La echaron a patadas
La inmovilidad de los objetos me fascina. Miro el sillón hasta confundirme con él. Error, todo movimiento. Eso dijo Jacques Rigaut en plena efervescencia surrealista, todavía caliente el cadáver de Dadá. Me gustó su actitud de insumisión (y osadía) ante la relación espacio-tiempo. No me extraña que se suicidara, hay ciertas fijaciones que acaban convirtiéndose en todo un estilo y Rigaut tenía mucho estilo.
Leo frecuentemente a Vila-Matas, un escritor bastante heterodoxo, es decir, seducido por lo raro. Como suele ser frecuente, el éxito le ha llegado con aquello que hace menos bien pero gusta más: las novelas. Dice en alguno de sus libros que "lo que hace soportable la vida es la idea de que podemos elegir cuándo escapar". Ayer los del sindicato me pasaron un papel en cuya cabecera invocaba: Yo también ayudé a morir a Sampedro. Firmé, naturalmente, aunque mi fe en la solidaridad y en las reivindicaciones bienintencionadas es parecida a la que uno siente al salir a las tantas de la noche de una reunión de la comunidad de vecinos habiéndose pasado horas hablando de bajantes, grietas y goteras.
Es decir, estos que parece que lo tienen tan claro son una excepción. La mayoría vacilan, ensayan y acaban haciendo el paripé. Boris Vian, cantante y leyenda perenne a uno y otro lado del Sena (nuestro Sena es peor que el de los parisinos, se llama casticismo y es imposible atravesarlo sin mancharse de historia), era un perfeccionista a su manera. Afirmaba que cuando uno se molesta a sí mismo, ya tiene el motivo y la excusa, y si se deshace entonces de lo que le molesta… de sí mismo… alcanza la perfección. Un círculo que se cierra.
Hace ahora diez años que murió Mª Angeles, condenada súbitamente a un tumor cerebral con ramificaciones homicidas. Mª Angeles era un encanto. Mi querida Mª Angeles, honesta e inteligente muchacha de dieciocho nos dejó de la peor de las maneras: después de una horrorosa agonía debido al maldito tumor. Pensé en ella para secretaria cuando sólo tenía dieciocho años. La única entre la turba de boys boys por su inocencia, por su total renuncia a la vocación generalizada del chismorreo y porque no pertenecía a ninguno de los grupitos que reniegan y critican en el submundo del sector oficinas y despachos. Cuando le propuse ser mi nueva secretaria se asustó la pobre y dijo “¿podré hacerlo bien?”, que es lo que suele decir y pensar la gente seria y solvente cuando le proponen una nueva responsabilidad.
Lo cierto es que Mª Angeles se fue sin previo aviso. Le arrancaron ese aire de encantadora de serpientes, esa belleza que sólo la espontaneidad y la frescura de su sonrisa hacían resplandecer cada día. Ella no quería escapar, apenas había empezado a vivir - y eso se notaba en tantas cosas pero, sobre todo en su alegría y vitalidad- y tampoco se le permitió elegir el momento de salir. La echaron a patadas.
Conclusión evidente: la vida es una mierda. Bueno, eso ya es cosa sabida. Me cago ahora mismo en esa pandilla de almas caritativas consigo mismas que dicen estar en armonía con el Universo, que la vida no se concibe sin la muerte, etcétera. Ahí las querría ver yo. Batallando con un puñado de ramificaciones escarbándote y acuchillándote el cerebro y con el de la bata blanca escupiéndote a la cara la frase maldita: no es benigno, mientras interiormente se rasca el entresuelo pensando que esta noche le espera un polvo memorable con la amante, amiga íntima de su mujer. Como se entere, nos mata.
No te rindas, sin embargo, dicen las damas and gentleman. No dejes que la muerte te acobarde. Pero que yo sepa no me he rendido. Ni siquiera me han hecho prisionero. Y tampoco es que ofrezca ninguna resistencia. Claro, que cualquier día me echan a patadas y se quedan tan frescos.
Vale, los hay que tienen prisa. Burroughs, por ejemplo. Dijo: “Desde mi llegada, hace unos 500.000 años he tenido un solo pensamiento en mi mente. Lo que llamáis historia de la humanidad es la historia de mi plan de huida. No quiero amor. No quiero perdón. Todo lo que quiero es salir de aquí”. Pero no era el caso de Mª Angeles. Ni el mío. Yo no tengo prisa alguna. Me gusta la penitencia.
Leo frecuentemente a Vila-Matas, un escritor bastante heterodoxo, es decir, seducido por lo raro. Como suele ser frecuente, el éxito le ha llegado con aquello que hace menos bien pero gusta más: las novelas. Dice en alguno de sus libros que "lo que hace soportable la vida es la idea de que podemos elegir cuándo escapar". Ayer los del sindicato me pasaron un papel en cuya cabecera invocaba: Yo también ayudé a morir a Sampedro. Firmé, naturalmente, aunque mi fe en la solidaridad y en las reivindicaciones bienintencionadas es parecida a la que uno siente al salir a las tantas de la noche de una reunión de la comunidad de vecinos habiéndose pasado horas hablando de bajantes, grietas y goteras.
Es decir, estos que parece que lo tienen tan claro son una excepción. La mayoría vacilan, ensayan y acaban haciendo el paripé. Boris Vian, cantante y leyenda perenne a uno y otro lado del Sena (nuestro Sena es peor que el de los parisinos, se llama casticismo y es imposible atravesarlo sin mancharse de historia), era un perfeccionista a su manera. Afirmaba que cuando uno se molesta a sí mismo, ya tiene el motivo y la excusa, y si se deshace entonces de lo que le molesta… de sí mismo… alcanza la perfección. Un círculo que se cierra.
Hace ahora diez años que murió Mª Angeles, condenada súbitamente a un tumor cerebral con ramificaciones homicidas. Mª Angeles era un encanto. Mi querida Mª Angeles, honesta e inteligente muchacha de dieciocho nos dejó de la peor de las maneras: después de una horrorosa agonía debido al maldito tumor. Pensé en ella para secretaria cuando sólo tenía dieciocho años. La única entre la turba de boys boys por su inocencia, por su total renuncia a la vocación generalizada del chismorreo y porque no pertenecía a ninguno de los grupitos que reniegan y critican en el submundo del sector oficinas y despachos. Cuando le propuse ser mi nueva secretaria se asustó la pobre y dijo “¿podré hacerlo bien?”, que es lo que suele decir y pensar la gente seria y solvente cuando le proponen una nueva responsabilidad.
Lo cierto es que Mª Angeles se fue sin previo aviso. Le arrancaron ese aire de encantadora de serpientes, esa belleza que sólo la espontaneidad y la frescura de su sonrisa hacían resplandecer cada día. Ella no quería escapar, apenas había empezado a vivir - y eso se notaba en tantas cosas pero, sobre todo en su alegría y vitalidad- y tampoco se le permitió elegir el momento de salir. La echaron a patadas.
Conclusión evidente: la vida es una mierda. Bueno, eso ya es cosa sabida. Me cago ahora mismo en esa pandilla de almas caritativas consigo mismas que dicen estar en armonía con el Universo, que la vida no se concibe sin la muerte, etcétera. Ahí las querría ver yo. Batallando con un puñado de ramificaciones escarbándote y acuchillándote el cerebro y con el de la bata blanca escupiéndote a la cara la frase maldita: no es benigno, mientras interiormente se rasca el entresuelo pensando que esta noche le espera un polvo memorable con la amante, amiga íntima de su mujer. Como se entere, nos mata.
No te rindas, sin embargo, dicen las damas and gentleman. No dejes que la muerte te acobarde. Pero que yo sepa no me he rendido. Ni siquiera me han hecho prisionero. Y tampoco es que ofrezca ninguna resistencia. Claro, que cualquier día me echan a patadas y se quedan tan frescos.
Vale, los hay que tienen prisa. Burroughs, por ejemplo. Dijo: “Desde mi llegada, hace unos 500.000 años he tenido un solo pensamiento en mi mente. Lo que llamáis historia de la humanidad es la historia de mi plan de huida. No quiero amor. No quiero perdón. Todo lo que quiero es salir de aquí”. Pero no era el caso de Mª Angeles. Ni el mío. Yo no tengo prisa alguna. Me gusta la penitencia.
Etiquetas: crónicas
2 comentarios:
El autofín de Jacques Rigault me da la impresión que llegó por su asqueo ante la cosa militar. Al menos eso barrunté cuando leí su "Agencia general del suicido" (Cuadernos Anagrama), en plena época en que, personalmente, me las tenía que ver con todo eso del servicio obligado a la patria.
Es curioso: el mismo tema que le hizo escribir a Boris Vian su quizás más famosa y para mí su mejor canción, esa que empieza como una carta: "Mr president...", para ir exaltando poco a poco la deserción.
En una semana en que un tumor de una amiga ha pasado de ser benigno a reconocerse como maligno (aquí sí que parece haber quedado la solución maniquea), créeme, cronopio, o morsa, que, por una vez, y sin que sirva de precedente, suscribo el escrito casi al 100%.
Bueno Bueno ¡Acabáramos! ¿También has leído la "Agencia General del suicidio"? Estoy pasmao...
Gracias nuevamente por tus comentarios.
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