El gran mar, el más grande del mundo
Ned Lawrence era un joven obsesionado por su baja estatura (un metro sesenta y cinco), complexión delgada y frágil aspecto, el más bajito de cinco hermanos, ni mucho menos tan apuesto como su hermano Will, ni tan bien plantado, tan alto y tan esbelto como el mayor, Bob, y quizás por eso mismo, consumado ciclista y un entusiasta de la resistencia y perfección física, que ya en su época de estudiante en Oxford ejercitaba su particular sentido de la disciplina inglesa.
No se sentaba en una silla mientras pudiera evitarlo, ni se permitía las comidas llamadas desayuno, almuerzo, merienda y cena. No fumaba ni bebía, dormía lo menos posible y, en realidad, no hacía nada que permitiera calificarle como miembro normal de la sociedad, empeñado como estaba (como un Tomas Moro atado a la celda de su directiva espiritual), en someter el cuerpo a la voluntad, todo ello en la más rancia y férrea tradición del cristianismo protestante y puritano que había mamado desde niño.
En el verano de 1908, realizó uno de sus viajes más largos en bicicleta, esta vez por Francia, para estudiar los castillos y las fortalezas medievales.
En el verano de 1908, realizó uno de sus viajes más largos en bicicleta, esta vez por Francia, para estudiar los castillos y las fortalezas medievales.
Cuando llegó a la costa mediterránea de Aigües-Mortes, le faltó tiempo para escribir a casa:
“Hoy me he bañado en el mar, el gran mar, el más grande del mundo [...] sentí que al fin había llegado al camino hacia el Sur y todo el Oriente glorioso: Grecia, Cartago, Egipto, Tiro, Siria, Italia, España, Sicilia, Creta... allí estaban todos, y todos a mi... alcance. Supongo que ahora sé mejor que Keats lo que sintió Cortés, mudo sobre una cumbre en Darién. Tengo que bajar aquí, más lejos, otra vez. Creo que el contacto con el mar casi ha trastornado mi equilibrio mental: sacaré pasaje para Grecia mañana mismo.”
Texto: Jeremy Wilson: Lawrence de Arabia, Circe, 2001, Páginas 46 y 47
Ilustración: El sueño del arquitecto, óleo sobre tela, 1840. Thomas Cole (Bolton-le-Moor (Lancashire Inglaterra) 1801, Catskill (New York, 1848). Toledo Museum of Art. Toledo, Ohio Estados Unidos de América.
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4 comentarios:
Apreciado Sr. Cronopio:
Cuanta razón tiene Ned Lawrence en la carta dirigida a sus padres, haciendo referencia a este "Mare nostrum". Un mar que solo le ha faltado la voz para poder contar los vestigios que ha dejado la humanidad, en el mundo antiguo. No crees?
Precioso relato y magnífica obra pictórica.
Y aunque mi saludo inicial no lo anuncie, te "tutearé", si de lo contrario te hace sentir incomodo.
Un saludo
Gracias Cati, te lo agradezco
Lo cierto es que por fin he hallado la biografía adecuada de Mr. Lawrence. Después de leerme las más de 2000 páginas de "Los siete pilares de la sabiduría" advierto que:
1. Mi interés por la compleja y apasionante personalidad de Ned Lawrence continúa.
2. El guión de Richard Bold, el guionista inseparable de David Lean, en "Lawrence de Arabia" es una muy sabia interpretación de su peripecia árabe.
Saludos
Uno se imagina la sensación bárbara de ese británico rememorando a aquellos otros británicos que inauguraron todo esto de los viajes románticos, a las fuentes clásicas, y tal.
Pero viendo día tras día -hay campaña electoral- las primeras planas de los diarios mostrando fotografías de en lo que se ha convertido el Mediterráneo (y no sólo esta parte de por aquí: gente de regreso de la "Mar Blanca" de Turquía me ha dicho que eso es un Lloret), pues qué quieres que te diga: que habrá que encerrarse a ver la playa de "Calabuch", quitando el sonido para no caer en sentimentalismos baratos a los que se acercaba la película, o ponerse a pensar en el Mediterráneo...en mitad de los Monegros, o por Teruel, o...
Pues sí, con Vueling nunca se sabe. Lo más kish, sin embargo, es un crucero.
Recuerdo la inolvidable “noche (o gala) del Capitán”. Un viaje a lo desconocido.
La globalización será eso...
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