25.5.08

Javier Pérez Andujar: Los príncipes valientes


Amigo Pérez Andujar, permíteme este breve tributo a tus andanzas.
Con tu punto de vista al modo de presente pretérito, con la precisión del doctor Barnard, que llegó a la luna del trasplante cuando nuestros corazones permanecían más encogidos y amilanados que nuestros mayores en las barricadas de su mísera supervivencia, y la televisión y la realidad todavía eran en blanco y negro…
Y - ¿por qué no decirlo? – con un virtuosismo que tu querido Marcel Proust enfatizaría añadiendo y remarcando que “el estilo es la visión del mundo”, tú crónica sentimental me lleva por las rutas de la liturgia de los recuerdos convertidos, ¡ZAS!, por arte de la magia potagia, en presente de indicativo. Pero, lo advierto, no lo hago, leer tu valiente libro “LOS PRÍNCIPES VALIENTES” con esa voracidad de los que llegan presumiendo de haberse leído el último libro de Ruiz Zafon “de un tirón”, como si la rapidez en la lectura fuera la mejor virtud, la suprema ostentación, sino, muy al contrario. Demoraré la lectura como cuando de crío demoraba el bocadillo de sobrasada o de foie gras, saboreando cada bocado, retardándolo al máximo, temiendo siempre el momento final de ese breve placer. Intentando que tras su lectura no me abandone - como por otra parte hago con todos los libros que de verdad me interesan - esta sentimentalidad, cruda y tierna a la vez, con la que armas tus retratos, lidiando con tu cubismo de silla y guitarra (sí, como Paco Ibáñez) en la cuerda floja del sentimentalismo pero sin caer una sola vez en el vacío de la melancolía, ni siquiera de la añoranza.
De esta manera, cuál Príncipe Valiente, pasas de una habitación a otra, en la casa en ruinas que fue nuestra niñez, Es decir, de una casa sin otra alma que la nuestra, ni otra patria que la que nos vio crecer, mientras todavía sonaban fuertes los cantos de guerra de los vencedores y nosotros permanecíamos agarrados a la geografía de un mundo de tebeo, como si de un salvavidas se tratara.
Todo eso me lo cuentas, aunque parezca que lo escribas, en un mundo “donde los gatos deambulan como hidalgos arruinados”. Y todo eso lo haces, armado de tu capa de “El guerrero del antifaz” y de un lenguaje radical y soberano, con esa sutileza y rotundidad que ha conseguido ensalzarme, y, por eso mismo, me ha obligado inexorablemente al tributo (siempre excepcional) de dejar de leer lo que escribes y zambullirme en lo que cuentas, para convertirme en uno de tus personajes “recortables”. Como si nos fuéramos juntos, tú y yo, y Julio Verne, por supuesto, al mismísimo centro de la Tierra, es decir al miserioso bosque de nuestra memoria más sagrada (aquella que pretendieron robarnos unos ladrones del tres al cuarto), la de nuestra inmolada identidad, sin importarnos las humillaciones, los capones, ni siquiera esas grandes torres eléctricas en las que, sin duda alguna, y como muy bien dices, acabaríamos electrocutados, fritos como churros.

Fragmento de "los príncipes valientes":
“Los domingos por la mañana, en su misa de pañuelos rojos, mi madre cierra las cortinas del balcón y escucha en un radiocasete la grabación de un parlamento que ha dado la Pasionaria recientemente en Moscú o tal vez en Roma, y la Pasionaria, con su voz de mujer que desde muy joven conferencia desde la historia y para la historia, habla en un castellano antiguo, de antes de la guerra, para que la escuche un público de españoles escondidos en su casas. También tiene mi madre grabadas en cintas las canciones roncas, nudistas, de la canción protesta. Con Paco Ibáñez, con su cubismo de silla y guitarra, aprenderé de memoria las primera poesías, o los primeros fragmentos de poesías, que son versos de Jorge Manrique, de Blas de Otero, de Gabriel Celaya, de Rafael Alberti, de García Lorca. La poesía hispánica va a caerme a las manos como un arma cargada sobre todo de poesía. Militaré en la lectura de tebeos, pero militaré del mismo modo en la voz y en la palabra, y en mi confusión de cosmogonías no sabré bien si la función cardinal del lenguaje es apuntalar verdades, que los poetas llaman amargas, bárbaras, terribles, amorosas, o quizá sea mejor hablar sólo para hacer literatura o para hacer poesía, que es la manera más popular de hacer literatura. Escucharé las canciones de Paco Ibáñez, muy quieto y atento, en pie, junto a la silla verde, y se me quedarán en mi fantasía doméstica imágenes de humaredas perdidas, que son las del tabaco de los amigos de mi padre reunidos en torno a la mesa del comedor de nuestra casa, y se me quedarán también imágenes de neblinas estampadas, que son las del papel estampado del pasillo. E igualmente, con el oído lleno de versos, contemplo la caja en la que guardo los tebeos, que es una caja de tapa transparente donde venía una camisa, y no puedo dejar de imaginarme que el cantante se refiere a ellos, a los tebeos, cuando dice qué dolor de papeles que ha de llevar o ha de barrer el viento.”
Javier Pérez Andujar: Los príncipes valientes
Tusquets Editores, colección andanzas, 2007, Págs. 39-40

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2 comentarios:

Blogger Los Burgomaestres ha dicho...

Magnífico el comentario, digno del libro comentado y de su valentísimo autor. Uno, que no está hecho para la lírica no se siente con capacidad para intentar acometer la empresa de hacer un comentario al comentario digno de nada. Pero muy bien, vaya.

11:52 p. m.  
Blogger Cronopio ha dicho...

Gracias, Burgomaestre… Ciertamente, hay libros y libros y éste, como tantos otros, no merecería pasar desapercibido. Lo cierto es que el show business es un rollo patatero y casi me alegro (mira lo "miserable" que soy) ser de los pocos que disfrutarán de la lectura pausada y lenta de este manjar…
Que se jodan los devoradores de Zafones y Nohas Gordons y Lens Follets…!!!

9:54 p. m.  

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