24.6.07

Tatuajes


Escuché su voz en el lugar y momento más inesperados: en la cocina, el jueves pasado, en el programa Hoy por Hoy de la Cadena Ser, mientras me preparaba el desayuno. Era Kim Phuc explicándome en castellano, un castellano leído, aunque claro y diáfano, de una mujer de cuarenta y pocos años, de voz tranquila y cálida. Y de una firmeza –nada tatcheriana- de esas que suenan a verdad. Y más que eso: percibí, consternado, su arrojo y energía más allá de sus palabras.
Le perdí el rastro desde aquella fotografía que quedó tatuada, como una herida de guerra, en el mapamundi de nuestras rabias e indignaciones particularmente generacionales, producto a la vez de una época no menos cruel y depredadora que tantas otras y que un extranjero procedente del más allá de nuestra Vía Láctea, no sin triste razón, diría que “está en nuestra naturaleza”.
Había otros tatuajes: la foto del cadáver de Ernesto Che Guevara boca arriba en una ruinosa escuela de Bolivia. El cuerpo esquelético y con la panza hinchada de un niño de Biafra, expoliada su carne por un ejército de moscas. Los jóvenes del mayo del 68, en París, montando inútiles barricadas contra el señorío de la clase media. La imagen de Salvador Allende saliendo por la puerta trasera del Palacio de la Moneda, como un ladrón de bicicletas, metralleta en mano (con un jersey y una chaqueta que no le pegaban nada) momentos antes de morir. Y, sobre todas ellas, la foto de portada de la revista Triunfo, en negro y con una única palabra en rojo sangre: Chile. Los mataron como a ratas. A unos los fusilaron y enterraron en fosas comunes, a otros simplemente los lanzaron, todavía vivos, desde sus aviones sobre el océano. A todos los torturaron con un ensañamiento que posiblemente conseguiría, esta vez sí, sorprender a más un de viajero de más allá de nuestra Vía Láctea.
Ninguno de esos tatuajes ha sobrevivido a la terrible (y temible) constancia de los que hacen de la ira de sus ideas un exterminio (al grito de ¡No hay prisioneros!) no sólo de la vida sino de su memoria. Son los que rescriben la historia, los que hacen pura rapiña de nuestros recuerdos, los que niegan la evidencia, los que convierten, finalmente, nuestras heridas en iconos de feria, mofándose de ellos, de Thi Kim Phuc y de tantos otros. Sin pestañear, saboreando con una fruición, más allá de lo humano, el olor al napalm de nuestros cadáveres. De su victoria.

Esta fotografía fue tomada el 8 de junio de 1972 durante la guerra del Vietnam. Un avión norteamericano bombardeó con napalm el pueblo de Trang Bang, a 50 kilómetros de Saigón, donde se encontraba Kim Phuc de 9 años junto con su familia.
La foto fue atribuida al periodista americano Nick Pat, por la que recibió el premio Pullitzer y que además en el momento del bombardeo no se encontraba ni en el lugar. Fue el fotógrafo vietnamita Nick Ut, quien para la agencia Associated Press tomó la famosa foto con su Leica M2 y un 35mm. La foto dic la vuelta al mundo y sirvió para que la gente viera la barbarie que se estaba perpetrando en Vietnam.
Hoy en día Pham Thi Kim Phuc, la niña de la fotografía está casada y con 2 hijos y tiene la residencia en Canadá. Preside la ‘Fundación Kim Phuc’, dedicada a ayudar a los niños víctimas de la guerra y es embajadora para la UNESCO. Después de estar varios días en coma y de estar a punto de morir, en su cuerpo aún perduran las cicatrices del napalm; pero lo que es peor aún, el recuerdo de la tragedia.

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2 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

hace tiempo ya vi un reportaje que salía Kim relatando lo que había sido de ella desde que le tomaron esta fotografía y quedé impresionada de la fuerza de esta mujer porque dentro de la tragedia se le veía una serenidad y entereza increibles, su cuerpo estaba muy magullado por cicatrices increibles que a día de hoy todavía debe de curar día tras día, es un ejemplo de superación y supervivencia para todos nosotros y para aquellos que han sufrido como ella el horror de una guerra.

La violencia es cruel, no entiendo como alguien puede provocar tanto dolor... lo que pasó en Vietnam, el hombre, vuelvo a repetirlo una y otra vez cayendo sobre la misma piedra, cambian los métodos, las armas, los uniformes, y los escenarios pero yo no veo más que la misma tragedia. Sin ir más lejos, las noticias estos días nos tocan más de cerca porque españoles han muerto asesinados en Yemen, es muy triste, y más triste es pensar que esto ocurre a diario mientras comemos en nuestras cocinas viendo en la televisión las imagenes de atentados en Irak y demás paises.....


al final el post me ha quedado un poco pesimista, porque de hecho las cosas no están muy bien, pero bueno yo intentaré "confiar siempre en la bondad de los desconocidos"


bye

4:35 p. m.  
Blogger Cronopio ha dicho...

Absolutamente de acuerdo. Y, sin embargo, parece estar en “nuestra naturaleza”. Recientemente me impresionó este pasaje de un escritor con una “sensibilidad a flor de piel” como es Lobo Antunes: “El otro día vi un documental en la televisión sobre la guerra en África, con militares que avanzaban y disparaban, un herido en el sendero, la sombra de un helicóptero sobre los árboles y, de repente, me vi levantándome del sofá con ganas de meterme dentro de la pantalla y juntarme a ellos: yo pertenecía a ese lugar.” ANTÓNIO LOBO ANTUNES: Cosas de chico, A pie de página, BABELIA, EL PAÍS

7:44 p. m.  

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