22.5.07

Contra el Blanco, Verdú & Ferrándiz


El arte tiene estas cosas por mucho que nos denigren los incapaces y los torpes: mojas el borde de la magdalena - o el cuerno del croissant - en el café y, de pronto, ¡zas!, te conviertes en una máquina de hacer literatura.
Como Marcel Proust.
Coges un lienzo en blanco y te da un ataque de angustia, de histeria. Tanto blanco te abruma. Será por eso mismo que todos los pintores de pro acaban “pintando” un cuadro llamado “Blanco”. Hasta el polaco Kielowsky filmó una película con este título.
Al menos yo lo veo así, o me lo imagino asá, que para el caso es lo mismo, porque la imaginación es el reinado de los sueños y de los artistas. Y por eso mismo los oficinistas y mecanógrafos en general nos tienen tanta envidia.
Siempre que puedo desayuno ante mi máquina de escribir Alfa Centauro, un portátil tridimensional que hace maravillas cuando yo se lo ordeno. Total, bajar las dos calles del dormitorio a la cocina y, luego, recorrer, en un santiamén, la avenida del pasillo con la cafetera quemando hasta el escritorio, ventajas de vivir en un piso con cocina, escritorio y ventana. Llego hasta mi destino a las seis de la mañana en punto, más fresco como una rosa, justo a tiempo de ver el sol, más blanco que el lienzo de Ferrándiz antes de convertirse en una pura conflagración de trazos, un choque de trenes cuya fuerza y colorido, y su consiguiente eclosión y catarsis, me dejan seco y mudo. Todo un temperamento este Ferrándiz.
Todo eso y más, consiguió reflejar el Gran Carles Verdú en este retrato del autorretrato de Rafael Ferrándiz, un hombre tranquilo aquí donde lo ven (un quiet man cuando papea en la oficina) que, sin embargo, se convierte en una furia de sentimientos que van transformándose, en la medida en que su pulso coge volumen y abre la caja de los colores de guerra, cuando cae en trance y expulsa sus múltiples y atávicas biografías sobre una tela en blanco.
Perdonen el atrevimiento, pero soy de los pocos que sabe que Ferrándiz no maneja pinceles sino un hacha tomahawk. Ese es el secreto de su avasalladora fuerza. De su devastador expresionismo.
Como un indio de las estepas sosteniendo un tomahawk.

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