22.9.06

El cartero


En el meridiano de las tardes de julio, el sol lamía las casas, con sus paredes desconchadas y sus largos pasillos exteriores, apelmazado silencio de mosquiteras y persianas bajadas y apenas la sordina de los tranvías con su ¡CLANC, CLANC! característico. Tardes de mujeres junto a la radio zurciendo rodilleras destrozadas por el fragor de los combates de sus retoños ejerciendo de guerreros callejeros. Eran esas tardes de verano que se dispersaban por el pensamiento como el aceite sobre el agua, flotando en su superficie, diluyéndose sólo en sus extremos y formando puntitos en el centro... Llamaron al timbre.
Recuerdo las tardes en casa, sobre todos las lluviosas. Mi madre escuchando la radio en silencio y mi padre siempre ausente, trabajando. Ella cosía hombreras para un sastre y cubiertas para los sillines de las bicicletas. Él llegaba tarde de la imprenta, bastantes veces un poco más tarde de lo habitual. La llamaba por teléfono para decirle me voy a quedar hasta las tantas para acabar un trabajo urgente. Así, la tarde se alargaba todavía un poco más. Esa locutora afable y benévola, que prestaba su cálida voz (quizás un poco empalagosa), de la señora Francis empezaba siempre con la misma frase sus respuestas a las cartas de las sufridas oyentes: Querida amiga... Esas dos palabras, anchas y persuasivas, abrigaban los corazones de las amas de casa que esperaban, mientras planchaban, la delgada y opaca frontera del crepúsculo. Mi madre, es cierto, seguía planchando, aunque en esos momentos ya se había reencarnado en Olvidada, o en Flor marchita, en Una que sufre resignada, en Una que necesita consejo.
Llamaron al timbre. Era el cartero. Yo pegué un bote de la silla donde revisaba por enésima vez mi colección de El Capitán Trueno, y salía volando, cruzando el pasillo exterior hasta la verja de la entrada. Ahí estaba el cartero, con su gorra de plato, su grandiosa cartera, y un par de cartas en la mano. Le daba los diez céntimos y regresaba diligente a entregarle las cartas a mi madre, tan alegre y excitado como si hubiera encontrado un mensaje dentro de una botella. Y me la encontraba llorando, lagrimones de cocodrilo, porque en aquel momento se había convertido en nada menos que Flor marchita.

Consultorio de Elena Francis; En 1947 comienza a emitirse en Radio barcelona “El consultorio de Elena Francis”, un programa dirigido especialmente a las mujeres y que atendía sus preguntas y dudas relacionadas con cualquier tema, aunque preferentemente el sentimental.
Ilustración: La Rosa. Pintura de Carolina Alfaro Hardisson. Técnica mixta sobre papelhttp://www.galeriagoya.com/php/index.php

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2 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

"Mi estimada señora Francis:..."
Lo quizás más característico tanto de las cartas como de las contestaciones, al margen de ese tonillo standard y esas respuestas lanzadas desde "la autoridad moral" más repugnante, eran, a mi entender, esas consultas accesorias sobre unos granillos que salían por aquí y por ahí, y que siempre tenían su bálsamo en un producto de la casa. Una hábil, astuta, descarada incursión, posiblemente, del "bussines" actual en el mundo carpetovetónico de entonces...

8:29 p. m.  
Blogger Cronopio ha dicho...

Siiiiiiii... es cierto. Olvidé eso. A mí, a esa incierta edad, ya me parecía como metido con calzador tanta sugerencia de los "magníficos" productos de la Señora Francis (tarde-noche) y la menos popular Señora Montserrat Fortuny (mediodía). ¡Vaya clavos! Esos no se sacaban tan fácilmente. Ni con el clavo del Capitán Trueno, ni con Roberto Alcázar y Pedrín (por cierto, ¡vaya par de fachas!)

10:55 p. m.  

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