Flores de ceniza
Para la banda de los cuatro
Sobre el nivel de este mar, sólo me quedan los ojos. Ya no investigan. Sólo contemplan cómo pasa el tiempo. Resulta algo ya ajeno, externo; no diré que extemporáneo porque sería demasiado decir. Mis amigos me llaman viejo y parecen convencidos, sino obsesionados, en nuestra imposibilidad de conquistar a una de veinte. Uno presume de viejo verde y el otro de sólo la pasta mueve montañas. La experiencia sirve para muchas cosas inútiles y también para exhibirlas en público. Y en según que vecindarios la experiencia es una lacra. Irónica venganza de nuestra generación paterna que tuvo que soportar, además de los sinsabores de una posguerra sucia e indecente, que nos presentáramos en casa disfrazados de guerrilleros urbanos. Aunque los/as de veinte todavía son más crueles. Es su derecho. Nada que deba preocuparnos.
Y, ¿para que engañaros? Alguna que otra noche me sigue un individuo entre las sombrías callejuelas de Horta-Guiñando. No parece un policía y, sin embargo, acaba abordándome en el portal de mi casa y me pide los papeles. Entonces lo reconozco. Se trata de Paúl Celan, que, por cierto, también ha envejecido, y mucho. Dice Humm...
Y añade, ante mi desconcierto:
estoy solo y en el vaso lleno
de madura oscuridad
introduzco flores de ceniza
- ¡Hay que joderse! ¡Qué noche! Sólo falta que me requiera para una prueba de alcoholemia, pienso, un tanto abatido.
Mientras intento conciliar el sueño, no sin esfuerzo por los dos whiskys y el mojito, dosis un tanto excesiva para un abstemio, y compruebo que son pasadas las dos de la madrugada y que debo levantarme no después de las ocho, hacer el equipaje para un largo puente en la Cerdanya, aparece el capitán para darme la puntilla…
Sí, ya sé que parece demasiada literatura, mucho rollo, como en los cuentecitos de Monzó, pero yo soy así, tengo una relación muy especial con mis fantasmas. Así que mientras recuerdo, no sin cierto cariño, la cena de esta noche junto a tres entrañables individuos con los que llevamos casi treinta años quedando para cenar - al menos tres veces al año -, y eso crea ciertos lazos emocionales, no sé, cierto afecto, ya se sabe, a veces el contacto, el roce hace milagros, y otras veces no basta la fidelidad del gato o del perro ni la chamba de que te caiga una de veinte. A veces, sencillamente, un amigo resulta una bendición. Y es que, hay ocasiones en que un clavo no se saca con otro clavo. Un clavo se saca con un amigo. Aunque esté gastado, viejo y loco.
Pero ahí está el joven capitán de "La línea de la sombra", la conocida y venerada novela de Joseph Conrad, diciéndome al oído: "La gente tiene una gran opinión sobre las ventajas de la experiencia. Pero por regla general, experiencia significa siempre algo desagradable y contrapuesto al encanto y la inocencia de las ilusiones."
Vete a saber, igual tiene razón. Por algún motivo le habrán nombrado capitán, digo yo. Es su derecho. Como si me dice lo contrario. En definitiva, nada que deba preocuparme.
Texto: Artur Montfort
Etiquetas: Historias de cronopios
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