, descuidadas, arruinadas por los detergentes. En ese momento, embrutecido por tal cúmulo de circunstancias, digamos, desagradables, y acuciado por el hambre y sed de venganza, le gritaba:
- ¡Mamá, ¿y la merienda?!
También es cierto que elevaba la voz más de la cuenta porque ella arrastraba una ligera sordera desde pequeña, cuando su madre (mi abuela), la golpeaba brutalmente siempre que la sorprendía, en el descansillo de la puerta, pensando en las musarañas, con el libro de gramática cerrado sobre sus rodillas. Quizás ahí empezó todo, pero Sigmund Freud y Thomas Young están muertos y del resto sencillamente no me fío. No me fío ni de mi sombra. Lo cierto es que mi madre era una especie de aguafiestas y yo un retorcido hijo de puta.
Pasaba el tiempo. Lento, pero pasaba. Y el hecho de que la existencia derivase hacia algo más que aquella burda historia con personajes canallescos y tristes como los de una fotografía neorrealista resultaba una amenaza real que me resistía, ni siquiera, a imaginar. Al fin y al cabo ya tenía trece años, casi catorce, y las cosas puede decirse que no anunciaban ningún cambio esperanzador.
Es cierto que en la calle tenía el fútbol y en la tele a Los Intocables de Eliot Ness. Pero también lo es que en los partidos en el patio del colegio siempre acababa expulsado o sangrando por la nariz, y que para ver mi serie favorita, Los Intocables debíamos acudir, cada viernes a casa de mis tíos, que eran los odiados potentados que ya tenían un flamante televisor en blanco y negro. Puestas así las cosas, la masturbación no dejaba de mortificarme. No le acababa de coger el punto al gazpacho de la clandestinidad. La del lavabo y la del dormitorio, con la puerta cerrada a cal y canto.
Texto: cronopio

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6.12.08

Estamos en paz

¿Qué podía hacer un adolescente cabreado con el mundo y acuciado por la ignorancia y la molicie, la desidia y el aburrimiento. Qué podía hacer, aparte de caer en la pendiente de una malsana adicción a los enigmas científicos, es decir, de por qué y cómo fue que los humanos estaban allí, rodeados de miles de galaxias sin rastro alguno de vida.
¿Qué podía hacer ante tanta desolación, sino convertirse en un adicto a la soledad de su inmundo territorio, devorar todo cómic que cayera en sus manos y cascársela todo el santo día?
Sí, esas cuestiones eran las que precisamente nunca mencionaban los adultos, ni la radio, ni la prensa deportiva, que era la única que merecía la pena de ser leída. La única épica aceptable en aquel marasmo de mediocridad, la única que le interesaba. El sexo, eso hacía pupa. Su primera eyaculación se produjo mediante la sutil técnica del frottagge. Para entendernos, por frotamiento. Acababa de ver una película (que mucho más tarde averiguó era de Alfred Hitchcock) en la que una mujer, y no precisamente una belleza, era estrangulada con una corbata, y su estertor, y no digamos, su obscena lengua colgando de sus gruesos labios, produjeron la primera excitación importante de su breve biografía.
Mal comienzo, dirán. Y no se equivocan. En aquel momento no se le ocurrió pensar que acababa de descubrir su incipiente vocación de psicópata. Más tarde descubrió que con la mano derecha se podían hacer maravillas. Salpicaba hasta el edredón, pero eso le tenía sin cuidado. Su madre callaba y él pensaba: estamos en paz.

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3.12.08

Locomotora Negra


Parece que la famosa crisis (que no la pertinaz sequía, que casi ha desaparecido, lloviendo como debe ser) está por fin llegando, como una marea baja, a las clases medias bajas, clases medias intermedias y demás estratos del amplio espectro que separa a ricos y pobre; a los hijos de todos esos estratos y, en fin, a los del cuarto tercera. Y eso, porque la penúltima vez que llamé a los de ServiCaixa (con tiempo) para reservar entradas con motivo de la actuación de Locomotora Negra, en el Palau de la Música de Barcelona, aún se están riendo de mí.

Y como no soy inmune al embolao que nos han montado los de siempre (los “ricos”, según mi madre, impertérrita y sensata en sus convicciones), después de tanto tiempo, regresé a mis orígenes, es decir, al “gallinero” del Palau. Para los más jóvenes, el segundo y tercer piso del citado Palau.
A Ricardo Gill, "Capitán Nemo" y trompeta del grupo, le tengo un especial cariño, desde que le conocí, junto a sus dos hermanos y al resto del grupo, en sus conciertos gratuitos en la Plaza de Catalunya de Terrasa, con motivo del pionero Festival de jazz de esta ciudad. Ricard es un tipo enrollao como nadie, aunque parezca tímido incluso cuando zapatea maravillosamente, siguiendo el ritmo de un tema del gran Duke, y no exhiba precisamente aires de líder roquero.
Su actuación del pasado sábado 29 significó el cierre del Festival de Jazz de Barcelona. A cambio de tal "honor" les endosaron la siempre árdua tarea de realizar un “glosario” de los grandes músicos y temas más significativos desde los inicios del festival, allá por 1966, por lo que debieron hacer bastantes “piruetas” para adaptarse a todos los estilos jazzísticos habidos y por haber. Yo, entonces tenía 15 años, me encantaban los trenes eléctricos y, por supuesto, mi pieza preferida del convoy era la locomotora.

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1.12.08

Joan Margarit


Dijous, 11 de desembre, a les 19 h
Presentació d'un llibre i un documental
realitzats pel Cineclub Associació d'Enginyers
(J.M. García Ferrer / Martí Rom)
ANY 27
El recent Premi Nacional de Literatura l’atorgà el títol de poeta oficial de Catalunya, que fins ara ostentava oficiosament.
La poesia, evidentment, constitueix la peça central d’aquesta aproximació a Joan Margarit, ja que està instal·lada com a centre absolut de la seva vida. Però no ens hem acostat a Joan Margarit únicament per això.
Per què Joan Margarit? En Margarit veiem la dualitat tecnologia/cultura (cultura entesa com un acte creatiu, no només com un interès o ocupació del lleure) que, salvant enormes distàncies, gosem dir que nosaltres també patim. Margarit és arquitecte. Nosaltres també estem interessats en el llenguatge d’edificis i espais, a comprendre les transformacions de les ciutats. Però Joan Margarit és un arquitecte bastant atípic, especialitzat en el càlcul d’estructures: un altre punt d’apropament a la nostra formació com a enginyers.

Margarit combina la rigidesa dels números –a través dels seus càlculs– i la solidesa de les seves construccions amb la levitat i llibertat dels seus poemes. Un altre cop la dualitat! En constatar-ho, hem vist que la nostra elecció ha estat encertada.
Fora d’això, Joan Margarit ha aconseguit arribar a tothom fent una cosa aparentment tan senzilla com escriure versos a partir dels seus sentiments i sensacions. Analitzant això, tanmateix, un descobreix una autèntica obsessió, que s’ha traduït en –com dèiem– fer de la poesia el centre de tot. Primer la seva lectura, i la prova són els volums i volums escrupolosament ordenats, que cobreixen harmoniosament les parets de la seva casa. Després, la pràctica diària i –aquí resideix el secret– una progresiva depuració, que produeix quelcom no gaire habitual: el seu millor llibre, quan no es creu ja possible, és sempre l’últim.
La poesia és el centre de la vida de Joan Margarit. Nosaltres, esforçats prosistes, hem intentat que això quedés explicat, si bé fent-lo parlar principalment d’allò que, per a ell, és en bona part perifèric...

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