19.5.07

Adiós, nena


Los lunes el periódico acaba manchado de café con leche. En la portada se cuenta que una mujer ha sido asesinada de un tiro en la nuca. El amante-asesino, descubierto por la policía, se dispara en la sien. Todo ocurre en menos tiempo de lo que se tarda en explicarlo. O en leerlo.
Los martes siempre corren el riesgo de ser trece. Sigo con el mismo periódico de ayer, es decir, nada que ver con una historia de la nouvelle vague. En las pelis de la nouvelle vague las que mataban eran ellas. El crimen ha dejado de ser pasional y unisex, es decir, compartido por ambos sexos, para convertirse en machista, una miserable costumbre alimentada por el creciente minimalismo masculino y el mimetismo de los mass media.
Y por si no fuera suficiente pertenecer a una especie en extinción que, además, produce seres tan abyectos, para qué voy a negarlo, los martes, me traen malos recuerdos. Paladeo a pequeños sorbos mi taza de café mientras pienso, cariacontecido, que acabaré sin saber de qué diablos ha muerto Marta. Marta es la coprotagonista (o protagonista principal, según se mire) del libro de Javier Marías que estoy leyendo y del que ahora mismo me siento observado. Javier Marías es así. Un tipo un poco raro.
Aparentemente, los miércoles son poca cosa. Seguramente fue un miércoles cuando Phyllis Dietrichson esperaba a Walter Neff en su apartamento para completar su perverso plan. Barbara Stanwyck (Phyllis), después de esconder el revolver en un repliegue del sofá, encendió un cigarrillo. Reconozco que al prender el fósforo se me encogió el corazón. Todo eso lo hizo con parsimonia, como alargando el tiempo, como si con ello pudiera conseguir retrasar lo inevitable. Al fondo del encuadre apareció McMurray (Walter), con cara de póquer, esa expresión que tanto le sirvió para un cosido y un descosido, tanto para una comedia como para un terremoto, pero que aquí daba el pego. Aspecto de no creerse la historia de tan amoroso recibimiento.
No puedo decir de qué hablaron porque -como con el libro- le quité el sonido a la tele y mi memoria ya no es lo que era. Puedo decir que McMurray hablaba mucho, y de corrido, y que la luminosa mirada de Barbara Stanwyck no presagiaba nada bueno. Concentrando en la expresión de sus rostros llegué a la fatal conclusión de que en realidad los dos se amaban, aunque les venciera la ambición y el malditismo que llevaban en la sangre. Puestas así las cosas, difícilmente resistirían la tentación de liquidarse el uno al otro. Esto es otra cosa, esto ya suena a nouvelle vague, recuerdo que pensé. Una cámara ligera de 8 por 16 milímetros y a la calle, a enfrentarse con la realidad, formato no profesional. Nada parecido a estos asesinos de ahora, a sueldo de su propia cobardía que asesinan a sus parejas como quien mata al perro porque le molestan sus ladridos.
En Perdición (Double Indemnity, 1944), el maravilloso thriller dirigido por Billy Wilder, que adapta una novela de James M. Cain, con guión de Raymond Chandler (¡Vaya equipo!) Walter Neff (Fred MacMurray), es un vendedor de seguros que, junto a la "femme fatale" Phyllis Dietrichson (Barbara Stanwyck) realizan un plan para asesinar al marido de ésta y quedarse con el dinero de su seguro.
Ya se sabe, los miércoles son tan perezosos, tan poca cosa, ideales para ir al cine (día del espectador) rodeado de crímenes pasionales por todas partes menos por una, un libro que, de pronto, empieza a observarme y a hacerme preguntas. Preguntas que me enredan en sofismas imposibles de digerir con tanto calor y el ventilador a toda máquina. A ver, ¿por qué he de sentirme culpable de que este libro me pregunte en lugar de dejarse leer como es su función originaria, y yo diría primordial? A cuento de qué tantas preguntas -diría yo- imposibles de contestar un día como éste, abrazado al vetusto ventilador, preguntándome una vez más de qué ha muerto Marta, como si esto fuera realmente importante, como si lo importante, lo esencial, no fueran esos ojos que me miran desde la película, desde el libro, luminosos como los de Phyllis, los de Barbara Stanwyck en definitiva, con su revolver escondido en los pliegues del sofá.

Conversación entre Fred MacMurray y Barbara Stanwyck:
- "¿Por qué no disparaste otra vez, nena?. No digas que porque me amaste todo el tiempo.".
- "No, nunca te he querido, Walter, ni a ti ni a nadie. Estoy podrida hasta la médula. Te utilicé, como has dicho. Sólo has sido eso para mí... hasta hace un momento... cuando no he podido disparar por segunda vez. Jamás pensé que pudiera pasarme a mí".
- "Lo siento, no me lo trago".
- "No te pido que te lo tragues, sólo que me abraces".
- "Adiós, nena".

Etiquetas: ,

5 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

Arturo, has visto que hasta eres famoso en la India? hablará español??? Superinteresante!

Entra en su blog..., del primer comentario, quiero decir.

Acabo de llegar de las Islas Frisias: dunas, pájaros, tranquilidad y muchísimo viento!

8:39 p. m.  
Blogger Cronopio ha dicho...

Tenkius biby cletus
Mientras me traducen del inglés las partes de tu mensaje que no entiendo, déjame darte las gracias por escribirme desde tan lejos y tan gratamente.
Gracias nuevamente
Tu amigo
Cronopio Arturo

1:38 p. m.  
Blogger Cronopio ha dicho...

Espero que sí, querida Rosa
Esto del blog es una caja de sorpresas!
¿Las islas Frisas? Tendré que averiguar qué isla vikinga es ésta por Internet
Un abrazo
Arturo

1:39 p. m.  
Anonymous Anónimo ha dicho...

¡1,2,3!
¡Lunes, martes, miércoles!
¡Con el ritmo que imprimes en este informe, estaría dispuesto hasta a comprarle un seguro a Fred Mac Murray!

9:32 p. m.  
Blogger Cronopio ha dicho...

Popual: ¡Ni se te ocurra! Acabarías como el marido de la peluquera: bailando arabescos sobre los restos de las cabelleras. O todavía mucho peor que eso, llegaría el cartero, ese que llama dos veces, a proponerte cualquier perversión. Matar a algún marido sarnoso, por ejemplo, y largaros con la pasta

8:02 a. m.  

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio