17.6.08

La mamaíta


Estábamos tomando el aperitivo en el patio interior de unas galerías comerciales de Salou, flanqueados por sólidos maceteros, por hermosas kentias y altísimos ficus benjamines. Rodeados por lo tanto de una variada selección de tiendas con unos escaparates que, francamente, llamaban la atención. Sólo desentonaba, en una de ellas, una gran fotografía de Paul McCartney en blanco y negro, un McCartney ya maduro, moña diría yo, con las sienes plateadas y la mirada barrida por los éxitos y el agobio de ser demasiado famoso como para parecer verdaderamente real. Los altavoces, pequeños pero potentes, colocados con esmero en el interior de los ficus, hacían posible escuchar a Ricky Martin y contemplar al mismo tiempo el azul turquesa del cielo de la costa Dorada. Y, además al grupo de rock AC/DC por los auriculares, formando parte, el conjunto, de una misma y compacta sensación sin espacio ni tiempo definidos. Aunque, tan pronto acabó el rollo de Ricky Martin pusieron a Radio Futura: Escuela de calor.
Eso ya era otra historia.
Empezaba a sentirme cómodo en mi concha de bonsái, en mi pequeño mirador de escotes y bañadores piadosamente disminuidos en la zona de la ingle. Ella, esa chica fenómeno situada a tres mesas de distancia dejó de reírse por un instante, echó hacia atrás su hermosa cabellera y por fin se fijó en mí por primera vez. Mantuvo durante unos segundos su mirada en la mía, y, ¡cómo no!, se me heló la respiración. Y mira que hacía calor. Percibí enseguida los habituales síntomas de bloqueo, eso que mundanamente se llama timidez y que en mi caso revertía en una parálisis total de cuerpo y mente, incapaz de cualquier movimiento pero, sobre todo, de pensar otra cosa que en el deseo irrefrenable de hallarme a mil millas de distancia (y digo millas y no kilómetros), cuando justo mi padre me sujetó por el cogote en un gesto que pretendía ser amistoso, de camarada, amigo o lo que se llevara en su dichoso mundo en el que el padre es la medida de todas las cosas, y que yo soportaba con una dulce, hipócrita y mezquina mirada inundada de rencor.
Cuando mi padre se explayaba en digresiones afectivas era mucho peor que al natural. Significaba que quería soltarme el rollo de siempre: Pero ¿de qué puede quejarse un mocoso como tú, dieciséis años mal contados, la vida regalada como quien dice, sin trabajar, sin mayores preocupaciones que la de ir a jugar al fútbol sala con los amigos. Mírame a mí. Yo trabajé desde los trece años... Etcétera.
Sí, reconozco que a veces se me cruzan los cables y me lanzo al vacío sin paracaídas. Ya sé que se trata de la osadía del perdedor, de la audacia del que tiene poco que perder, pero aún así, me pasé de la ralla. ¡Vaya si me pasé!
- Papaíto mío – le dije, dispuesto a todo por hacerme el gracioso, craso error, por supuesto - ¿Sabes que necesita una polla huérfana?
- ¿Qué estás diciendo? – respondió él, arrugando el entrecejo.
- … Una mamaíta, je je je
Reaccionó como no podía ser de otra manera. Llamándome enano sarnoso y con una media hostia que me crucificó el tabique nasal.
Texto: Artur Montfort
Fotografía de Marcelo Aurelio: The ship song
Nocturama Fotoblog
Serie "por el mar", 5 de abril de 2008
http://www.arte-redes.com/nocturama/?p=1566

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