Mayo del 68
Cuando le pregunté a las militantes de Bandera Roja, organización marxista leninista, pensamiento Mao Tse Tung, que nos estaban dando el “seminario” de introducción al partido, ya hacia el final de la sesión:
- Y el mayo del 68, ¿cómo encaja en todo esto?
- Demuestra – respondió la más alta – que sin la clase obrera no se puede hacer la revolución.
Juro que es verdad. Apenas hacía dos años de las barricadas en las calles de París. Yo tenía 19 años y ya entonces andaba un tanto estresado con tanto trabajo pendiente. Para empezar, recuperar la memoria. La reciente y la pasada. Todo sonaba a nuevo. Eso debe ser la juventud, un tipo con pinta de chaval, desgarbado y con mucho acné, llenando el saco de juguetes rotos.
- Y el mayo del 68, ¿cómo encaja en todo esto?
- Demuestra – respondió la más alta – que sin la clase obrera no se puede hacer la revolución.
Juro que es verdad. Apenas hacía dos años de las barricadas en las calles de París. Yo tenía 19 años y ya entonces andaba un tanto estresado con tanto trabajo pendiente. Para empezar, recuperar la memoria. La reciente y la pasada. Todo sonaba a nuevo. Eso debe ser la juventud, un tipo con pinta de chaval, desgarbado y con mucho acné, llenando el saco de juguetes rotos.
Aunque tampoco hacía falta ser Herbert Marcuse para comprender que mayo del 68 había empezado con los Beatles y se parecía bastante a una patada en el culo a lo que entonces denominábamos, técnicamente, “burguesía” y que ya no eran “los que vivían en el burgo” sino una sociedad adulta acomodada y autocomplaciente, apaleada, todo hay que decirlo, por dos guerras sangrientas y, por eso mismo, más conservadora y resentida que el copón, tope satisfecha con sus electrodomésticos de la Westingouse Electric Corporation y su Volkswagen de segunda mano. Se sentían de maravilla, los pobres, con De Gaulle a la cabeza. Y para más INRI, desde el banquero al obrero agradecido, estaban obsesionados porque sus hijas volvieran a las 9 de la noche y nosotros no nos hiciéramos más pajas de las debidas, no fuera que nos quedáramos ciegos.
De eso al terror cuando nos vieron llegar con melenas hasta el hombro, la mirada turbia por la marihuana, y nuestra negativa feroz a convertirnos en empleados de La Caixa, sólo había un paso.
A ustedes no sé. Para mí cruzar ese abismo fue suficiente. Recordar la efeméride es estrictamente una faena de los mecanógrafos, esos que antes denominábamos Mass Media y ahora Resonancia mediática. Se hacen la ilusión de que son el doctor House y tienen un centro de diagnosis en su mandala de ordenador, con XP o Windows Vista. Pura palabrería. Si no tienen con que llenar los periódicos y sus columnas es problema suyo. Por no hablar de esos calígrafos que, en un alarde de inquina, del todo vergonzante, investigan todavía quién y quién no estuvo en París en mayo del 68. Y tampoco hablemos de los herederos de Metternich que en cada aniversario se regodean, con su mal disimulado placer, ante la constatación de que el mundo, al fin y al cabo, tampoco ha cambiado demasiado.
Claro que los que de verdad estuvimos allí, más lejos o más cerca, ¡qué importa eso!, ahora andamos ocupados en otras cosas, así que basta de darnos la barrila, fachas de mierda.
De eso al terror cuando nos vieron llegar con melenas hasta el hombro, la mirada turbia por la marihuana, y nuestra negativa feroz a convertirnos en empleados de La Caixa, sólo había un paso.
A ustedes no sé. Para mí cruzar ese abismo fue suficiente. Recordar la efeméride es estrictamente una faena de los mecanógrafos, esos que antes denominábamos Mass Media y ahora Resonancia mediática. Se hacen la ilusión de que son el doctor House y tienen un centro de diagnosis en su mandala de ordenador, con XP o Windows Vista. Pura palabrería. Si no tienen con que llenar los periódicos y sus columnas es problema suyo. Por no hablar de esos calígrafos que, en un alarde de inquina, del todo vergonzante, investigan todavía quién y quién no estuvo en París en mayo del 68. Y tampoco hablemos de los herederos de Metternich que en cada aniversario se regodean, con su mal disimulado placer, ante la constatación de que el mundo, al fin y al cabo, tampoco ha cambiado demasiado.
Claro que los que de verdad estuvimos allí, más lejos o más cerca, ¡qué importa eso!, ahora andamos ocupados en otras cosas, así que basta de darnos la barrila, fachas de mierda.
Etiquetas: crónicas
0 comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio