4.8.06

A su manera


No utiliza agendas convencionales. Suele comprarse una libreta escolar en la Papelería donde la Laura, una libretita de espiral, de las baratas y así se organizaba los días y sus observaciones. Porque le gusta hacer las cosas a su manera.
Pidió las vacaciones en la Oficina. Las firmó su jefe, se la entregó él mismo a una de las secretarias del jefe de su jefe y ésta se levantó y la echó sobre una bandeja repleta de papeles, en la estantería de distribución. Su Top y falda a tono no llegó a deslumbrarle como otras veces, ya que no dejaba de mirar el miserable papel disipándose entre tantos otros. En el ascensor todo el mundo le preguntaba por las vacaciones. A veces se le cruzaban los cables y se imaginaba las veinticuatro horas seguidas con Ana y los niños, y así un día tras otro... Entonces empezaba a tartamudear por dentro. Y trataba de imaginarse algo peor que las vacaciones. Y por más esfuerzos que hacía no encontraba nada.
Nunca salgas de viaje con una persona que no amas, dijo una vez Hemingay. A él le parecía bien todo lo que dijera Hemingway, aunque más bien pensaba que todo es relativo, que quizás un viaje pueda conseguir que dejes de amar a la persona que amas.
Le llevó los gatos a su madre. Mifú. Uno de los gatos se llamaba Mifú. Las tres se pusieron de acuerdo, madre e hijas y él se quedó con su propuesta de “Jabato” entre los sobacos. Y es que, además, su madre no estaba nada de acuerdo en que al segundo gatito le hubiera puesto el nombre de “Cenicero”. Porque aquí se jugó la vida y no llegaron a las manos de milagro, aunque lo que si llegó fue la reglamentaria semana de morros, en la que, por supuesto, él siempre salía derrotado. Gritó y vociferó y ellas acabaron cediendo como se cede ante un loco o un tonto. “Imagínate un cenicero de agua”, le explicó a su madre, proponiendo una imagen surrealista que le era muy querida pero a la que su progenitora respondió con un gruñido. Compró un cepillo de púas nuevo, dos cajas de pienso de los que tanto le gustaban a Cenicero y dos saquitos de arena para sus necesidades. Por supuesto, Cenicero era su favorito y a Mifú lo puteaba todo lo que podía.
Todavía recordaba, seis meses atrás, cuando le propuso a Ana que le iría pero que muy bien “una tarde libre” a la semana. Para “respirar”, añadió, siendo entonces plenamente consciente de que la había cagado. Porque con el trabajo –prosiguió a la desesperada- , las interminables labores domésticas, los gatitos, las visitas de sus suegros y dos hijas peleonas, el tiempo libre prácticamente se esfumaba como el humo. -¿Y tú necesitas una tarde libre?- Le respondió su mujer, con esa mirada inquisitiva que casi siempre conseguía fundirle les plomos. Él trató de explicarle que a ella también le convenía un respiro, que le iría de fábula un tiempo libre, quizás alguna cena con sus amigas, una visita a mamá, pero, sobre todo, una tarde de compras. Tardó unos segundos en contestar. Para mirarle a los ojos y decirle que no le gustaba ir sola de compras. Y entonces él recordó aquel tipejo tartamudo cargado de bolsas (sí buana) y obligado a opinar sobre indumentaria femenina, electrodomésticos de la sexta generación, así como de sillones, lámparas de pie y muebles auxiliares, concebidos y creados por mentes enfermas. Intentó comparar esa tortura con las vacaciones y entre tanta oscuridad se le fundieron las palabras. Y en pleno atasco, sucumbió a la tercera opción: otra semana de morros, la especialidad de la casa. Justamente lo que se había ganado con la dichosa propuesta.
Cuando, al día siguiente, tiró el móvil al contenedor de la esquina y se fue al Dry Martini, con unas bermudas estilo rancio pijo de toda la vida, precisamente cuando en el reloj dieron las seis de la tarde y Ana, después de ir a recoger sus gafas a la óptica, de acudir a la cita con el comercial de la Inmobiliaria para ver una "ganga" de piso en el Eixample, de hacer una compra de urgencia en el Super, de recoger a los niños a la salida del cole y dejarlos en casa de su madre, le esperaba impaciente en la puerta de El Corte Inglés, justo entonces, cuando dieron las seis de la tarde, él pidió al camarero del Dry Martín un cóctel de champán, largo de champán y corto de vodza, justo cuando removía ligeramente el poso de azúcar para darle ese tono dulzón que tanto le gustaba, precisamente entonces empezó a sonar la canción de Sinatra, A mi manera. Y justo cuando fue consciente de lo que estaba haciendo percibió, como un amago, la amenaza del terror nocturno, su otro compañero de desdichas. Y, sin embargo, esta vez le gustó esa sensación. Este miedo no se parecía al otro. Este miedo tenía un sabor agridulce, como el cóctel, como esa sensación de libertad tan difícil de explicar que le embargó desde los pies hasta la cabeza, cuando llamó a su casa desde una cabina y dejó un mensaje en el contestador advirtiéndole a Ana que no le esperara despierta, que volvería tarde, si es que volvía.
"My Way" es la versión inglesa de la canción francesa "Comme d'habitude", compuesta por Jacques Revaux, Claude François y Gilles Thibault. En 1968 Paul Anka adaptó la letra al inglés para Frank Sinatra. La canción apareció por primera vez cantada por Sinatra en el álbum My Way de 1969. Existen versiones españolas de Gypsy King, Julio Iglesias y Paul Anka.

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