29.8.06

El visitante


Se despertó a las 5,35. Un poco demasiado pronto, incluso para sus costumbres. En la esquina de la habitación una lámpara de cerámica con forma de cebolla gigante que había permanecido encendida toda la noche, desprendía una luz de estrellas y culebrillas. Ningún secreto a la vista, pues se trataba de las formas de los orificios con las que el artesano había tenido a bien dar rienda suelta a su creatividad. El gato reposaba dormido en una esquina de la cama. Le miraba con esa mezcla de placidez y curiosidad con la que los felinos suelen investigar a los humanos. Sólo movería su breve esqueleto para lamerse las patas o cuando olfatease la renovación diaria de su pienso. En la mesita de noche, un libro de C. Clark.
Decía C. Clark ayer mismo que "por cada hombre que jamás ha vivido, luce una estrella en ese Universo". En ese preciso momento, con una cefalea de cojones, legañoso, sin afeitar, con los cabellos revueltos y esas abultadas bolsas bajo sus ojos turbios, una afirmación de tal calibre le pareció una SOBERANA ESTUPIDEZ. Se rascó los sobacos mientras la cafetera empezaba a calentarse. Dichosa cafetera que cuando sube el café parece que vaya a producirse un terremoto. Pensó una vez más que debía comprar cuanto antes un difusor ya que el artefacto no encajaba en el soporte del fogón y cualquier día el frágil equilibrio podría provocar un accidente doméstico. Pensado y hecho. Justo cuando la cafetera parecía a unto de explotar y él intentaba agarrar su asa sin las correspondientes manoplas, la cafetera se desplomó hacia el lado adecuado, es decir, el de su mano derecha que, instintivamente y por su cuenta y riesgo - puro reflejo - intentó evitar el estropicio y lo único que consiguió fue abrasar los cuatro dedos de su propietario. El dedo gordo se salvó de milagro.
Como hizo un cursillo de socorrismo sabía perfectamente que no debía perder tiempo en buscar pomadas, pastas dentífricas ni mariconadas similares, que tratándose de quemaduras el tiempo es oro, así que maldiciendo a rabiar se abalanzó hasta el grifo de la cocina y sometió su mano a una constante y reparadora ducha de agua fría. Una vez más tranquilo, metió la cabeza dentro del congelador y agarró la bolsa de los cubitos de hielo para el whisky, aplicándosela a los dedos, percibiendo enseguida un creciente alivio. Cuando el hielo se fundió recurrió entonces a la bolsa de los guisantes congelados. Y pensó, como el que piensa porque no tiene otra cosa mejor que hacer, que nunca debería faltar un paquete de guisantes en el congelador.
A regañadientes preparó otra cafetera, realizando cada movimiento con la misma cautela que si estuviera sobre un campo de minas. Ya en su escritorio, encendió por fin el Marlboro y saboreó ese primer cigarrillo del día. El sol asomaba por el Este, con la rapidez de costumbre, ofreciéndole un preludio de dos violines y trompa en la menor. Entre nubes negras y un firmamento de lilas. Fue entonces cuando volvió a recordar la frase de C. Clark. Nadie más amante de la literatura que él. Nadie más respetuoso con la magia oculta de los libros. Nadie más devoto por la poesía, sea en verso o en prosa. Sin embargo, esta vez no pudo menos que dejarse llevar por sus instintos más primarios, así que se dirigió como absorto hasta el dormitorio, agarró el librito del bienaventurado C. Clark y lo arrojó por la ventana de su escritorio con toda la energía y mala leche (y una cierta satisfacción, todo sea dicho) de la que fue capaz a esas horas de la mañana. Con la rabia, el despecho de un lector vilmente engañado.
Y ya empezó a encontrarse mejor. Ya estaba percibiendo una cierta mejoría en su estado general, complacido como estaba en el bienestar de su dedo gordo (el único que se salvó de la quema, como ya sabemos) cuando el mismísimo Oscar Wilde abrió la puerta de su estudio. Sin pedir permiso, como en él era habitual. Asomó su careto de Dorian Grey después de visitar su retrato y le soltó una de sus frases lapidarias: Ni siquiera los Dioses pueden modificar el pasado. Naturalmente, lo echó a patadas.

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5 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

"Leyendo y releyendo, a lo largo de los años, a Wilde, noto un hecho que sus panegiristas no parecen haber sospechado siquiera: el hecho comprobable y elemental de que Wilde, casi siempre, tiene razón." Este importante elogio de Borges quiere combatir el tópico injusto de que Wilde era brillante, pero sólo brillante. Que Wilde era brillante es algo con lo que sería difícil no estar de acuerdo. Nadie como él tuvo el talento de escribir aforismos ingeniosos y libros que parecen perfectos. Pero es que, además, es verdad que casi siempre tiene razón porque detrás de la máscara frívola que lucía en los salones Wilde era una especie de sabio. Oscar Wilde era inteligente y culto, pero conoció el placer y la desdicha, el lujo y los bajos fondos, el éxito y el fracaso, los laureles y el exilio. Conoció la vida en sus manifestaciones más extremas y expresó sus trangresores pensamientos en forma de paradojas, que no suelen ser otra cosa que verdades impopulares.
Un siglo después de su muerte su obra sigue fresca como el primer día. Sus libros se siguen traduciendo, sus comedias se siguen representando y los estudios sobre sus obras y sobre su persona siguen llegando con regularidad a las librerías. Es un clásico. Pero sigue habiendo muchos lectores que no lo toman en serio o que no le perdonan algún aspecto de su biografía. Quizá se deba a que como el burlón Wilde escribió: "El público es asombrosamente tolerante. Lo perdona todo, excepto el genio".


Escrito el 02/09/2006 10:44 por blogeder |

8:34 p. m.  
Blogger Cronopio ha dicho...

Sólo he leído “De profundis” y, por supuesto, “El retrato de Dorian Gray” pero Oscar Wilde siempre ha estado presente, de una forma u otra, en mis tertulias, ya que a menudo he estado rodeado de adoradores/as de Wilde. El mismo que dijo aquello tan hermoso de que “el supremo vicio es la limitación del espíritu."
¿Qué me recomiendas como próxima lectura de Wilde?
Por cierto, sería mucho pedir el poder publicar tu escrito en el blog, firmado con tu pseudónimo (o como prefieras)y tal y Pascual?

1:06 p. m.  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Tendrás que preguntarlo a su autor, quizás vía su blog:
http://blogeder.blogdiario.com/
Saludos

6:07 p. m.  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Blogeder = Blog de Ramón Eder.
Lleno de aforismos muy precisos, merece la pena...

8:04 a. m.  
Blogger Cronopio ha dicho...

Vaya... vaya... con esto de los niks o pseudónimos me hago un lío. Efectivamente, escribiste que el texto era de blogeder. O.K. Pues ya he visitado el blog de Ramón y hasta he introducido un comentario en su aforismo sobre el paraguas. Y me he leído los otros. Gracias por conducirme por estas árduas sendas de la blogosfera...

10:30 p. m.  

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