23.12.06

Papansil


Escucho a Jamiroquai por las mañanas y a Ute Lemper por la tarde, tomo Dolalgial para la cefalea, Ibuprofeno para el dolor músculo-esquelético y de vez en cuando Trankimazín retard para el consabido vivir sin vivir en mí, aunque soy perfectamente consciente de que la ansiedad es general hasta nueva orden. Tomo café por las mañanas y agua por las noches. Por lo demás, todo va bien. De madrugada, cuando el insomnio me despierta y me pide caña, toco un rato el saxo, imaginariamente quiero decir, como la peque de los Simpson. Luego, pongo la tele en un periquete y me quedo pasmado viendo los anuncios de venta directa, el Papansil, el envasado al vacío, o el destornillador de cuatrocientos usos, o el rayador de verduras y lo que se presente, todo en bellísimas y cuidadas rodajitas. También es cierto que cuando hacían El fugitivo, de cuatro a cinco de la mañana, resultaba interesantísimo, pero esto tampoco no está del todo mal. Me encanta, sobre todo, cuando el público aplaude ante la flagrante diferencia entre una ensalada envasada al vacío y otra, escuchimirrizada, dejada al aire libre. Patrullo entre la ventana y el balcón, inspeccionando la construcción de ese nuevo edificio, no sea que sobrepasen la altura razonable y me impidan contemplar cada noche el anillo luminoso de General Óptica al final de mi particular horizonte de tejados, antenas y ropa tendida, en la confluencia de la Meridiana con Felipe II. Cada día escarbo en las profundidades del buzón y sólo encuentro extractos bancarios que me amenazan con la bancarrota y propaganda diversa: del Súper, del reparador de televisores y electrodomésticos en general, de tapiceros, curanderos, gimnasios, naturistas, pintores, albañiles, cerrajeros, dentistas, Sólo Cien, etcétera.
¿No lo dije antes? Puedo andar tres horas seguidas a paso lento y acabar con la mente en blanco. Oír todas las explicaciones habidas y por haber sin entender nada de nada. Tengo una vaga idea de lo que debe ser la realidad pero mi instinto me dice que nada es lo que parece y que, además de ser el pretexto para el título de un programa de televisión, la realidad es un rollo. Con cosas como ésta Groucho Marx se hizo famoso. Eso me digo para animarme. Veo al presidente Montilla por la tele y tampoco acaba de caerme simpático, sus ojos esconden una cierta felonía. Para acabar de arreglarlo todo, escucho a los políticos de uno y otro lado y me entra cierta sensación de desamparo, sino de recelo y hasta de miedo. A esta sensación los egipcios la denominaban horrore vacui. Y esto antes sencillamente no me pasaba ya que el materialismo dialéctico y la buena marcha de la lucha de clases me ayudaban a mantener la sangre fría y la masa muscular activa.
Será por eso que las madrugadas de los sábados no me pierdo Bonanza, Ben Cartwright y sus tres hijos son magníficos y, además, tan antiguos que, no sé, te ablandan el corazón.
Cuando David Dortort creó la serie Bonanza nunca pensó que estaba creando una serie de culto que consiguió mantener su emisión durante 14 años. Bonanza nació de la idea de narrar la vida de una familia en el Viejo Oeste, una de las épocas más duras y violentas de la historia de los EEUU. En ella la familia Cartwright, formada por Ben Cartwright y sus 3 hijos, Adam, Hoss y Little Joe, se enfrenta a diferentes problemas.
BONANZA
Obenida en "Series de TV (La enciclopedia de los recuerdos)

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