Primo Levi: El número 174517
Cuando era joven únicamente utilizaba la palabra nunca para banalidades. “Esa chica nunca será para mí”, “Nunca aprobaré el bachillerato” y cosas por el estilo. Más tarde, y según la costumbre de la época, no se me ocurrió nada más brillante que iniciarme en la esencia del ser humano mediante las lecturas de los grandes filósofos. Tonterías. También pensaba que haciéndome mayor entendería mejor algunas cosas. No parecía un mal punto de partida. Aunque quizás debería haber hecho caso a mi instinto y no a esos podridos novísimos que afirmaban que leer a Proust sólo servía para poder presumir de que uno había leído a Proust.
Así, sin más, es decir más por casualidad que por otra cosa, llegué hasta el libro de Primo Levi, Si esto es un hombre y leí, entre otras, estas palabras
Hasta que un día no tenga sentido decir mañana.
Aquí es así. ¿Sabéis cómo se dice “nunca”
en la jerga del campo? Morgen früb,
mañana por la mañana
El 1 de febrero de 1945, en Auswitzh, los nazis tenían previsto iniciar la fabricación de plástico. El ejército ruso estaba a ochenta kilómetros y ellos seguían haciendo planes de futuro y apresurándose a liquidar la faena. Este hecho, la combinación de la crueldad con la frialdad y simplicidad del cálculo burocrático nunca ha dejado de asombrarme.
El número 174517 de Auschwitz, Primo Levi debía pensar algo muy parecido. Después de un año interminable en un campo de exterminio uno puede llegar a cualquier conclusión. Eichmann manifestó, en el juicio al que le condujo su sonado secuestro (lo cuenta Hannah Arendt en Eichmann en Jerusalén), que no eran campos de “exterminio”, que simplemente era un aparcamiento. El número 174517 jamás se recuperó de tal desatino.
El primer libro de Levi trata de su “estancia” en Auschwitz. El segundo, del regreso, deteniéndose en la desestructuración personal y familiar de los sobrevivientes. El tercer libro, escrito bastantes años más tarde, es la reflexión y suma de los dos anteriores. Trata de su experiencia como superviviente, de la información recabada y de los testimonios recogidos durante todos esos años. Levi siempre procuró ejercer más de testigo de cargo que de juez.
Dicen algunos (y no les falta razón) que lo que hace soportable la vida es precisamente la idea de que podemos elegir cuándo salir de ella. En los campos estaba reglamentado morir. Sin embargo, el suicidio estaba prohibido. Además, una vez a la semana había selección para el crematorio. ¿Por qué molestarse, pues? ¿Para qué preocuparse, si ellos hacían todo el trabajo por ti?
¿Y por qué motivo algunos (o bastantes) lo hicieron tiempo después, suicidarse, estando ya libres? ¿Libres? ¿Se puede ser libre bajo el peso de la vergüenza? De la vergüenza de ser un privilegiado. Si, los privilegiados, los colaboradores: aquellos que por cualquier habilidad, profesión o destreza resultaban útiles a los verdugos. Es decir, los “rentables”, los sobornados, los que podían almacenar su cuarto de pan para comerciar, los listos, los pícaros... ¿De qué sirve abrir puertas una y otra vez que ya no estás capacitado para atravesar, que ni siquiera deseas cruzar? ¿Qué haces cruzando la puerta de la libertad bajo el peso de la vergüenza de haber sobrevivido a la aniquilación? ¿Cómo te las arreglas para empezar otra vez, para aprender a coger el tenedor, a catar un buen vino, a leer un libro, a decir “buenos días” cada mañana al salir de casa y encontrarte con un vecino en el ascensor, a afeitarte como tal cosa, con ese cáncer de piel que muchos llaman memoria, con tanto humo saliendo de las chimeneas, con tanta ceniza cubriendo tu sofá y tu mecedora, con tanto montón de dentaduras, dientes de oro y tanto cúmulo de gafas llenando los pasillos de tu casa, los andenes del metro, obstaculizando no sólo las palabras sino también, y sobre todo, los sentimientos? ¿Cómo te las arreglas para construir una conversación que no apeste a cadáver? ¿Cómo olvidar a cada uno de los que murieron en tu lugar, a cada hundido que murió para que tú pudieras convertirte en un salvado?
Yo también siento ese pudor, pero, claro, soy inocente, no estuve allí, ni supliqué, ni conviví con la humillación, ni con la miserable alegría de que fuera otro el elegido y no yo. Eso no es ni más ni menos que una herida absoluta, irreversible, incurable, me digo, mientras una mujer rumana entona su hueca y vana letanía de experta pordiosera (aunque luego, al salir del vagón la sigo y persigo su mirada y compruebo como relaja su expresión, a dios gracias), mientras una voz, que yo diría que tampoco existe, dice como dirigiéndose a nadie: próxima estación, Diagonal.
Si esto es un hombre, Muchnik editores, 1987. Traduc. de Pilar Gómez Bedate (reediciones en 1998 y 2002)
La tregua, Muchnik editores, 1988. Traduc. de Pilar Gómez Bedate (reediciones en 2001 y 2002)
Los hundidos y los salvados, Muchnik editores, 1989. Traduc. de Pilar Gómez Bedate (reediciones en 2000 y 2002)
Así, sin más, es decir más por casualidad que por otra cosa, llegué hasta el libro de Primo Levi, Si esto es un hombre y leí, entre otras, estas palabras
Hasta que un día no tenga sentido decir mañana.
Aquí es así. ¿Sabéis cómo se dice “nunca”
en la jerga del campo? Morgen früb,
mañana por la mañana
El 1 de febrero de 1945, en Auswitzh, los nazis tenían previsto iniciar la fabricación de plástico. El ejército ruso estaba a ochenta kilómetros y ellos seguían haciendo planes de futuro y apresurándose a liquidar la faena. Este hecho, la combinación de la crueldad con la frialdad y simplicidad del cálculo burocrático nunca ha dejado de asombrarme.
El número 174517 de Auschwitz, Primo Levi debía pensar algo muy parecido. Después de un año interminable en un campo de exterminio uno puede llegar a cualquier conclusión. Eichmann manifestó, en el juicio al que le condujo su sonado secuestro (lo cuenta Hannah Arendt en Eichmann en Jerusalén), que no eran campos de “exterminio”, que simplemente era un aparcamiento. El número 174517 jamás se recuperó de tal desatino.
El primer libro de Levi trata de su “estancia” en Auschwitz. El segundo, del regreso, deteniéndose en la desestructuración personal y familiar de los sobrevivientes. El tercer libro, escrito bastantes años más tarde, es la reflexión y suma de los dos anteriores. Trata de su experiencia como superviviente, de la información recabada y de los testimonios recogidos durante todos esos años. Levi siempre procuró ejercer más de testigo de cargo que de juez.
Dicen algunos (y no les falta razón) que lo que hace soportable la vida es precisamente la idea de que podemos elegir cuándo salir de ella. En los campos estaba reglamentado morir. Sin embargo, el suicidio estaba prohibido. Además, una vez a la semana había selección para el crematorio. ¿Por qué molestarse, pues? ¿Para qué preocuparse, si ellos hacían todo el trabajo por ti?
¿Y por qué motivo algunos (o bastantes) lo hicieron tiempo después, suicidarse, estando ya libres? ¿Libres? ¿Se puede ser libre bajo el peso de la vergüenza? De la vergüenza de ser un privilegiado. Si, los privilegiados, los colaboradores: aquellos que por cualquier habilidad, profesión o destreza resultaban útiles a los verdugos. Es decir, los “rentables”, los sobornados, los que podían almacenar su cuarto de pan para comerciar, los listos, los pícaros... ¿De qué sirve abrir puertas una y otra vez que ya no estás capacitado para atravesar, que ni siquiera deseas cruzar? ¿Qué haces cruzando la puerta de la libertad bajo el peso de la vergüenza de haber sobrevivido a la aniquilación? ¿Cómo te las arreglas para empezar otra vez, para aprender a coger el tenedor, a catar un buen vino, a leer un libro, a decir “buenos días” cada mañana al salir de casa y encontrarte con un vecino en el ascensor, a afeitarte como tal cosa, con ese cáncer de piel que muchos llaman memoria, con tanto humo saliendo de las chimeneas, con tanta ceniza cubriendo tu sofá y tu mecedora, con tanto montón de dentaduras, dientes de oro y tanto cúmulo de gafas llenando los pasillos de tu casa, los andenes del metro, obstaculizando no sólo las palabras sino también, y sobre todo, los sentimientos? ¿Cómo te las arreglas para construir una conversación que no apeste a cadáver? ¿Cómo olvidar a cada uno de los que murieron en tu lugar, a cada hundido que murió para que tú pudieras convertirte en un salvado?
Yo también siento ese pudor, pero, claro, soy inocente, no estuve allí, ni supliqué, ni conviví con la humillación, ni con la miserable alegría de que fuera otro el elegido y no yo. Eso no es ni más ni menos que una herida absoluta, irreversible, incurable, me digo, mientras una mujer rumana entona su hueca y vana letanía de experta pordiosera (aunque luego, al salir del vagón la sigo y persigo su mirada y compruebo como relaja su expresión, a dios gracias), mientras una voz, que yo diría que tampoco existe, dice como dirigiéndose a nadie: próxima estación, Diagonal.
Si esto es un hombre, Muchnik editores, 1987. Traduc. de Pilar Gómez Bedate (reediciones en 1998 y 2002)
La tregua, Muchnik editores, 1988. Traduc. de Pilar Gómez Bedate (reediciones en 2001 y 2002)
Los hundidos y los salvados, Muchnik editores, 1989. Traduc. de Pilar Gómez Bedate (reediciones en 2000 y 2002)
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