31.5.07

Aprende a dudar y acabarás dudando de tu propia duda

Me obsesioné con escribir un libro cuyo título atrapara por sí solo al lector. Dado el poco éxito alcanzado por mis obras anteriores, y más bien reacio a entrar en cábalas sobre si lo que no acababa de funcionar era, simplemente, el contenido, me concentré en tal ardua tarea.
El primer enunciado que me vino a la mente fue El que bien te quiere te hará llorar, pero lo deseché enseguida por demasiado obvio y, además, porque más que un título parecía un refrán. Un refrán que describe, no diré que no, lo equívoco y complejo de las relaciones humanas.
Pero disponía de otros títulos igual de buenos o aún mejores. Por ejemplo: La costumbre es nuestra segunda naturaleza, frase de San Agustín que, al igual que sus coetáneos, se atrevía con todo. Opinaba Aurelius Augustinus, más conocido como San Agustín o Agustín de Hipona, entre otras cuestiones, que no hay peores costumbres que las que causa el amor.
Y otro todavía mejor: Todo deseo estancado es un veneno, máxima afilada y muy nouvelle vague de Monsieur Maurois que nos conduce a la siguiente y fatídica pregunta que toda persona sabia debe rehuir, mientras pueda: ¿Me quieres? ¿No me quieres? Y, consecuentemente, a esa vieja tradición humana del amor no correspondido, en sus múltiples, dolorosas y, muchas de las veces, cómicas variantes.
Éste lo rechacé por largo y metafísico, si bien tardé varios días en decidirme, tanta era la duda que me asaltaba por lo afortunada de la afirmación: Aprende a dudar y acabarás dudando de tu propia duda. Era una proposición aplicable a tantas situaciones y tan ajustada a la naturaleza y contenidos del libro planeado que me dejó inmerso en un mar de dudas. Justo es decirlo, entre la ducha, los viajes en metro, el cepillo de dientes, la odisea de la oficina, el rollo del tráfico, la falta de papel higiénico en los lavabos y el ninguneo en general, elementos todos ellos, sino fundamentales, sí de bastante importancia en el repertorio de situaciones y personajes (urbanitas con trastorno depresivo ansioso) que ya estaban esperando tomar forma a golpe del diminuto teclado de mi portátil. Claro que si me decantaba por la versión, digamos pasional, del título, sabía perfectamente que no tardaría en tropezar con la espléndida – y lapidaria – sentencia del gran Oscar Wilde: Cuando se está enamorado empieza uno por desilusionarse a sí mismo, y acaba por desilusionar a la otra parte interesada.
Pero aquí no acabaron mis dudas por lo que se refiere a encontrar un título digno de mi futuro producto literario. ¿Qué tal este otro? Me dije. Por cierto, uno de los mayores logros de Lucio Anneo Séneca, también conocido como el joven, acerca de la naturaleza humana: Una discusión prolongada es un laberinto en el que la verdad se pierde siempre. De lo que se desprendía rápida e inevitablemente otra máxima, demasiado breve para mi gusto y de sobra conocida. Y, además, en manifiesta contradicción con el fenómeno de la escritura: En boca cerrada o entran moscas.
El último relato de este libro trataría – eso ya lo tenía decidido de antemano - de un escritor que acabaría echando a la papelera su novela porque no encontraba un título adecuado. Caer en un círculo vicioso de tal magnitud me atemorizaba. El pez que se muerde la cola. Descartado el enunciado Proverbios chinos, por razones de las que no hace falta mayor explicación, acabé decidiéndome por una máxima de Stefan Zweig, novelista austriaco que se suicidó junto con su esposa poco después de su llegada al Brasil: Mi única fortuna es la tontería de los hombres.
Pero la decisión final no trajo la tranquilidad y el sosiego, sino todo lo contrario. Volvieron a asaltarme las dudas sobre sí había actuado correctamente al descartar Aprende a dudar y acabarás dudando de tu propia duda. Es cierto que se parecía sospechosamente a otro título que lanzó a la fama a su autora, también llamada el Murciélago, acusada en su momento de plagio y de un montón de cosas más. Aunque, ciertamente, fue esto último lo que me animó a seguir con la esforzada lectura de mi colección de Grandes Autores en busca de párrafos - y hasta de páginas enteras - dignas de ser incluidas en mi audaz tragicomedia. Al fin y al cabo, ya lo dijo el bueno de Hemingway: "Nunca salgas de viaje con una persona que no amas." ¿Y no era acaso mi libro un viaje? Sí, un viaje al más allá. Y a mí, la verdad, la compañía de tan ilustres autores no me molestaba, sino todo lo contrario. Por cierto, un gran honor, señor Ferrándiz.
Pintura de Rafael Ferrándiz Crespo
acríclico/tabla 122 x 122 cm

Etiquetas: ,

1 comentarios:

Blogger V. Menco Haeckermann ha dicho...

He llegado hasta aquí porque no he podido suscribirme al Club de Cronopios de Literatuya. ¿Cómo hago? ¿Hay algún email de ayuda al usuario? También me gustaría suscribirme a este blog. Te agradezco que me respondas en mi blog. Así podré ver el mensaje con más prontitud.

Gracias.

VMH

http://www.manuscritosendigital.tk

10:36 a. m.  

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio