El sueño del tiempo
No es nada nuevo a estas alturas que pensar en el tiempo, en su ambigüedad manifiesta, pueda llevarle a uno directamente a la música de jazz, al saxo alto de Benny Carter o la pletórica voz de Ella Fitgerald imitando el bing bang del contrabajo. Ya sé que planteada así esta reflexión no se sostiene. Quiero decir que después de tres páginas, y con suerte, se acepta una parrafada como ésta, pero así, de entrada, a la brava y sin avisar, dan ganas de marcharse a otra parte.
Porque si me asomo por la ventana no sólo me veo a mí mismo (y sé que esto puede ser irritante para el lector) sino a mis sueños, para comprobar, consternado, que en mis sueños no existen ni el tiempo ni la música. ¡Y la gente corriente habla del color de los dreams como si fuera algo que importara! Claro que lo peor no es eso, que mis sueños no tengan tiempo, no, lo peor es que el tiempo resulte ser un artificio del Sapiens Sapiens, y vete a saber si también del Neardental. Al fin y al cabo pasaron mucho tiempo (!) juntos. Algo se les pegaría, digo yo.
“El tiempo es un engaño, señor mío. El tiempo real no es mecánico, no está dividido en horas iguales..., el tiempo de verdad es subjetivo..., se lleva dentro”. Esto lo dijo el multifacético Boris Vian en una de sus novelas y el hombre tenía más razón que un santo. Así, cada rarísima vez que consigo el famoso Hic et nunc ("aquí y ahora”), rebusco en los cajones de mi interior y encuentro sueños despistados, relojes que no saben si son de arena o de agua, y, claro, camafeos que parecen animalillos disecados y fotos viejas que parecen aros salvavidas y cartas arrugadísimas que hablan de amor. Y si las lees con atención, las cartas, descubres que hablan más del amor en abstracto que de la supuesta persona amada. Y entonces piensas, deshauciado, abrumado por tus limitaciones, que quizá era verdad lo que afirmó el aguafiestas del poeta de Praga, Rainer Maria Rilke, cuando dijo aquello de que “Ser amado es pasar y, en cambio, amar es permanecer con luz inextinguible porque, en definitiva, lo único que uno ama es ser.”
Claro que como estoy fresco por las mañanas y, además, escucho buena música, acabo pillándole el truqui a Rilke, porque permanecer, lo que se dice permanecer, con luz inextinguible o sin ella, eso es cosa del tiempo, es decir, un engaño, así que Rainer Maria, yo diría que mejor nos quedamos como estábamos. Empatados.
Boris Vian: L'herbe rouge (La hierba roja) 1950, Tusquets
Porque si me asomo por la ventana no sólo me veo a mí mismo (y sé que esto puede ser irritante para el lector) sino a mis sueños, para comprobar, consternado, que en mis sueños no existen ni el tiempo ni la música. ¡Y la gente corriente habla del color de los dreams como si fuera algo que importara! Claro que lo peor no es eso, que mis sueños no tengan tiempo, no, lo peor es que el tiempo resulte ser un artificio del Sapiens Sapiens, y vete a saber si también del Neardental. Al fin y al cabo pasaron mucho tiempo (!) juntos. Algo se les pegaría, digo yo.
“El tiempo es un engaño, señor mío. El tiempo real no es mecánico, no está dividido en horas iguales..., el tiempo de verdad es subjetivo..., se lleva dentro”. Esto lo dijo el multifacético Boris Vian en una de sus novelas y el hombre tenía más razón que un santo. Así, cada rarísima vez que consigo el famoso Hic et nunc ("aquí y ahora”), rebusco en los cajones de mi interior y encuentro sueños despistados, relojes que no saben si son de arena o de agua, y, claro, camafeos que parecen animalillos disecados y fotos viejas que parecen aros salvavidas y cartas arrugadísimas que hablan de amor. Y si las lees con atención, las cartas, descubres que hablan más del amor en abstracto que de la supuesta persona amada. Y entonces piensas, deshauciado, abrumado por tus limitaciones, que quizá era verdad lo que afirmó el aguafiestas del poeta de Praga, Rainer Maria Rilke, cuando dijo aquello de que “Ser amado es pasar y, en cambio, amar es permanecer con luz inextinguible porque, en definitiva, lo único que uno ama es ser.”
Claro que como estoy fresco por las mañanas y, además, escucho buena música, acabo pillándole el truqui a Rilke, porque permanecer, lo que se dice permanecer, con luz inextinguible o sin ella, eso es cosa del tiempo, es decir, un engaño, así que Rainer Maria, yo diría que mejor nos quedamos como estábamos. Empatados.
Boris Vian: L'herbe rouge (La hierba roja) 1950, Tusquets
Etiquetas: literatura, música
5 comentarios:
Y de Boris Vian, además, la carta al Sr Presidente, himno animoso de desertores. No estaría de más verla de nuevo colgada y cantada por ahí.
Ahora mismo me pongo a la "investigation". He de confesar, para mi vergüenza que sólo he leído "La hierba roja". Además de la mencionada carta, ¿qué otro libro de Vian me recomiendas?
Me gusta Rilke, también el Jazz y sobre el tiempo... prefiero no hablar.
Para tí un texto de Rilke, que descrubrí hace poco en un libro de fotografía:
"Et tu attends, attends l'unique chose
qui infiniment accroîtra ta vie,
chose puissante, inhabituelle
l'eveil des pierres,
Les profondeurs, tourneès vers toi".
Sí, sobre el tiempo mejor no hablemos... En cuanto al texto de Rilke (¡Oh, terrible vergüenza!) deberé consultar el diccionario, me he encallado en "l'eveil des pierres" ... ¿que querrá decir? Me pregunto yo... Por cierto, querida Rosa... ¿nieva mucho en Rotterdam?
No consigo que quede escrita la respuesta.
De Boris Vian, para mi gusto, lo mejor las canciones como la del desertor esa (se pescan por internet cantadas por él, con una voz algo pastosa, bastante peculiar); algún cuento -erótico- como los recogidos en "Los perros, el deseo y la muerte" en Tusquets;"L'ecume des jours", en la que a ella le iban creciendo nenúfares en los pulmones; ...
Un saludo,
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