Caerán en forma de lluvia
“Contemplando ese paisaje, se me ocurrió que estaba escrito que yo debía ver esta escena algún día. No se trataba de un déjà vu. No era la sensación de haberlo visto antes, sino el presentimiento de que algún día encontraría un paisaje como aquél. Ese presentimiento extendió sus largos brazos y agarró con ceñimiento la base de mi consciencia. Pude sentir cómo me asía. Y en la punta de sus dedos estaba yo. Yo, en el futuro, con muchos años a cuestas. Claro que no pude ver cómo sería yo entonces.
- Éste es un buen lugar –dijo.
- ¿Para hacer qué? –pregunté.
- Para hacer lo que voy a hacer.
Shimamoto se quitó los guantes. Luego descorrió la cremallera de su bolso, extrajo una bolsa de tela gruesa de buena calidad. Dentro había un bote pequeño. Desató los lazos de bote, lo abrió. Permaneció unos instantes mirando fijamente su interior.
Dentro del bote había unas cenizas blancas. Shimamoto fue vertiendo despacio, con cuidado de que no se derramaran, las cenizas del bote en la palma de su mano. Me pregunté de qué o de quién serían. Shimamoto posó la punta del dedo índice sobre las cenizas, se lo llevó a los labios y lo lamió. Me miró e intentó sonreír. Pero no pudo. Aún mantenía el dedo sobre los labios.
A su lado, de pie, contemplé como Shimamoto, de cuclillas en la orilla del río, echaba las cenizas al agua. En un instante, el montoncito de cenizas que había reposado en la palma de su mano fue arrastrado por la corriente. De pie en la orilla, Shimamoto y yo observamos inmóviles el fluir de las aguas.
- ¿Crees que acabará lloviendo? –preguntó Shimamoto, pasado un rato.
Levanté los ojos hacia el cielo.
- Me parece que aguantará todavía un poco –dije.
- No, no me refiero a eso. Lo que quiero decir es si las cenizas del bebé llegarán al mar, se evaporarán mezcladas con el agua, se convertirán en una nube y caerán en forma de lluvia.
Volví a alzar la mirada hacia el cielo; luego la bajé a la corriente del río.
- Tal vez sí –dije."
Haruki Murakami: Al sur de la frontera, al oeste del sol. Tusquets, 2997.
- Éste es un buen lugar –dijo.
- ¿Para hacer qué? –pregunté.
- Para hacer lo que voy a hacer.
Shimamoto se quitó los guantes. Luego descorrió la cremallera de su bolso, extrajo una bolsa de tela gruesa de buena calidad. Dentro había un bote pequeño. Desató los lazos de bote, lo abrió. Permaneció unos instantes mirando fijamente su interior.
Dentro del bote había unas cenizas blancas. Shimamoto fue vertiendo despacio, con cuidado de que no se derramaran, las cenizas del bote en la palma de su mano. Me pregunté de qué o de quién serían. Shimamoto posó la punta del dedo índice sobre las cenizas, se lo llevó a los labios y lo lamió. Me miró e intentó sonreír. Pero no pudo. Aún mantenía el dedo sobre los labios.
A su lado, de pie, contemplé como Shimamoto, de cuclillas en la orilla del río, echaba las cenizas al agua. En un instante, el montoncito de cenizas que había reposado en la palma de su mano fue arrastrado por la corriente. De pie en la orilla, Shimamoto y yo observamos inmóviles el fluir de las aguas.
- ¿Crees que acabará lloviendo? –preguntó Shimamoto, pasado un rato.
Levanté los ojos hacia el cielo.
- Me parece que aguantará todavía un poco –dije.
- No, no me refiero a eso. Lo que quiero decir es si las cenizas del bebé llegarán al mar, se evaporarán mezcladas con el agua, se convertirán en una nube y caerán en forma de lluvia.
Volví a alzar la mirada hacia el cielo; luego la bajé a la corriente del río.
- Tal vez sí –dije."
Haruki Murakami: Al sur de la frontera, al oeste del sol. Tusquets, 2997.
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