La princesa de Lienchestein
A él le encanta John Wayne, sobre todo cuando declara, convencido, sus dos principios básicos: 1.Que no te vean sangrar. 2.Ten preparado siempre un plan de fuga. Dos buenos consejos para sobrevivir en esta bella metrópoli que lo aturde y maltrata.
Ella se levanta con prisas. Con un nerviosismo interno digno de un camionero a punto de partir para los Países Bajos. Se pone la mar de seria, aunque no hay un ápice de afectación en su rostro. Hace un respingo entre la nariz y la boca, aprieta los dientes y sus brazos se tensan como cuerdas de guitarra. Espesas y anestésicas nubes cubren el cielo, pero eso tampoco la detiene. Entonces, exclama, no sé si llegaremos...
No se engañen. Quiere decir que llegarán a tiempo pero que, para ello, tendrá que darle caña al coche, que es lo que a ella la pone cuando ha tenido una semana súper estresada. Los fines de semana que deciden salir empiezan siempre así: veloces como dardos en un pub irlandés. Llegaron a tiempo, por supuesto. Pero, sobre todo, llegaron a tiempo de encontrarse, después de tantos años. Que es lo más plus, dice él. Claro que ella, al principio de su relación, no se cansaba de repetir que todo lo que empieza acaba. Y de tanto repetir ese estribillo le acabó transfiriéndole la sombra de la duda. Es cierto que por todo ello, y también influenciado sin duda por tanta película, llegó a pensar que, en el amor, aquel que más se entrega acaba perdiendo siempre la partida.
Claro que cuando el tiempo vuelve a la lentitud que le es propia – y beneficiosa - y ella se arregla para la cena, ciñéndose su precioso chal violeta, parece la mismísima Princesa de Liechenstein. Y cuando, ya de vuelta, y con una espléndida luna suspendida sobre la oscura silueta de la copa de los árboles, se desnudan y acaban jugando un poquito en la cama, se deleitan y gozan con esa ternura de otros tiempos. Hasta que ella se abandona como sólo saben hacerlo las princesas. Entonces es cuando él descubre que ha dejado de sangrar y que ya ni recuerda por dónde y de qué iba el dichoso plan de fuga.
Ella se levanta con prisas. Con un nerviosismo interno digno de un camionero a punto de partir para los Países Bajos. Se pone la mar de seria, aunque no hay un ápice de afectación en su rostro. Hace un respingo entre la nariz y la boca, aprieta los dientes y sus brazos se tensan como cuerdas de guitarra. Espesas y anestésicas nubes cubren el cielo, pero eso tampoco la detiene. Entonces, exclama, no sé si llegaremos...
No se engañen. Quiere decir que llegarán a tiempo pero que, para ello, tendrá que darle caña al coche, que es lo que a ella la pone cuando ha tenido una semana súper estresada. Los fines de semana que deciden salir empiezan siempre así: veloces como dardos en un pub irlandés. Llegaron a tiempo, por supuesto. Pero, sobre todo, llegaron a tiempo de encontrarse, después de tantos años. Que es lo más plus, dice él. Claro que ella, al principio de su relación, no se cansaba de repetir que todo lo que empieza acaba. Y de tanto repetir ese estribillo le acabó transfiriéndole la sombra de la duda. Es cierto que por todo ello, y también influenciado sin duda por tanta película, llegó a pensar que, en el amor, aquel que más se entrega acaba perdiendo siempre la partida.
Claro que cuando el tiempo vuelve a la lentitud que le es propia – y beneficiosa - y ella se arregla para la cena, ciñéndose su precioso chal violeta, parece la mismísima Princesa de Liechenstein. Y cuando, ya de vuelta, y con una espléndida luna suspendida sobre la oscura silueta de la copa de los árboles, se desnudan y acaban jugando un poquito en la cama, se deleitan y gozan con esa ternura de otros tiempos. Hasta que ella se abandona como sólo saben hacerlo las princesas. Entonces es cuando él descubre que ha dejado de sangrar y que ya ni recuerda por dónde y de qué iba el dichoso plan de fuga.
5 comentarios:
Mi amol!!!, que bonito...
Anónimo siempre a punto en el momento oportuno.
Un saludo a los dos.
precioso.
la mejor prosa del verano sin duda....
bye
Gracias Popaul!!! No se te escapa ni una, por cierto.
Tenkius, sonja, caray con este verano, nada, que uno se pone sentimental y, como diría Julio (Cortazar) "la mano aprende por su cuenta si se la deja, y entonces en una de esas agarra el aparato y cuando te das cuenta tenés a las señoritas de Avignon en mucho mejor, hay que darle su chance al azar y a la paciencia, no te parece."
Pues así andamos...
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