8.9.06

Un milagro en el bolsillo


En el bolsillo de la vida cabe de todo. También los rotos por donde se escapa, como un tránsfuga cualquiera, el aire que respiramos: un muchacho que se estrella contra una farola a las cinco de la madrugada. Caso de José Luis: su hijo, estuvo 21 días en coma antes de morir. José Luis no hacía más que repetir, vivirá, debe vivir, si Dios ha dejado que sobreviva eso quiere decir que se salvará. Pero el roto era demasiado grande, un gran agujero negro sin compasión donde cabe de todo, hasta la muerte.
Fue en esa triste circunstancia cuando me enteré que cuando los cirujanos intentan recomponer el puzzle de nuestro esqueleto utilizan los restos de otros esqueletos que pasaron a mejor vida, y que a esos trozos del mecano óseo los llaman pizzeros por razones fáciles de entender. Macabro, claro, pero qué más macabro que ensayar hasta cuando puede aguantar un corazón, un pulmón o un riñón con el chasis hecho trizas. Pero quién era el valiente que le decía algo a José Luis, agarrado como estaba a una maldita esperanza avalada ya no por la existencia, sino (algo mucho más difícil) por la bondad de un Dios desconocido y ausente.
Las circunstancias de mi trabajo me obligaron durante un tiempo a hacer cosas como ésta, sobre todo, encargo de flores y comparecencia en los Tanatorios. José Luis era director de una oficina, militante del PP, aunque a mí esas cosas nunca me han impedido elegir a mis amigos. En este caso, José Luis era un buen tipo y a mí me caía simpático. Compartimos largos ratos en la sala de espera de la Uci del Hospital Clínico, deshojando los días, partiendo los días en pedazos, siempre por el canto romo de una esperanza a todas luces improbable.
Tras el desenlace, vinieron las depresiones. Lo cierto es que al año justo de la muerte de su hijo, el mismo día, ni uno más ni uno menos, el corazón le falló. Cuando supe la noticia me quedé como una estatua. No me vieron ni en pintura. Delegué en todo. Hay veces que uno debe protegerse. Darse una tregua. Mantener la mente limpia durante un tiempo. Aunque sea con Zotal.
Cuando me enteré de la muerte de José Luis y de la sorprendente coincidencia no me atreví a otorgarle ningún significado que no fuera nuestra propia indefensión ante la casualidad. O ante el destino, que tantas veces se parecen tanto que da hasta ganas de reír.
A veces nada es más extraño que lo más común, que los muebles que te rodean, que el rosa pálido de las nubes meciéndose en el diván del martes, donde uno yace esperando el miércoles, y el jueves, y así sucesivamente, sabiendo que contra la casualidad o el destino nada puede hacerse. Que hay días negros pero también los hay de rojos.
Holly temía como nadie a los días rojos. Un día negro es otra cosa: es ese tan común en el que los contratiempos te oscurecen. Los días rojos son, sin embargo, esos en los que un miedo indefinible te ataca por dentro y te convierte en algo ajeno a ti mismo, a una especie de desesperación con patas. Holly (Audrey Hepburn) cogía entonces un taxi y se iba a Tiffany’s, Allí se sentía segura... En la placidez de Tiffany’s - decía- sé que nada malo me puede pasar.
Mirarse uno mismo, sin más, resulta a veces un pequeño consuelo. A volar no nos enseña nadie. Recordar a la Holly de Desayuno con diamantes, a Audrey Hepburn, cantando Moon River en el alféizar de la ventana de su apartamento eso lo aprendí yo solito. Y también a resistirme a dejar que mi vida, como mis pelos, se cuelen una vez más, por el agujero del lavabo.
Así que suelo quedarme, entre otras cosas, con este pensamiento: cada vida es irreductible a nada que no sea ella misma. Un milagro que llevamos en el bolsillo, junto al pañuelo, el monedero y las llaves de casa. Así de sencillo y a pesar de toto.

Blake Edwards: Desayuno con Diamantes (Breakfast at Tiffany’s). Guión: George Axelrod. Basado en la novela de Truman Capote. Música: Henry Mancini
Fotografía: Francoit Edouart. Intérpretes: Audrey Hepburn, George Peppard, Patricia Neal, Buddy Ebsen, Martin Balsam, Mickey Rooney, Jose Luis de Villalonga.

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2 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

Precioso darling, my dear!!, hay dias negros y hay dias rojos. Y hay miedo a la vuelta de vacaciones..., te encuentras con sorpresas, no tan agradables.Cierro mi mano en mi bolsillo...ahí está mi vida.

3:38 p. m.  
Blogger Cronopio ha dicho...

Bueno, está claro que tú eres Audrey Hepburn y yo George Peppard (ejem, digamos que sí). Y el gatito al que Audrey se resiste a darle nombre y que, finalmente, rescata de la lluvia, es el Macari. Y yo, a todo eso, debo andar hurgando en tu bolsillo. La vida... ya lo sabes...

9:21 p. m.  

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