13.1.07

El paraguas es un invento chino



Primer periplo del día: esta mañana tuve que correr para alcanzar el metro. Un tibio y pegajoso sudor estremeció mis piernas al contacto con los tejanos nuevos. Con las canciones de Ute Lemper golpeándome el corazón (Punishing Kiss) y el sabor del café todavía en el paladar, me enfrento una vez más a la leve perplejidad de cada día. Ahí fuera, llueve con ganas.
Hubo un tiempo en que yo también me creía inmune a casi todo en general y a la neumonía en particular. Fue un mito propio de la juventud que desapareció en alguno de mis múltiples traslados de piso, junto a una colección completa de vinilos de jazz a la que tenía gran aprecio. Aunque a veces reconozco que me arruina pensar que un día me moriré sin haber hecho algunas cosas que ahora mismo no contaré por pudor. Y es que, aunque sé muy bien que alimentar muchos deseos incumplidos es perjudicial para la salud, me consta que quedarse sin ninguno resulta todavía peor. Es decir, sin deseo propiamente dicho, uno puede convertirse fácilmente en un idiota.
Así pues, para combatir el chaparrón copié la solución del paraguas. El paraguas es un invento chino que aparece en estampas del siglo II antes de Cristo. De allí pasó probablemente a Persia y fue llevado a Inglaterra por un viajero, Sir Hongway, al que le costó imponerlo en su país a pesar del clima. En 1622, en París, aparece por primera vez una mención del paraguas. Bueno, eso es al menos lo que dice el señor Google al respecto. Me digo a mí mismo que no debo dejarme impresionar por los recientes predicamentos sobre el calentamiento del planeta. Yo también he leído la Biblia. Por eso mismo, sé perfectamente que, después de la sequía, vendrá el diluvio.
Lautréamont y Max Ernst glorificaron el paraguas. El primero lo utilizó para su inigualable descripción de la imagen poética, esa superación de la metáfora que tanto veneraron los surrealistas. Decía Lautréamont (Los cantos de Maldoror): "bello como el encuentro fortuito de un paraguas y una máquina de coser sobre una mesa de disección". El segundo, fotografió tan extraño bodegón y la instantánea pasó a la posteridad. Dicho de otra manera, PARAGUAS: utensilio portátil relativamente práctico para resguardarse de la lluvia aunque incómodo para transportar, a no ser que te conviertas por arte de magia en Oscar Wilde, David Niven o Los vengadores, con Honor Blackman y Emma Peel en sus papeles estelares. Fácilmente olvidable en cuanto deja de cumplir su función primordial, el paraguas está compuesto de un bastón central y de un varillaje irradiante cubierto de tela que puede a la vez extenderse o plegarse. No confundir con paraguay, papagayo del Paraguay.
Resulta que existen paraguas normales y plegables; de señora, caballero y niño; de colores neutros o de fantasía; lisos y estampados; de nylon, de algodón y de fibra; de seis, ocho y hasta diez varillas; de puños de madera, de plástico, de metacrilato y hasta de nácar; modelos convencionales, figurativos y de Pop Art. Por cierto, me encantan esas mujeres que los llevan en bandolera, como si fuera una guitarra o un bebé.
Emergiendo de la boca del metro, mis labios no hablan pero vuelan. Suicidio de una mariposa contra las aspas del ventilador. Encantamiento de mis ojos ante el vuelo-caricia de un aeroplano modelo gran guerre. Me paseo entre escaparates repletos de paraguas plegables y cafeteras Magefesa; de lámparas de pie, lamparitas de noche y trenes eléctricos; de payasos de porcelana, sirenas de alabastro y sombreros de mimbre, de ceniceros de cristal conteniendo playas y bañistas solitarios. El primer signo de tristeza es cuando los objetos empiezan a parecerte extraños, como de otro planeta. Esta mañana tarareo Maggie day, del ya vejestorio Rod Stewart bajo la carpa de mi paraguas. Noto como mis zapatos se van calando y eso no es todo: la impureza de tus cabellos mojados se mezcla con el enjambre de mis presentimientos. Mis presentimientos se parecen a pájaros con ojos como huesos humanos. Son deseos aunque de lejos más bien parezcan pesadumbres, miradas para siempre pegadas a tu rostro lluvioso. Pido tan sólo un instante de pausa en el largo recorrido de las palabras. El recuerdo es mi particular imaginación, estrella acostada y paciente que me mira siempre de reojo.
Ni yo mismo lo entiendo.
Ilustración: Max Ernst. Approacing Puberty or The Pleiads/La Puberté proche... ou Les Pléiades. 1921. Mixed media on paper, mounted on Cardboard. 24.5 x 16.6 cm. Private collection.
Obtenida en Olga's Gallery

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2 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

Ésta sería la (documentada) oda al paraguas solitario. Espero que siga la correspondiente al paraguas como hacedor de enuentros, instrumento romántico donde los haya.
La escena puede arrancar en un soportal donde se resguarda la chica -vale Audrie Hepburn- de la lluvia, no atreviéndose a quedar empapada. Aparece el chico -Morsa-, que se hace cargo de las dificultades de la pobre chica ocasionadas por el aguacero. Se ofrece a llevarla hasta la boca del metro. Ella acepta, agradecida. Se les ve desaparecer bajo el paraguas, bien acurrucados. Luego sabremos que el trayecto se prolongó más allá de la boca del metro.

11:08 a. m.  
Blogger Cronopio ha dicho...

¡Vaya escena! Ella - que no tiene nombre - buscando al gato - que tampoco tiene nombre y por eso mismo lo llama GATO - Y él, salvándola de esa jaula de oro donde se esconde... casi como en un cuento de Julio...
¡Habrá que escribir algo sobre esta historia!

10:59 p. m.  

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