Un momento sénior
Sigue pensando, a pesar de todo, de todas las calamidades sufridas, que un dormitorio es mejor que un cuarto de estar y que una conversación es preferible a una persecución.
Es una cuestión de temperamento, asegura, cuando le piden cuentas. A pesar de que las cosas no le van muy bien últimamente. Amigos que desaparecen (no físicamente, se entiende, ¡todavía no hemos llegado a eso, afortunadamente!, protesta) y que hacían mucho más llevadero este viaje que – reconoce- nunca le ha gustado hacer en soledad. “La soledad es reconfortante con uno mismo pero empobrecedora si la practicas con los demás”, afirma, en una frase que encuentro de lo más afortunada. Sobre todo – prosigue - si estos amigos lo son desde los tiempos de Manolo Santana y Juan Gisbert, y de Armsrong pisando la Luna. Perder un amigo, concluye, es como si se te rompiera algún espejo, como si nuestro mundo se empequeñeciera un poco más, y cada vez tuviéramos menos lugares en los que mirarnos con cierta clemencia, o como mínimo, con una amigable complicidad. Al fin y al cabo, concluye, un clavo no se saca con otro clavo. Se saca con un amigo.
Aunque las cosas siempre pueden empeorar, apostilla. Por ejemplo, cuando esa mujer que me trae loco persiste en tratarle como amigo, y él se pregunta “¿Se puede ser amigo de la mujer que quiere profundamente a su marido?”
Le cuento la divertida anécdota que escribió el otro día Màrius Carol en La Vanguardia: “Barbra Streissand grabó hace unos meses el disco recopilatorio de 45 años de trayectoria musical en e Wembley Arena y en un momento de la actuación, mientras el público le dedica frases elogiosas, se la oye dirigiéndose a su audiencia: ‘No acabo de entender lo que me dicen, no sé si es por el acento inglés o por eso que yo llamo un momento sènior”.
Siempre le digo que cuando le invada la melancolía, o lo que es lo mismo, un momento sénior, al modo de Streissand-Carol, no tiene más que llamarme por teléfono, da igual la hora, y nos vamos a tomar una copa al Dry Martinti o donde sea que todavía esté abierto en esta Barcelona cursi del AVE y horarios europeos. Porque ya quedan pocos amigos seniors, si es que queda alguno, que se ofrezca a que le llames a cualquier hora. Pero él inevitablemente recibe mi oferta como una cortesía, así que la mayoría de las veces acaba saliendo de casa como alma que lleva el diablo. Pasea un rato hasta que se queda parado, permaneciendo largo tiempo mirando como la lluvia de este agosto cafre cae sobre la calle. Y cuando regresa a casa, se sienta en el sofá, junto al teléfono, esperando la llamada de Barbra Streissand. Incluso aceptaría una de breve del admirado Búster Keaton. Pero nadie llama. Hasta los amigos más famosos suelen andar demasiado ocupados.
Ciertamente, un perro es mejor que un paisaje, lo mismo que un beso es preferible a un adiós.
Es una cuestión de temperamento, asegura, cuando le piden cuentas. A pesar de que las cosas no le van muy bien últimamente. Amigos que desaparecen (no físicamente, se entiende, ¡todavía no hemos llegado a eso, afortunadamente!, protesta) y que hacían mucho más llevadero este viaje que – reconoce- nunca le ha gustado hacer en soledad. “La soledad es reconfortante con uno mismo pero empobrecedora si la practicas con los demás”, afirma, en una frase que encuentro de lo más afortunada. Sobre todo – prosigue - si estos amigos lo son desde los tiempos de Manolo Santana y Juan Gisbert, y de Armsrong pisando la Luna. Perder un amigo, concluye, es como si se te rompiera algún espejo, como si nuestro mundo se empequeñeciera un poco más, y cada vez tuviéramos menos lugares en los que mirarnos con cierta clemencia, o como mínimo, con una amigable complicidad. Al fin y al cabo, concluye, un clavo no se saca con otro clavo. Se saca con un amigo.
Aunque las cosas siempre pueden empeorar, apostilla. Por ejemplo, cuando esa mujer que me trae loco persiste en tratarle como amigo, y él se pregunta “¿Se puede ser amigo de la mujer que quiere profundamente a su marido?”
Le cuento la divertida anécdota que escribió el otro día Màrius Carol en La Vanguardia: “Barbra Streissand grabó hace unos meses el disco recopilatorio de 45 años de trayectoria musical en e Wembley Arena y en un momento de la actuación, mientras el público le dedica frases elogiosas, se la oye dirigiéndose a su audiencia: ‘No acabo de entender lo que me dicen, no sé si es por el acento inglés o por eso que yo llamo un momento sènior”.
Siempre le digo que cuando le invada la melancolía, o lo que es lo mismo, un momento sénior, al modo de Streissand-Carol, no tiene más que llamarme por teléfono, da igual la hora, y nos vamos a tomar una copa al Dry Martinti o donde sea que todavía esté abierto en esta Barcelona cursi del AVE y horarios europeos. Porque ya quedan pocos amigos seniors, si es que queda alguno, que se ofrezca a que le llames a cualquier hora. Pero él inevitablemente recibe mi oferta como una cortesía, así que la mayoría de las veces acaba saliendo de casa como alma que lleva el diablo. Pasea un rato hasta que se queda parado, permaneciendo largo tiempo mirando como la lluvia de este agosto cafre cae sobre la calle. Y cuando regresa a casa, se sienta en el sofá, junto al teléfono, esperando la llamada de Barbra Streissand. Incluso aceptaría una de breve del admirado Búster Keaton. Pero nadie llama. Hasta los amigos más famosos suelen andar demasiado ocupados.
Ciertamente, un perro es mejor que un paisaje, lo mismo que un beso es preferible a un adiós.
Etiquetas: crónicas
2 comentarios:
Parece que el clima de este verano (que ha dejado, por cierto, una Barcelona muy practicable)ha dejado en compensación un cierto poso melancólico.
¡Si las morsas debieran estar radiantes con todas estas aguas y el alejamiento de aquellas amodorrantes temperaturas habituales!
Eso pensaba, vaya.
Ah, tanto viaje corto no le sienta bien a las Morsas. Prefieren lugares más “remotos”, como Oporto, ejem...
Pero, querido Popaul, ya sabes lo que dijo el cenizo de Arturo Schopenhauer, en aquel manual de autoflagelación titulado “Eudomonología”, que uno tuvo la “villanía” de leer de joven: “Para no llegar a ser muy desgraciado, el medio más seguro es no aspirar a ser muy feliz.” ARTURO SCHOPENHAUER: Eudemonología, Ed. Ibéricas, Madrid, 1961, Pág. 193
Por cierto, ¿bien les vacances?
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