Enrique Vila-Matas: El gran fisgón
Con París no se acaba nunca y, en general, leyendo cualquiera de las pesquisas de Enrique Vila-Matas me lo imagino en las entrañas de Zanzíbar encontrándose con el Doctor Livingstone y endosándole la famosa frase de sobra conocida.
Como quiera que fuere, siempre llego a la misma conclusión: la de que el autor se lo pasa de muerte con su famosa literatura portátil. Que le encanta esa actividad de detective que le permite encontrar al asesino en los barrios bajos de las otras literaturas. También concluyo que el mejor Vila-Matas no es el novelista, sino el fisgón. Un fisgón con rango de deshollinador compulsivo que se ve impelido a moverse en las orillas de esos ríos que los asalariados de la literatura suelen llamar novelas.
Porque es allí precisamente, en las fronteras del texto, en los confines de la literatura, donde Vila-Matas se halla más a gusto, con escritores suicidas e, incluso, con escritores que no escriben. Pero, también, y por encima de todo, con relatos insobornables, textos que permiten (y que administran) la reflexión, la digresión, la lentitud, la dificultad y, en consecuencia, la obligada relectura. Cualquier esfuerzo no es en vano siempre que se pueda evitar ese momento “crítico” del amigo que, con una sonrisa de oreja a oreja, exclama entusiasmado: ¡Me lo he leído de un tirón!
Contrario a la perfección como fundamento, Vila-Matas está siempre dispuesto a acabar con los números redondos. Quizás sea por ello que a pesar de que la jerarquía literaria se empeñe en premiarle sus novelas él prefiera (quiero creerlo así) seguir deleitándonos con su proverbial diletantismo de coleccionista friki. De ahí su fervor por lo raro que tan bien queda reflejado en sus ensayos, breviarios, cuadernos, diarios, notas o como queramos llamar a ese discurrir del viajero más lento.
Puede que uno de los motivos sea que así se siente más el otro que él mismo. Todo un clásico, esta disyuntiva que ni siquiera los heterónimos solucionan. Y si no, que se lo cuenten a Pessoa. Sea como fuere, confieso que es ésa precisamente la única forma con la que disfruto leyendo (y viajando): con lentitud. Demorándome. Aplazándome. Como si nunca hubiera otro libro esperándome, otro museo que visitar, otra autopista que recorrer. Johnny Guitar era un poco así.
Fragmento de "París no se acaba nunca", de Enrique Vila-Matas:
“Johnny Guitar, de Nicholas Ray, es la película que más veces he visto en mi vida. En cuanto la pasaban en París en alguna sesión golfa, allí estaba yo en la cola nocturna, dispuesto a ver aquella película por enésima vez. Me fascinaban sus diálogos sobre el amor y me encantaba la seguridad que emanaba de la fuerte personalidad del héroe. Pensaba que de haberle conocido en mi infancia, ésta habría sido muy distinta de lo que había sido. Me imaginaba a mí mismo durmiendo en mi cuarto de niño, alejado de cualquier terror nocturno, sabiendo que Johnny Guitar guardaba la casa. Me sabía de memoria todo lo que el héroe decía en la película, sobre todo los diálogos de amor, como aquel en el que Johnny (Sterling Hayden) le pregunta a Viena (Joan Crawford) a cuántos hombres ha amado y Viena le pregunta a Johnny a cuántas mujeres ha olvidado.”
Enrique Vila-Matas: París no se acaba nunca (2003). Anagrama. Narrativas Hispánicas. 233 páginas
Como quiera que fuere, siempre llego a la misma conclusión: la de que el autor se lo pasa de muerte con su famosa literatura portátil. Que le encanta esa actividad de detective que le permite encontrar al asesino en los barrios bajos de las otras literaturas. También concluyo que el mejor Vila-Matas no es el novelista, sino el fisgón. Un fisgón con rango de deshollinador compulsivo que se ve impelido a moverse en las orillas de esos ríos que los asalariados de la literatura suelen llamar novelas.
Porque es allí precisamente, en las fronteras del texto, en los confines de la literatura, donde Vila-Matas se halla más a gusto, con escritores suicidas e, incluso, con escritores que no escriben. Pero, también, y por encima de todo, con relatos insobornables, textos que permiten (y que administran) la reflexión, la digresión, la lentitud, la dificultad y, en consecuencia, la obligada relectura. Cualquier esfuerzo no es en vano siempre que se pueda evitar ese momento “crítico” del amigo que, con una sonrisa de oreja a oreja, exclama entusiasmado: ¡Me lo he leído de un tirón!
Contrario a la perfección como fundamento, Vila-Matas está siempre dispuesto a acabar con los números redondos. Quizás sea por ello que a pesar de que la jerarquía literaria se empeñe en premiarle sus novelas él prefiera (quiero creerlo así) seguir deleitándonos con su proverbial diletantismo de coleccionista friki. De ahí su fervor por lo raro que tan bien queda reflejado en sus ensayos, breviarios, cuadernos, diarios, notas o como queramos llamar a ese discurrir del viajero más lento.
Puede que uno de los motivos sea que así se siente más el otro que él mismo. Todo un clásico, esta disyuntiva que ni siquiera los heterónimos solucionan. Y si no, que se lo cuenten a Pessoa. Sea como fuere, confieso que es ésa precisamente la única forma con la que disfruto leyendo (y viajando): con lentitud. Demorándome. Aplazándome. Como si nunca hubiera otro libro esperándome, otro museo que visitar, otra autopista que recorrer. Johnny Guitar era un poco así.
Fragmento de "París no se acaba nunca", de Enrique Vila-Matas:
“Johnny Guitar, de Nicholas Ray, es la película que más veces he visto en mi vida. En cuanto la pasaban en París en alguna sesión golfa, allí estaba yo en la cola nocturna, dispuesto a ver aquella película por enésima vez. Me fascinaban sus diálogos sobre el amor y me encantaba la seguridad que emanaba de la fuerte personalidad del héroe. Pensaba que de haberle conocido en mi infancia, ésta habría sido muy distinta de lo que había sido. Me imaginaba a mí mismo durmiendo en mi cuarto de niño, alejado de cualquier terror nocturno, sabiendo que Johnny Guitar guardaba la casa. Me sabía de memoria todo lo que el héroe decía en la película, sobre todo los diálogos de amor, como aquel en el que Johnny (Sterling Hayden) le pregunta a Viena (Joan Crawford) a cuántos hombres ha amado y Viena le pregunta a Johnny a cuántas mujeres ha olvidado.”
Enrique Vila-Matas: París no se acaba nunca (2003). Anagrama. Narrativas Hispánicas. 233 páginas
4 comentarios:
Desde Finlandia -en uno de los límites del mundo- le mando una senal de estar de acuerdo con muchas cosas de las que dice. Helsinki, por cierto, es verdaderamenre raro. Y ya no digamos Provoo, a una hora de camino. Y sí, lo de las novelas muchas veces es un incordio.
V-M
Gracias amigo/a. La “red” sigue sorprendiéndome... ¡Finlandia!... No sé si los cronopios sabríamos sobrevivir, aunque seguro que las morsas sí, y como usted sabe el que suscribe es un cronopio disfrazado de morsa. O viceversa, que nunca se sabe.
Me encanta que comparta mi entusiasmo por el Vila-Matas no-novelista. Esperemos que la fama no nos lo estropee y lo convierta en un “fama” (de los de Cortazar, quiero decir), valga la redundancia.
Me alegra también que Helsinki sea raro. Barcelona cada vez es menos rara, Estos dichosos funcionarios municipales la están convirtiendo en una especie de Burguer King para turistas y viajeros rápidos en general. La velocidad está acabando con nosotros, esa es la pura realidad.
Un abrazo
Sorprende también, de Vila-Matas, pescar algún texto antiguo, de cuando aún se tenía que postular como escritor y, sin acentuar esas "rarezas" de que hablas (que, no nos engañemos, lo han hecho ser lo que es y que nos guste), ofrecía un escrito directo, sin afectación alguna, preciso, contando lo que tenía que contar, pero como cosa (y con forma) propia.
Me he quedado ahora maravillado de lo acertado de lo que explicaba y trasmitía en su "Venecia, un interior", que ya había leído hace bastante tiempo y (a tenor de lo subrayado y de lo ahora recordado)disfrutado.
Lo malo de su situación actual, creo yo, es que ahora ya está obligado a acentuar esas rarezas suyas que tanto nos gustan, y ya no podría nunca excribir un texto tan simple (aparentemente) y acertado como ese. ¿No?
Un saludo
Es cierto, Vila-Matas es lo que es gracias sobre todo, a sus rarezas. Mi primer (y único, y último, ¡ay!) editor me dijo que el primer libro siempre es el mejor. A mí se me ocurrieron mil ejemplos de lo contrario, pero (mea culpa) no quise llevarle la contraria por razones obvias (nos hallábamos ante mi “primer” libro).
Así pues, resulta difícil imaginarme que Vila-Matas vuelva a escribir con aquella frescura libritos tan sugerentes como los mencionados.
Esto de la fama tiene sus desventajas. Para los lectores, sobre todo. Digo.
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