Recordando a Genís Cano: maravillosa niebla dorada de tus ojos
En la revista cibernética Literatuya apareció el Fast Notes, nº 4 del amigo Pere López titulado Poesía contracultural, en el que rememoraba la "Semana de Poesía de Barcelona", de septiembre de 2003, patrocinada por el Ayuntamiento de Barcelona y, en concreto, el homenaje que se realizó a tres poetas (ya fallecidos) del “underground” o “contracultura” barcelonesa de los setenta: Pau Maragall, Pere Marcilla, y Albert Subirats. Enfatizaba López acerca de lo paradójico que resultaba, que la Semana de Poesía de Barcelona rindiera un homenaje "in memoriam" a personajes tan, “anti”, tan en contra de la “cultura oficial”. Los tres poetas, desaparecidos físicamente en plena juventud, se distinguieron – decía López - por su vivencia y su visión desde el lado más cruento de la existencia.
La paradoja no lo era tanto, de todas formas, si tenemos en cuenta que los valedores del asunto eran, nada más y nada menos, que Enric Casassas, Julià Guillamon, Salvador Rodes, David Castillo y... Genís Cano, que fueron quienes perpetraron el homenaje a los poetas muertos. Esta expresión, les hubiera gustado, probablemente, a más de uno de los poetas aludidos... perpetrar. Dicho acto se vio refrendado por la edición limitada de la antología Poètica de la contracultura, a cargo del Servei de Publicacions de la Universitat de Barcelona y, fundamentalmente, de la entusiasta labor del ya mencionado Genís Cano, impulsor del evento junto a David Castillo y Julià Guillamont.
¿Y por qué esa mirada atrás? ¿Por qué esa vuelta de tuerca a lo que ya casi nadie recuerda? Pues por lo mismo que dijo Kafka: uno no puede huir de los fantasmas que ha ido dejando sueltos por el mundo. Por eso mismo Genís Cano hizo lo que hizo.
Y permítaseme ahora que deje de lado el pudor, los miramientos y demás cautelas y les presente a los poetas malditos de la contracultura, cuya eclosión se produjo fundamentalmente en la década de los setenta, una década que pereció ante la ofensiva (en toda regla) del principio de realidad de los ochenta. Tanto los que siguiendo a Marx querían cambiar el mundo, como los que, cruando la línea de la sombra de Rimbaud, no conformándose con tan poco, deseaban cambiar la vida. Y permítaseme, por último, que cometa la osadía de incluirme en el furgón de cola de tan ilustre cofradía. Una cofradía a la que Pau Malvido puso título y leyenda: Nosotros los malditos. Y ya hablaremos de Pau Malvido en otra ocasión.
Nos caracterizaba el desprecio ante los relojes y la marcha nupcial. Ante las “células” básicas de la sociedad: la familla, el municipio y el Estado. Eso y más cosas. Derrotada la metáfora en los frentes de la percepción y de las sensaciones, irrumpíamos en el Bar London, en el antiguo y eterno Celeste, o en el mismísimo Café de la Ópera para glorificar la imagen poética, mejorando, todo sea dicho, la vieja tradición surrealista capitaneada por el Conde de Lautréamont y su famosa apología de la belleza: Bello como el encuentro fortuito sobre una mesa de disección de un paraguas y una máquina de coser. Una escalera de champán, eso veíamos cada vez que mirábamos pasar el futuro por nuestro lado. El futuro... ¡Ay! Al futuro no nos molestábamos ni en mirarlo. Y eso fue magnífico. Los mayores, los carcas (aunque también los había de jóvenes, los futuros trepas y arrivistas, que nunca faltan), nos llamaban los voceros del nuevo lenguaje. Porque siempre hay alguien dispuesto a aguar la fiesta a la libertad. La mayoría de las veces, ejércitos enteros. Suelen llegar con nocturnidad y alevosía y acaban pillándonos, in fraganti, con las manos en la masa, es decir, en mitad de nuestros sueños. ¡POM, POM! ¡Abran a la policía!
Genís Cano escribiría, años más tarde:
“Fuego rojo y negro deslumbrará algún día
nuestros cuerpos y volverá a salir
maravillosa niebla dorada
de tus ojos
sueño de mandarinas”
Así éramos: una especie de caja rusa repleta de nubes de Magritte, una dentro de la otra. Imaginarios de bolsillo, dijeron luego. Lo cierto es que Lezama Lima, Moctezuma y Nietzsche escribían poemas en las paredes de los lavabos de la Plaza de Catalunya (que ya no existen). Sonaban chispas con halo de estrellas. Éramos algo así como meritorios, estudiantes y especialistas no cualificados. Y cantamañanas, que de todo había en la viña del señor.
Desertores de la razón, eso es lo que éramos. Cabecillas de la nada hecha pedazos. Aunque también soledades del cuarto de estudiar, aporreando la olivetti-lettera y escuchando a Pink Floyd, King Krimson y Jethro Tull. Fumando un canuto tras otro y doblando la realidad como si arqueáramos una vulgar esquina, arrugando el tiempo como un vulgar envoltorio de papel de estaño. Nublados de constelaciones de cristal y ácido lisérgico, disparábamos nuestras andanadas de poemas, en los que, como aprendices de vampiros, acabábamos por no ver ni nuestra triste estampa.
Asamblearios del neón gastado y el papel de fumar, nos asemejábamos a los títulos de las canciones de los Stones. Esqueletos de vinilo y L.S.D. Viajeros en zapatos y suicidas en ascensor.
Y para acabar, consiéntaseme, ya que hablamos de Genís Cano, que rememore aquellos momentos en que Genís hacía su aparición entre las brumas del London, se aposentaba tan cual largo era. ¡Alguna que otra vez con una señora zanahoria colgada del cuello! Y se inmiscuía en el caos general, en el fuego cruzado de las peroratas de Pere Marcilla, de Emilio Cortavitarte, de Enric Casasas y de tantos otros insignes caballeros románticos cuyo nombre el paso del tiempo ahora mismo me impide recordar. Y de tanto en tanto profería una palabra, una expresión envuelta en un halo de admiración, complicidad y, sobre todo, de entusiasmo. Un enunciado cuya fogosidad entrañable Pere López y yo siempre recordaremos con ternura y simpatía, no exenta de devoción. Exclamaba acuuuuuullunant, expresión que podríamos caer en el error o la torpeza de descifrar en castellano como "acojonante" pero que es sencillamente intraducible, ya que más que una palabra era una imagen, una música, una consigna, una invocación a nuestros dioses.
La paradoja no lo era tanto, de todas formas, si tenemos en cuenta que los valedores del asunto eran, nada más y nada menos, que Enric Casassas, Julià Guillamon, Salvador Rodes, David Castillo y... Genís Cano, que fueron quienes perpetraron el homenaje a los poetas muertos. Esta expresión, les hubiera gustado, probablemente, a más de uno de los poetas aludidos... perpetrar. Dicho acto se vio refrendado por la edición limitada de la antología Poètica de la contracultura, a cargo del Servei de Publicacions de la Universitat de Barcelona y, fundamentalmente, de la entusiasta labor del ya mencionado Genís Cano, impulsor del evento junto a David Castillo y Julià Guillamont.
¿Y por qué esa mirada atrás? ¿Por qué esa vuelta de tuerca a lo que ya casi nadie recuerda? Pues por lo mismo que dijo Kafka: uno no puede huir de los fantasmas que ha ido dejando sueltos por el mundo. Por eso mismo Genís Cano hizo lo que hizo.
Y permítaseme ahora que deje de lado el pudor, los miramientos y demás cautelas y les presente a los poetas malditos de la contracultura, cuya eclosión se produjo fundamentalmente en la década de los setenta, una década que pereció ante la ofensiva (en toda regla) del principio de realidad de los ochenta. Tanto los que siguiendo a Marx querían cambiar el mundo, como los que, cruando la línea de la sombra de Rimbaud, no conformándose con tan poco, deseaban cambiar la vida. Y permítaseme, por último, que cometa la osadía de incluirme en el furgón de cola de tan ilustre cofradía. Una cofradía a la que Pau Malvido puso título y leyenda: Nosotros los malditos. Y ya hablaremos de Pau Malvido en otra ocasión.
Nos caracterizaba el desprecio ante los relojes y la marcha nupcial. Ante las “células” básicas de la sociedad: la familla, el municipio y el Estado. Eso y más cosas. Derrotada la metáfora en los frentes de la percepción y de las sensaciones, irrumpíamos en el Bar London, en el antiguo y eterno Celeste, o en el mismísimo Café de la Ópera para glorificar la imagen poética, mejorando, todo sea dicho, la vieja tradición surrealista capitaneada por el Conde de Lautréamont y su famosa apología de la belleza: Bello como el encuentro fortuito sobre una mesa de disección de un paraguas y una máquina de coser. Una escalera de champán, eso veíamos cada vez que mirábamos pasar el futuro por nuestro lado. El futuro... ¡Ay! Al futuro no nos molestábamos ni en mirarlo. Y eso fue magnífico. Los mayores, los carcas (aunque también los había de jóvenes, los futuros trepas y arrivistas, que nunca faltan), nos llamaban los voceros del nuevo lenguaje. Porque siempre hay alguien dispuesto a aguar la fiesta a la libertad. La mayoría de las veces, ejércitos enteros. Suelen llegar con nocturnidad y alevosía y acaban pillándonos, in fraganti, con las manos en la masa, es decir, en mitad de nuestros sueños. ¡POM, POM! ¡Abran a la policía!
Genís Cano escribiría, años más tarde:
“Fuego rojo y negro deslumbrará algún día
nuestros cuerpos y volverá a salir
maravillosa niebla dorada
de tus ojos
sueño de mandarinas”
Así éramos: una especie de caja rusa repleta de nubes de Magritte, una dentro de la otra. Imaginarios de bolsillo, dijeron luego. Lo cierto es que Lezama Lima, Moctezuma y Nietzsche escribían poemas en las paredes de los lavabos de la Plaza de Catalunya (que ya no existen). Sonaban chispas con halo de estrellas. Éramos algo así como meritorios, estudiantes y especialistas no cualificados. Y cantamañanas, que de todo había en la viña del señor.
Desertores de la razón, eso es lo que éramos. Cabecillas de la nada hecha pedazos. Aunque también soledades del cuarto de estudiar, aporreando la olivetti-lettera y escuchando a Pink Floyd, King Krimson y Jethro Tull. Fumando un canuto tras otro y doblando la realidad como si arqueáramos una vulgar esquina, arrugando el tiempo como un vulgar envoltorio de papel de estaño. Nublados de constelaciones de cristal y ácido lisérgico, disparábamos nuestras andanadas de poemas, en los que, como aprendices de vampiros, acabábamos por no ver ni nuestra triste estampa.
Asamblearios del neón gastado y el papel de fumar, nos asemejábamos a los títulos de las canciones de los Stones. Esqueletos de vinilo y L.S.D. Viajeros en zapatos y suicidas en ascensor.
Y para acabar, consiéntaseme, ya que hablamos de Genís Cano, que rememore aquellos momentos en que Genís hacía su aparición entre las brumas del London, se aposentaba tan cual largo era. ¡Alguna que otra vez con una señora zanahoria colgada del cuello! Y se inmiscuía en el caos general, en el fuego cruzado de las peroratas de Pere Marcilla, de Emilio Cortavitarte, de Enric Casasas y de tantos otros insignes caballeros románticos cuyo nombre el paso del tiempo ahora mismo me impide recordar. Y de tanto en tanto profería una palabra, una expresión envuelta en un halo de admiración, complicidad y, sobre todo, de entusiasmo. Un enunciado cuya fogosidad entrañable Pere López y yo siempre recordaremos con ternura y simpatía, no exenta de devoción. Exclamaba acuuuuuullunant, expresión que podríamos caer en el error o la torpeza de descifrar en castellano como "acojonante" pero que es sencillamente intraducible, ya que más que una palabra era una imagen, una música, una consigna, una invocación a nuestros dioses.
Foto cedida por el propio Genís Cano, en 2004, para la Revista Literatuya
Etiquetas: Poesía
3 comentarios:
Los lavabos de la plaza Cataluña, de malísima fama ganada a pulso, se han convertido en oficina de turismo de Barcelona para guiris: Así nos va.
Yo tengo mayormente asociado el London al jazz, mira por dónde.
Y, en la banda sonora, colocaría también a King Crimson y todo lo que salió de Brian Eno.
No te lo vas a creer, parece imposible, pero es cierto, querido Popaul.
Resulta que en el texto original, de donde ha salido éste que nos ocupa: con correcciones, tachados y añadidos.... la frase completa era... Pink Floyd, King Krimson y Jethro Tull !!!!!!
EL TEXTO EN CUESTIÓN DECÍA ASÍ: "Desertores de la razón, eso es lo que éramos. Cabecillas de la nada hecha pedazos, eso mismo. Aunque también soledades del cuarto de estudiar y la olivetti escuchando Pink Floyd, King Krimson y Jethro Tull, fumando un canuto, doblando la realidad como si dobláramos una vulgar esquina, arrugando el tiempo en un puño armado de ácido lisérgico. Nublados de constelaciones de cristal, disparábamos andanadas de espejos, en los que, como aprendices de vampiros, acabábamos por vernos reflejados."
Lo puedes ver en:
ttp://www.literatuya.com/escritos-y-otras-hierbas/pere-marcilla-pasion-y-furia.htm
No me preguntes por qué, pero el trío no me acababa de sonar bien. ¡Es que somos tan "binomios". Será por eso.
POR SUPUESTO, ahora mismo voy a incluir a KING KRIMSON. ¡Faltaría más!
Gracias por tu clarividencia.
que grande todo esto
saludos
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