27.9.06

El Ying y el Yang


Eran las siete de la tarde, esa hora entre horas que a veces se torna imprecisa y uno no sabe si tomarse un café o un bourbon. Para decirlo todo, también era un mes de julio demasiado lento y caluroso, a caballo entre el Tour de Francia y la fatiga de un curso escolar duro de escribir, sobre todo para un profesor de secundaria.
Amadeus se encaramó sobre el escritorio, reclamando su espacio pactado a lo largo del tiempo pero también gracias a su pertinaz insistencia. Le hice sitio, por supuesto.
Tengo dos animales de compañía: mi gato y mis libros. Y ya lo dijo Cortazar, "porque gato y yo somos como los gusanitos del Yin y el Yang interesándose (eso es el Tao) y no se me escapa que cada gato en español es amo de las tres letras del Tao, con la g a manera de agujerito que dejan en los ponchos las mujeres de los indios navajos para que no se les quede el alma prisionera en el tejido. Los gitanos y los traductores internacionales no tienen gatos, un gato es territorio fijo, límite armonioso; un gato no viaja, su órbita es lenta y pequeña, va de una mata a una silla, de un zaguán a un cantero de pensamientos; su dibujo es pausado como el de Matisse."
He de confesar que comparto filias y fobias con Amadeus. A mí también me gusta Mozart. Y los viajes me aturden. Y quizás me gusten tanto los libros porque se parecen a los gatos. Se mantienen altivos y solitarios en los anaqueles de la estantería, pero si los buscas se dejan querer (leer). Y aunque ellos no lo sepan, llegan a lamerte las heridas.
Henri Matisse, Blue Nude I, 1952

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